sábado, 23 de abril de 2022

Columbo & Columbo en un café

 



-       Henos aquí de nuevo.

-       Me sorprende que esto se haya transformado en hábito. Una buena costumbre en realidad.

-       Hace un rato leí un breve texto de Stevenson, su título me recordó a nosotros <Veo un pequeño café donde te propongo que nos sentemos >[1]

-       Pero a usted le gusta pasear

-       Pero usted nunca puede, que el trabajo, la familia

-       Bueno sí, tengo una vida normal ¿no?

-       Sí, el que se sale de la norma siempre he sido yo, aunque usted sabe cuánto lo he intentado.

-       Las mismas en las que le he dicho que no todos podemos serlo, de otro modo la curva de Gauss no tendría sentido alguno y, como sea, diga usted lo que vaya a decir, es una verdad estadística imposible de desmentir. Ahora, anormal no significa peor.

-       Tampoco mejor.

-       Cierto, ¿nos sentamos entonces?

-       ¡Claro! ¿qué piensa usted de la resignación?

-       ¿Ese es el tema hoy? umm difícil, empiece usted porque es obvio que ya trae algunas ideas que quiere compartir conmigo si es que se puede llamar así a una seguidilla de palabras que pueden desatar imágenes y vivencias muy opuestas.

-       Hasta que no demos con una forma de telepatía bajo control no podremos sino recurrir a esta vieja forma de comunicación.

-       ¿<Bajo control>?

-       ¡Sí pues! contenidos específicos, no cualquier cosa.

-       ¡Ah claro! De otro modo sería tan caótico como compartir sueños.

-       Algo así. Visitemos la resignación entonces. Ya no me parece tan espantosa como antes, creo que se trata de poner los pies en la tierra.

-       Está hablando como un viejo Sr. Energía infinita.

-       No se burle, no me voy a calmar, al contrario, tengo muchas cosas por hacer y cambian día a día.

-       ¡Ah, sí! La resignación no tiene por qué ser sinónimo de rutina o de aburrimiento.

-       Sí, el concepto tiene mala reputación porque se parece a rendirse y en un mundo que valora solo a los winners, a los resignados no nos dejan mucho espacio.

-       ¿Rendirse? Claro, si dejar de perseguir quimeras o aceptar las limitaciones de uno en cualquier ámbito es rendición en lugar de aceptación de la propia circunstancia, quiere decir que hay una confusión de conceptos.

-       Eso es lo que digo, darse de cabezazos a sabiendas del daño a sí mismo no constituye heroísmo sino masoquismo.

-       ¡Mire!, al fin el mozo se dio cuenta de que estamos aquí.

-       ¿Qué va a pedir usted hoy?

-       Pediré lo que nunca hay: ponderaciones y un café con leche.

-       En eso no se resigna, ya sabe la respuesta.

-       Es un deseo más que una lucha ¿cómo sabe si un día, por no pedirlo me pierdo de la posibilidad?

-       Y entonces, ¿por qué se resigna en cosas más importantes?

-       Por una vez déjeme responderle con una pregunta ¿Por qué lo hizo usted?

-       Touché

 

 

-       Entiendo su silencio: la estabilidad dividida por el riesgo menos la pérdida de raíces cuadradas, redondas y de cualquier tipo implican una alta posibilidad de quedar en cero.

-       Algo así. Lo que me recuerda lo mismo que usted me dijo en alguna ocasión, uno conversa los problemas y temas importantes con personas cuya respuesta conoce de antemano. Usted sabe que yo le diré que…

-       Sé perfecto lo que sigue a continuación, no es necesario insistir, de hecho, no tiene por qué asumir esa pose de profesor conmigo, desde el inicio de este diálogo, asumí que hablaba con un experto, no tiene para qué hacer más esfuerzos.

-       Noto cierta molestia en su tonito.

-       Jajajajaja, ¡para nada! ¿no me cree que me convenció?

-       ¿De qué?

-       Que para todo hay un momento y una circunstancia, más tarde la salida más digna es la conformidad, la aceptación. No tiene sentido ir en contra de la corriente, uno se cansa y sufre demás.

-       Creo que usted parece hablar de la aceptación de un duelo más que de una actitud sostenible en otras áreas de la vida.

-       Me falta su naturalidad.

 

- Sí, Sr. ¡Tenemos ponderaciones esta vez!


viernes, 22 de abril de 2022

Ese Oscarito me da mala espina

 


Me da mala espina ese tal Oscarito, de hecho, me molesta que lo traten así, como si fuera un niño. Ya sé, a veces es un gesto amoroso, pero en ocasiones me suena a menosprecio disfrazado de amabilidad. Como el patrón que se hace el chistoso con el inquilino. Se me sale lo resentido ¿no? Sí, puede que lo sea, a lo mejor soy un acomplejado que salí del barrio en el que crecí por pura suerte y un poco, solo un poco de cerebro.

