domingo, 29 de enero de 2023

Bossa Nova

 


Fue al mismo lugar de siempre, consideró un crimen artístico que tuvieran como música de bar -café- after office ese bossa nova infinito que convertía cualquier canción en una melodía uniforme y plana. Las voces solistas y del coro, entre soñolientas y dulzonas, intensificaban el dolo.

Lo bueno del verano, todos lo saben, es que hay mesa en casi cualquier lugar al que se quiera ir, el ritmo de las caminatas de los trabajadores disminuye y hasta el volumen de las conversaciones parece más suave y amistoso.

Como en el viejo chiste, aquel del cliente que quería ser reconocido y que alguna vez en la vida le preguntaran − ¿lo de siempre? – al fin cumplió su deseo, el encargado de supervisar la atención de los meseros lo reconoció y de inmediato le avisó que se había acabado la cerveza que pedía habitualmente. Quería comer un trozo de torta de chocolate tanto como un adicto con craving de una dosis.

No tenía apuro, no había personas esperando la mesa tampoco. Varias veces se había sorprendido comiendo rápido como si solo tuviera cinco minutos, como el novio de Amanda, el de la canción, pensaba que había otros con más hambre que él, más apurados o con más ganas de compartir ese momento con alguien. Tampoco es que disfrutara almorzar o ir por su cerveza de la tarde solo, pero se había acostumbrado. Esa tarde estaba tranquilo, si el karma existía, lo había pagado y se sentía como un deudor que acababa de saldar la última cuota a sus acreedores. Debiera estar feliz, pero la sensación de haber sido sometido a intereses usureros no le permitía una celebración en plenitud.

Estaba bien, se sentía casi extraño al decir eso, como si admitirlo fuera a desatar otra tormenta en los cielos y un rayo fuera a caer directo sobre su cabeza. La cerveza y el chocolate podía ser una combinación igual de extraña que su sensación. No pudo con el trozo completo, el pastel estaba demasiado dulce para su gusto y la cerveza stout, amarga como el natre, no lograba compensar tanta azúcar.

Esta vez los pensamientos estaban ordenados, lentos, normales. Sin correr a mil o a diez mil. ¿Cuál era la velocidad normal de los pensamientos? ¿habría una medida de la dispersión también o del exceso de foco? Algo que no fuera el propio relato por supuesto. Estaba medio obsesionado con que estaba pegado a la superficie no porque el planeta lo atrajera sino porque el espacio lo empujaba. Era la presión, opresión tal vez y no la atracción. El efecto era el mismo, no poder elevarse sin apoyo de motores extra. Qué ridiculez, daba lo mismo, el efecto era igual, pero el concepto era diferente, ser atraído suena mejor que ser empujado o aplastado por el espacio. Y entonces lo que parece nada, no lo es, puede ser más pesado que lo que parece ser algo.

Divagaciones escolares.

¿Qué pasaba entonces con las ondas que desciframos como música? El sonido también era empujado y podía ser una fuente de placer o de intenso dolor o desagrado. El silencio y las pausas o las notas alargadas podían ser tranquilizadores o generar expectación y sorpresa. Desde el accidente ya no podía escuchar el silencio, un tinnitus lo acompañaba sin cesar transformándose en ocasiones en un pito agudo y desagradable como la voz de una compañera de trabajo. La voz más horrible que le había correspondido soportar en la vida, hasta ahora. Nunca se sabe.

El bossa nova infinito continuaba, pero todo estímulo uniforme pasa a ser fondo y no forma. Ya debía hacer un esfuerzo para percibirlo y de esfuerzos estaba harto, en especial para un sonido monocorde y repetitivo.

Solo quedaba en el café una pareja que alargaba las horas para estar juntos. Eso creía él. Levantó la mirada y antes de pedir la cuenta se la trajeron con la prisa de quien quiere llegar pronto al hogar. A él también le gustaba llegar a casa y realizar todos esos pequeños actos que hacen de la vida un hecho compartido y que por lo tanto cobran sentido. Como si en un lugar las piezas del rompecabezas al fin calzaran y el esfuerzo tuviera recompensa.

El agotamiento le producía tranquilidad y evitaba que su mente se fuera a esos pensamientos inútiles y sin vinculación con su quehacer.

Apesadumbrado entonces era sentir que el espacio pesa más sobre los hombros. Nada como llegar a la casa y comentar el día. Abatido, esa palabra era evocadora de imágenes de aplastamiento y ¿al revés? Recibir abrazos. Ladridos y lengüetazos. La alegría, la felicidad, era sentirse liviano, la sensación de vuelto sobre las nubes, de flotar sobre el agua tranquila, la vivacidad de los colores. Una expansión de la propia superficie que, en lugar de sentirse limitado por el espacio, hacía propio ese lugar y muchos otros.

Sí, le gustaba llegar a su casa y sentirse conectado. Dejar de lado a esas divagaciones inconducentes y hablar y descansar y abrazar y no pensar en nada y dormir. Se había sacado un peso de encima. Una buena expresión, física y mental a la vez. El karma era un denso empujón entonces y, de paso, una buena analogía.

