martes, 17 de enero de 2023

Es tentador creer en el destino

 


Cuando fue al terminal de buses a dejar al tío Humberto iba acompañada de su marido. Era una escena que se repetía casi todos los años al final del verano. Había ido muchas veces, pero sabía que en la siguiente oportunidad ya nada sería igual. Parece que una parte de la conciencia presiente o sabe o hace lo que hay que hacer para que el destino ocurra. Su marido no iría nunca más con ella al terminal. Podría haberlo jurado en ese momento y faltaba todavía un año para que se separan y nunca más hablaran. En lugar de abrazarlo, se aferró al tío Humberto y en la tradicional foto de fin de temporada quedó plasmada la sonrisa forzada y la mirada a ninguna parte. La ciudad es chica, pero hay mucha gente y la casualidad nunca los reunió. Una vez creyó verlo o se lo imaginó. Se quedó paralizada y agradeció que él no la hubiera visto.

Es tentador creer en el destino.

Será la tendencia a encontrar patrones, la necesidad de buscar algo que ordene lo que ocurre afuera. ¿Es acaso tan angustiante ese afuera? La incertidumbre se asocia al peligro y el riesgo a cualquier cosa, incluso la estabilidad.

No habría vuelta atrás. Desde allí comenzaba un camino hacia lo desconocido, cuando terminara su cometido o pasara algo que no estaba en su control, se iría a alguna otra parte y quedaría por allá, lejos, lejísimos. Vería las alternativas cuando fuera el momento, en el intertanto avanzó sin mirar el final del camino. Era lo único cierto, esa circunstancia tenía una duración definida, esta vez no solo por las circunstancias externas sino por su incapacidad de tolerar contradicciones flagrantes entre sus convicciones

¿Era el destino? Las condiciones internas también pueden detonar el fin de algo, era ella la que no tenía lugar en esa trayectoria, el espacio que ocupó por un lapso puede haber sido un error permitido por un juego extraño de variables, esos momentos en que las piezas aún no alcanzan un orden luego de un movimiento inesperado. Una vez retomada la homeostasis, las piezas que desestabilizan la estructura deben ser expulsadas.

II

Se largó a llorar luego de ver una escena de una película que había visto al menos unas cinco veces, una película gringa, de argumento repetido. Se fue a la ducha para cambiar la emoción y pensar en otra cosa. Mientras el agua caía sobre ella y realizaba los movimientos automáticos se acordó de la despedida del tío Humberto en el terminal. Esa vez también había llorado sin razón aparente. ¿Habría alguna similitud entre esa escena y la actual? Algo iba a cambiar, eso era lo único cierto y predecible. Para asentar la circunstancia o para debilitarla más, si es que se podía más. La evidencia personal era que se volvía cada vez más cabrona.

¿Era una cita? − Juntémonos a conversar un vinito −. Se imaginó los besos y hasta las caricias.

Por si acaso se depiló, por si le tocaba las piernas, por si la veía más allá de lo que dejaba ver la falda, por si se entusiasmaban y terminaban en un motel. ¿Qué hay que usar en una cita pragmática?

La amiga se rio unos instantes, pero entendió el concepto, no se trataba de una cita romántica o ridícula, adjetivos intercambiables en la mayoría de los casos.

      Una mini, medias negras, una blusa con botones, pelo suelto. Nada complicado, es cuestión de actitud.

Es cuestión de actitud, eso era lo que no se podía disimular o actuar.

Era la primera vez que alguien la iba a buscar en auto al trabajo, la primera que iba a un bar bonito con una gran vista sobre Santiago, la primera que probó el Cosmopolitan, el trago de moda de una serie muy vieja: Sex & The City, optó por ese trago en vez de un vino. Él y ella bebieron rápido. A ella hasta le pareció amargo el Cosmo. Debió pedir un pisco sour, pero pensó que delataría su falta de experiencia en casi todo.

Estaba intrigada acerca de las conversaciones de las parejas camino a un motel. ¿Eran conversaciones calentonas, románticas, prácticas? − ¿tomas anticonceptivos?, ¿andas con condones? − Coordinaciones básicas, mínimas.

Eso le dijo, por hablar de algo, acerca de la curiosidad por ese estado previo a llegar a un motel. En las películas de ese tiempo, después de un beso la pareja aparecía en la cama, en las de ahora, después de un beso, los genitales se toman el protagonismo. Sin palabras. Él se rio y, como si fuera un tipo experimentado, respondió que eran conversaciones normales, como la que estaban teniendo en ese momento. Puso la mano en su muslo, ella se felicitó por su buena decisión de depilarse y que su piel se sintiera suave. No pudo decir nada más hasta mucho rato después.

Su mente se debatía entre la calma del Cosmo y la ansiedad de estar entrando a un motel con él. Entraron a uno que ya no existe. La decoración de la pieza se parecía demasiado a una matrimonial. Como si fuera parte de una casa: paredes de color neutro, una mesita para escribir, una silla, veladores con lámparas de pantallas blancas y un televisor. Era elegante y sobrio. Esperaba encontrarse con elementos más exóticos.

No debía estar ahí.

En realidad, sentía que debía estar allí más que cualquier otra cosa en la vida en ese momento. Qué importaba si estaba bien o no. Así es como se justifican los impulsos a posteriori, subrayó ese pensamiento porque sabía que le sería útil para cuando empezara una y otra vez a sobre pensar acerca de ese momento en particular.

Mientras los cuerpos conversaban alegres y a tropezones, por su cabeza pasaban muchas ideas. Estaba con él a ratos, en otros, pensaba en cómo iba a enfrentar el día siguiente, cuando cada uno continuara con lo que tenían que hacer y ella siguiera aquí con el guion tan claro sobre lo que sería su vida.

