domingo, 20 de marzo de 2022

El Tiempo a Cuestas

 


Con el tiempo a cuestas.

Eso sugería la imagen de un niño de nueve años con un enorme reloj sobre su espalda. ¿Por qué de nueve? ¿por qué no un niño de cuarenta y nueve o de treinta y siete o cincuenta y dos? Un niño, un reloj pesado sobre su espalda, eso es lo que importa.

El tiempo a cuestas.

Frase absurda: vive como si fuera el último día de tu vida. Quizás ese niño la leyó y entendió que el tiempo se abalanzaba sobre él. Desde que se encontró con la muerte, el tiempo se volvió una carga en su espalda. En una mañana algo fría, esa era la asociación que se venía a su ya deteriorada capacidad creativa. Solo se vive pensando en la vida, no en la muerte, lo descubrió, para variar, demasiado tarde.

Eso de que los muertos la acompañan a una puede ser una mala noticia para alguien con una capacidad de sentir la culpa equivalente al peso del tiempo. ¿Hay alguien, algo, siempre observando lo que hacía? Cuando sacaba a escondidas la leche condensada o las guindas en aguardiente ¿había alguien anotando las faltas, las mentiras?

Ese niño del reloj tenía tanta conciencia de que cada segundo contaba que se portaba bien por si se moría, por si tenía que rendir cuentas, así decía el libro de las Lecturas Sagradas, había dioses, falsos por supuesto, que pedían sacrificios, por ejemplo, que quemaran niños dentro de una figura de un gigante construido de madera para salvar a la humanidad. El dios de este libro no pedía esa clase de demostraciones de fe, solo respetar una que otra regla de buen comportamiento. Así es que eso trataba de hacer, portarse bien para que no lo quemaran en la pira o su equivalente, en el infierno, como en el cuadro en que aparecía una mujer con una guagua en brazos, señalando con su índice hacia el cielo y mirando con reprobación a las personas que estaban ardiendo allá abajo. ¿Qué habían hecho para merecer arder por toda la eternidad? Mentir, robar, matar.

Ya merecía estar ahí entonces, había mentido y robado, cada vez que la abuela servía el enguindado, gritaba que alguien se estaba comiendo las guindas, que tenía que ser él porque veía televisión solo en las tardes, al lado de la vitrina. Cuando lo encaraba él ponía cara de inocente. Era un poco injusto que los pecados fueran de a dos, si uno roba las guindas y luego dice que no lo hizo, ya sonó. ¿Matar? Hormigas, moscas, cucarachas y hartos bichos más. Cuando preguntaba, la respuesta era: todas las creaturas son de dios.

Y tanto Tánax que había usado. Qué buen nombre para un insecticida, derivado de Thanatos, el suave toque de la muerte.

- Mijo ¿qué quiere ser cuando grande? Yo quiero que sea médico para que me cuide y no me muera.

- Pero usted me dijo que todos nos vamos a morir.

- ¡Aaaaaagh! ¡Con este chiquillo no se puede hablar!

 Casi podía escuchar las chancletas de la abuela contra el piso de parquet y los rezongos -claro, para eso tiene buena memoria, pero cuando le pido que ponga la mesa, que riegue las plantas, que haga su cama, ¡ahí se le olvida todo al cabro de moledera!

Con la muerte a cuestas se vive apurado, con la muerte a cuestas se vive al revés, porque de tanto esperarla, las alternativas se van repitiendo, los márgenes se van ampliando, sin libreto. Después, en la espera, el infierno no asusta, la vida sí. Por no haberla vivido. Ahora que era, sobre todo, un niño jardinero, veía su labor como un acto de rebeldía frente a la muerte, un homenaje a la biología y a todos los bichos. Una forma de coordinarse con las estaciones, el sol, la lluvia, la luna, el viento.

 The Sun and the Moon

The wind and the rain
Hand in hand we'll do and die
Listening to the band that made us cry
We'll have nothing to lose
We'll have nothing to gain
Just to stay this real life situation

 Con el tiempo se llega a saber que siempre hay una canción para todo.

 El niño, el tiempo y el lago. 