El mesero ya impaciente llevó la cuenta a la pareja sin que se la pidieran. Él miró la hora, ella se rio. A él le permitían quedarse hasta el final a pesar de haber pagado. Solo debía soportar el ruido del traslado de mesas y sillas adentro del local. Alguna vez pasó cuando estaba cerrado. Antes solo ponían una cadena y un candado, ahora había tres cadenas, paneles de fierro, más candados, una reja con protecciones y más paneles de OSB como si quisieran sujetar esa cafetería al planeta. De seguro si desprotegían la cafetería, ese bossa nova miserable y aburrido, la cerveza, los sándwiches, las paneras, con pan y todo saldrían disparados por los aires y pasarían a ser parte de un lugar olvidado por intrascendente. La culpa era del bossa nova, estaba seguro. Todo lo mata el bossa nova. Todo lo aplasta y tanto lo presiona que lo libera.

      Hora de volver a casa

Esa era la frase clave del supervisor, advertía del momento final, de cuando era hora de terminar el último cigarrillo, incorporarse y emprender el camino de vuelta.

 

 

 

 

Frank Sinatra. In the wee small hours, https://youtu.be/MiPUv4kXzvw

Sting y Chris Biotti, In the wee small hours, https://youtu.be/2RIk3arfQtg

 


martes, 17 de enero de 2023

Es tentador creer en el destino

 


Cuando fue al terminal de buses a dejar al tío Humberto iba acompañada de su marido. Era una escena que se repetía casi todos los años al final del verano. Había ido muchas veces, pero sabía que en la siguiente oportunidad ya nada sería igual. Parece que una parte de la conciencia presiente o sabe o hace lo que hay que hacer para que el destino ocurra. Su marido no iría nunca más con ella al terminal. Podría haberlo jurado en ese momento y faltaba todavía un año para que se separan y nunca más hablaran. En lugar de abrazarlo, se aferró al tío Humberto y en la tradicional foto de fin de temporada quedó plasmada la sonrisa forzada y la mirada a ninguna parte. La ciudad es chica, pero hay mucha gente y la casualidad nunca los reunió. Una vez creyó verlo o se lo imaginó. Se quedó paralizada y agradeció que él no la hubiera visto.

Es tentador creer en el destino.

Será la tendencia a encontrar patrones, la necesidad de buscar algo que ordene lo que ocurre afuera. ¿Es acaso tan angustiante ese afuera? La incertidumbre se asocia al peligro y el riesgo a cualquier cosa, incluso la estabilidad.

No habría vuelta atrás. Desde allí comenzaba un camino hacia lo desconocido, cuando terminara su cometido o pasara algo que no estaba en su control, se iría a alguna otra parte y quedaría por allá, lejos, lejísimos. Vería las alternativas cuando fuera el momento, en el intertanto avanzó sin mirar el final del camino. Era lo único cierto, esa circunstancia tenía una duración definida, esta vez no solo por las circunstancias externas sino por su incapacidad de tolerar contradicciones flagrantes entre sus convicciones

¿Era el destino? Las condiciones internas también pueden detonar el fin de algo, era ella la que no tenía lugar en esa trayectoria, el espacio que ocupó por un lapso puede haber sido un error permitido por un juego extraño de variables, esos momentos en que las piezas aún no alcanzan un orden luego de un movimiento inesperado. Una vez retomada la homeostasis, las piezas que desestabilizan la estructura deben ser expulsadas.

II

Se largó a llorar luego de ver una escena de una película que había visto al menos unas cinco veces, una película gringa, de argumento repetido. Se fue a la ducha para cambiar la emoción y pensar en otra cosa. Mientras el agua caía sobre ella y realizaba los movimientos automáticos se acordó de la despedida del tío Humberto en el terminal. Esa vez también había llorado sin razón aparente. ¿Habría alguna similitud entre esa escena y la actual? Algo iba a cambiar, eso era lo único cierto y predecible. Para asentar la circunstancia o para debilitarla más, si es que se podía más. La evidencia personal era que se volvía cada vez más cabrona.

¿Era una cita? − Juntémonos a conversar un vinito −. Se imaginó los besos y hasta las caricias.

Por si acaso se depiló, por si le tocaba las piernas, por si la veía más allá de lo que dejaba ver la falda, por si se entusiasmaban y terminaban en un motel. ¿Qué hay que usar en una cita pragmática?

La amiga se rio unos instantes, pero entendió el concepto, no se trataba de una cita romántica o ridícula, adjetivos intercambiables en la mayoría de los casos.

      Una mini, medias negras, una blusa con botones, pelo suelto. Nada complicado, es cuestión de actitud.

Es cuestión de actitud, eso era lo que no se podía disimular o actuar.

Era la primera vez que alguien la iba a buscar en auto al trabajo, la primera que iba a un bar bonito con una gran vista sobre Santiago, la primera que probó el Cosmopolitan, el trago de moda de una serie muy vieja: Sex & The City, optó por ese trago en vez de un vino. Él y ella bebieron rápido. A ella hasta le pareció amargo el Cosmo. Debió pedir un pisco sour, pero pensó que delataría su falta de experiencia en casi todo.

Estaba intrigada acerca de las conversaciones de las parejas camino a un motel. ¿Eran conversaciones calentonas, románticas, prácticas? − ¿tomas anticonceptivos?, ¿andas con condones? − Coordinaciones básicas, mínimas.