-       Oscarito, qué buena persona que es usted ¿cómo tiene tanta paciencia? Trabajar con la María Paz debe ser un martirio.

-       Nooo, es que usted no conoce a la Pachita, lo ha pasado tan mal la pobre, supiera usted.

-       Claro, haber dejado al marido, al exmarido, sin ni uno debe ser muy estresante.

Oscarito se encogió de hombros, miró al suelo y suspiró. Tenía razón Don Pablo el Amargao, así le decían, Doña María Paz, tras esa aparente fragilidad y voz suavecita era una tirana, una verdadera encarnación de La Quintrala, típico de las mosquitas muertas. Antes se daba el trabajo de simular amabilidad, luego, cuando el proceso de divorcio terminó, sacó las garras, mostró la hilacha, todo el día hablaba de plata, andaba diciendo que no a todo lo que le pedían y se reía burlona después.

-       Aquí tiene la carpeta que pidió Pachita, me costó encontrarla, pero el que guarda siempre tiene decía mi abuelita.

-       Gracias Don Óscar, váyase para la casa, yo me quedo hasta tarde hoy.

-       No, cómo se le ocurre, voy a estar en mi oficina, en una de esas necesita ayuda en algún momento.

-       Cómo quiera entonces.

-       Digo por si necesita algo, alguna cosa, cualquier cosa.

¿Cuántas veces tengo que decirle que no me diga Pachita? ¿de cuándo se toma esas atribuciones? ¿somos amigos nosotros, parientes, algo? Me tiene chata usted con su pose de arrastrado y esa expresión de perro apaleado que se encoge cuando ve un gesto de amenaza. ¿Sabe qué más? No le compro esa cara de Oscarito el santurrón, el buen chato. No hay abusador que no tenga cara de angelito, no hay psicópata que no parezca inofensivo.

Tengo claro que cada día me pongo más antipática y amargada. ¿Acaso hay otra forma de que a una no le pregunten más cómo está, qué hará el fin de semana o para las vacaciones o si falta mucho o poco para la realización de su proyecto? No he dado con ninguna otra forma que el aislamiento máximo. Y el mal genio. Nací con mal genio. Así somos los que hacemos que las cosas funcionen, que se cumplan los plazos, alguien tiene que hacerse respetar en esta mierda de oficina.

María Paz revisó la carpeta y se acordó que necesitaba los protocolos del comité paritario para la auditoría de la siguiente semana.

-       Óscar, llame a Rodrigo Ceballos, dígale que me envíe copias de las actas y el formulario de conformidad del último catastro.

-       Pachita, Rodrigo se debe haber ido ya…

-       No le pregunté si estaba o no, le dije que lo llamara. Haga lo que le dije.

Me tuve que devolver a la oficina, había apagado todo, como corresponde a la política de prevención de riesgos de esta empresa, son los reyes para hablar mal del trabajo de uno. Pa´l ninguneo no hay mejores que los de esta oficina. Uno se toma en serio su trabajo, por algo soy el representante del empleador, la empresa no puede ser productiva si no es segura. Les hice ver ese documental de la ropa de marca que se fabrica en India. Comentamos del incendio, cómo lo hacen para vender más barato. ¡A costa de la seguridad de los trabajadores!

Se ríen de mí todos estos huevones, dicen que estoy poseído, que me creo jefe porque no me saco el chaleco reflectante ¿qué quieren?, seguro voy a ir a mi locker a buscar el chaleco cuando esté terremoteando o incendiándose alguna de las áreas. Ahí los quiero ver, seguro que se van a olvidar de todas las reuniones, las pegatinas de los muros, de las zonas de seguridad, porque para hinchar las bolas son buenos, para decirme que ya no trabajo, que paso en reuniones inútiles y que me doy más vueltas que un asado y no aporto nada ¡ah! Y que seguro soy un vendido y apatronado. Por la chita que me tienen aburrido, supieran como son las reuniones con la jefa. Viene con el signo peso en la cara y solo sabe mover la cabeza de un lado a otro negándonos cualquier presupuesto. Supieran que ha intentado coimearme diciéndome que me dará un incentivo si le bajo las revoluciones a los reclamones. No quiero ni acordarme de esa tarde.