Esa habitación sin sorpresas le impedía estar allí entera, sin dividirse entre el disfrute multicolor y brillante de una fantasía cumplida y el miedo opaco y gris a lo que vendría. Si hubiese habido sedas, matices en las paredes, lámparas con vidrios que dibujaran siluetas o cuadros con parejas desnudas, algo que dijera que ese era un lugar para cumplir deseos, para jugar y salirse del lado convencional de las cosas, tal vez hubiera podido conectarse con él y olvidarse del después. A él debió pasarle igual, pidió unos tragos, más Cosmos para ella. Llegaron por una especie de ventana oculta en un sistema de paneles corredizos para no ver a nadie y no ser vistos.

Un poco más de alcohol sirvió al objetivo. Un poco de anormalidad y de conciencia alterada decoraría su mente del modo en que le faltaba a esa habitación. Pudo jugar a que era el primero de muchos encuentros, pudo creer lo que estaba diciendo y responder a todo –yo también– y reírse de los intentos de él por acercarse de los que no se dio cuenta. No confesó los de ella. Pudo evitar cualquier forma verbal que aludiera al futuro y hundirse en sus ojos sin ver la melancolía que ya se instalaba en ellos y, de seguro, también en los propios.

Pudo hacerlo callar cuando comenzó a hablar de lo huevón que había sido, pudo evitar que imaginara lo que hubiera podido ser.

Sintió que eran un bordado colorido, prehispánico, en un escenario de película gringa de los años cincuenta. Algo que no encajaba en ese orden tan definido.

 

III

Es tentador creer en el destino.

¿Cuánto tiempo es demasiado tiempo? ¿cómo supo Penélope, la de Serrat, que debía dejar de ir a la estación a sentarse esperando a alguien imaginario?

Una tarde leyó a Homero y el mito que originó su nombre, “¡Ay, ay, ¡cómo culpan los mortales a los dioses!, pues de nosotros, dicen, proceden los males. Pero también ellos por su estupidez soportan dolores más allá de lo que les corresponde”.

-Homero-

Seguro se rio de sí misma y tomó un tren hacia otra parte como debió hacerlo antes, mucho antes porque ¿cuánto tiempo es demasiado tiempo? es probable que esa sensación la tuviera Penélope cuando advirtió que no podía vivir como si la vida fuera eterna.

Es tentador creer en el destino, con todo, es tentador, 


Dire Straits, On every Street, https://youtu.be/_atRLSxfg_0



domingo, 8 de enero de 2023

La Chinita Reclamona

 


En un jardín pequeño, pero bien cuidado vivían una serie de habitantes pequeñitos, chanchitos de tierra, lombrices, las antipáticas tijeretas y para incomodar a todos, una chinita reclamona e inconformista. De visita llegaban mariposas de distintos colores y rara vez, algunas extravagantes libélulas y palotes. La libélula era fascinante no solo por su transparencia y tamaño, sino porque se habían convertido en símbolo de buena suerte, sería porque se veían rara vez por los jardines de la ciudad.

      Mi prima me dijo que en el campo hay muchas, son las de aquí las que se creen la muerte.

      Ay, Chinita, siempre desconfiando, debe ser porque son esas alas transparentes pueden recorrer grandes distancias sin inmutarse, se ven elegantes y además hacen un ruidito divertido.

      Bah, los tábanos también, pero a nadie le hacen gracia pues Chanchito.

      ¡Ah! Es que son tan cargantes y peludos esos bichos, ¿has escuchado lo que decía la Niña?

      Ja ja ja ja ja ja Sí, que llegó a rodar por el suelo por andar espantando a unos que la perseguían, pensaba que iban a venir millones y se la iban a comer. Las tonterías que se imagina esa cachorra.

      No es cachorra, es una niña, una humana pequeña.

      ¡Cachorra pues!

      ¡Aaaagh! ¿por qué andas tan antipática hoy Chinita? Cada vez que un humano te ve se acerca para ver qué haces y a dónde vas.

      Es que soy muy pequeña y me dan ganas de volar y conocer otros lugares, como las mariposas o los colibrís. ¿Has visto esos pajaritos graciosos que vienen a libar donde el señor abutilón? Siempre cuentan historias de otras partes, de flores distintas.

      ¿No nos quieres, no nos encuentras lindas? Todos admiran nuestra belleza y aroma. ¡Me ofende tu comentario Chinita!

      Oiga que es sentida usted doña Rosa Rosales, también la encuentro linda y carne de perro, además, usted resiste bien el calor, el frío, la falta de riego, es una súper heroína de cualquier jardín.

      No le pongas color tampoco Chinita, bastaba con pedir disculpas.

      Es que no tengo por qué disculparme con nadie. Quiero conocer jardines donde haya tulipanes, claveles, dalias, liliums y muchas flores más.

      ¿Aunque ya conozcas a la más bella?

      Oiga Doña Rosa presumida, hay belleza en muchas partes, en las manzanillas, los dientes de león con sus semillas volátiles, los diamelos y sus flores de dos colores, en el caparazón de Don Chanchito

      ¿En serio Chinita? ¿es verdad que encuentra lindo mi traje?

      Oiga, yo quisiera tener un traje tan útil, tan fino y bien diseñado, imagínese, a usted le da susto, se vuelve bolita y rueda para que no lo alcancen ¡genial!

      Chinita, su traje es uno de los más lindos que hay, negro con puntos rojos, muy top.

      Gracias Rosita besitos, es un gran halago viniendo de usted que es tan linda.

      ¿Qué es eso de que se quiere ir Chinita? Qué injusto me parece su reclamo, ¿está aburrida de nosotros acaso? Yo solo florezco una vez al año y con suerte; no puedo moverme, pero estoy feliz con mi color y mi ubicación en el jardín.