Eso le dijo, por hablar de algo, acerca de la curiosidad por ese estado previo a llegar a un motel. En las películas de ese tiempo, después de un beso la pareja aparecía en la cama, en las de ahora, después de un beso, los genitales se toman el protagonismo. Sin palabras. Él se rio y, como si fuera un tipo experimentado, respondió que eran conversaciones normales, como la que estaban teniendo en ese momento. Puso la mano en su muslo, ella se felicitó por su buena decisión de depilarse y que su piel se sintiera suave. No pudo decir nada más hasta mucho rato después.

Su mente se debatía entre la calma del Cosmo y la ansiedad de estar entrando a un motel con él. Entraron a uno que ya no existe. La decoración de la pieza se parecía demasiado a una matrimonial. Como si fuera parte de una casa: paredes de color neutro, una mesita para escribir, una silla, veladores con lámparas de pantallas blancas y un televisor. Era elegante y sobrio. Esperaba encontrarse con elementos más exóticos.

No debía estar ahí.

En realidad, sentía que debía estar allí más que cualquier otra cosa en la vida en ese momento. Qué importaba si estaba bien o no. Así es como se justifican los impulsos a posteriori, subrayó ese pensamiento porque sabía que le sería útil para cuando empezara una y otra vez a sobre pensar acerca de ese momento en particular.

Mientras los cuerpos conversaban alegres y a tropezones, por su cabeza pasaban muchas ideas. Estaba con él a ratos, en otros, pensaba en cómo iba a enfrentar el día siguiente, cuando cada uno continuara con lo que tenían que hacer y ella siguiera aquí con el guion tan claro sobre lo que sería su vida.

Esa habitación sin sorpresas le impedía estar allí entera, sin dividirse entre el disfrute multicolor y brillante de una fantasía cumplida y el miedo opaco y gris a lo que vendría. Si hubiese habido sedas, matices en las paredes, lámparas con vidrios que dibujaran siluetas o cuadros con parejas desnudas, algo que dijera que ese era un lugar para cumplir deseos, para jugar y salirse del lado convencional de las cosas, tal vez hubiera podido conectarse con él y olvidarse del después. A él debió pasarle igual, pidió unos tragos, más Cosmos para ella. Llegaron por una especie de ventana oculta en un sistema de paneles corredizos para no ver a nadie y no ser vistos.

Un poco más de alcohol sirvió al objetivo. Un poco de anormalidad y de conciencia alterada decoraría su mente del modo en que le faltaba a esa habitación. Pudo jugar a que era el primero de muchos encuentros, pudo creer lo que estaba diciendo y responder a todo –yo también– y reírse de los intentos de él por acercarse de los que no se dio cuenta. No confesó los de ella. Pudo evitar cualquier forma verbal que aludiera al futuro y hundirse en sus ojos sin ver la melancolía que ya se instalaba en ellos y, de seguro, también en los propios.

Pudo hacerlo callar cuando comenzó a hablar de lo huevón que había sido, pudo evitar que imaginara lo que hubiera podido ser.

Sintió que eran un bordado colorido, prehispánico, en un escenario de película gringa de los años cincuenta. Algo que no encajaba en ese orden tan definido.

 

III

Es tentador creer en el destino.

¿Cuánto tiempo es demasiado tiempo? ¿cómo supo Penélope, la de Serrat, que debía dejar de ir a la estación a sentarse esperando a alguien imaginario?

Una tarde leyó a Homero y el mito que originó su nombre, “¡Ay, ay, ¡cómo culpan los mortales a los dioses!, pues de nosotros, dicen, proceden los males. Pero también ellos por su estupidez soportan dolores más allá de lo que les corresponde”.

-Homero-

Seguro se rio de sí misma y tomó un tren hacia otra parte como debió hacerlo antes, mucho antes porque ¿cuánto tiempo es demasiado tiempo? es probable que esa sensación la tuviera Penélope cuando advirtió que no podía vivir como si la vida fuera eterna.

Es tentador creer en el destino, con todo, es tentador, 


Dire Straits, On every Street, https://youtu.be/_atRLSxfg_0



domingo, 8 de enero de 2023

La Chinita Reclamona

 


En un jardín pequeño, pero bien cuidado vivían una serie de habitantes pequeñitos, chanchitos de tierra, lombrices, las antipáticas tijeretas y para incomodar a todos, una chinita reclamona e inconformista. De visita llegaban mariposas de distintos colores y rara vez, algunas extravagantes libélulas y palotes. La libélula era fascinante no solo por su transparencia y tamaño, sino porque se habían convertido en símbolo de buena suerte, sería porque se veían rara vez por los jardines de la ciudad.

      Mi prima me dijo que en el campo hay muchas, son las de aquí las que se creen la muerte.

      Ay, Chinita, siempre desconfiando, debe ser porque son esas alas transparentes pueden recorrer grandes distancias sin inmutarse, se ven elegantes y además hacen un ruidito divertido.

      Bah, los tábanos también, pero a nadie le hacen gracia pues Chanchito.

      ¡Ah! Es que son tan cargantes y peludos esos bichos, ¿has escuchado lo que decía la Niña?

      Ja ja ja ja ja ja Sí, que llegó a rodar por el suelo por andar espantando a unos que la perseguían, pensaba que iban a venir millones y se la iban a comer. Las tonterías que se imagina esa cachorra.

