jueves, 27 de octubre de 2022

Cactus en flor

 


No me quedaba paralizada, pero sí, igual que el protagonista de esa película olvidable, cuya única gracia es que se desarrolla en paisajes increíbles, también tenía y tengo micro ensoñaciones diurnas. Me da por inventar escenas y posibilidades tipo Hollywood. Una vez iba en el colectivo a clases y por el espejo retrovisor vi que atrás venía un auto muy bonito, no soy buena para acordarme de las marcas de nada, y por un segundo pensé que era mi pololo de esa época, de cuando iba en primero. Imaginé que en realidad era un tipo con plata, que pronto me contaría que ya estaba titulado, tenía buenos negocios y podríamos viajar en las vacaciones donde yo quisiera, a Dubrovnik, a Oslo, a Wellington o tomar el tren que cruza todo Canadá. Y que claro, no me quería decir porque, como yo era una pobretona de Santiago sur, podía sentirme un poco abrumada con un mundo tan diferente al mío. Me enojé imaginariamente con él y le decía que no podía seguir con alguien que me había estado mintiendo y probando. Después pensaba que podría haberme enojado después de conocer esos destinos. En todo caso, el pololito en cuestión, con suerte alcanzaba a juntar plata para ir a verme los fines de semana a mi casa, comprar a medias cualquier cosa y caminar por ahí.

 Hace unos días, tocaron el timbre del departamento. 

- Traigo un envío de Chile Express 

Mientras bajaba a buscarlo, me vi abriendo el paquete y recibiendo un libro que hace mucho quería tener, con una dedicatoria y sin remitente. Buscaría por todos mis conocidos al autor de tamaña sorpresa y quedaría intrigada por semanas. 

Era un repuesto para el computador de mi hermana mayor que puso mi nombre porque el conserje se ponía conversador con ella cada vez que recibía una encomienda y preguntaba de todo, quería enterarse de qué traía el paquete, quién lo encargó. Yo le digo – ya salió Don Metiche – y santo remedio. No entiendo por qué no pueden decirle algo así en vez de seguirle la corriente. 

Ahora que llevo encerrada desde antes de la cuarentena, pensé que al tipo con el que estaba saliendo se le iba a ocurrir decirme que pidiera un permiso para compra de alimentos o insumos básicos en la comisaría virtual y vernos, aunque fuera con mascarilla, por un rato, incluso en un supermercado, en la fila, en la parte de los cereales. O que un día me iba a decir que habláramos por video conferencia. Me carga esa cuestión, pero me hubiera gustado que lo propusiera. O que al menos nos hubiéramos conocido un poco más por WhatsApp, pero no, el último mensaje que me mandó decía que no servía para la comunicación por aparatos, que prefería el contacto personal, en esa parte yo leí clarito soy un huevón califa, y después siguió con otras cosas que ya olvidé porque borré esa conversación, el punto es que me dijo que viéramos qué pasaba después de todo esto.  Después de todo esto, eso podría ser un número indeterminado de meses y estoy segura de que en la fila del supermercado yo ya me habré inventado treinta romances, ninguno verdadero, y no me voy a acordar de él. 

Mi hermana tiene un pololo que se la juega. Llevan un par de años eso sí. Una tarde la vi salir, con su permiso de lo más impreso en la mano, y un tremendo bolso. 

- ¿Qué onda, te vas de viaje o al súper? 

- ¡Ay que eres tonta!, después te cuento. 

Cuando volvió, tres horas después, llegó con el pelo amarrado y sin maquillaje. La quedé mirando de arriba abajo, me agarró del brazo y me llevó a la pieza de las dos. 

- No se te vaya a salir con los papás, tontorrona. Aprovechamos con el Tito de encontrarnos en el departamento de su hermana, ella tuvo que ir a la oficina por unas firmas y a buscar su silla porque la espalda le dolía mucho con el teletrabajo. El Tito tiene llaves, porque a veces va a arreglarle la impresora o el router. Tengo mucho miedo de contagiarme así es que le dije que no lo tocaba si no veía que se bañaba entero y con harto jabón. Llevé de todo, pero ¡de todo!, para que nos bañáramos antes y después, algo para poner encima de la cama, un baja cama, cloro para limpiar todo lo que tocáramos. Parecíamos caza fantasmas, pero igual estuvo bien. Dejamos todo tal cual. La hermana no se va a dar cuenta. 

- ¡Ah, no! Se pasaron. Qué buena idea. ¿Y qué hicieron con el conserje? 

- Ahí está el riesgo, el Tito le dijo que yo iba a ayudar con el aseo o algo así.

- Pero le va a decir a su hermana. 

- No, porque el Tito es vivaracho, por ahí cerca hay un Tío Manolo, compró un Chacarero con papas fritas y se lo llevó, le cerró el ojo y el viejo cachó que se tiene que quedar callado. 

- Sobornando con un chacarero, esa no se me hubiera ocurrido. 