      No sé si es injusto o no, pero dio en el clavo Don Agapanto, el punto es estar contenta con la vida que le toco ¿no es así? Usted es feliz con su flor de muchas flores, el color, el tallo que le da garbo y perspectiva para ver a sus colegas flores ¿o no?

      Qué complicada se pone usted Chinita Reclamona ¿qué pasaría si encuentra otros jardines y no es feliz allá?

      Muy buena pregunta Doña Cala, lo he pensado mucho. A veces la felicidad está en la idea de alcanzarla ¿no le parece?

      Explíquese por favor. Tenemos tiempo. Tiempo es lo que más tenemos en el jardín.

      Jajajajajaja ¡claro! Mire, a veces la felicidad, definida como conformarse con una situación, es un estado de sabiduría, porque es la aceptación de la propia inmovilidad y estar agradecida por haber florecido, echar raíces y seguir existiendo. Ser feliz con lo que te tocó ser, pero fíjese usted, algunos necesitan moverse para vivir, como los picaflores, las mariposas y ni hablar de las aves migratorias. Es posible que alguna de ellas quiera quedarse cuando está cansada o les gusta un lugar, pero no puede.

      ¿Quiere decir que la felicidad es un estado definido por cada uno?

      ¡Te noto lento Caracol!

      La lentitud es mi naturaleza Grillo mal educado.

      Creo que sí Don Lirio hay colegas mías muy felices con ayudar a librar a las flores del jardín de pulgones y otras plagas, pero no sé qué me pasa a mí que no me conformo con un solo lugar, quiero conocer más. A veces he tratado de volar con mis alas chiquititas y transparentes para ver si el viento me lleva lejos, pero no me ha resultado.

      Yo puedo ayudarla Chinita Reclamona.

Todos los habitantes del jardín quedaron impactados con el ofrecimiento de la Señorita Libélula, sobre todo por lo antipática que había sido la Chinita con ella. Casi se escuchó un largo ooooooh de sorpresa de los mismísimos catreus, por lo general pinchudos e inconmovibles.

      ¿Me está molestando Doña Libélula de la buena fortuna?

      Súbase por mi ala hasta arriba, ponga firmes sus patitas y yo la llevo donde quiera ir y mi vuelo alcance.

Así lo hizo la Chinita Reclamona, se subió, se despidió de todos y les prometió que les enviaría noticias de jardines lejanos con las mariposas y los picaflores. Las flores se giraron para verlas volar y los insectos comenzaron a extrañarla enseguida, sobre todo Chanchito que también con la pena, no solo con el susto, se hacía bolita.



jueves, 5 de enero de 2023

Visitas

 

Foto de Mark Arron Smith


- No me la voy a jugar por alguien que no lo hará por mí.

La miré desconcertado, no supe qué decir. Si decía algo, seguro sería una conversación confusa como las que solíamos tener en que, al menos yo, me quedaba pegado dando vueltas a la elección de palabras, su entonación y el orden que escogía para ellas. No podía tener claridad de lo que quería de mí, ¿qué significaba para ella que me la jugase?

Me arrepiento tanto de haberle dicho esa frase que parecía un ultimátum. Un pedido, otro más, de definiciones de lo que él sentía, de lo que quería. Su cara de sorpresa, esos segundos en que miró hacia todos lados sin saber qué decir, me bastaron para sentirme en una escena absurda. Volví a mi auto y llegué quién sabe cómo a mi departamento.

- No sé qué decir, debe ser el vino de la cena.

Por último, le hubiera dicho, ¡ándate a la mierda huevón! No pude. Esa no respuesta, otra más de sus favoritas, evasiva y al mismo tiempo cargada de la ambigüedad necesaria para no cerrar la puerta, me pareció una cachetada verbal que, mirando nuestras habituales conversaciones neuróticas, era la confirmación de lo que ya sabía.

- ¿Los viste? ¿te diste cuenta de lo que pasa entre ellos?

- ¡Es tan evidente! al que no entiendo es a ti. ¿Por qué los invitaste juntos?

- Para ponerlos en aprietos, para confirmar mi hipótesis.

- ¿Y nos hiciste jugar a las visitas por eso? ¿la presionabas para qué dijera que cuándo se casaría y cuánto esperaría para tener hijos?

- ¡Jajajajajajaja! estaba que me largaba en una carcajada en ese momento. Ella miraba al frente, tenía una respuesta correcta para todo, él se concentró en un cuadro de la pared y cambió el tema. La vi con su noviecito de siempre, la fue a buscar un día al trabajo. No había nada allí. Nada de cariño. Nada. Un día le pregunté si había ocurrido algo entre nuestro amigo y ella. Lo negó con tanta fuerza que confirmé que estaba enamorada de él. Algo en la forma melancólica de su respuesta, un gesto extraño, una mirada hacia el lado, ya sabes, esas cosas indefinidas del tono y la gestualidad. O el énfasis en negarlo, en negárselo.

- ¿Y no le preguntaste lo mismo a nuestro amigo?

- Claro que sí, ya sabes, la curiosidad.

- ¡La copucha será! ¿y qué dijo?

- ¿Qué crees?

- Nada, dio vuelta la pregunta.

- Eso. Lo conoces bien.

No puedo negar que me entretuve con ese juego malsano de mi marido, poner en aprietos a un par que niega lo que siente y creen que los demás no nos damos cuenta. Eso de sentarlos juntos a la mesa, frente a nosotros los anfitriones, pedirle a nuestro amigo que le sirviera vino a la invitada y a veces, a propósito, tratarlos como si fueran pareja, rozaba en la crueldad. Ella no es tan buena simulando, se podía ver su incomodidad, las ganas de que pasara la hora para correr a perderse.