Cuando hablaba de incentivo, se estiraba y yo me imaginaba una serpiente que salía de su arrugado pescuezo, me miraba por encima de sus gafas de lectura y en un momento creo que se humedeció los labios con su lengua, vi clarito que era bífida. ¿No creerá esta vieja que me la quiero comer?

-       ¡Sra. María Paz! Sáqueme del comité, yo no estoy para sus cochinadas.

Juro que cuando dije - sáqueme – es como si las letras hubieran salido muy lentas, una a una, fuera de mi garganta, vi como le brillaron los ojos a la culebra esa, debe haber creído que le iba a pedir que me sacara la ropa. Creo que notó mi pánico y entonces casi me dio pena, bajó la cabeza, infló su esmirriado pecho, se le veían las costillas en el escote y vi como se le hinchaban las venas, puras culebras más chicas que amenazaban con salir. A lo mejor fui muy violento y herí su orgullo de mujer.

Recuerdo haberle dicho muy ofendido - ¡hasta mañana Sra. María Paz! – y escuché unas carcajadas y palabrotas de ella entremedio. La verdad es que a partir del día siguiente nunca más me saqué el chaleco reflectante y me tomé más a pecho que antes la seguridad. No conté nada porque nadie me iba a creer y porque, a veces, creo que me pasé más rollos de los que eran. La culebra a lo mejor me iba a ofrecer plata no más.

Me devolví ahora porque está Oscarito, el único que la soporta, le entregaré los papeles a él, me largo y así no tengo que verla mañana.

-       Tome Oscarito, aquí está lo que pidió la Sra. María Paz. Se lo hubiera entregado a la secre mañana para que quedara el registro de la entrega, pero como ha estado faltando estos últimos días, mejor se lo dejo a usted.

-       Sí, tranquilo, lo anotaré en el libro de correspondencia y habrá registro.

 

-       Pachita, aquí están los protocolos del comité paritario.

Ella se quitó las gafas, las puso sobre el escritorio, arrastró el escritorio gamer hasta casi tocar el muro de su oficina, cruzó las piernas y sacó un cigarrillo.

-       Pachita, ¿necesita algo, alguna cosa, cualquier cosa?

-       ¿Qué crees tú Oscar?

Cerraron la puerta y ese algo, alguna cosa, cualquier cosa comenzaba a tener lugar como en todas las ocasiones en que ella mandaba a Óscar para su casa diciendo que se quedaría hasta tarde.


martes, 19 de abril de 2022

Anita recién ha llegado

 * Cuento publicado en El Narratorio n°74

https://elnarratorio.blogspot.com/p/antologia-literaria-digital-nro74.html

Está incluido en el libro Caleidoscopio y otros cuentos.



Me vine a esta casa a los once años. Doña Margarita les dijo a mis papás que no se preocuparan, que ella me convertiría en una señorita. Mis papás estaban agradecidos. Cuando me vine me contaron que había sido la hija con más suerte de todos. A los chiquillos les tocaba deslomarse en el campo y mis hermanas ya tenían tres hijos cada una y no llegaban a los dieciocho todavía.

Doña Margarita se casó con su primo, he escuchado que eso no se hace, que los hijos nacen enfermos, habla todo el santo día. Tiene una voz aguda que a veces me cansa. Es como de mi porte, cuando cumpla doce seré más grande que ella. Su es pelo ondulado y es muy pálida. Me gustan sus manos, parecen como de ángel, blanquitas, suaves, tiene los dedos finos y largos. A ella le gusta decir que podría haber sido pianista.

Me gustó la casa, más bonita, iluminada y grande que la de nosotros en Lebu, pero algo me asustó, tanto silencio, tanto orden, todo parecía nuevo o sin usar, nada fuera de lugar, no había olor a personas. Quizás olía a cloro, o lustramuebles.

Lo bueno era que tenía una pieza para mi sola. Quedaba al lado del lavadero, pero estaba bonita, recién pintada de blanco, con una cama de una plaza, un piso como velador, una cruz grande de madera y una lámpara. Me dijo que pronto tendría un ropero, que por mientras dejara mis pilchas en mi bolso no más, pero que lavara toda la ropa de inmediato porque venía con ese olor ahumado del sur que estaba bien para las longanizas, choritos y cholgas, pero no para chalecos o pantalones.

Me registró todo el bolso. No era mucho lo que traía: dos pares de calzones, un sostén que me quedaba grande, una blusa, dos chalecos y unas calcetas y el jeans que llevaba puesto. También una muñeca rotosa que llevaba para todos lados y fotos de mi cantante favorito. Me botó las fotos, dijo que ordinarieces en su casa no.

- ¿Y esa atrocidad? ¡Parece un muñeco de vudú!