Simpático el Tito, anduvo años persiguiendo a mi hermana, es que ella es bonita, risueña, segura. Ella decía que siempre le gustó un poco, pero que si quería estar con ella tenía que jugársela, eso de que se las diera de bacán, de que ella fuera una de las que le interesaban, no le iba a resultar. 

- Conmigo, nada de medias tintas, ni de andar bailando cueca. 

- ¿Bailar cueca? 

- Esa cuestión de que hoy te pesco, mañana no, que te sigo, que me arranco, no, a la mierda con eso.

Le resultó, el Tito se la jugó. La buscó, se quedó. 

Y eso que mi hermana baila re bien la cueca. Es coqueta y delicada. Yo no, soy medio bruta dice. Debe tener razón porque mi historial es muy vergonzoso, el de bailar cueca y el otro. Cuando lo he intentado, los tipos salen arrancando a la primera - no estoy seguro, no es lo que estoy buscando, no sé si quiero algo así ahora -. Puros flancitos. Según mi hermana, me falta aprender a disimular lo que siento, que se me nota mucho cuando me gusta alguien. No entiendo, no hay que bailar cueca, pero tampoco ser muy transparente. 

¿Cómo se puede ser tan diferentes viniendo de la misma familia? Nos queremos, ella trata de sofisticarme, pero no resulta, yo la admiro, ella es luz y yo sombra. Recuerdo perfecto una vez que llegamos juntas al campeonato de atletismo del colegio, ella tenía catorce y yo doce, se acercaron como ocho chiquillos corriendo para decirle dónde había asiento. Yo traté de seguirla, pero en un momento sentí que no tenía nada que hacer ahí. Ella se fue con su séquito detrás y yo me senté donde pude. Después, más grandes, y todavía, hay tipos que se me acercan solo para conocerla. Encima es inteligente y simpática. 

Dicen que me parezco a mi tía Hilda, lo que no es ninguna gracia, la señora es harto mal genio e impertinente, va y le larga a la cara justo lo que la gente no quiere oír. ¿Seré así yo? Mi mamá dice que sí, que cuando me titule de abogada tendré que hacer un curso de diplomacia al tiro porque de puro pesada no me van a contratar. Mi papá se ríe no más. Claro, cuando hay que reclamar por algo, lo más bien que me mandan a mí a poner la cara. Mi papá dice que no todos son capaces de apreciar la belleza en un cactus. Se refiere a que los cactus florecen poco, pero que cuando lo hacen, son espectaculares. El viejo no es muy bueno para los piropos conmigo, claro, porque a mi hermana le dice que es un hibisco y no vamos a comparar, un hibisco tiene como cien flores en una temporada. Un cactus una sola. No le digo nada, su talento como poeta jardinero de departamento es bien escaso. 

A veces me imagino que cuando me titule, voy a entrar de goma a un estudio de abogados conocidos, aunque no tenga apellido con erres, ni anglosajón o alemán, me voy a destacar y al año estaré viviendo sola, en mi estupendo departamento, como la hermana del Tito, pero en mejor barrio.  No sé por qué pienso que cuando sea abogada me voy a ver más alta, más flaca y que las faldas tubo me van a quedar súper bien. Me imagino que después haré una carrera en derecho internacional y entonces voy a viajar a todas esas ciudades a las que iba a ir con mi pololo imaginariamente rico. En uno de esos viajes conoceré a alguien que trabaje en Ginebra y me van a dar la posibilidad de postular a algún organismo heavy importante, entonces voy a conocer a los líderes mundiales. 

Ya, por ahora voy a mi emocionante clase vía Zoom. 

John Lennon, #9 Dream, https://www.youtube.com/watch?v=0u40JpzAFbc 


lunes, 24 de octubre de 2022

Esperanza de vida


 

Podría recurrir a lo de siempre, callarse, espabilar y seguir adelante haciendo lo que hay que hacer. Total, las pesadillas se aguantan, el hígado soporta el trago de la noche y la palabra se honra. Y mal que mal la confianza depositada en él hace años era por algo, porque hacía lo que se debe a tiempo y sin chistar. Qué débiles eran los que renunciaban. Cristalitos les decían ahora, terroncitos de azúcar los llamaba su padre.

Él era de la vieja escuela, de los que no se perdonan. Si hubiera nacido en Japón tal vez su constante y admirada capacidad de sacrificio lo hubiera hecho candidato a kamikaze o, sin ninguna duda, si iba a renunciar a las decisiones tomadas durante su vida, debía también renunciar a la existencia misma con un harakiri y así no deshonrar su nombre o el de los suyos.

Ahí estaba de nuevo, de pie cumpliendo el deber de dictar sentencias en un juzgado de familia. Podría haber escogido otra área: delitos económicos, laborales; a estas alturas, si pudiera escoger, hasta las faltas del tráfico de los juzgados de policía local le parecían más soportables que su tarea habitual.