II

¿Cuántos años pasaron desde esa cena y mi posterior peor aclaratoria? Muchos, no los suficientes. Esa parecía una respuesta que él daría, nada comprometedor, resbaladiza.

Aún puedo verme, haciendo señas para que se detuviera, bajarme del auto con mi vestidito nuevo, correr a la ventana del suyo, apoyarme en ella y lanzar mi gran frase. ¿Qué esperaba que me dijera? Había tenido suficientes oportunidades para jugársela y no lo había hecho, ¿por qué quería más señales?, ¿por qué necesité que fuera evidente la falta de reciprocidad para seguir con mi camino sin mirar atrás?

Tampoco me acuerdo cuánto tiempo pasó para verlo junto a su esposa y un hijo en sus brazos. Yo caminaba en dirección contraria, con una hija en el coche y otro corriendo alrededor al que tenía que llamar al orden cada dos minutos. Debieron ser mis gritos los que lo hicieron mirarme.

Me presentó a su esposa, un nombre italiano y un apellido que no recuerdo. Recuerdo haberla mirado y tratado de comprender por qué, como si viendo a alguien una pudiese entender, formas primitivas de resabios de celos, envidia o lo que sea que sentí al ponerle nombre e imagen a quien eligió como compañera de vida. Así me la presentó, no iba a decir algo tan común como mi señora, mujer o esposa. Compañera de vida era un mejor concepto.

Por varios años me quedé pensando en cuando corrió hacia mí y me sorprendió con su reclamo. Se lo conté a mi amigo, el anfitrión de la cena, se rio tanto que me confundí más. No recuerdo qué agregó, pero me molesté y no le hablé más. A mí ella me gustaba y ese día se veía bien con ese vestido, algo tenía, no sé definir qué. Creo que me gustaba más de lo que suponía en esa época, creo que la quería incluso, pero no soy dado a las emociones sin cálculo. Supe que se casó, algún conocido me lo contó. Lo que me sorprendió fue saber quién era su marido.

Un día la vi, su hijo mayor ya tenía unos seis o siete años, el mío recién cumplía los ocho meses. Son extrañas las mujeres, casi pude oler y escuchar la antipatía que se tuvieron cuando las presenté. Se evaluaron, se sonrieron, dirigieron comentarios tiernos a propósito de los niños, pero mi esposa, o compañera como le gusta que le diga, la vio como amenaza de inmediato. Habló maravillas de mí como padre y compañero, apoyó su cara en mi hombro, construyendo un muro a mi alrededor, marcando el territorio de su familia.

Tenía razón después de todo. Ella era una amenaza.

III

Estuvo bien el ardid, los juntó para reírse de ellos, de nosotros. Sabía que eran unos timoratos y que yo carecía de la creatividad suficiente como para imaginarme que nos dejaría fuera de juego a ambos, a su amigo y a mí. No sé qué le dijo a ella o a él. Sí sé que cuando me dijo que quería el divorcio, jamás pensé que ella ya esperaba un hijo de mi marido. Exmarido.




sábado, 10 de diciembre de 2022

Susurros florales

 


Las verdades se cuelan por los intersticios de los argumentos falaces, eso pensaba desde siempre doña Hortensia, había visto su nombre mal escrito tantas veces, que llegaba a dudar, ahora, a sus 75 años, de si se escribía con c o con s.

¿Desde siempre? Exageraciones no más, no se puede saber desde el cero, aunque algunas teorías de la creación, esas que hablan del alfa y el omega, así lo promulgan. Ya todo está nombrado, todo dicho y por lo tanto determinado. − ¿Cómo va a ser cierto eso?

Culpaba a su hermana muerta hacía no poco tiempo de lo que le había ocurrido y ahora tenía una leve esperanza de que pudiera referirse a ese tiempo en pasado, con formas verbales taxativas y ominosas. Ya pasó, ya fue como decía la señora Rosa que la cuidaba o como decía el hijo menor de ella ¡ah ya chao! Cuando quería decir que cambiaran de tema o que no valía la pena esperar, esforzarse o siquiera pensar en algún tema o acontecimiento.

-       ¿Qué culpa puede tener su hermana Clavelina Sra. Hortensia? No está bien hablar mal de los muertos, imagínese lo que dirán de una después.

-       Imagínese intentar vivir simulando la vida al gusto de los otros No me importó la opinión de los demás cuando estaba viva y me va a importar ahora.

-       Oiga, ¡pero si todavía no se ha muerto!

-       ¿Está segura?

Los diálogos con la Rosa eran siempre así, cada una hablaba por separado con frases que parecían hilarse, pero no tenían nada que ver unas con otras. Tiempos verbales ominosos, sonaba bien pero no aplicaba ese calificativo exagerado; más bien aplicaba para el período post pasado y antes del presente. Ese tiempo en que estuvo renegando de sí misma y sintiendo que muchos acontecimientos eran injustos y más injusto aún era que siguieran ocurriendo y no estuviera bajo su control mejorar la situación. Como por ejemplo que se muriera la Clavelina antes que ella.

-       Ay, es que me sigue mandando besitos en las noches el fresco de Lirio.

-       ¿Y por eso cree que está muerta usted?

No le iba a decir a Rosa que se había despertado con la sensación de besitos soplados en su hombro y en su cara. En un momento se incorporó y creyó que había entrado un gato por la ventana y estaba despertándola con su aliento y besos de gatos. Se sentó y no había gato, perro ni nada.