Me puse a llorar por mi muñeca, no pensé que me iba a dar tanta pena.

- ¡No puedo dormir sin ella!

- Bueno, pero lávala.

La tiró al suelo con cara de asco y miró al cielo después.

- Anita, los primeros sueldos serán para comprar tus cosas: ropa, cosas de aseo personal, porque me vas a perdonar, pero el olor a ala que traes es más fuerte que los mariscos ahumados de tu mamá. Además, el primer tiempo tengo que enseñarte todo, porque aquí tenemos otras costumbres, ya vas a ver. Así es que olvídate del pago por unos tres meses. Ya, anda a bañarte, te pasas jabón por todo el cuerpo, en especial en las axilas, el poto y los pies. Tampoco te demores mucho, mira que el gas es caro.

Mi pelo era largo, negro, grueso. Yo lo encontraba lindo y me gustaba dejarlo suelto, me llegaba a la cintura. Al otro día me llevó a una peluquería, pidió que me lo cortaran y me chantó un cintillo blanco. Me pasó un bata así llamaba ella a un delantal de colegio, pero de un solo color. Me dio también unas zapatillas y unos calcetines del mismo color de la bata-delantal.

Como fuera, igual estaba contenta. De a poco le encontré sentido a que me hiciera rezar en la noche, en la mañana y antes de cada comida. Me decía que pidiera perdón por mis pecados. ¿Qué pecados? Si no hacía otra cosa que hacer el aseo, ir a comprar, mirar las teleseries con ella, regar las plantas, comer sola en la cocina y así todos los días.

La Señora Margarita hablaba todo el día, lo juro, todo el día. A veces yo me aprendía alguna canción para cantarla por dentro y no escucharla, entonces me retaba porque no ponía atención, me decía que me iba a llevar al consultorio porque parecía que tenía algo mal en la cabeza.

Fui creciendo, la plata que me pagaban la mandaba al sur a mis papás. Iba a verlos en el verano por dos semanas. Cuando murieron, primero mi papá, después mi mamá, ya no tenía dónde llegar. Mis hermanos ya no me consideraban de la familia y la verdad es que yo tampoco me hallaba. Lo único bueno era descansar de la voz de la Señora.

Su marido era divertido, bueno para el trago, era ocurrente y decía buenos chistes, cuando tenía como dieciséis años me empezó a dar agarrones en el poto y cuando estaba con más trago me agarraba al pasar una pechuga. La cortó cuando le dije que la Señora me pedía que le contara todo lo que me pasaba y le diría lo que él estaba haciendo. Don Armando le tenía pánico a su esposa, así es que se dejó de molestarme. Viejo caliente no más. Es que ella era muy escandalosa, en esa ocasión fue una suerte para mí que lo fuera. Por todo gritaba y parecía que le iba a dar un ataque de nervios. A veces él se contagiaba y los dos se ponían a gritar como locos. A la larga aprendí a calmarlos. Ni mascotas podían tener porque ensuciaban, dejaban pelos, rompían las plantas.

Me acuerdo de una vez que empezó a venir una niñita de la esquina para que la Señora la preparara para la Primera Comunión. Le tomaba las lecturas de la Biblia como si fueran lecciones, la niñita sabía todas las respuestas, yo veía la cara de suplicio que tenía al llegar a la casa y cómo miraba el reloj para irse. Era una hora los miércoles, de seis a siete de la tarde. Una vez la niñita dio vuelta un pocillo con mermelada y la Señora gritó tan fuerte que la pobrecita casi se cayó de su silla, vi cómo se le pusieron brillantes los ojitos, pero la Señora no podía calmarse. Le dijo que tenía que pedirle perdón a Dios, que la torpeza era de los impacientes y que no temían a Dios.  En eso llegó Don Armando y calmó la escena, se sentó con la niñita y le dijo que la Biblia era muy sabia, que era un libro mágico: dónde una la abriera, encontraría el mensaje justo que necesitaba. En eso se entretuvo la niña hasta que llegaron las siete de la tarde. Apenas se fue la Señora empezó a hablar pestes de la niñita, que se veía de lejos que había maldad en ella.

Me acostumbré a que la Señora hablara mal de toda la gente, que inventara cosas, que me dijera cosas horribles, como que se me notaba que quería acostarme con alguien porque me habían crecido las tetas y el poto y porque me reía mucho, o porque tenía las pestañas largas.