Soñaba con el retiro, con irse cerca del lago y disfrutar de la lluvia, el sol escaso y de la vista. Igual que los gringos que sueñan con morir tirados al sol en Florida, colorados, obesos y sin moverse le decía su hija mayor. – Así mismito – respondía él riendo frente a ese chiste repetido como ritual cada domingo en la mesa familiar. Al menos tenía la seguridad de que obeso no sería porque algo en su estómago marcaba el límite de lo que podía comer, un ardor, un dolor, un desagrado. Además, un juez convencido de su rol y las instituciones que representaba, nada menos que las bases de la sociedad, el estado y la familia, no podía ser un guatón sin bordes, la imagen encarnada, para él, de la desidia y la irresponsabilidad consigo mismo y con los demás.

Responsabilidad, esa era la password a estas alturas de la vida. Igual que el efecto de Don Francisco diciendo ¡Sábado Gigante! Que hacía poner de pie a una pareja concursante al pronunciarlas. Lo mismo modo le pasaba a él. Alguien, por lo general él mismo, decía o pensaba en el concepto y se le aparecían los hijos, la esposa, los cuñados, los suegros, sus hermanas, los colegas, las culpas, la historia, las miles de fotos, el listado de promesas hechas, las cumplidas y las pendientes. Responsabilidad.

Tampoco es que fuera tanto el sacrificio, no podía negar que le gustaba el reconocimiento, que su tribunal fuera el modelo para otros, por el orden, la empatía de los funcionarios y la suya propia. Por la cantidad de casos resueltos por mediación en lugar de sentencias directas y porque el trabajo cada vez era más difícil. Más variables culturales que asimilar, más términos en que las personas definían sus problemas, más sensibilidad frente a los numerosos grupos identitarios que habían surgido. Como fuera era un desafío y persistía la pasión por lo que hacía, aunque el balance ya estuviera siendo difícil de encontrar.

A estas alturas ya tenía asumido que había estructuras macrosociales que atentaban contra el individuo y que su aporte era mínimo. Cuando un caso llegaba a su escritorio en forma de expediente digital ya era tarde para la mayoría de los involucrados. Su acción se reducía, en el mejor de los casos, a control de daños, a aplicación de castigos, pero sabía que era un juego. Todo era un macabro juego. Conocía historias dignas de película de terror, de las peores, de las más inverosímiles porque la vida para algunos es así, una visita sin guía al mundo de la oscuridad de las almas.

Y sin embargo sus pesadillas no eran con el trabajo, tampoco con esas vidas. Sueños recurrentes con oportunidades perdidas, un duelo repetido de sí mismo. Entregaba informes, evaluaciones, como si muchas vidas dependieran de ello y luego se los devolvían porque en realidad no le importaban a nadie. Y él devanándose los sesos escribiendo, ponderando variables de riesgo, resumiendo porque sabía que mientras más largo y detallado hacía sus escritos tenía menos probabilidad de que la decisión de la corte suprema fuera la que él esperaba.

Despertaba cuando se los devolvían con cara de – disculpe las molestias, pero la decisión ya está tomada–. Siempre lo mismo, el plazo se había vencido, la apelación se había desestimado, la hora de cierre se adelantó por incidentes, o había un error en la carátula. En las pesadillas más actualizadas, no podía subir el archivo, fallaba la conexión, se equivocaba de documento, la causa no aparecía. Cliqueaba donde no correspondía, se caía el sistema. O ya era tarde, por una u otra razón para él era tarde.

El alivio al despertar se parecía a lo que esperaba sentir cuando entraba al Juzgado y olía ese aroma a pobre tan característico en invierno, a humo, a falta de ducha diaria y humedad, a ropa secada a la fuerza de estufas a leña o braseros, entonces sobrevenía aquella sensación extraña bajo las costillas, parecida a un espasmo. Una leve, casi imperceptible dificultad para respirar y sin embargo una imperiosa necesidad de hacerlo. Ese juego entre la opresión y la expansión del pecho terminaba en algo parecido a un suspiro, uno que, en lugar de producir alivio, conducía a una sensación de fragilidad interna tan ancha como sus hombros.

Si hubiera nacido unos veinte años atrás, estaría cerca del final del rango de esperanza de vida, pero se sentía sano como un roble, lo suyo era mental. Ahora le quedaban más de veinte, con suerte y salud, incluso unos veinticinco veranos ¿los viviría tal como hasta ahora?

La esperanza de vida.

Las pesadillas empeoraban cuando aparecía ella entre archivos en pdf, planillas de casos y el lago. Parecía reírse de sus tristes decisiones, de su corrección de juez que se creía el cuento. Ella se reía de su prematura ancianidad mental, se alejaba mirándolo porque había esperado por nada demasiado tiempo. Parecía señalar más puertas y caminos de los que él veía.

¡Responsabilidad!