La imaginación, la conciencia confundida de una vieja, en especial una que se pasea en este mundo y el otro. Esa era su explicación- Desde siempre supo que había que tener cuidado con lo que se lee y con las canciones que se escuchan, incluso sin querer, porque parece que una parte del cerebro guarda canciones en la conciencia hasta que se aprende a hablar el idioma en que están escritas para descifrarlas y volverlas a escuchar en distintos momentos. Operan igual que la banda sonora de las películas, aparecen para intensificar la emoción o para explicarlas.

-       ¿Será que una se programa para vivir las situaciones descritas en las canciones o en los libros que leyó?

-       Ya empezó a hablar sola Sra. Hortensia, me carga cuando hace eso porque intento decirle algo y usted sigue como si no escuchara.

-       Rosa, una siempre habla sola. Las palabras son tramposas. Cada uno entiende lo que quiere.

-       ¿Se acuerda cuando la acompañé a ver las esculturas en movimiento?

-       Quedaste impactada con esa donde había una esfera de palabras que flotaban.

-       Letras

-       ¿No hubiera sido mejor que fueran palabras? Palabras que nos dirigen la vida sin que sepamos.

-       Ya va empezar con sus cosas raras, voy a buscar los remedios de la tarde mejor.

Simpática la Rosa, se hacía la de las chacras, pero entendía más de lo que se atrevía a confesar, temía contagiarse con la forma de razonar o de perder la razón de la Sra. Hortensia. Tenía ya suficiente con sus propios monstruos y fantasmas traídos del país en dónde creció y que su familia se vio obligada a dejar. No quería pensar en ese tiempo. Fueron años de adaptación, de prejuicios y maltrato. Sospechaba que la Sra. Hortensia tenía más historias de las que confesaba, historias de toda clase, pero no estaba segura de querer conocerlas ¿y si era cierto eso de que las palabras y las canciones la predicen a una? Ya se había pillado poniendo atención a las que escuchaba ella y no eran nada de felices, pura nostalgia, puras despedidas.

-       ¡Ay mujer! Tampoco es tan mecánico, son algunos versos, algunas ideas que después se puede abandonar para agarrarse de otras.

-       Quiero saber de cuáles me estoy afirmando ahora.

-       Agárrate de lo quieras, de lo que te haga mejor no más. Total, una reafirma lo que ya sabe.

-       ¿y cómo sabe una que ya sabe?

-       La libertad es difícil Rosa.

Así Rosa sabía que Doña Hortensia no quería seguir hablando, decía cosas para ella misma.

Doña Hortensia no quería contagiar a Rosa con sus conceptos, que los descubriera solita, con costalazos a su medida, aunque, aunque le dijera mil cosas al minuto los costalazos son siempre a la medida de lo que cada uno puede soportar ¿no? Recordó sus tiempos de encierro en el pozo. Cuando leyó a Murakami pudo nombrar así esos períodos de ensimismamiento y de pasividad extrema. Esos tiempos de oscuridad y silencio internos en donde, al principio, esperaba que los acontecimientos se ordenaran solos, pero que luego descubrió correspondían a un retiro de todo para recuperar las fuerzas y hacer lo que debía, lo que se debía a sí misma. En el pozo aparecían sombras que corren más rápido que la mirada, más versos y sensaciones sin nombre que en un momento específico, determinado por quién sabe qué fuerzas, le susurraban que ya era tiempo de salir.

-       Hay que dejar tranquilas a las personas que están en el pozo, no hay que apurarlas. No tienen respuestas, ni opciones, están atrapadas en sus jaulas imaginarias. Solo ven los peligros de la acción.

-       Me asusta cuando habla del pozo.

-       ¿Qué te asusta? ¿encontrar otras posibilidades? En el pozo me di cuenta del significado del antónimo del miedo.

Rosa pensaba que era otro concepto rebuscado de Doña Hortensia, pero, cuando estuvo en su propio pozo advirtió que era de una simpleza casi absurda.

-       A ver Doña Hortensia ¿después del último período en el pozo decidió que quería vivir aquí?

-       Rosa la pillina. Así fue, la muerte de la Clavelina fue la culpable.

-       ¡Ya salió Doña Clavelina al baile!

Hortensia sentía que Clavelina la había empujado, que ella le había susurrado en el pozo que saliera de una vez hacia el agua y nadara aunque sintiera que se ahogaría y que nadie la rescataría. Eso hizo y no le importó que nada se hubiera ordenado o que las canciones dieran vueltas y vueltas en la misma dirección y ella quisiera ir en la opuesta.

Se fue de a poco, por días, semanas hasta que se sintió en su lugar. Oía susurros diferentes, algunos ininteligibles o sería el tinnitus de los viejos. Lo que fuera se parecía a lo que quería oír. Como siempre, como los sueños, como los besos de Lirio en su hombro.


David Bowie, Absolute begginers, https://youtu.be/o_cHvtPB2dY


sábado, 3 de diciembre de 2022

Los ojos de Mo Farah

 


Pasados seis meses en que usted no logra autocontrolarse después de su pérdida, cualquiera haya sido esta, es necesario consultar con un especialista para que evalúe.

Eso decía el folleto que estaba en la sala de espera del dentista sobre la depresión. Debí consultar hace rato entonces, pero no es que no me controle. Al revés, nunca he perdido el maldito control. Hago todo lo que tengo que hacer y lo hago bien. Si hay que sonreír, sonrío, si hay que bailar, bailo. Si hay que bromear, bromeo. Todo el día, todos los días. Cuando duermo no, porque en sueños vuelve a aparecer. Ahora menos, pero me despierto varias veces y lo primero que veo es su cara. Un poco menos en el último mes, a veces incluso no sucede y como soy una freak, entonces extraño su imagen o lo que añoro es a mí mirándolo, sintiéndolo.