Con el tiempo a cuestas el niño de X – I años, se dirigía al lago, pesaba como un duelo, más si lo que veía a su alrededor era desierto o solo el gris de los edificios, reflejados en el charco de agua que acababa de pisar. Se esforzó por avanzar, faltaba solo un tercio del camino, eso decía la señalética, todavía confiaba en lo que leía. 

Llegó a la orilla, se sentó en el muelle para recuperar el aliento. Lo miraban con alguna curiosidad ¿se habrá robado ese reloj de algún negocio?, sonaron las campanas de la iglesia de la plaza, recordó el sonido del tic tac, el calendario de la cocina de la abuela desprendiéndose de sus hojas, los cumpleaños y sus canciones. Se puso de pie, cargó el reloj, llegó a la punta del muelle viejo, ese que no tenía barandas, recordó su entrenamiento deportivo, comenzó a girar sobre sí mismo con el reloj haciendo contrapeso, se asemejaba a un lanzador de bala. 

Giró tan rápido que los que lo miraban de la orilla pensaron que ocurriría lo peor, se incorporaron, los más decididos se acercaron a socorrerlo, le gritaban que parara de hacer eso, era obvio que caería al agua en cualquier segundo. Tic tac, tic tac. 

Se sentía uno con el tiempo, giraban uno contrapesando al otro ¿quién tenía el control del giro? Eran interdependientes, no había forma de detenerse. El ocho inclinado era el infinito, el ocho del cinco era el cumpleaños de alguien que ya no cumplía años. Los pensamientos giraban en su cabeza, no quería que quienes corrían a rescatarlo lo alcanzaran. 

Soltó el reloj o la cadena se rompió, ambos cayeron al lago. El niño y el tiempo. Cayeron varios metros adentro. Se escuchó un grito y un silencio del terror entre los que presenciaron la escena. 

El niño sabía nadar. Aquí nadie muere, es un relato. Palabras, intenciones. 

Salió a flote.

Como suele ocurrir, junto con los gritos de alegría porque estaba vivo, otro grupo le gritaba insultos por haberlos asustado y haber hecho que se mojaran con el frío que hacía. – ¡Cabro de mierda! 

Hasta hubo una señora gorda que lo zamarreó. 

Se rio tanto después que ni frío sentía. La sensación de vencer al enemigo más difícil no se comparaba a nada de lo que esa gente pudiera sospechar. Ya no cargaba con el  tiempo sobre su espalda. 


Tears for fear, Famous last words

https://www.youtube.com/watch?v=C5nXDPj2BIw&ab_channel=iasitu

 Wings, Venus and Mars, reprise

https://www.youtube.com/watch?v=-9K3MdQOHME&ab_channel=PaulMcCartney-Topic


miércoles, 16 de marzo de 2022

El Lalín

 Primer cuento que envié a una revista y fue publicado el año 2 N°27 De  El Narratorio

https://issuu.com/elnarratorio/docs/el_narratorio_antologia_literaria_d_1860c8a9cc6859


No recordaba muy bien de donde era, a veces decía que sus padres eran de Melipeuco y que recordaba apenas haber andado a caballo y haberse bañado en el río Allipen. También decía que tenía 4 hermanos más. Los repartieron porque los Manque eran muy pobres, habían vendido su campito y la plata no les duró nada. Se fueron pal bajo pero nada resultaba, así es que solo la menor se quedó con los padres y los otros 3 se fueron a casa de tíos.

 

Tiene un vacío, no recuerda.

 

Llegó a Santiago solo, a los 12 años, aburrido de las tundas que le daba su tío o supuesto tío.  -nunca fui muy habiloso- decía. Y se me arrancaban los animales, se me caían los sacos porque era muy flaco, pero lo peor es que no sabía contar la plata. – ¡Ahí sí que me llegaba firme! Una vez quedé sin conocimiento, sangreando de la espalda, hecho pichí, me dolía toíto el cuerpo. Eso dijo juera y me vine no mah poh! Pedí plata en la estación y monea a monea junté pal pasaje- Esa era la historia que contaba a quien lo quisiera escuchar unos minutos. Nunca supo si alguien preguntó alguna vez por él. No supo más de sus hermanos tampoco.