Escuchaba la password y se acababan las contradicciones, se hace lo que hay que hacer. La conciencia tranquila, los segundos veloces o lentos sin novedad aparente. Siempre había algo pendiente, alguien más a quien cuidar o un nuevo plazo que respetar, una oportunidad más para demostrar la corrección y la comodidad de ser el juez que tenía escrito hasta el discurso de su funeral por si a nadie se le ocurría qué decir.

−Espero estar entre tus recuerdos felices.

Se despertó sobresaltado, reconoció la voz de ella susurrando a su lado. Podría haberla seguido un día o la vida entera, pero su camino era de salida y ella no había terminado de entrar. Esa noche despertó tantas veces que no sabía en qué instante la había recordado.

La sensación de amenaza muchas veces no es objetivable, es decir, no siempre se puede definir qué es lo que se teme o incomoda en el pecho. Algo difícil de aceptar para un juez acostumbrado a describir comportamientos con exactitud. A veces es una sensación vaga y la calma sobreviene haciendo algo. Por lo general el trabajo lo refugiaba, lo que fuera que bloquease la convicción corporal de que algo iba a pasar, aunque no existiera señal alguna que se pudiera definir como señal de peligro o de algún riesgo.

Siempre estaba el recurso del deber, nadar en aguas conocidas, sin sorpresas, dejarse llevar ¿no era ese el mayor anhelo? Eso es lo que hace que un juez sea respetable y confiable.

 

Sting, When we dance

https://youtu.be/zXj0Q0e5T8A

 

miércoles, 19 de octubre de 2022

Palabras desordenadas acerca de la importancia del orden

 


Hubo un momento en que todo estuvo en su lugar o no había ni todo ni lugar.

¿Hubo un momento en que las cosas, los objetos, estaban donde tenían que estar?  Como si hubiera una correspondencia entre el espacio y una posición de algo, un solo espacio, un lugar para cada utensilio, libro, ropa, cuchuflíes, colegiales, calugones, material de limpieza y tantos elementos inútiles, esos cuyo significado no era intrínseco y por eso mismo conservaba con más aprecio.

Un día ocurrió lo de siempre, las cosas se desplazan, no calzan, se produce una asimetría e irrumpe el desorden. La organización pierde la identidad, chao homeostasis y umbrales de subsistenciaa. La determinación por recuperar la armonía comienza de afuera hacia adentro, sobre todo si ha fallado la estrategia inversa, pero tenga en cuenta que el trabajo es mayúsculo. Es imperioso fijarse y arreglar muchos detalles, deshacerse de algunos suntuarios: grasa, ropa en desuso, ollas viejas, azúcar y harinas. No hay para qué detenerse en explicaciones vanas, por ejemplo cómo se pasa de no tener casi nada a esta verdadera orgía de cosas que se acumulan sin sentido por todas partes. Los closets, cajones, los brazos, el abdomen, el piso, el cuartucho de lavado, el dormitorio de visitas, las mejillas, el cajón de bolsas abarrotado de bolsas, muchas bolsas.

- Tienes que ser tú quien diga lo obvio.

- ¿De nuevo?

- ¿No eres tú quien está ordenando?

- Cierto

- Pero ya no quiero y ahora que lo pienso, ojalá nunca más, ser yo quien tuerza los eventos.

- Tal vez no hablar los haga torcer. Desordenándolos. 

No es necesario perder tiempo en reflexiones inútiles, a veces hay que reiterar, esas ocupan tan poco espacio que resulta aconsejable apilarlas como las cookies del computador y luego borrarlas de un plumazo o un click, como prefiera.

Tal vez lo peor del proceso de encontrar un orden sea la sensación de un vacío, el dolor-vacío de bombones, de estanterías, cajones y bolsas de basura, galletas, dulces y falta de barnices y pintura para renovar muebles y puertas, pero esa sensación no va, por lo general, junto con la disposición a la acción.

De un modo extraño las ideas, como los libros, las blusas y los chocolates encuentran raras formas de categorizarse en el cerebro. Influenciadas quizás por qué ondas magnéticas, a veces se agrupan para escapar y otras para confrontar/se.

So when you remember the ones who have lied
Who said that they cared
But then laughed as you cried
Beautiful darling
Don't think of me

Because all I ever wanted
It's in your eyes, baby

Hasta las canciones y sus versos se ordenan de un modo particular o se desordenan según el ángulo desde dónde se miren. La dieta sigue el mismo patrón, cursilerías y dulces van juntos. Evidente. El abandono de sí mismo va con papas fritas y grasas. Siempre hay pautas, es cuestión de descubrirlas.