Ella les decía a todos que era como una hija para ella, pero nunca dejó que me vistiera de otra forma que con un delantal, calcetines y zapatillas. Nunca me permitió que me cambiara de peinado. Cuando dejé de mandar la plata al sur me acompañó al Banco del Estado a abrir una cuenta de ahorro, pero no me dejaba ir a sacar mi plata así es que apenas tenía para salir un rato el fin de semana con algunas chiquillas que conocí en la panadería.

Y sí, sí tenía ganas de acostarme con alguien, saber lo que era. A veces tenía sueños en donde me acostaba con el hijo de la vecina, un joven universitario, serio, con buenas piernas, lo veía cuando sacaba la bici por las tardes y yo estaba regando. Me saludaba siempre. Yo calculaba la hora de salir a regar para verlo. La Señora se dio cuenta y todos los días me encargaba hacer algo adentro a esa hora.

Ya tenía treinta años y seguía en esa casa. Un día me di cuenta de que nunca saldría de ahí, que ya no sabía hacer otra cosa que vivir a la sombra de la Señora, hasta la quería y me puse tan pechoña como ella. Rezaba por todo, también me horrorizaba por una mancha en el piso de la cocina, incluso a veces pensaba que mi voz se estaba poniendo igual de aguda y que solo podía pensar en las malas intenciones de la gente.

Para el terremoto del 2010 hubo que reparar varias cosas, vinieron unos maestros a la casa, la Señora Anita ya bordeaba los sesenta y cinco años, no quería tratar con ellos y Don Armando era un inútil. Me tocó a mi decirles lo que querían, negociar el precio, atenderlos todos los días, aguantarme los lloriqueos de la Señora porque la casa se llenaba de tierra, porque los plazos se alargaban, porque el estuco no estaba perfecto.

- ¿Quiere un cigarrito Anita?

- Sabe qué más, sí, sí quiero un cigarrito.

Ahí empezó todo, el Keno empezó a hablarme por cualquier cosa. Tenía una enorme argolla de casado. Después de un tiempo no me importó. Él dejó de mencionar a su esposa, me traía cositas ricas, puras tonteras, un bombón, un llavero, un frasquito de dulces. Supongo que se me notaba la ingenuidad a kilómetros porque eso bastó para que estuviera dispuesta a lo que él me pidiera.

La Señora se dio cuenta, cómo no, pero es astuta la iñora, esperó hasta que terminaron los trabajos. Me insultó tanto que hasta la encontré creativa en su maldad. Me decía tantas cochinadas que a mí me daba risa. Me la imaginaba con su marido haciendo esas cosas. Y me daban ganas de hacerlas con Keno cuando tuviera la oportunidad. Me enamoré hasta las patas del Keno, le ofrecí mi virginidad de treintañera con vergüenza, con culpa, a él le gustaba mi inexperiencia, a mí que me enseñara. Me importaba un carajo que cada vez que nos viéramos después tuviera que enfrentar los gritos de la Doña. Yo no tenía esposo, pero era como si tuviera.

Una vez soñé que estaba en medio de la calle desnuda y venía ella y con la manguera del jardín me tiraba agua, me insultaba, me decía que merecía ir al infierno y yo miraba hacia arriba como si estuviera disfrutando de un baño tibio o una lluvia tropical. Las plantas y las flores se me acercaban para estar conmigo y acompañarme. Ella seguía vociferando y yo lo único que escuchaba eran las canciones que me dedicaba Keno. Si el sueño hubiese continuado, habría terminado bailando y hasta invitando a Doña Margarita, que de seguro nunca sintió un amor así.

La vida es rara, murió Don Armando, dejó unas tremendas deudas, no supe bien de qué, no sé si era putero, apostador de caballos o todo eso junto y más. Doña Margarita tuvo que vender la casa, nos fuimos a un barrio mucho más pobre.  La Señora se empequeñeció, de porte, de ancho, de voz. Keno me dijo que la dejara sola, que me comprara algo con la plata de casi todos los sueldos de mi vida.

Lo pensé tanto, tanto.

La vi tan débil, vieja, sola, seca como una maleza. Un pasto que no dio flores. Y mal que mal, le tenía cariño. Ya lo dije, la vida es rara, esa Señora era como una madre para mí, a veces pensaba que era una madre que, en vez de darme la vida, me la arrebató y me convirtió en su apéndice, pero como fuera, la quería.

No podía dejarla sola.

Keno no lo entendió.

Volvimos a la rutina, los miércoles la feria, los rezos por las mañanas, las teleseries por la tarde, hablar mal de las vecinas a todas horas, sacar las frazadas los jueves para evitar los ácaros y todos los santos días en la noche ella tenía que oírme decir que me arrepentía, tenía que ver que me golpeaba el corazón.