 

Ahora tenía 42 años más o menos. Era bajo, moreno y su piel tenía ese color rojizo que le daba a su piel un aspecto de recién insolado- No sabía explicar qué había sido de él en ese gran período de tiempo. Había trabajado en jardines, en un montón de ferias, descargando en Lo Valledor, hasta en el Club Hípico barriendo las caballerizas anduvo. Decía que tenía muchos amigos, pero no recordaba el nombre de ninguno. No pasó por la escuela – no tengo cabeza- era su explicación.

 

Pasaba sus días consiguiendo monedas para comprar algo de comer y la cañita. Se ofrecía para barrer las veredas, cargar las bolsas de la feria, descargar los camiones de las botillerías – lo que caiga- decía.

 

En el último tiempo, se quedaba a dormir en las botillerías de los alrededores. Donde lo dejaran.

La gente del barrio le decía Lalín, no se le entendía muy bien si se llamaba Edgardo o Eduardo. Lalín era más fácil para todos. Era el curaíto. Cuando andaba con algo de conciencia, tenía buen humor y hacía reír a los demás con pasos de cumbia que cantaba él mismo. Cuando andaba borracho, casi todas las tardes, perdía toda su dignidad y se le encontraba tirado en el suelo, o apoyado contra alguna pared. La caída parecía inminente siempre, pero rara vez alguien lo vio caer.

 

El barrio, una entelequia ahora inexistente, lo vestía y alimentaba en una coordinación que no requería reuniones ni acuerdos. Simplemente sucedía. ¿Cuántos años llevaba Lalín viviendo por ahí? Nadie sabía con exactitud, 5, 10, hasta 15 años decían los cálculos.

 

Había celebración en la botillería de Doña Yolita. Aparecieron mesas y sillas. El ambiente era de fiesta: risas, música, sánguches variados y trago por litros y litros.

 

Lalín, andaba por ahí, cuando escuchó los sones de cumbia, gritos y risas. Parecía una alucinación para él. Se acercó animado y feliz, comenzó a bailar y los que estaban celebrando le regalaban una cañita por cada baile divertido. Laín se meneaba lo mejor que podía, sonaba El Bodeguero, 

Bodeguero dame otra copa de champagne 
Quiero ser muy feliz 
Esta noche todo lo tengo que olvidar 
Quiero ser muy feliz

 

Todos se sumaron al baile. Lalín estaba feliz, se reía y reía. Dijo a todos que los quería, que nunca los olvidaría, todos le dijeron lo mismo a él.

 

Cayó fulminado. Todos rieron más aún. - ¡Lalín! ¡Lalín! ¡Lalín! Le gritaban y nada. Llegaron a la conclusión que estaba dormido y lo arrastraron a la bodega. La celebración siguió hasta el amanecer.

 

Cuando el hijo de Doña Yolita fue a cerrar la bodega, se encontró con Lalín pálido. Se acercó para asegurarse de que respiraba. Salió gritando hacia la botillería- ¡se murió el Lalín!, ¡Se murió el Lalín! Después de asegurarse de que la noticia era real, los que todavía estaban allí de a poco comenzaban a reaccionar hasta que alguien dijo- Hueones, ¡lo matamos! ¡le dimos trago hasta matarlo!

 

Silencio total. Don Armando, dueño del almacén de la esquina que estaba triste desde que su hijo desapareció el septiembre del setentaitrés y era la primera vez que salía de su casa a compartir, comenzó a hablar. Dijo – yo me hago cargo del funeral, el papeleo y todo. Es lo que he estado pidiendo hacer por mi hijo. Sé que está muerto, pero no me lo entregan. ¡Estos desgraciados no me lo entregan! Este pobre al menos murió feliz, aunque no le importaba a nadie. ¿Creen que alguien va a venir a preguntar de qué murió? ¡Nadie! Tantas veces lo miré pensando por qué alguien como el Lalín estaba vivo y mi hijo, mi único hijo, estaba muerto. Así es que se lo debo- Comenzó a llorar y muchos lloraron con él.

 

Don Armando cumplió. Al funeral asistieron muchos, por culpa con Lalín y por solidaridad con Don Armando. El barrio estaba allí, colaborando con flores, sillas, café, galletas, rezando, fumando.