¿Y la disciplina con qué va? Con abdominales, con verduras y barridos, cloro y cajones desocupados, cabezas y cuerpos de pescado, algunos de colores como salmón y atún y otros blancuzcos como la merluza. Como guarnición puede servir metas y propósitos que aparecen de forma estacional y ya sabe, la sustentabilidad económica requiere aceptar los ciclos naturales de los alimentos y, por supuesto, velar por las condiciones sanitarias y de concentración, la suya y la del cloro con agua. Las soluciones son problemas complejos, no se trata de un pichintún de esto más lo otro, como dejando libre al azar. Es demasiado peligroso. Las soluciones pueden ser homogéneas, radicales, heterogéneas o imposibles no más. Claro siempre está la posibilidad de esas combinaciones tipo plasma en la que elementos muy extraños forman otro nuevo que no parece ser ni sólido o líquido o nada de lo que usted aprendió en la educación básica. También ocurre que una mezcla no llega a ser una solución. 

Ornato. No es necesaria la exageración, pero tampoco lo es esforzarse por la decoración franciscana o minimalista que, digámoslo, es una falta de riesgo absoluto. Una resignación al vacío, a la falta de cariño hasta por los demás. Una pared blanca, como una cabeza llena de canas, puede ser tan bella como un fresco provenzal, depende de la expresión de los ojos, de la actitud de jovialidad, pero hay paredes blancas inexpresivas, ojos hueros, bocas sin besos ni pliegues que recuerden que alguna vez los hubo.

Adornarse, a veces, es actualizar los protocolos de convivencia social, de contribuir a la armonía de la belleza de las cosas. Las flores silvestres, tienen el don de la belleza incorporado, precisamente porque surgen en lugares inesperados por áridos o escondidos. Allá usted si puede disfrutarlas o no. En todo caso, si las paredes son tan blancas que ni la maleza se asoma, es necesario insistir en llenar de colores el espacio como sea. Con piano o guitarras o sombras y labiales o estantes llenos de libros que algún día habrán de leerse.

Los libros merecen reflexiones aparte. Puede usarlos como soporte para toda clase de objetivos, en especial para apalancar emociones que otros saben mostrar en textos, también para subir la pantalla del computador y elevar, no siempre de nivel, las conversaciones en un mundo raro de imágenes y voces. Esos fines son bien servidos por diccionarios y manuales. Advertencias: los libros pueden desordenar las ideas, cuidado, también los espacios, y tienden a reproducirse solos, como los Gremlins, en las noches, con o sin necesidad de agua o alimento, es todavía peor si la combinación de líquidos y sólido hacen difícil recuperar el balance disciplinado del ascetismo. Es decir, si, por ejemplo, la combinación es la resultante de un vino dulce y chocolates, el resultado puede derivar en una mezcla fatal y entrar en un espiral caótico muy difícil de controlar. Así, los lomos de estos objetos y su apariencia parecen no combinar; los colores, los tamaños, los títulos, las temáticas, los autores pueden ofrecer formas de categorización, pero si usted ha caído en aquel rapto de descontrol se hará evidente en los libros apilados por todas partes, veladores, mesitas, escritorios, estufas en desuso e incluso sobre el piso de cualquier habitación.

¿Es tan literal esa idea de como es adentro es afuera y viceversa? O al lado, al revés, arriba, abajo, alrededor, alrededor como cantaba el querido Archibaldo. Cerca y lejos. Antes y después. Solo lugares, espacios y el tiempo como una referencia musical. Lugares puros. Líneas limpias, arquitectura eficiente. 

El orden es un talento, una virtud. No todos acceden a ese estado de equilibrio y claridad. A veces hay lapsos más o menos prolongados de estabilidad y prístinas decisiones, hasta que un día, un minúsculo mecanismo pierde el eje. Quien sabe, no es tiempo ni espacio, más bien compases, combinaciones de silencio y sonidos.


lunes, 10 de octubre de 2022

Segunda Piel



Luca di Santia


Estuve psicopateando un rato. Me metí en su perfil, busqué a sus amigos, sus amigas. Revisé los posteos de años y las reacciones a ellos, me fijé en quienes eran, en sus diálogos. Tenía claro que había borrado toda mención a mí. Como si ese período no existiera, nada de fotos en la playa, o tonteando en el parque Forestal o haciendo muecas frente a un espejo. Un período en blanco que nadie más iba a notar excepto yo.

Estaba tranquila en clases, me aburrí después y de pronto sentí la necesidad de verlo, de saber qué hace, con quien está. He criticado tantas veces a quienes hacen eso porque claro, es obvio que no tiene ningún sentido. ¿Qué se puede encontrar? Fotos de la vida feliz y sociable, manifiestos políticos de escritorio, chistes y muestras de cariño sobre seguro, de lejos. Es inteligente, exhibe lo que quiere que sepan, cuida su imagen en todo momento. Incluso esos arranques de melancolía y nostalgia son estudiados, debe parecer humano. No vayan a pensar que muchas cosas le importan una mierda.