Y las mismas noches yo miraba hacia ninguna parte diciendo que no era cierto, que no me arrepentía, que ese amor era lo único que había hecho por mí misma.

Tengo casi cincuenta y dos años, la Doña está postrada. Va a morir en cualquier momento, eso dijo el médico. Estoy tan nerviosa. Tengo que planear mi vida de aquí en adelante y no sé por dónde empezar. Algunos a mi edad se están retirando y yo siento que recién he llegado.


lunes, 18 de abril de 2022

Columbo & Columbo en la playa (corregido)

 


-       Habíamos quedado en hablar de…lo lamento ya no puedo recordarlo.

-       Lo de nombrar algo y por lo tanto crearlo, darle vida.

-       ¡ah, sí! Las palabras, las palabras, las tramposas palabras.

-       No estoy seguro de querer hablar de cómo se habla, o se nombra o se escribe.

-       Apuesto a que lo agarró la melancolía de nuevo.

-       ¡Qué insolente se vuelve usted! Como si no supiera que la melancolía no se quita, que es una forma de vincularse, se ser, de creer, de no creer más bien.

-       ¿Lo domina el escepticismo hoy? - No, los lunes comienza el alivio.

-       No entiendo nada ¿no era que odiaba los lunes?

-       Sí, un tiempo corto los detesté, pero ahora solo existo a partir de los lunes, pero dejemos eso para después, esta falta de lo humano, la piel, a veces se me hace un poco difícil. Los viernes ya es un poco diferente, un enlentecimiento del tiempo, ese arrastre de las horas, como cuando el mar está flojo y el agua parece quedarse ensimismada sin querer asomarse a la orilla. Los sábados y domingos son la orilla.

-       Bueno, bueno. No sé de qué quiere hablar entonces, si no es de las palabras y tampoco de los lunes ¿para qué me invitó a la playa? ¿no decía que aquí usted se relajaba?

-       ¿Alguien no? Fíjese, casi todos los paisajes que nos gustan a los humanos tienen agua, nieve o verde, mucho azul y verde. Aquí hay azul y agua, agua azul o verde azulada, algo así. También he visto las playas turquesas, algunos piensan que eso se parece al paraíso, nirvana, shangri-la, valhalla y cuanto nombre le han puesto a ese estado de paz interior que se supone todos buscamos.

-       ¿Ah sí? De todos los paraísos que nombró, el más interesante para mí es el vikingo, aunque debe ser agotador ¿no?

-       Jajajajaja, ¿usted me lo pregunta? ¿no le da pudor?

-       No entiendo el punto.

-       No se preocupe, no vinimos aquí a incomodarnos, usted ha respetado mi melancolía yo respeto su comodidad.

-       ¿Puedo preguntar al menos cómo sería su propio paraíso?

-       Creo que he estado en varios, ahora necesitaría uno en donde no tuviera que pasarme la vida ocupado en sobrevivir, algo para mirar por una ventana, para caminar o navegar en algún bote y que alguien me lleve. Nada muy atlético la verdad.

-       ¿Y para qué entrena entonces? ¿por qué insiste en caminar y cansarse?

-       ¡Para poder subirme a un bote! No le tengo fe a mi cuerpo sin movimiento.

-       Está muy errático en sus conceptos hoy. Me atrajo la idea de hablar de algo ¿no puede focalizar un poco más sus ideas? ¿y si intentamos con lo de los nombres y la creación? Me quedé pensando en eso el paseo anterior y me obsesioné un poco con la idea de cómo las palabras moldean las experiencias. Supongo que la poesía es un buen ejemplo ¿no? Palabras en cierto orden, con particular sonido y cadencia pueden llevar a creer que se comparte la descripción ¡y no pues! Puede ser solo el deseo de compartir la descripción.

-       ¿Y cómo sabe usted que la descripción no es la misma, que la emoción no fue compartida?

-       Usted lo ha dicho de otra manera, por las consecuencias de la descripción, por lo que uno hace con lo que experimentó.

-       Sí, he dicho eso, pero porque soy un ingenuo, que me dejo llevar a veces y me pongo tajante. Ahora, insisto, puede ser por la melancolía, al menos dejo la posibilidad de no exigir consecuencia a los demás. Hay muchas cosas que uno ignora ¿No?

-       ¿De la mente de quien describe? Por supuesto. De la complejidad del otro uno solo es capaz de dibujar unas líneas sin sentido.

-       ¿Y cómo es que nuestras conversaciones me parecen tan ordenaditas, tan lógicas?