 

Don Armando y su señora, antes vital y regañona, ahora una sombra, simbolizaron con ese funeral el de su hijo desaparecido, vestidos de riguroso negro y tristes y solemnes durante toda la ceremonia. La gente les daba el pésame como si se hubiera tratado de Omar. Un tipo de 25 años, universitario, acaso el único del barrio. Bueno para la talla y malo para vender. Fiaba todo. El 23 de septiembre de 1973 la ventana de su pieza estaba abierta, las paredes con sangre. No lo vieron más.






domingo, 13 de marzo de 2022

Pautas de Notas Paralelas




Beached de Orbital(1). Comienza suave, anticipando una subida de ritmo. Como quien se prepara para recorrer, a buena velocidad, una autopista sin rumbo definido. El ritmo invita a moverse. Es una secuencia de pocas notas, con el clásico punchi punchi de la música electrónica bailable. Pero algo tiene, la letra recitada por Di Caprio, tal vez la asociación con la película 

Escucha una y otra vez la misma canción, ya puede hacer calzar su voz con la de Di Caprio, cuando dice “Hit me”. Eso, - una experiencia que golpee - pensó. Deja fluir su imaginación y conduce, como cada día, hacia su trabajo. En un semáforo en rojo, comienza a pensar cuál sería una experiencia que la golpeara ¿cambiar de ciudad? ¿de trabajo? ¿de hábitos? No era fácil pensarlo a los 45 años. En especial cuando se ha alcanzado, punto por punto, la anhelada estabilidad descrita hasta la saciedad en checklists, por quienes dictan lo que se debe hacer en una vida correcta. La última parte de la canción no le gustaba mucho: la clásica moraleja que trae el que se ha ido de buena juerga y luego dice “no lo hagas, el cambio está en tu interior”, ¡pff!

Qué detestables le parecían esos discursos que se repiten, conversación tras conversación, en reuniones de amigos, celebraciones familiares, reuniones de apoderados. Esas leyendas de quien se fue por el mal camino y sufrió toda clase de desventuras por hacerlo. Se imaginaba una pequeña aldea en donde los habitantes se controlaban unos a otros a través del miedo.

Lago en el Cielo de Cerati (2). El solo de guitarra es, sin duda, uno de los momentos iluminados del artista. A pesar de poder ser categorizado como un tema rock, tiene algo de melancólico en su cadencia y su letra. El clímax está al final. La espera por él genera expectativas cumplidas de sobra.  

La letra un tanto críptica, tenía un par de versos que se repetía durante el día “Vamos despacio para encontrarnos, el tiempo es arena en mis manos” y más tarde otro, “sentir lo que nunca sentiste”.  Ahí estaba la fascinación por esa canción. Por lo pronto, sabía que se demoraba 3 Lagos en el cielo para llegar desde Plaza Egaña hasta Av. Colón a esa hora de la mañana. Por un tiempo, ese fue un ritual.  

“Vamos despacio para encontrarnos”, podía ser alguien o algo. Recorría su entorno o sus posibilidades y no hallaba nada que pudiera asociar con la canción. 

Como cada día, llegaba a su trabajo, recibía el saludo del guardia y de quienes habían llegado antes a sentarse en la gran sala dividida en cubículos. No le gustaba en particular ese diseño – se acabó la música – pensaba. Como sea se las arreglaba para tener de fondo algún aparato para escuchar algo en su espacio, aunque tuviera que bajar el volumen cada vez que era requerida

Rain Song de Led Zeppelin (3). Violines, guitarra. Por un buen rato una balada suave y de pronto, a los sones de batería varía la intensidad, hasta alcanzar un punto cúlmine que suma guitarra, batería y la voz de Robert Plant, justo en los versos de 

Hey, I felt the coldness of my winter
I never thought it would ever go
I cursed the gloom that set upon us, but i know that I love you so

Cuando escuchaba esta, simulaba tocar la batería. Esta canción le parecía un buen recorrido por las emociones, de eso se trataba, las estaciones como metáforas de ellas. Se sentía pegada en el verano. Tanto sol, el invariable sol. Quería que algo cambiara, unas pocas nubes, algo de viento, podría ser una lluvia intensa, aunque fuese breve.