Ese esfuerzo por parecer normal. Lo logra, parece serlo. Si no lo conociera, si no lo hubiera querido, podría creerlo también. Revisé más fotos, se ve bien por supuesto, o será que yo sigo teniendo el filtro embellecedor del amor, puede ser. Si exagero mis interpretaciones hasta puedo encontrar algo de esa mirada vacía, dirigida a nadie, a nada. Como cuando estaba conmigo y fingía interés, incluso se reía con efecto retardado de algo que había dicho. Era menos de un segundo, pero yo sabía que estaba tratando de recordar qué había dicho para que no volviera a insistir con eso de que no me escuchaba o no le importaba lo que decía. Sabía también cuando estaba tratando de concentrarse en mí y me ponía una atención excesiva, era la máxima demostración de amor de la que era capaz. Todo lo demás era cáscara.

Vi una foto en grupo, sonríe y parece convincente.

-       Ya comenzaste a mostrarte, ¿cierto?

Me miró con cara de desconcierto cuando se lo dije. Creo que a veces interpreta como indicios de celos o algo parecido que yo haga algunas observaciones o suposiciones. Absurdo. Su molestia, incomprensible. Era evidente que pronto tendría a alguien, eso era todo. Que anduviera diciendo a quienquiera que le preguntara si estaba buscando pareja que el tema o esa área ya no tenía lugar en su mente, resultaba del todo inverosímil. Como si pudiera convencerse a sí mismo que iba a insistir con su deseo de seguir solo como un ermitaño, de esos que ya han agotado su cuota de fracasos. Al menos para mí, era una forma un tanto patética de dramatizar cualquier evento. Que se engañe solo, además es imposible entenderlo, actúa como si no estuviera dispuesto a ningún otro riesgo en la vida.

Es raro, a veces me parecía que era un tipo cerebral al extremo, de esos que podrían construir un diagrama de flujo para cada asunto con los pros y los contras casi con precisión matemática: en esta pega ofrecen tanto, pero entre beneficios, agrado, proyección y las ponderaciones según el valor personal que atribuía a cada una de esas y otras variables, al final del esquema, la decisión era obvia y correcta y conveniente y segura. Así para todo.

Hasta lo admiraba por eso, aunque la admiración también implica un poco de envidia, sí, para qué negarlo. ¿Y la fascinación? a eso un amigo le llama ´la droga del amor´ por todas las distorsiones perceptivas, lógicas y corporales que ocurren cuando el cerebro es invadido por ese (miserable) sentimiento. Hipnosis, pura hipnosis.

A propósito, no lo observo porque espere alguna mención a mí. No debiera explicitar esto porque más de alguien va a creer que la negación es al mismo tiempo una develación. Me revelo antes esas afirmaciones temerarias sobre el funcionamiento de la mente de las personas. Lo observo porque sí, porque me dan ganas de saber en qué está. Quiero que esté bien, que alguna vez le achunte en la vida y ojalá encuentre a alguien. Una vez me dijo – debes tenerme mucho cariño - evidente. Cómo no.

Creo que hasta me preocupa. Algo así.

Volví a clases un rato, creo que los profes también se acostumbraron a las clases remotas porque no le ponen ningún empeño a la interacción. Al menos antes me atrevía a participar porque nadie me veía ni me escuchaba, no me gusta mi voz. Ahora hay que sacarse la mascarilla y encuentro que es una desventaja terrible tener que mostrar toda la cara. Hay que sonreír, acostumbrase de nuevo a sonreír y que se le vean a una las mejillas redondas y el rostro real, sin los filtros de las pantallas. La profe es más vieja de lo que se ve en el Zoom, a lo mejor buscaba el ángulo y altura más conveniente a su cara. No me imaginé que fuera tan baja. Lo peor es tener que estar una hora y media sentada, escuchando a alguien que cree que lo que dice es importante. Se me van las manos al celular, para saber qué está pasando o para sentir que estoy haciendo algo. Casi no puedo estar sentada tanto tiempo. Antes hacía otras cosas mientras los profes le hablaban a la nada. Hasta abdominales. Lo que fuera que implicara sentir que estaba viva. También dibujaba o guardaba fotos de lugares que quiero conocer, para cuando se acabara la pandemia y algunas personas, lugares y costumbres siguieran ahí afuera.

Siento un alivio tremendo al tener con quien compartir los planes casi sin cuestionamientos.  - Una segunda piel para recorrer- como dice una canción. Sí, qué afortunada. Nunca más volver a sentir el estrés de la seducción, o la angustia de si se es o no correspondida o que una pueda cambiar de rumbo. Imposible asegurar una proyección en el futuro, pero si de mí depende, nada, pero nada, hará que tome un camino diferente de mi segunda piel. Por ahí en una conversación escuché que el amor es una decisión, nada de magia, coincidencias y esas cosas raras con que nos lavan la mente a las mujeres desde antes de nacer. Formateo cultural y confabulado desde el año cero, antes del cero. Creo que escapé de eso y mis decisiones hasta ahora van muy bien. No hay razón para cuestionamientos, menos en períodos históricos como el de ahora, en que parece que se trata solo de sobrevivir.