      No es cachorra, es una niña, una humana pequeña.

      ¡Cachorra pues!

      ¡Aaaagh! ¿por qué andas tan antipática hoy Chinita? Cada vez que un humano te ve se acerca para ver qué haces y a dónde vas.

      Es que soy muy pequeña y me dan ganas de volar y conocer otros lugares, como las mariposas o los colibrís. ¿Has visto esos pajaritos graciosos que vienen a libar donde el señor abutilón? Siempre cuentan historias de otras partes, de flores distintas.

      ¿No nos quieres, no nos encuentras lindas? Todos admiran nuestra belleza y aroma. ¡Me ofende tu comentario Chinita!

      Oiga que es sentida usted doña Rosa Rosales, también la encuentro linda y carne de perro, además, usted resiste bien el calor, el frío, la falta de riego, es una súper heroína de cualquier jardín.

      No le pongas color tampoco Chinita, bastaba con pedir disculpas.

      Es que no tengo por qué disculparme con nadie. Quiero conocer jardines donde haya tulipanes, claveles, dalias, liliums y muchas flores más.

      ¿Aunque ya conozcas a la más bella?

      Oiga Doña Rosa presumida, hay belleza en muchas partes, en las manzanillas, los dientes de león con sus semillas volátiles, los diamelos y sus flores de dos colores, en el caparazón de Don Chanchito

      ¿En serio Chinita? ¿es verdad que encuentra lindo mi traje?

      Oiga, yo quisiera tener un traje tan útil, tan fino y bien diseñado, imagínese, a usted le da susto, se vuelve bolita y rueda para que no lo alcancen ¡genial!

      Chinita, su traje es uno de los más lindos que hay, negro con puntos rojos, muy top.

      Gracias Rosita besitos, es un gran halago viniendo de usted que es tan linda.

      ¿Qué es eso de que se quiere ir Chinita? Qué injusto me parece su reclamo, ¿está aburrida de nosotros acaso? Yo solo florezco una vez al año y con suerte; no puedo moverme, pero estoy feliz con mi color y mi ubicación en el jardín.

      No sé si es injusto o no, pero dio en el clavo Don Agapanto, el punto es estar contenta con la vida que le toco ¿no es así? Usted es feliz con su flor de muchas flores, el color, el tallo que le da garbo y perspectiva para ver a sus colegas flores ¿o no?

      Qué complicada se pone usted Chinita Reclamona ¿qué pasaría si encuentra otros jardines y no es feliz allá?

      Muy buena pregunta Doña Cala, lo he pensado mucho. A veces la felicidad está en la idea de alcanzarla ¿no le parece?

      Explíquese por favor. Tenemos tiempo. Tiempo es lo que más tenemos en el jardín.

      Jajajajajaja ¡claro! Mire, a veces la felicidad, definida como conformarse con una situación, es un estado de sabiduría, porque es la aceptación de la propia inmovilidad y estar agradecida por haber florecido, echar raíces y seguir existiendo. Ser feliz con lo que te tocó ser, pero fíjese usted, algunos necesitan moverse para vivir, como los picaflores, las mariposas y ni hablar de las aves migratorias. Es posible que alguna de ellas quiera quedarse cuando está cansada o les gusta un lugar, pero no puede.

      ¿Quiere decir que la felicidad es un estado definido por cada uno?

      ¡Te noto lento Caracol!

      La lentitud es mi naturaleza Grillo mal educado.

      Creo que sí Don Lirio hay colegas mías muy felices con ayudar a librar a las flores del jardín de pulgones y otras plagas, pero no sé qué me pasa a mí que no me conformo con un solo lugar, quiero conocer más. A veces he tratado de volar con mis alas chiquititas y transparentes para ver si el viento me lleva lejos, pero no me ha resultado.

      Yo puedo ayudarla Chinita Reclamona.

Todos los habitantes del jardín quedaron impactados con el ofrecimiento de la Señorita Libélula, sobre todo por lo antipática que había sido la Chinita con ella. Casi se escuchó un largo ooooooh de sorpresa de los mismísimos catreus, por lo general pinchudos e inconmovibles.

      ¿Me está molestando Doña Libélula de la buena fortuna?

      Súbase por mi ala hasta arriba, ponga firmes sus patitas y yo la llevo donde quiera ir y mi vuelo alcance.

Así lo hizo la Chinita Reclamona, se subió, se despidió de todos y les prometió que les enviaría noticias de jardines lejanos con las mariposas y los picaflores. Las flores se giraron para verlas volar y los insectos comenzaron a extrañarla enseguida, sobre todo Chanchito que también con la pena, no solo con el susto, se hacía bolita.



jueves, 5 de enero de 2023

Visitas

 

Foto de Mark Arron Smith


- No me la voy a jugar por alguien que no lo hará por mí.

La miré desconcertado, no supe qué decir. Si decía algo, seguro sería una conversación confusa como las que solíamos tener en que, al menos yo, me quedaba pegado dando vueltas a la elección de palabras, su entonación y el orden que escogía para ellas. No podía tener claridad de lo que quería de mí, ¿qué significaba para ella que me la jugase?

Me arrepiento tanto de haberle dicho esa frase que parecía un ultimátum. Un pedido, otro más, de definiciones de lo que él sentía, de lo que quería. Su cara de sorpresa, esos segundos en que miró hacia todos lados sin saber qué decir, me bastaron para sentirme en una escena absurda. Volví a mi auto y llegué quién sabe cómo a mi departamento.