Tenía la música indicada para ese anhelo de tormenta. Su teléfono contenía todas las canciones que necesitaba. Podría buscar más si fuera necesario.

Invierno porteño de Astor Piazzola (4), esa combinación de ritmos, velocidad, intensidad de cuerdas, piano y bandoneón. Un paseo por armonías cambiantes, a ratos de aguda presencia y otras de suave caricia al oído. 

Eso era, se parecía al paseo por las emociones que buscaba. Desde Vivaldi se asociaban, en la música, las emociones y las estaciones del año. Tal vez antes, pero eso era lo que conocía. Piazzola era lo más parecido a lo que quería que fuera su vida ahora: intensidad, cambios inesperados, ansiedad, ratos de calma, de espera y tormenta, mucha tormenta. Podía pasear por horas escuchando al maestro. Una tormenta como la que describe Murakami en Kafka en la Orilla, la que cambia de dirección persiguiéndola a una. Los violines de Piazzola suenan a suspiro, a llanto, a abrazos, a besos y a gritos en esa zona emocional inespecífica del dolor y el placer.

Según el tráfico, alcanzaba a escuchar más o menos canciones, conocía los números de sus favoritas en las playlist que se construía cada cierto tiempo.

Stop Loving you, de Toto (5), tan ochentera. Los compases simulan a ratos una cabalgata, la melodía y los agudos parecen ir aumentando en velocidad y altura. La batería sobresale por el resto de los instrumentos con una fuerza que energiza el aire por donde circula el sonido.

Hacía poco que había puesto atención a la letra, por lo general se dejaba llevar por el ritmo y esta canción casi la hacía bailar en el auto. De pronto escuchó:

Times passes quickly and chances are few,

 y otras frases sueltas

 Funny how a look can share a thousand meanings

You're never really sure what someone else is thinking
Someone's broken something new,

 another altered point of view
Just a certain someone's conscience playing

 What lives inside the wind that cries her name
Tried to catch a shooting star, 

what seems so close can't be that far
I'm living in a dream that's never ending.

Todas esas frases trasuntaban la ansiedad de quien ama y no sabe qué pasa por la cabeza del otro ¿qué siente?, ¿qué hace?, ¿estaremos juntos algún día? 

Y de pronto pensó que podría poner un rostro, un alguien a sus canciones, podía inventar un nombre, un carácter. Escuchar canciones se volvió entonces un viaje fantástico. Cada día inventaba un detalle, un episodio a la historia. Diálogos imaginarios, situaciones que resolver. “No pararé hasta que deje de amarte”, ese sería su lema, la frase del coro de esa canción.

Lover, You should´ve come over, en la versión de Jamie Culllum (6), tiene el tempo que la nostalgia requiere, la voz e interpretación de Cullum llenan de sentido la letra y la musicalización casi minimalista, dan aún más fuerza a las emociones que los versos describen. La cadencia de un blues es fortalecida por un piano respetuoso y unos platillos que hacen florecer la melodía.

Con esta canción lo llamaría, le haría saber que quería estar con él en alguna instancia de la vida, el título era sugerente y la letra no daba lugar a dudas de su deseo de estar con él:

But tonight you're on my mind so You'll never know;

Broken down and hungry for your love

With no way to feed it”

No era muy sutil, pero las letras de canciones no tienen por qué serlo. La cantaría muchas veces hasta que él escuchara.

También recurriría a Thinking About You, original de Frank Ocean, pero para su gusto, era mejor interpretada por Jamie Cullum (7) en sus sesiones de improvisación. Le diría que lo recordaba mucho, más allá de lo que estuviera haciendo.

Cuando él escuchara su llamado, al fin, después de tanto, lo estaría esperando con Llegaste de Cerati. Una melodía suave, acogedora y sin palabras. Así sería con él. Lo abrazaría y atesoraría cada sensación en los momentos en que estuvieran juntos. La melodía envolvente le haría vivir sin prisa una historia que, por improbable, debía ser breve.