-       Porque ponemos el tema a tratar de antemano ¿no es así? Y acordamos, sin decirlo, que de ahí no saldremos, además ni usted ni yo preguntamos todo lo que queremos o nos importa y sustituimos esas cuestiones por otras que son más inofensivas. Por ejemplo, usted no me pregunta por qué estoy melancólico, supone por qué lo estoy y si lo explicitara, yo diría que tiene toda la razón.

-       ¡jajajajaja! Un juego eterno

-       Sí, eso creo.

-       Es lo que corresponde a las personas adultas y civilizadas como nosotros.

-       Cierto. ¿No le suena pedante eso?

-       ¿Pensar que somos adultos y civilizados? ¡jajajajaja! Claro que sí y son tantas las veces que nuestra lógica se ve superada por un jardinero o una señora que barre la vereda.

-       Usted es muy raro, pero no lo tome como un halago. Usted agrede y después sonríe, como si se arrepintiera de haber sido un maleducado.

-       Usted también es raro, pero de un modo diferente, hace como que todo está siempre bien y que no se da cuenta, buen disfraz el suyo. A veces quisiera estar en su lugar.

-       Ya lo hacemos, yo me disfrazo de usted y usted de mí, más veces de las que quisiéramos.

-       ¿Le parece si caminamos un rato en silencio y escuchamos las olas?

-       O podemos dormir una siesta como si nada, como si todo. ¿Se acuerda de quién escribió eso? – yo tampoco.

 

Eleni Karaindrou, By the sea

https://www.youtube.com/watch?v=0pjJLwiB0Nk&ab_channel=mmguvenen

 

-       

miércoles, 13 de abril de 2022

Columbo & Columbo

 


* nov. 2020

- ¡Aaaaah! Usted es de los incrédulos que quisiera no serlo. Es tan tentador creer, por supuesto que caigo a cada rato en esas cosas, de ahí una parte de sus prejuicios conmigo y por esas cosas que usted llama supercherías e irracionalidades baratas. Como estamos aquí, en este lugar tan espectacular, mire alrededor: verde por todos lados, semi sombra, una brisa suave y colores variados, podríamos conversar de esas cosas de las que pocos hablan. Tener un parque casi para nosotros es un privilegio, ¡tantas veces que le dije! Vayamos a un parque, caminemos y usted no quería.

- Eso es lo que me cuesta soportar de usted, ese afán de demostrar que tiene la razón, aunque sea sobre algo tan banal como el lugar más propicio para conversar. A mí me gustan las cafeterías o los bares, son lugares diseñados para ese fin, hay rico olor, ¡no me vaya a decir que no le gusta el olor a café! Aunque a uno no le guste beberlo, el aroma es casi un perfume.

- Le concedo el punto, puedo ser un desastre de persona cuando porfío con algo. Y, sí pues, el café huele mejor de lo que sabe.

- Usted iba a decir algo cuando se desvió del tema

- Cierto, iba a hacer una confesión, a propósito del futuro y, ya lo sé, a usted no le gustan las confesiones, las evita, las pone en una burbuja y las manda lejos de un solo soplido o le gustan, pero no su peso posterior.

- ¡Aggggh! Le cuesta ir al punto a usted ¿ah?

- No sé por qué se extraña, le he dicho cientos de veces que tengo problemas de concentración.

- ¡Ja ja ja ja! Podemos estar así por horas, usted haciendo como que va a decir algo y después alarga y alarga hasta que no se acuerda de qué era a lo que iba.

- Téngame paciencia, ¿por qué tanto apuro? El tiempo es muy escaso para andar tan apurado, la intriga es un ingrediente esencial del interés de una conversación ¿no cree? Está bien, se está impacientando, qué terrible ser así, andar esperando que las cosas sucedan al ritmo que espera y en la misma dirección. Ya, ya. Voy al punto. Era sobre el futuro. Mire, la mayoría de las veces el futuro es predecible, las personas lo son más de lo que parecen, entonces, si aplica lógica, conoce algo de la historia de comportamientos de alguien y tal como hacía Columbo, ese detective de la TV de los setenta que parecía estúpido y exasperante con sus preguntas; usted también podría adivinar el futuro y crear historias o imágenes que, si ya están en el cerebro suyo, es obvio que también lo están en el cerebro de quienes usted intenta adivinar. Ese era el método del personaje, ¿lo recuerda? Esa palabrita tan manoseada, la empatía, es algo más que intentar ponerse en el lugar del otro, es bucear en su interior, hurguetear hasta los últimos rincones acerca cómo toma sus decisiones. Es ser el otro. A fin de cuentas, eso es lo que somos, nuestras decisiones.

- A usted le he escuchado decir muchas veces que no sabe si ha decidido cosas o solo le suceden.