Ahora me dieron para leer a un escritor cuyas historias para mí son desesperantes, no sé por qué leerlo me angustia, me hace mal. Me conecta con las peores pesadillas que he tenido, la profe dice que sus libros tienen belleza, pero una belleza triste. Dijo que era un desafío para depresivos y nihilistas, que había que mirar esos pantanos. No sé si hay una belleza feliz o alegre, al menos a mí me ocurre que la belleza me conmueve, me hace hasta llorar y casi no puedo entender que otros sean indiferentes frente a lo mismo que estoy mirando o escuchando en determinado momento, de ahí a disfrutar historias de desconexión, de ausencia de ventanas para comunicarse creo que hay una gran distancia. Por supuesto que sé que la tristeza no es lo mismo que la melancolía, ¿por quién me toma? Y también sé que el concepto de belleza es cultural y nada más ligado a la historia personal que su definición. A ver, inténtelo usted.

¿Vio? No es fácil. Imagínese tener que leer a propósito algo doloroso y bello. Creo que estas clases son de lo peor, por eso me distraigo con el celular y comienzo a buscarlo por las redes para ver cómo vive, qué siente, por qué se ríe.

O quizás quiero saber cómo y por qué, una vez, una ventana se abrió. 



domingo, 2 de octubre de 2022

Guitarras, gripe y sus derivas

 


I El inicio de los síntomas.

Contra todos los obstáculos, igual que una canción de Phil Collins que su madre escuchaba demasiadas veces mientras trabajaba frente al computador, logró llegar a tiempo. Había unos cabros chicos de los liceos del centro en el metro y tuvo que tomar un bus que se demoraba más en el mismo recorrido. Había sido precavida, salió temprano, exagerada como siempre. – Es que hoy no tengo margen de error – le había dicho a su hermana mayor al despedirse. Odiaba llegar agitada a cualquier parte, prefería caminar lento, controlar su respiración y, tal como si estuviera filmando una película, llegar y sentarse en forma suave y delicada. Rara vez lo conseguía.

¿Había llegado a su límite? A esa sensación inefable la había definido para sí misma como, – hasta que aguante – ¿qué cosa? La ambigüedad, la propia imaginación. A los treinta ya no debiera tener esas dudas tan infantiles. A veces se miraba al espejo y no lograba dar con su rostro, veía a una niña asustada por algo que nadie más percibía y luego a otra capaz de correr por todo el patio de la escuela sin que nadie pudiera alcanzarla. Esta vez, en el café, con él, quería ser la que corría riendo y confiada, solo que tenía la certeza de que la cara más visible era la asustadiza.

Estaba cómoda, casi risueña, casi como se sentía antes de la pandemia, en ese entonces había encontrado trabajo y su objetivo era ir a alguna parte de vacaciones con su hermana menor, luego vino el encierro, el encierro y más encierro y las peleas por el notebook de la casa se convirtieron en una tortura para todas. Los ahorros los gastó en dos aparatos, uno para ella y otro para su mamá que trabajaba en un call center haciendo llamadas desde el computador y unos audífonos con micrófono incorporado. El trabajo que tenía ahora era un poco mejor, tardaría menos en volver a juntar la cantidad necesaria para irse, al fin, a alguna parte. No definía el destino por superstición personal.

Le gustaba su vestido negro, escotado, pero no tanto y a la rodilla para no parecer vulgar. Si fuera al menos de una mejor tela que la lycra, pero qué se le iba a hacer. Ya estaba sentado cuando ella llegó, no la vio. Ella se acercó sonriente, sonreía sin ningún motivo, porque así se hace, −hay que ser agradable y dulce, todo lo que se pueda al menos−. Ese era el mantra de su madre y de la abuela y las tías y las vecinas.

Algo raro fue sucediendo, de su boca salían solo temas ajenos, impersonales, notó a su interlocutor cansado, aburrido tal vez, de ella, de sus tonterías de treintona infantil, sin historias propias y muchas ajenas. Las frases de autoayuda que se sabía de memoria se fueron desdibujando de su conciencia y si comenzaba a pensar en una, de inmediato las palabras parecían convertirse en humo, parecido a cuando se queman papeles en un cenicero. Lo único que recordaba era hasta que aguante, pero no halló la forma de decirlo. Su voz se fue apagando junto con el estrechamiento de su garganta.

La imagen de quien tenía al frente se fue envolviendo en una especie de bruma y ¿se estaría volviendo loca? En algunos instantes, mientras seguía asistiendo y haciendo como que oía, lo veía en otra parte. Maldita doble conciencia, se observaba a sí misma y era una maqueta rígida que remedaba a una presencia ¿y él? Lo mismo tal vez, no tenía modo de saber.

Podría preguntar, pero la incertidumbre en ocasiones, como en esta, era lo que posibilitaba y fortalecía la porfía.

