Cuando
los vio a la distancia Horacio pensó en alejarse, pero era demasiado tarde y su
reciente lesión en el tobillo haría más aparatosa la huida y muy poco digna. Los
reconoció de inmediato, Cecilia y Carlos, venían de la mano, caminando lento y
mirando alrededor con una actitud serena. A esas alturas ya lo habrían visto y
no tendría más alternativa que participar, una vez más de una escena social
aburrida y educada. Era la realización de una de sus peores fantasías.
Cómo
detestaba esas instancias, esas pseudo conversaciones en dónde lo único
interesante es lo que se dice sin palabras, pero con ella era un analfabeto, un
torpe, rara vez logró descifrar sus tonos. Su habilidad con otros era más casi
notable, pero con ella no. Veía lo que quería y tejía una y otra historia, de
distintos colores y texturas, sin que ninguna tuviese algún asidero. En su
profesión, policía de investigaciones, había que buscar pautas de conductas,
lugares favoritos, significados de gestos y la tendencia a la repetición de
muchos delincuentes. Alguna vez pensó que eso le daría alguna ventaja para
entenderla. No. Claro está que no.
Cecilia
no recordaba haber lanzado una piedra que llegó a dar justo en medio de su
frente, casi nadie recuerda cosas que ocurrieron a los siete años, Horacio sí y
antes también, después advirtió que no era precisamente un talento. Ese
piedrazo lo hizo encerrarse un buen tiempo porque no sabía el nombre de quien
lo había lanzado y al entrar corriendo asustado a su casa había dicho el nombre
de otro niño, un vecino al que no soportaba. Muchas cosas en la niñez se tratan
del orgullo y recibir un proyectil tan certero de una niñita a la que no
conocía y de la que recordaba solo su piel morena, los ojos grandes y la buena
puntería, era una vergüenza.
Ella
era más talentosa que él así es que tenía una memoria más selectiva y
funcional. Por supuesto no se acordó del piedrazo, tampoco del papelito escrito
a máquina que lanzó por la reja, varios años más tarde, con el número de
teléfono de su amiga que quería conocerlo. Recordaba ese rectángulo blanco como
una fotografía en HD y la felicidad que sintió cuando ya había comenzado a
tener conciencia de la órbita que recorrería tantas veces, terminando siempre
con una herida en la cabeza.
Cecilia
se ve bien, parece inconsciente de su atractivo o simula no saberlo. Siempre
acompañada, siempre dejando en claro que no había más espacio en su mundo. Esta
vez sus hijas no estaban con ellos, los adolescentes prefieren casi cualquier
cosa a caminar junto a sus padres.
Salió
airoso de la situación, inventó algo, como no podía caminar rápido, dijo que
esperaba una llamada importante y que le hubiera gustado compartir más con
ellos, pero en este preciso instante era imposible. Sacó el teléfono del
bolsillo de su parka y se volvió hacia el muelle mostrando los audífonos como
prueba de su ocupada agenda aún frente al Llanquihue, en otoño.
Cecilia
puso su clásica expresión de inocente frente a su marido, miraba alrededor como
si nada pudiera perturbarla, cualquiera podría decir que se aburría junto a él.
Horacio aprendió a punta de portazos que no era así y que ese silencio e infantilización
que demostraba frente a Carlos era una forma de parecer disponible y seducir
porque sí, porque así era ella.
Carlos
lo sabía, la dejaba jugar. Siempre volvía. Es más, cada amante le devolvía a
una Cecilia ganosa, culposa y dispuesta a complacerlo en cualquier cosa que él
deseara, lo acompañaba a los destinos que él quería conocer, le reafirmaba
cuánto lo quería y le juraba y re juraba que nunca lo dejaría cuando él ni
siquiera había preguntado. Carlos detectaba las señales, pero la dejaba hacer,
ya era una especie de contrato implícito entre ambos. Cecilia, intentando
alejar a los peligros que la acechaban, luego de volver de sus andanzas, reales
o casi reales, decía a quien quisiera oírla, a Horacio también, cuánto quería a
Carlos y lo buena que era la vida junto a él.
Horacio
repasaba las secuencias, las señales desde los juegos escolares hasta entrados
los treinta, todo dependía del último mensaje y de la emoción que lo
embargara en algún momento. Cuando estaba melancólico o angustiado podía hacer
un listado infinito de signos y pruebas de que él nunca le importó a Cecilia
más que una especie de mascota temporal, alguien que le inspiraba ternura y
curiosidad, hasta cariño inclusive. Si se sentía confiado volvía a soñar con
ella. Y si soñaba ella lo contactaba.
Casualidades,
estúpidas casualidades.
Carlos
juró no hacer nunca más una escena de celos a Cecilia desde que volvió a su
casa después de haberse ido con un tipo que en su momento decía era el amor de
su vida. ¿Qué habrá sido de él? se mordió la lengua para no preguntar. Al
verla volver, pedir perdón casi llorando, jurando y enamorarse de él igual que
antes, más y mejor que antes, sintió el poder del silencio y la vulnerabilidad.
No le rogó, la entendió y ambos se prometieron dejar atrás esa historia que
ahora era un tabú. No se hablaba del tema. Las hijas llegaron a ese matrimonio después
de la reconciliación, tres hijas, cada una muy diferente de la otra, pero sin
lugar a duda, con la impronta de Carlos en sus rostros y sin el encanto de
Cecilia.
Cecilia
trata sin éxito de hacerles entender cómo se juega en la vida, sin maldad, pero
con la suficiente seguridad como para olvidar lo inconveniente y mantener frescos
en la memoria los mejores recuerdos y logros. Las hijas nacieron en otra época
y la miran como miembro de una especie en vías de extinción, la madre interpreta
esa mirada como si supieran más de lo que ella y el padre han contado.
Cada
cierto tiempo Cecilia siente ganas de un escape, la mirada vacía de Carlos, su
paciencia infinita y la mirada acusadora de sus hijas la hacían acumular un
grado de tensión un tanto molesto. Para alguien como ella siempre había un tipo
disponible. Solo había que ser discretos.
Horacio
la rondaba desde siempre y desde que lo supo sabía que podía salvar su matrimonio
alimentando las fantasías sin correr ningún riesgo, en especial ahora que él
había encontrado pareja y exprofeso su rostro mostraba la misma expresión
inocente que la de ella al lado de Carlos.
El
teléfono vibró por un mensaje, igual que en el sueño de la noche anterior, Horacio se incorporó como un autómata y se dijo
que la misión de hoy era equilibrar el matrimonio de Cecilia una vez más.
The
Spinners, Games people play.