- Oiga, ¿acaso usted no se hace trampas? Yo también. La conciencia pues, a veces es preferible pensar que algo, fuera del control personal, hace que la historia se tuerza en un u otro sentido, pero dejarse llevar, también es una decisión. Quedarse quieto, como Murakami hace con sus personajes, sumiéndolos en un pozo sin tiempo ni luz, con la esperanza de que el afuera vaya hacia algún lado y entonces, cuando ya no se puede más, por hambre o desesperación, salir y subirse sobre la marcha a un tren que ya partió. ¿Se acuerda cuando era parte de la sobrevivencia estudiantil aprender a subir y bajar de la micro en marcha? Era un arte, algo así. Siempre me fijaba en esa escena, parecía un duelo entre el chofer y el o la estudiante.

- y ¿qué tiene que ver con el futuro y las decisiones o dejarse llevar?

- ¡Mucho pues! En las micros se han decidido futuros, recuérdelo. Al menos yo me acuerdo de haberle visto en un paradero, hice lo que pude para que me viera por la ventana del asiento hasta que lo hizo y subió. De no haberlo hecho ¿cree que estaríamos hoy en esta circunstancia? Yo decidí llamarle, usted decidió subir.

- Hay algo de azar en esa escena. Usted iba a esa hora, en ese recorrido, a ese lado de la micro sin saber que me vería.

- Cierto, tampoco se puede controlar todo, dentro del juego de probabilidades, hay espacios para lo posible ¿no le parece?

- Elemental diría Sherlock a Watson. Por lo que le escucho, cuando usted habla del destino, de los universos paralelos, otras dimensiones y las disfraza de ciencia me está cuenteando porque ni siquiera usted cree en eso.

- ¿Y para qué habría de querer inventarle cosas? Tengo plena fe en su inteligencia como para siquiera suponer que alguien y menos yo, podría hacerle creer en algo que usted no quiere aceptar, pero dígame ¿no sería genial que fuera cierto? Que no importa lo que las personas hagan, lo que ha de ser será. ¡Una maravilla! Huya, huya de su destino y este le alcanzará igual, o precisamente, su huida es el destino. A mí me parece una idea muy atractiva porque nos libera a todos de decidir, solo hay que esperar y mientras, uno juega a vivir, aunque sea una vida que no le corresponde.

- ¡Ah, no! Qué voltereta más absurda, no tiene ninguna lógica, pero sí coincidimos en algo, también me gustaría que así fuera, a ratos al menos, breves, eso sí, pero no lo es.

- Por un momento pensé que dejaría un miniespacio para lo que usted llama absurdo. Al menos eso es lo que hago, dejo algo para lo imaginario e incontrastable. ¿Cómo sabe? Puede que sea cierto.

- Puede ser, no se percibe algo si no se cuenta con el concepto para nombrarlo.

- ¿Será eso? ¡Qué plasticidad entonces! He nombrado, he creado. Eso cuentan los mitos, primero el nombre, luego el ser.

- Creo que esta última parte amerita otro paseo por el parque.

- Siempre y cuando no se aburra usted.

- Nadie se aburre de sí mismo ¿o sí?

- Puedo asegurar que sí. Creo que hasta Columbo lograba exasperarse a sí mismo.

- Entonces ¿le parece si cambiamos el parque por un almuerzo en la costa?

- y ¿por qué tan lejos?

- y ¿por qué no? Para usted todo tiene que ser lógico, práctico ¿no? Mire, a mí no me engaña. Usted es más como yo de lo que quiere aceptar, aunque no lo diga, ha debido rendirse a esta extraña forma de evidencia.

- ¿Cuál evidencia?

- ¡Uf! La de las casualidades, las coincidencias, las fantasías comunes, dar vueltas y vueltas alrededor del mismo eje sin ninguna lógica, con una mezcla indiferenciada de miedo y arrojo.

- ¿A eso llama usted evidencia?

- ¡Jajajajajajajaja! No puede resistirlo. Se pone en la vereda del frente queriendo atravesar. Está bien, puede contar con mi respeto y cuidado.

- Ahora soy yo quien ríe ¿cree que necesito que usted, precisamente usted, me cuide? ¿no será al revés?

- Está bien, solo dígame algo ¿aceptará un almuerzo en la costa conmigo?

- Especifique más detalles por favor.

- Responda primero.

- No puedo sin los detalles.

- Usted me desespera.

- Usted a mí también.

La cortaron verde

  Luego del portazo producido por el viento de ese verano, se quedó a cargo del cuidado de la chacra. Era pequeña, pero para quien solo sabí...