Cuento Publicado en la Revista Nudo Gordiano N°2 ,


Está incluido en el libro Cafe Literario y otros cuentos,

In-dependiente

 



Caminar sola a la orilla del mar era un cliché. Esa manida imagen de una mujer que, al lado del mar, sintiendo la brisa fresca, la humedad de la arena y las miligotas mojando las piernas, llega a conclusiones profundas y se da cuenta del rumbo que debe dar a su vida.

 

Se detuvo a mirar el horizonte y se adentró un poco en el agua. Cada poro se despertó por el frío. Esa playa era la misma en donde, mucho más joven, esperaba a que todos se fueran para flotar sola, sin gritos de madres advirtiendo a los niños de peligros inexistentes, ni las carcajadas de adolescentes en proceso de cortejo.

 

Ninguna conclusión a la que llegar.

 

Aceptar todo como es no es ni siquiera una actitud, es vivir. A secas. Sin adjetivos. Con aceptación o no, los acontecimientos se ordenan por probabilidades de ocurrencia. Arturo, su marido, decía que sus problemas provenían de tanto mirarse el ombligo. Tenía razón. Si tuviera preocupaciones de sobrevivencia no tendría estos conflictos burgueses con el sentido de la vida, la razón de por qué las cosas son como son y el devenir de ella como parte de una especie que tiene demarcadas las etapas del ciclo vital. Así como los salmones, los elefantes, las pulgas de mar.

 

Si lo pensaba bien, sus preocupaciones o el ocio de divagar en distintos temas, ni siquiera alcanzaban la categoría de problemas. No había nada que resolver. Solo tenía una sensación inexplicable. Un convencimiento interno de que algo abriría su mente y podría dar rienda suelta a contenidos inexplorados. No tenía explicación. Ya hacía un tiempo indeterminado, pero largo, podía hacer casi todo sola: almorzar en un restaurant, pasar días fuera de la ciudad, ir al cine, deambular por las calles de Santiago solo para observar, subirse al metro e inventar historias a los pasajeros.

 

Recordó a uno en particular. Era un joven de a lo más 20 años, tenía la piel muy morena, vestía una polera sin mangas con un dibujo del grupo de rock Sepultura. Su perfil le hizo pensar en un guerrero del imperio inca. Nariz prominente, con un quiebre en el tabique. Su boca parecía mezclar genes africanos e indígenas y su pelo era lo mejor: un afro voluminoso y atrevido. Se lo imaginó con la pintura de guerrero, una lanza empuñada en su mano derecha y afirmada con fuerza en el piso.

Comenzó a imaginar que era un viajero en el tiempo que debía tomar la imagen de un joven rockero, estudiante de mecánica tal vez, para adaptarse a estos tiempos. Lo miró tanto rato que es probable que el joven se haya dado cuenta.

 

Ahora pensaba que ese guerrero podría aparecer corriendo en la playa, persiguiendo a alguien o incluso a su perro guardián que se habría escapado persiguiendo a otros de su especie que solo se divierten a la orilla del mar.

 

Una abuela gritando a sus nietos la volvió a la realidad. No había guerreros ni nada parecido. Estaba sola sintiendo el frío del mar en sus piernas y era ya lo bastante tarde como para tener que volver al hotel.

 

Al otro día volvería a su casa.

 

Un carmenére ayudaría a conciliar el sueño, lo mismo que un playlist de smooth jazz capaz de dormir al más alerta de los vigías.

 

Se levantó temprano, una taza de té, un par de galletas. Se fue a la playa a leer hasta pasado el mediodía. Almorzó un sandwich en un restaurant de la costanera, se fue al hotel, ordenó sus cosas y partió de vuelta. Las 261 canciones cargadas en el pendrive fueron demasiadas para un trayecto tan breve.

 

Llegó a la casa, su marido dormía siesta aún. Fue a la cocina por agua y a dejar la ropa con olor a arena a la lavadora, aprovechó de poner más ropa en la máquina.

 

Un recibo que cayó de un jeans comprobó lo que sabía hace tiempo. Su marido tenía a alguien y quería que se enterara, era inteligente, mucho, como para cometer un error tan infantil como ese.

 

¿Qué debía hacer?

 

A estas alturas hacerse la ofendida, incluso la sorprendida, implicaría un esfuerzo físico y mental que, sacadas las cuentas, no tenía por qué asumir.

