Alguien
que entró al blog leyó dos textos: “Cerezos en Flor” y “Susurros Florales”, el
segundo es un cuento y el primero solo palabras amontonadas con algo de
redacción. En realidad, puede que sean distintos lectores, no hay cómo saber,
pero ambas entradas, para ser más descriptiva y fenomenológica, me hicieron
relacionar ese montículo de palabras. Conclusión, me resulta inevitable la
repetición de temas y relacionar las flores con los afectos y la jardinería como
una labor de conexión con ellos y un inútil intento de control.
Acabo
de ver el blog de nuevo y alguien leyó el texto “Tardes de Jardín”, será
coincidencia supongo, entonces también lo leí: demasiados adjetivos diría Francisco,
inolvidable primer profe de taller, pero me parece poco honesto corregirlo y
enfriarlo. Además, es solo una descripción o asociación de ideas, sin trama y
un final que se lee forzado. Como cuento salva poco, como sensación harto más,
al menos para mí que estaba empezando con esta compulsión.
Me
gusta más, Susurros Florales, hasta lo encuentro casi bueno, como si no lo
hubiera escrito yo. Ya sé, la inseguridad, el síndrome del impostor, la otredad
de quien puede tomar distancia de sí mismo y siente ajeno un contenido. Qué maravilla
es la mente. Leer algo como si otra persona lo hubiera escrito y hasta
identificarse con la emoción que describe tal cual se tratara de una historia
japonesa, albanesa, islandesa no solo lejana sino perteneciente a otras vidas.
En Islandia también hay jardines bellos, en Japón ni hablar, las flores son
casi deidades como el período de sakura: el florecimiento de los cerezos.
Todo se relaciona, las piezas calzan porque debe haber un paisaje interno tan
oculto como la propia sombra. ¿Y en Albania hay jardines? Donde existan humanos
habrá jardines, reales o imaginarios.
Por
supuesto no es una idea original y no me voy a amargar por eso y confieso, para
mayor abundamiento en mis fallas, que tengo fijación con los jardines y me hago
juicios sobre las personas según si cuidan o no el suyo.
No
puedo pensar en vivir en un departamento y no tener un jardín, no mientras me
pueda las patas y el propio cuerpo y entonces, con casi total seguridad, puedo
decir que seguirán apareciendo las flores, la tierra, los árboles y sus
habitantes en futuros textos. En el último paseo a un cerro vi tres lagartijas,
una tarántula cachorra y un yal, un pájaro cuyo canto había oído, pero que no
había visto de cerca. Estaba parado en una rama ignorando a los humanos y
posando para un montón de teléfonos. Digo futuros textos porque se transformó
en un hábito y casi compulsivo, exagero obvio, insano a veces, inútil siempre y
rara vez satisfactorio según criterios muy idiosincráticos.
¿Usted
sabía de la existencia del yal? - Moi non plus – diría una conocida y
vieja canción francesa. Aquí va el link del canto del yal[1], no de la chanson.
Habitantes
del bosque y jardines invadidos por humanos.
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