Antes, en el insomnio me entretenía imaginando que podía escribirle una carta, o inventaba diálogos ficticios, con distintos temas, en estados de ánimo diferentes. Siempre bien eso sí. En algunos inicios de cartas le decía que sus ojos eran hermosos como los de Mo Farah, grandes, profundos, oscuros y escrutadores, a veces como los de un cervatillo que mira con inocencia el bosque sin advertir al cazador, otras como un águila que escanea el campo para atrapar a su presa. Le decía que entendía todo lo que me quiso decir solo por la forma en que me miraba las últimas veces. Yo estaba tan muda como él. Él quería aferrarse a la vida, yo solo quería que estuviera tranquilo, sin dolor. Aún si eso significaba que debía dejarlo solo.

Otras veces empezaba a decirle que le había dado chocolates, canciones, poemas ajenos, conexiones inexplicables y agua. Mucha agua. En forma de lluvia, de té, de riego para las plantas, de mar para que flotara y descansara. Después no sabía cómo seguir porque me daba mucha pena y de tanto llorar me agarraba el sueño. Un llanto suavecito, sin respirar muy fuerte para que nadie se fuera a despertar. El silencio me dormía.

Ahora trato de cansarme haciendo muchas cosas, viendo mucha gente, armando proyectos que no me interesan, pero que pueden llegar a ser un refugio algún día.

Desde que se fue he hecho cosas que nunca pensé que haría. No han resultado del todo bien, algunas mejor de lo que esperaba, otras han abierto abismos que desconocía, cavernas, ¿un laberinto? Uno cuya salida aún me es esquiva.

El folleto dice que hay diferentes formas de vivir el duelo, que las pérdidas hacen reevaluar muchos ámbitos en la vida. Debe ser cierto porque a mí se me desordenó todo. La brújula habrá enloquecido sola. De pura pena. Encuentro bien poco OCDE en todo caso que una sea igual que todas las personas, que las reacciones sean similares, aunque las historias sean todas distintas. Hasta querer ser diferente es igual. Todos queremos serlo.

Lo importante es que parezco estar bien, muy bien, más que bien. A lo mejor lo estoy y esto que pasa por dentro es lo mismo que viven todas las personas normales como yo. Soy una freak, pero normalita, piola. Lo bueno de venir al dentista es que uno no puede contestar, es desagradable todo lo demás: abrir la boca tanto rato, esa manguera succionadora de saliva, los dedos enguantados del odontólogo. Lo peor es el sabor de esa masa que sirve de molde para la placa que amortigua la mordida. Claro, tengo bruxismo. A veces no puedo abrir la boca en la mañana de tan adolorida que amanezco. He despertado por el chirrido de los dientes presionándose unos a otros. Cuando vine a hacerme el presupuesto, ese que después te pasan con el cincuenta por ciento de descuento y que uno juega a que cree en tamaña ganga, lo primero que me dijeron era que si no me hacía esa protección podía perder piezas dentales y eso sería fatal. Así es que aquí estoy, en la tercera sesión en que me prueban esa cuestión. Me felicitaron por no tener caries, sonreí como una niña chica que recibe un sticker por portarse bien.

 

Me he ganado muchos stickers en la vida. Por diferentes cosas, solo sé reírme de eso. Nada me parece serio o importante. Cuando miro hacia atrás tengo la sensación de que no tenía cómo fallar. En algunos temas no lo he hecho bien, he reprobado el curso, pero ya me rendí. No pienso intentar de nuevo, nunca más. Por lo que sea que dure ese nunca más.

Stickers por portarse bien.

No me ha ido bien cuando he tratado de portarme mal. Una vez, solo una vez, me escapé del colegio. Me sentí rebelde, libre, grande, solo para descubrir, media hora más tarde, que habían dejado salir a todos más temprano ese día. Cuando mi curso se puso de acuerdo para dar la espalda a un profesor, yo no lo hice porque no lo encontraba justo. Tampoco me uní al bullying a una compañera que no tenía como defenderse ante la agresión de tantos. Tenía los trabajos de la universidad en la fecha prevista, estudiaba para la primera fecha de la prueba sin confiar en que la cambiarían. Así era, correctita, fomecita, controlada, bien portada. Debí seguir así.

Una parte de mí sigue así.

¿Será ella la que nunca pierde el control? La que no desarrolló una depresión clínica como dice el folleto de la sala de espera. ¡Otro Sticker por estoica! Y otro más por chistosa y por inteligente, tres más.

Era el orgullo de mi madre. Y era difícil de satisfacer la madre. Tan irónica para todo, a veces no sabía si me hablaba en serio o no. Aprendí pronto, no hay que confiar, hay que escuchar el tono de voz, la inflexión, esas leves inclinaciones de la voz que pueden cambiar por completo el significado de un verso.

Tengo que apurarme para ir a atender el negocio. Hay días buenos, se vende harto. Siempre supe que era una buena idea, pero me demoré mucho en convencer a alguien. ¡Que no pueda hacer nada sola! No sé de adónde me vino eso.

Éramos dos. Ahora solo soy yo. Tal vez por eso no me importa nada.

Me dijeron que adoptara un gato, que me alegraría y me acompañaría. Siempre he odiado los gatos, desde que uno se me lanzó de una pared sobre los hombros y me asustó tanto que boté todo lo que llevaba en la mano, incluidos los huevos que me habían mandado a comprar. Adopté al gato. Un fracaso, ni un nombre se me ocurrió para él. No congeniamos. Intenté acariciarlo, pero se escapaba cada vez que yo creía que ahora sí teníamos una especie de vínculo. Ni fotos le tomé, ni como recuerdo siquiera. En vez de fotos me dejó una cicatriz imborrable. No entiendo tanta veneración por ese animal. En mi departamento sería una crueldad tener a un perro, por eso no tengo uno. Los perros me gustan.