Siguió sonriendo y siendo todo lo amable y dulce que podía, de algo que sirviera la férrea disciplina de una familia de mujeres fuertes y solitarias. Ese dolor de garganta que comenzaba a sentir no tendría importancia, debía tratarse de esa eterna carraspera que la salvaba de decir cosas inapropiadas, fuera de lugar.

Cuando se despidieron, el momento más incómodo para ella, inhaló profundo y la tos hizo el resto del trabajo para no poder hablar más.

 

II Fase aguda

¿Cuántos días habían pasado? Tuvo que mirar la agenda del teléfono. Las dificultades para respirar la habían tenido casi inmóvil en su cama dos días y los cuadros respiratorios son melancólicos han dicho desde siempre. ¿La melancolía es primero o al revés?

Al menos esta vez ese estado de somnolencia había sido diferente, tal vez eran esos solos de guitarra puestos en repetición que, junto con los medicamentos, un tanto alteradores de la conciencia, se sentían como una droga agradable: el pensamiento en asociación libre, las imágenes y emociones contenidas y disimuladas sin mucho éxito, se desbordaban de los habituales controles. Escenas imaginadas junto a otras dibujadas como tatuajes en alguna parte de los archivos personales; quizás era la memoria en video que solía visitar en las noches de insomnio o que la visitaban a ella. Porque la fantasía da para todo y a veces tenía la convicción de que no era solo ella la que estaba atrapada en un juego infinito. En estado de vigila se auto convencía del wishful thinking y de la imposibilidad de salir de sí misma para entrar en la lógica de otro. La guitarra eléctrica parecía infundirle valor y dejar de lado, un rato al menos, ese miedo soterrado a pasar por lo mismo de nuevo. La compulsión a la repetición decía un cartelito de Instagram. ¿Qué importa nada, podía ser peor que estar atrapada en un túnel sin salida a la vista?

Podía dejarse llevar por sueños distintos a quedarse quieta y dejar que la sobrevida fuera una ruta sin sobresaltos. Debía ser el abismo y la magnética atracción que ejerce sobre quienes tienen vértigo. Los sueños con paracaídas y parapentes, motocicletas y bajadas en cualquier cosa con la sensación de caída libre era entonces una especie de visita al infierno de sí misma y el reconocimiento de la permanencia delirante de los deseos de querer destruir los vestigios de ataduras, dejar atrás tanta complejidad y, casi como un trámite emocional pendiente, finalizar las historias inconclusas de una vez para correr luego a perderse y empezar de cero. La adolescencia revisitada una y otra vez.

La música, la música. Esa guitarra no tenía nada que ver con la calma y la contención de las melodías de piano que escuchaba a diario seguramente para anestesiar el lado insano. Su grupo activista del feminismo la expulsaría de inmediato, pero ahora con esa guitarra sonando, esa idea le provocaba una risa incontenible.

La música, esa música la hacía pensarse bailando hasta caer de cansancio y deshidratación. Sería la garganta seca que provoca una gripe. Se sentía visitando dos mundos hacía mucho rato, no el de los muertos y los vivos, sino los de ella, lo que se ve, lo que no se ve, lo que cree de sí misma, los personajes que juega a ser. Bailando, no existe el verbo y eso la acercaba a las ganas de dejar de lado las convenciones porque el infierno era el estado de contradicción interna en el que estaba

III Epílogo

Ahora solo quedaba el ahogo con intervalos más largos cada día en que se sentía, como dicen los deportistas, al 100%. Estaba de vuelta. Ordenó la agenda, podía llenar todos los espacios para no sentir que escapaba del deber y el estigma de su generación: los cristalitos y toda esa monserga tan desagradable. Escuchó de nuevo la melodía de esos días, ya no oía solo las guitarras, había una batería descollante y un piano también, se explicó los desvaríos por la asociación de escenas de películas, el cerebro puede ser jugar a engañarse a sí mismo. La letra contribuía a la creación de imágenes de una historia improbable para sus hábitos.

Haría una modificación de los plazos y ajustes en la planificación general. El momento histórico nacional y mundial no permitía muchas certezas tampoco. Quería retomar la carrera que dejó a la mitad porque no se ajustó al formato on line y se había entusiasmado con el trabajo porque rara vez había podido alcanzar el estado de bienestar que da la independencia económica. Tenía un listado de lugares y experiencias que quería lograr. En eso dependía de ella misma. Los desvaríos requerían de otro y ella seguiría expectante.

Se estiró el lunes en la mañana y se dispuso a continuar con su carta Gantt personal que jamás de los jamases había logrado cumplir, será a los cuarenta años quizás.

Todo muy lógico.



Dire Straits, Tunnel of Love

https://youtu.be/tFOa4AZSr1A

La cortaron verde

  Luego del portazo producido por el viento de ese verano, se quedó a cargo del cuidado de la chacra. Era pequeña, pero para quien solo sabí...