- No sé qué decir, debe ser el vino de la cena.

Por último, le hubiera dicho, ¡ándate a la mierda huevón! No pude. Esa no respuesta, otra más de sus favoritas, evasiva y al mismo tiempo cargada de la ambigüedad necesaria para no cerrar la puerta, me pareció una cachetada verbal que, mirando nuestras habituales conversaciones neuróticas, era la confirmación de lo que ya sabía.

- ¿Los viste? ¿te diste cuenta de lo que pasa entre ellos?

- ¡Es tan evidente! al que no entiendo es a ti. ¿Por qué los invitaste juntos?

- Para ponerlos en aprietos, para confirmar mi hipótesis.

- ¿Y nos hiciste jugar a las visitas por eso? ¿la presionabas para qué dijera que cuándo se casaría y cuánto esperaría para tener hijos?

- ¡Jajajajajajaja! estaba que me largaba en una carcajada en ese momento. Ella miraba al frente, tenía una respuesta correcta para todo, él se concentró en un cuadro de la pared y cambió el tema. La vi con su noviecito de siempre, la fue a buscar un día al trabajo. No había nada allí. Nada de cariño. Nada. Un día le pregunté si había ocurrido algo entre nuestro amigo y ella. Lo negó con tanta fuerza que confirmé que estaba enamorada de él. Algo en la forma melancólica de su respuesta, un gesto extraño, una mirada hacia el lado, ya sabes, esas cosas indefinidas del tono y la gestualidad. O el énfasis en negarlo, en negárselo.

- ¿Y no le preguntaste lo mismo a nuestro amigo?

- Claro que sí, ya sabes, la curiosidad.

- ¡La copucha será! ¿y qué dijo?

- ¿Qué crees?

- Nada, dio vuelta la pregunta.

- Eso. Lo conoces bien.

No puedo negar que me entretuve con ese juego malsano de mi marido, poner en aprietos a un par que niega lo que siente y creen que los demás no nos damos cuenta. Eso de sentarlos juntos a la mesa, frente a nosotros los anfitriones, pedirle a nuestro amigo que le sirviera vino a la invitada y a veces, a propósito, tratarlos como si fueran pareja, rozaba en la crueldad. Ella no es tan buena simulando, se podía ver su incomodidad, las ganas de que pasara la hora para correr a perderse.

II

¿Cuántos años pasaron desde esa cena y mi posterior peor aclaratoria? Muchos, no los suficientes. Esa parecía una respuesta que él daría, nada comprometedor, resbaladiza.

Aún puedo verme, haciendo señas para que se detuviera, bajarme del auto con mi vestidito nuevo, correr a la ventana del suyo, apoyarme en ella y lanzar mi gran frase. ¿Qué esperaba que me dijera? Había tenido suficientes oportunidades para jugársela y no lo había hecho, ¿por qué quería más señales?, ¿por qué necesité que fuera evidente la falta de reciprocidad para seguir con mi camino sin mirar atrás?

Tampoco me acuerdo cuánto tiempo pasó para verlo junto a su esposa y un hijo en sus brazos. Yo caminaba en dirección contraria, con una hija en el coche y otro corriendo alrededor al que tenía que llamar al orden cada dos minutos. Debieron ser mis gritos los que lo hicieron mirarme.

Me presentó a su esposa, un nombre italiano y un apellido que no recuerdo. Recuerdo haberla mirado y tratado de comprender por qué, como si viendo a alguien una pudiese entender, formas primitivas de resabios de celos, envidia o lo que sea que sentí al ponerle nombre e imagen a quien eligió como compañera de vida. Así me la presentó, no iba a decir algo tan común como mi señora, mujer o esposa. Compañera de vida era un mejor concepto.

Por varios años me quedé pensando en cuando corrió hacia mí y me sorprendió con su reclamo. Se lo conté a mi amigo, el anfitrión de la cena, se rio tanto que me confundí más. No recuerdo qué agregó, pero me molesté y no le hablé más. A mí ella me gustaba y ese día se veía bien con ese vestido, algo tenía, no sé definir qué. Creo que me gustaba más de lo que suponía en esa época, creo que la quería incluso, pero no soy dado a las emociones sin cálculo. Supe que se casó, algún conocido me lo contó. Lo que me sorprendió fue saber quién era su marido.

Un día la vi, su hijo mayor ya tenía unos seis o siete años, el mío recién cumplía los ocho meses. Son extrañas las mujeres, casi pude oler y escuchar la antipatía que se tuvieron cuando las presenté. Se evaluaron, se sonrieron, dirigieron comentarios tiernos a propósito de los niños, pero mi esposa, o compañera como le gusta que le diga, la vio como amenaza de inmediato. Habló maravillas de mí como padre y compañero, apoyó su cara en mi hombro, construyendo un muro a mi alrededor, marcando el territorio de su familia.

Tenía razón después de todo. Ella era una amenaza.