Quisiera parecerme a un gato. A veces a un tigre, otras a una pantera. Supongo que soy un hámster más bien. Corro en círculos verticales.

El dolor de él terminó. Se despidió de mí de varias formas. Intentó tranquilizarme, sé que lo hizo de buena fe, que de verdad quería que me calmara, que siguiera mi vida como siempre. ¿Acaso no es eso lo que he hecho? Seguir como siempre, mejor que siempre. Sin él. Como siempre.

Hace dos meses me dijo “esta es la última vez”, traté de retenerlo, de sujetarlo un rato más, pero era obvio que debía estar en otro sitio. Quise abrazarlo, pero solo sentí mis propios brazos, lo atravesé como a un fantasma. Recuerdo su expresión, los ojos de Mo Farah de nuevo, diciendo más de lo que las palabras pueden traducir. 

Maldito folleto, ahora me da vueltas eso de que debiera hacerme ver. ¿Y qué voy a decir? ¿Qué me quedé pegada? Que no me sirve nada de lo que me digan, que ya no hablo del tema, que nunca lo hablé más bien, pero que estoy OK. Que no pienso siquiera abandonar la posibilidad de sentir, de extrañar, de querer a quien hace tiempo es un fantasma que sonríe desde una foto. Un fantasma que me convierte en humana a través de la nostalgia. Incluso de la nostalgia de mí misma.

No. No voy a ir a ninguna parte.


miércoles, 30 de noviembre de 2022

Dónde están las tazas

 


Foto de Archie Binamira


Me dediqué a observar a la Consu, hace rato está rara ella. Creo que se junta demasiado con sus amigas, se ha puesto grosera para hablar y no me gusta eso. Detesto la ordinariez en el lenguaje ¿cuál es la necesidad de hablar como hombre mal educado? Tomo su mano cuando lo hace para tratar de calmarla, creo que hay palabras más potentes que un garabato para expresar la rabia. No se da cuenta de cómo ha ido cambiando. Será la edad supongo, antes era más dulce, más atenta conmigo. No es que no le importe o ya no me quiera, pero el otro día me levanté como siempre para ir al trabajo y ella no hizo ningún gesto para ir a servirme el café.

−¿dónde están las tazas?

 donde siempre.

Sí, yo vivo aquí, pero nunca me he fijado en esas cosas. Me fui enrabiando de a poco, no encontraba el café, el endulzante, el pan para tostar ¡nada! Sin querer iba abriendo y cerrando cajones con fuerza, haciendo ruido. Me fui sin tomar desayuno al final y ahí seguía ella, con su computador en la cama, viendo una serie, leyendo algo, no sé. La llamé al mediodía, siempre le pregunto por los niños, los niños tienen 24 y 26 años, por sus actividades del día y por lo general me informa con detalle y yo hago como que la escucho, aunque, en realidad, hojeo cosas de la pega y cuando termino, le digo que la quiero mucho y que tenga una buena tarde. Esta vez hice lo mismo, pero parece que dijo algo diferente, no la escuché, se dio cuenta, se enojó y me colgó.

Cuando llegué no estaba en la casa. Hacía no tanto decidió que iba a retomar su profesión, es kinesióloga, como ganaba tan poca plata, habíamos acordado que ella se quedaría en la casa, porque su sueldo era un poco más de lo que deberíamos pagarle a una nana, sin considerar el gasto en bencina, los problemas de la pega, lo típico. Al principio no estuvo muy convencida, pero cuando tuvo al primer crío, lo único que quería era estar pegada a él todo el día. Ahí le resultó lógico ser ella y no cualquier mujer, la que lo criara, estimulara, cuidara, jugara. En fin. Ahora dice que va a domicilio a hacer ejercicios para gente con diversas lesiones musculares. No sé si gana plata, si vale la pena, pero si le pregunto, me responde casi ladrándome, así es que no le digo nada. No nos falta nada, los gastos están cubiertos, tengo la tranquilidad de que tomamos buenas decisiones mientras pudimos, ella podría estar descansando en la casa, pero no, le dio por salir, por juntarse con sus amigas, cada una con tremendos dramas familiares, no sé qué puede hablar la Consu si hemos tenido una vida tan feliz los dos, siempre he hecho lo que ella quería. Además, tampoco es que se caracterice por su simpatía, es impertinente, dice lo que piensa, más o menos. Sé que mi familia no la quiere mucho, pero qué me importa. Nunca me ha importado lo que digan de mi o de ella, qué saben los demás. A lo mejor son las hormonas, las viejas se ponen como embarazadas, lloronas, enojonas, cambiantes, lunáticas, eso dice mi suegra, que la entienda, que ella pasó por lo mismo. Me cae bien mi suegra, nos llevamos bien, se parece a mi mamá, es como mi mamá en realidad.

Me toma la mano cada vez que digo un garabato o me rio fuerte o digo algo con lo que no está de acuerdo. Un día hice un pequeño experimento, no le serví el café en la mañana, como siempre lo he hecho, como si fuera mi obligación, me preguntó dónde estaban las tazas, ¿Dónde van a estar las tazas, en el baño, el patio, el comedor? Le dije − donde siempre −, no reclamó nada, no preguntó, pero desde el dormitorio podía escuchar como abría y cerraba los estantes, el ruido de los cajones cerrados con furia y el portazo al salir. Es como si no viviera aquí, como si estuviera de visita y no supiera nada de lo que pasa. A lo más – hay que arreglar la llave del baño, mejor cambia esa lámpara, ¿compremos un toldo? – eso significa que yo debo lidiar con maestros, regatear los presupuestos, vitrinear en las páginas de internet. Muchas veces siento que hablo sola, que me dice – Sí, si mi gordita –, pero no tiene idea de lo que hablo, si me río, se ríe, si me callo se calla, si me enrabio con algo, se va. Nunca he sido escandalosa y no lo voy a ser ahora.

