Con
el tiempo a cuestas.
Eso
sugería la imagen de un niño de nueve años con un enorme reloj sobre su
espalda. ¿Por qué de nueve? ¿por qué no un niño de cuarenta y nueve o de
treinta y siete o cincuenta y dos? Un niño, un reloj pesado sobre su espalda,
eso es lo que importa.
El
tiempo a cuestas.
Frase
absurda: vive como si fuera el último día de tu vida. Quizás ese niño la leyó y
entendió que el tiempo se abalanzaba sobre él. Desde que se encontró con la
muerte, el tiempo se volvió una carga en su espalda. En una mañana algo fría,
esa era la asociación que se venía a su ya deteriorada capacidad creativa. Solo
se vive pensando en la vida, no en la muerte, lo descubrió, para variar,
demasiado tarde.
Eso
de que los muertos la acompañan a una puede ser una mala noticia para alguien
con una capacidad de sentir la culpa equivalente al peso del tiempo. ¿Hay
alguien, algo, siempre observando lo que hacía? Cuando sacaba a escondidas la
leche condensada o las guindas en aguardiente ¿había alguien anotando las
faltas, las mentiras?
Ese
niño del reloj tenía tanta conciencia de que cada segundo contaba que se
portaba bien por si se moría, por si tenía que rendir cuentas, así decía el
libro de las Lecturas Sagradas, había dioses, falsos por supuesto, que pedían
sacrificios, por ejemplo, que quemaran niños dentro de una figura de un gigante
construido de madera para salvar a la humanidad. El dios de este libro no
pedía esa clase de demostraciones de fe, solo respetar una que otra regla de
buen comportamiento. Así es que eso trataba de hacer, portarse bien para que no
lo quemaran en la pira o su equivalente, en el infierno, como en el cuadro en
que aparecía una mujer con una guagua en brazos, señalando con su índice hacia
el cielo y mirando con reprobación a las personas que estaban ardiendo allá
abajo. ¿Qué habían hecho para merecer arder por toda la eternidad? Mentir,
robar, matar.
Ya
merecía estar ahí entonces, había mentido y robado, cada vez que la abuela
servía el enguindado, gritaba que alguien se estaba comiendo las guindas, que
tenía que ser él porque veía televisión solo en las tardes, al lado de la
vitrina. Cuando lo encaraba él ponía cara de inocente. Era un poco injusto que
los pecados fueran de a dos, si uno roba las guindas y luego dice que no lo
hizo, ya sonó. ¿Matar? Hormigas, moscas, cucarachas y hartos bichos más. Cuando
preguntaba, la respuesta era: todas las creaturas son de dios.
Y
tanto Tánax que había usado. Qué buen nombre para un insecticida, derivado de
Thanatos, el suave toque de la muerte.
- Mijo ¿qué quiere ser cuando grande? Yo quiero que
sea médico para que me cuide y no me muera.
- Pero usted me dijo que todos nos vamos a morir.
- ¡Aaaaaagh! ¡Con este chiquillo no se puede hablar!
Casi podía escuchar las chancletas de la abuela contra el piso de parquet y los rezongos -claro, para eso tiene buena memoria, pero cuando le pido que ponga la mesa, que riegue las plantas, que haga su cama, ¡ahí se le olvida todo al cabro de moledera!
Con la muerte a cuestas se vive apurado, con la muerte a cuestas se vive al revés, porque de tanto esperarla, las alternativas se van repitiendo, los márgenes se van ampliando, sin libreto. Después, en la espera, el infierno no asusta, la vida sí. Por no haberla vivido. Ahora que era, sobre todo, un niño jardinero, veía su labor como un acto de rebeldía frente a la muerte, un homenaje a la biología y a todos los bichos. Una forma de coordinarse con las estaciones, el sol, la lluvia, la luna, el viento.
The Sun and the Moon
The wind and the rain
Hand in hand we'll do and die
Listening to the band that made us cry
We'll have nothing to lose
We'll have nothing to gain
Just to stay this real life situation
Con el tiempo a cuestas el niño de X – I años, se dirigía al lago, pesaba como un duelo, más si lo que veía a su alrededor era desierto o solo el gris de los edificios, reflejados en el charco de agua que acababa de pisar. Se esforzó por avanzar, faltaba solo un tercio del camino, eso decía la señalética, todavía confiaba en lo que leía.
Llegó a la orilla, se sentó en el muelle para recuperar el aliento. Lo miraban con alguna curiosidad ¿se habrá robado ese reloj de algún negocio?, sonaron las campanas de la iglesia de la plaza, recordó el sonido del tic tac, el calendario de la cocina de la abuela desprendiéndose de sus hojas, los cumpleaños y sus canciones. Se puso de pie, cargó el reloj, llegó a la punta del muelle viejo, ese que no tenía barandas, recordó su entrenamiento deportivo, comenzó a girar sobre sí mismo con el reloj haciendo contrapeso, se asemejaba a un lanzador de bala.
Giró tan rápido que los que lo miraban de la orilla pensaron que ocurriría lo peor, se incorporaron, los más decididos se acercaron a socorrerlo, le gritaban que parara de hacer eso, era obvio que caería al agua en cualquier segundo. Tic tac, tic tac.
Se sentía uno con el tiempo, giraban uno contrapesando al otro ¿quién tenía el control del giro? Eran interdependientes, no había forma de detenerse. El ocho inclinado era el infinito, el ocho del cinco era el cumpleaños de alguien que ya no cumplía años. Los pensamientos giraban en su cabeza, no quería que quienes corrían a rescatarlo lo alcanzaran.
Soltó el reloj o la cadena se rompió, ambos cayeron al lago. El niño y el tiempo. Cayeron varios metros adentro. Se escuchó un grito y un silencio del terror entre los que presenciaron la escena.
El niño sabía nadar. Aquí nadie muere, es un relato. Palabras, intenciones.
Salió a flote.
Como suele ocurrir, junto con los gritos de alegría porque estaba vivo, otro grupo le gritaba insultos por haberlos asustado y haber hecho que se mojaran con el frío que hacía. – ¡Cabro de mierda!
Hasta hubo una señora gorda que lo zamarreó.
Se rio tanto después que ni frío sentía. La sensación de vencer al enemigo más difícil no se comparaba a nada de lo que esa gente pudiera sospechar. Ya no cargaba con el tiempo sobre su espalda.
Tears for fear, Famous last words
https://www.youtube.com/watch?v=C5nXDPj2BIw&ab_channel=iasitu
Wings, Venus and Mars, reprise
https://www.youtube.com/watch?v=-9K3MdQOHME&ab_channel=PaulMcCartney-Topic