III

Estuvo bien el ardid, los juntó para reírse de ellos, de nosotros. Sabía que eran unos timoratos y que yo carecía de la creatividad suficiente como para imaginarme que nos dejaría fuera de juego a ambos, a su amigo y a mí. No sé qué le dijo a ella o a él. Sí sé que cuando me dijo que quería el divorcio, jamás pensé que ella ya esperaba un hijo de mi marido. Exmarido.




sábado, 10 de diciembre de 2022

Susurros florales

 


Las verdades se cuelan por los intersticios de los argumentos falaces, eso pensaba desde siempre doña Hortensia, había visto su nombre mal escrito tantas veces, que llegaba a dudar, ahora, a sus 75 años, de si se escribía con c o con s.

¿Desde siempre? Exageraciones no más, no se puede saber desde el cero, aunque algunas teorías de la creación, esas que hablan del alfa y el omega, así lo promulgan. Ya todo está nombrado, todo dicho y por lo tanto determinado. − ¿Cómo va a ser cierto eso?

Culpaba a su hermana muerta hacía no poco tiempo de lo que le había ocurrido y ahora tenía una leve esperanza de que pudiera referirse a ese tiempo en pasado, con formas verbales taxativas y ominosas. Ya pasó, ya fue como decía la señora Rosa que la cuidaba o como decía el hijo menor de ella ¡ah ya chao! Cuando quería decir que cambiaran de tema o que no valía la pena esperar, esforzarse o siquiera pensar en algún tema o acontecimiento.

-       ¿Qué culpa puede tener su hermana Clavelina Sra. Hortensia? No está bien hablar mal de los muertos, imagínese lo que dirán de una después.

-       Imagínese intentar vivir simulando la vida al gusto de los otros No me importó la opinión de los demás cuando estaba viva y me va a importar ahora.

-       Oiga, ¡pero si todavía no se ha muerto!

-       ¿Está segura?

Los diálogos con la Rosa eran siempre así, cada una hablaba por separado con frases que parecían hilarse, pero no tenían nada que ver unas con otras. Tiempos verbales ominosos, sonaba bien pero no aplicaba ese calificativo exagerado; más bien aplicaba para el período post pasado y antes del presente. Ese tiempo en que estuvo renegando de sí misma y sintiendo que muchos acontecimientos eran injustos y más injusto aún era que siguieran ocurriendo y no estuviera bajo su control mejorar la situación. Como por ejemplo que se muriera la Clavelina antes que ella.

-       Ay, es que me sigue mandando besitos en las noches el fresco de Lirio.

-       ¿Y por eso cree que está muerta usted?

No le iba a decir a Rosa que se había despertado con la sensación de besitos soplados en su hombro y en su cara. En un momento se incorporó y creyó que había entrado un gato por la ventana y estaba despertándola con su aliento y besos de gatos. Se sentó y no había gato, perro ni nada.

La imaginación, la conciencia confundida de una vieja, en especial una que se pasea en este mundo y el otro. Esa era su explicación- Desde siempre supo que había que tener cuidado con lo que se lee y con las canciones que se escuchan, incluso sin querer, porque parece que una parte del cerebro guarda canciones en la conciencia hasta que se aprende a hablar el idioma en que están escritas para descifrarlas y volverlas a escuchar en distintos momentos. Operan igual que la banda sonora de las películas, aparecen para intensificar la emoción o para explicarlas.

-       ¿Será que una se programa para vivir las situaciones descritas en las canciones o en los libros que leyó?

-       Ya empezó a hablar sola Sra. Hortensia, me carga cuando hace eso porque intento decirle algo y usted sigue como si no escuchara.

-       Rosa, una siempre habla sola. Las palabras son tramposas. Cada uno entiende lo que quiere.

-       ¿Se acuerda cuando la acompañé a ver las esculturas en movimiento?

-       Quedaste impactada con esa donde había una esfera de palabras que flotaban.

-       Letras

-       ¿No hubiera sido mejor que fueran palabras? Palabras que nos dirigen la vida sin que sepamos.

-       Ya va empezar con sus cosas raras, voy a buscar los remedios de la tarde mejor.

Simpática la Rosa, se hacía la de las chacras, pero entendía más de lo que se atrevía a confesar, temía contagiarse con la forma de razonar o de perder la razón de la Sra. Hortensia. Tenía ya suficiente con sus propios monstruos y fantasmas traídos del país en dónde creció y que su familia se vio obligada a dejar. No quería pensar en ese tiempo. Fueron años de adaptación, de prejuicios y maltrato. Sospechaba que la Sra. Hortensia tenía más historias de las que confesaba, historias de toda clase, pero no estaba segura de querer conocerlas ¿y si era cierto eso de que las palabras y las canciones la predicen a una? Ya se había pillado poniendo atención a las que escuchaba ella y no eran nada de felices, pura nostalgia, puras despedidas.

-       ¡Ay mujer! Tampoco es tan mecánico, son algunos versos, algunas ideas que después se puede abandonar para agarrarse de otras.

-       Quiero saber de cuáles me estoy afirmando ahora.

-       Agárrate de lo quieras, de lo que te haga mejor no más. Total, una reafirma lo que ya sabe.

-       ¿y cómo sabe una que ya sabe?

-       La libertad es difícil Rosa.

Así Rosa sabía que Doña Hortensia no quería seguir hablando, decía cosas para ella misma.