Hace poco cumplí cincuenta y me pasó algo raro, fue como si de la adolescencia ridícula, intensa y sentimental, hubiera saltado al último suspiro de la adultez. Desde los 15 años que no me dolía tanto la guata o me tiritaba un ojo como en la universidad antes de los exámenes y no tengo problemas según mis amigas, tengo todo y más porque Julio es tan buen marido, trabajador, responsable, chistoso y todo lo hace por la familia. Mi mamá le da la razón en todo, desde que nos casamos que me repite lo mismo – cuídalo, hombres así ya no hay, no le pongas mala cara, mira la casa que tienes –-. Hasta el día de hoy me dice qué le gusta comer, cómo hay que preparárselo, igual que cuando empezamos a pololear. Lo compara con mi padre a cada rato, un tipo mujeriego, mal genio, controlador, que se fue con otra mujer cuando yo tenía nueve y mi hermana siete. Mi mamá quedó cagada de la cabeza con eso y parece que Julio, de una manera muy torcida, encarnara una reparación del destino en su hija mayor.

Una tarde se me ocurrió hacer otro experimento. Julio me llama al mediodía, a la misma hora, desde que nos casamos, hace 27 años. Siempre lo mismo: cómo estás, cómo están los niños, si hay alguna novedad. Muchas veces le he preguntado algo y me ha dicho - ¡Ah qué bueno! – Me manda un beso y la frase de siempre – te quiero mucho, nos vemos en la tarde o en la noche –. Si lo llamo en una hora que no corresponde, cualquier hora puede no corresponder, me dice – estoy ocupado – y sería todo. Eso significa, – resuelve tú o me importa tres hectáreas de pepinos lo que me tengas que decir –. Ya sé, le pongo color, pero ¿qué sería de la vida sin color? Me llamó, le contesté como siempre y le dije que había reservado el fin de semana para los dos en un hotel en la playa, no era cierto, era solo para comprobar lo que ya sabía.

– ¡Ah que bueno!

– ¿Sabes de qué te estoy hablando? A ver ¿qué te dije?

Te quiero mucho, nos vemos a la tarde o a la noche

No tenía ni la más mínima idea, le corté.

Sí, es un buen tipo, leal por sobre todas las cosas. Una amiga me dijo el otro día- estás como esas señoras que dicen – es bueno, no me pone el gorro, no me pega – nos reímos a carcajadas. Como sea, lo quiero, sí, lo quiero. No me imagino la vida sin él. A lo mejor son las hormonas, eso dice el ginecólogo.

Volví a trabajar, conseguí peguitas chicas, con amigos, después de no trabajar hace tanto, nadie me va a dar trabajo en serio. No gano casi nada, Julio se burla, dice que no me alcanza ni para la comida del gato y es verdad, pero me siento bien. Me pasa algo raro, hasta me molesta que me diga que tengo que cambiar el auto, que está muy viejo y ahora los están pagando bien. Dice, es tu auto, pero lo compró él, no es mío. No sé qué me dio, estoy mal.

Teníamos un acuerdo tácito, no discutiríamos en público jamás de los jamases. La Consu se callaba cuando no le gustaba algo que yo decía y después, con calma y paciencia me explicaba qué le había molestado y yo, con toda mi voluntad en entender, porque dicen que a las mujeres hay que escucharlas para que se sientan queridas, trataba de defender mi punto. Ahora, parece que el acuerdo no le parece satisfactorio porque me contradice a cada rato, delante de quien sea. A veces se ríe de mí y esa cuestión no la soporto ¿qué se cree? - ¡y dale con los garabatos!, ¿qué viene después? – así se va perdiendo el respeto en las parejas. Mi suegra se lo dice a cada rato.

He hecho de todo para que sea feliz, he dicho que sí a todo lo que quiere. A estas alturas solo quiero calma, irme a un lugar donde pueda leer tranquilo, escuchar la música que me gusta, un clima suave, ¿alguna playa del norte tal vez? Y ella me pregunta que si entra en mi plan de retiro.

 

Se puso viejo de repente, se calmó, no sé, ya ni pelea conmigo: Estamos en novelas desacompasadas, yo como que vengo despertando, quiero salir, aprender cosas, probarme, pasarlo bien, me lo he pasado cuidando gente y él solo habla de la muerte, de cuando se enferme, si lo voy a seguir queriendo. Puras huevadas. ¿Qué quiere, una enfermera o una mujer? Si tengo suerte, me moriré antes, no sin bailar, no sin pelear, no sin sentir. Hace poco me expuso su idea del retiro, de cuando seamos más viejos, cuando lo escuché, quedé sin palabras. Abrí una botella de vino y me fui al jardín

 

La perseguí al jardín

–¡claro que estás en mi plan!, ¿no te gusta la idea de estar acompañándome, cocinar algo rico para los dos? No entiendo ¿entonces no era un sueño compartido?

Fui a buscar otra copa a la cocina, le serví vino hasta casi el tope. Fui incapaz de responder, no supe por dónde empezar.

No me dijo nada. El silencio fue más elocuente que cualquier respuesta suya.

 

Toto, Make Believe https://youtu.be/gYXMeFtonmM


La cortaron verde

  Luego del portazo producido por el viento de ese verano, se quedó a cargo del cuidado de la chacra. Era pequeña, pero para quien solo sabí...