Doña Hortensia no quería contagiar a Rosa con sus conceptos, que los descubriera solita, con costalazos a su medida, aunque, aunque le dijera mil cosas al minuto los costalazos son siempre a la medida de lo que cada uno puede soportar ¿no? Recordó sus tiempos de encierro en el pozo. Cuando leyó a Murakami pudo nombrar así esos períodos de ensimismamiento y de pasividad extrema. Esos tiempos de oscuridad y silencio internos en donde, al principio, esperaba que los acontecimientos se ordenaran solos, pero que luego descubrió correspondían a un retiro de todo para recuperar las fuerzas y hacer lo que debía, lo que se debía a sí misma. En el pozo aparecían sombras que corren más rápido que la mirada, más versos y sensaciones sin nombre que en un momento específico, determinado por quién sabe qué fuerzas, le susurraban que ya era tiempo de salir.

-       Hay que dejar tranquilas a las personas que están en el pozo, no hay que apurarlas. No tienen respuestas, ni opciones, están atrapadas en sus jaulas imaginarias. Solo ven los peligros de la acción.

-       Me asusta cuando habla del pozo.

-       ¿Qué te asusta? ¿encontrar otras posibilidades? En el pozo me di cuenta del significado del antónimo del miedo.

Rosa pensaba que era otro concepto rebuscado de Doña Hortensia, pero, cuando estuvo en su propio pozo advirtió que era de una simpleza casi absurda.

-       A ver Doña Hortensia ¿después del último período en el pozo decidió que quería vivir aquí?

-       Rosa la pillina. Así fue, la muerte de la Clavelina fue la culpable.

-       ¡Ya salió Doña Clavelina al baile!

Hortensia sentía que Clavelina la había empujado, que ella le había susurrado en el pozo que saliera de una vez hacia el agua y nadara aunque sintiera que se ahogaría y que nadie la rescataría. Eso hizo y no le importó que nada se hubiera ordenado o que las canciones dieran vueltas y vueltas en la misma dirección y ella quisiera ir en la opuesta.

Se fue de a poco, por días, semanas hasta que se sintió en su lugar. Oía susurros diferentes, algunos ininteligibles o sería el tinnitus de los viejos. Lo que fuera se parecía a lo que quería oír. Como siempre, como los sueños, como los besos de Lirio en su hombro.


David Bowie, Absolute begginers, https://youtu.be/o_cHvtPB2dY


sábado, 3 de diciembre de 2022

Los ojos de Mo Farah

 


Pasados seis meses en que usted no logra autocontrolarse después de su pérdida, cualquiera haya sido esta, es necesario consultar con un especialista para que evalúe.

Eso decía el folleto que estaba en la sala de espera del dentista sobre la depresión. Debí consultar hace rato entonces, pero no es que no me controle. Al revés, nunca he perdido el maldito control. Hago todo lo que tengo que hacer y lo hago bien. Si hay que sonreír, sonrío, si hay que bailar, bailo. Si hay que bromear, bromeo. Todo el día, todos los días. Cuando duermo no, porque en sueños vuelve a aparecer. Ahora menos, pero me despierto varias veces y lo primero que veo es su cara. Un poco menos en el último mes, a veces incluso no sucede y como soy una freak, entonces extraño su imagen o lo que añoro es a mí mirándolo, sintiéndolo.

Antes, en el insomnio me entretenía imaginando que podía escribirle una carta, o inventaba diálogos ficticios, con distintos temas, en estados de ánimo diferentes. Siempre bien eso sí. En algunos inicios de cartas le decía que sus ojos eran hermosos como los de Mo Farah, grandes, profundos, oscuros y escrutadores, a veces como los de un cervatillo que mira con inocencia el bosque sin advertir al cazador, otras como un águila que escanea el campo para atrapar a su presa. Le decía que entendía todo lo que me quiso decir solo por la forma en que me miraba las últimas veces. Yo estaba tan muda como él. Él quería aferrarse a la vida, yo solo quería que estuviera tranquilo, sin dolor. Aún si eso significaba que debía dejarlo solo.

Otras veces empezaba a decirle que le había dado chocolates, canciones, poemas ajenos, conexiones inexplicables y agua. Mucha agua. En forma de lluvia, de té, de riego para las plantas, de mar para que flotara y descansara. Después no sabía cómo seguir porque me daba mucha pena y de tanto llorar me agarraba el sueño. Un llanto suavecito, sin respirar muy fuerte para que nadie se fuera a despertar. El silencio me dormía.

Ahora trato de cansarme haciendo muchas cosas, viendo mucha gente, armando proyectos que no me interesan, pero que pueden llegar a ser un refugio algún día.

Desde que se fue he hecho cosas que nunca pensé que haría. No han resultado del todo bien, algunas mejor de lo que esperaba, otras han abierto abismos que desconocía, cavernas, ¿un laberinto? Uno cuya salida aún me es esquiva.

El folleto dice que hay diferentes formas de vivir el duelo, que las pérdidas hacen reevaluar muchos ámbitos en la vida. Debe ser cierto porque a mí se me desordenó todo. La brújula habrá enloquecido sola. De pura pena. Encuentro bien poco OCDE en todo caso que una sea igual que todas las personas, que las reacciones sean similares, aunque las historias sean todas distintas. Hasta querer ser diferente es igual. Todos queremos serlo.

Lo importante es que parezco estar bien, muy bien, más que bien. A lo mejor lo estoy y esto que pasa por dentro es lo mismo que viven todas las personas normales como yo. Soy una freak, pero normalita, piola. Lo bueno de venir al dentista es que uno no puede contestar, es desagradable todo lo demás: abrir la boca tanto rato, esa manguera succionadora de saliva, los dedos enguantados del odontólogo. Lo peor es el sabor de esa masa que sirve de molde para la placa que amortigua la mordida. Claro, tengo bruxismo. A veces no puedo abrir la boca en la mañana de tan adolorida que amanezco. He despertado por el chirrido de los dientes presionándose unos a otros. Cuando vine a hacerme el presupuesto, ese que después te pasan con el cincuenta por ciento de descuento y que uno juega a que cree en tamaña ganga, lo primero que me dijeron era que si no me hacía esa protección podía perder piezas dentales y eso sería fatal. Así es que aquí estoy, en la tercera sesión en que me prueban esa cuestión. Me felicitaron por no tener caries, sonreí como una niña chica que recibe un sticker por portarse bien.

 

Me he ganado muchos stickers en la vida. Por diferentes cosas, solo sé reírme de eso. Nada me parece serio o importante. Cuando miro hacia atrás tengo la sensación de que no tenía cómo fallar. En algunos temas no lo he hecho bien, he reprobado el curso, pero ya me rendí. No pienso intentar de nuevo, nunca más. Por lo que sea que dure ese nunca más.

Stickers por portarse bien.

No me ha ido bien cuando he tratado de portarme mal. Una vez, solo una vez, me escapé del colegio. Me sentí rebelde, libre, grande, solo para descubrir, media hora más tarde, que habían dejado salir a todos más temprano ese día. Cuando mi curso se puso de acuerdo para dar la espalda a un profesor, yo no lo hice porque no lo encontraba justo. Tampoco me uní al bullying a una compañera que no tenía como defenderse ante la agresión de tantos. Tenía los trabajos de la universidad en la fecha prevista, estudiaba para la primera fecha de la prueba sin confiar en que la cambiarían. Así era, correctita, fomecita, controlada, bien portada. Debí seguir así.

Una parte de mí sigue así.

¿Será ella la que nunca pierde el control? La que no desarrolló una depresión clínica como dice el folleto de la sala de espera. ¡Otro Sticker por estoica! Y otro más por chistosa y por inteligente, tres más.

Era el orgullo de mi madre. Y era difícil de satisfacer la madre. Tan irónica para todo, a veces no sabía si me hablaba en serio o no. Aprendí pronto, no hay que confiar, hay que escuchar el tono de voz, la inflexión, esas leves inclinaciones de la voz que pueden cambiar por completo el significado de un verso.

Tengo que apurarme para ir a atender el negocio. Hay días buenos, se vende harto. Siempre supe que era una buena idea, pero me demoré mucho en convencer a alguien. ¡Que no pueda hacer nada sola! No sé de adónde me vino eso.

Éramos dos. Ahora solo soy yo. Tal vez por eso no me importa nada.

Me dijeron que adoptara un gato, que me alegraría y me acompañaría. Siempre he odiado los gatos, desde que uno se me lanzó de una pared sobre los hombros y me asustó tanto que boté todo lo que llevaba en la mano, incluidos los huevos que me habían mandado a comprar. Adopté al gato. Un fracaso, ni un nombre se me ocurrió para él. No congeniamos. Intenté acariciarlo, pero se escapaba cada vez que yo creía que ahora sí teníamos una especie de vínculo. Ni fotos le tomé, ni como recuerdo siquiera. En vez de fotos me dejó una cicatriz imborrable. No entiendo tanta veneración por ese animal. En mi departamento sería una crueldad tener a un perro, por eso no tengo uno. Los perros me gustan.

Quisiera parecerme a un gato. A veces a un tigre, otras a una pantera. Supongo que soy un hámster más bien. Corro en círculos verticales.

El dolor de él terminó. Se despidió de mí de varias formas. Intentó tranquilizarme, sé que lo hizo de buena fe, que de verdad quería que me calmara, que siguiera mi vida como siempre. ¿Acaso no es eso lo que he hecho? Seguir como siempre, mejor que siempre. Sin él. Como siempre.

Hace dos meses me dijo “esta es la última vez”, traté de retenerlo, de sujetarlo un rato más, pero era obvio que debía estar en otro sitio. Quise abrazarlo, pero solo sentí mis propios brazos, lo atravesé como a un fantasma. Recuerdo su expresión, los ojos de Mo Farah de nuevo, diciendo más de lo que las palabras pueden traducir. 

Maldito folleto, ahora me da vueltas eso de que debiera hacerme ver. ¿Y qué voy a decir? ¿Qué me quedé pegada? Que no me sirve nada de lo que me digan, que ya no hablo del tema, que nunca lo hablé más bien, pero que estoy OK. Que no pienso siquiera abandonar la posibilidad de sentir, de extrañar, de querer a quien hace tiempo es un fantasma que sonríe desde una foto. Un fantasma que me convierte en humana a través de la nostalgia. Incluso de la nostalgia de mí misma.

No. No voy a ir a ninguna parte.


La cortaron verde

  Luego del portazo producido por el viento de ese verano, se quedó a cargo del cuidado de la chacra. Era pequeña, pero para quien solo sabí...