 

Se fue con su vaso con agua y hielo al patio, se sentó frente a los rosales.

 

Pensó que, después de todo, era bueno que alguno de los dos fuera capaz de sentir algo por alguien. Que la convivencia correcta y sin aspavientos que llevaban juntos desde hacía tanto, tuviera paisajes inesperados.

 

Se imaginó a su esposo inventando coartadas, citándose a escondidas, contento y excitado por la novedad de una nueva relación. Sonrió al pensarlo. Hacía tiempo que no le veía feliz, entusiasmado, energizado. Al menos no en frente de ella. Lo veía tranquilo, meditativo, tal vez nostálgico. Ahora era más evidente la razón.

 

Podría hacer una escena. Llorar, hablar de traición, de las mentiras, de las promesas incumplidas, de lo que nunca hizo por ella, de cómo dejó que una montaña indestructible pasara a ser menos que un montón de piedras informe. Pero en cada reclamo estaría ella incluida. Cada metáfora podía ser una confesión de su propia renuncia.

 

Pensó en que, si se separaba, sería una complicación mayúscula dividir bienes. Intuyó lo culpable que él podía sentirse pensando que la abandonaba, a ella, tan indefensa y solitaria. Tan dependiente de él para todo. Le parecía que esa imagen no era tan lógica. La había dejado tanto tiempo sola que se había hecho una vida para sí misma ¿cómo podía creer que todo el tiempo pensaba en él? - Tal vez soy muy buena actriz -, concluyó. Era muy ilógico ese análisis, pero cuando Arturo esbozaba esa línea argumentativa y le agradecía haberse sacrificado tanto por la familia, en especial por los tres hijos, lejos de corregirlo, lo alentaba. No tenía claro por qué lo hacía. En una de esas, el disfraz de mujer enamorada y dependiente disminuía las probabilidades del azar.

 

Esta vez no seré yo quien decida lo que va a pasar, pensó. 

 

Todo era tan contradictorio. Salía sola a todas partes, se quedaba lejos de él por largos períodos y Arturo aún la veía como alguien sin identidad propia. Los hijos la conocían mejor, pero también callaban. Para qué agitar las aguas.

 

Arturo despertó de su siesta, fue a su encuentro en el patio. Se abrazaron por un largo rato. Catalina sintió que era un abrazo de genuino cariño. Como un par de amigos entrañables que se encuentran después de varios años. Arturo vio el papel arrugado que Catalina había dejado en el pasto. Se sobresaltó. Ella, separándose del abrazo, lamentó el descuido. Lo recogió con naturalidad y lo echó en su bolsillo.

 

Caminaron juntos hacia la cocina. Se acercaba la hora de la once. La prepararían juntos.

 

Los hijos habían salido, cada uno por su lado.

 

Durante la once, Catalina refirió con detalle las características de los restaurantes donde había ido, la carta de cada uno, los aciertos y desaciertos, la expansión del uso del panko en las preparaciones de pescado, las verduras salteadas que había disfrutado: crujientes y en su punto, sin caer en la sobre cocción, ese error tan frecuente de los cocineros.

 

También le contó de la pizza a la piedra y del buen vino que había llevado.

 

Había una sombra en la mirada de Arturo, pero sonreía y aportaba a la conversación.

 

Llegó la noche.

 

Catalina dijo que estaba cansada por tanto manejar. Llegó Miguel, el hijo del medio y se quedó comentando con él acerca de sus exámenes en la universidad y algunas anécdotas de sus amigos. Cuando entró al dormitorio, Arturo estaba concentrado en una película. Ella se bañó, se acostó y se durmió de inmediato.

 

A las 4.30 am se despertó como siempre. Algo se movía en su cerebro. Algo estaba empezando a emerger.

 

El orden de los acontecimientos podía, por primera vez, no depender de ella.

 

 

Cuento publicado en revista Telescopio 

 

https://revistatelescopio.wordpress.com/2019/02/12/cuento-ximena-candia/


Carátulas y CD´s

 


sábado, 12 de marzo de 2022

Buenos días

 


- ¡Buenos días! ¿no cree que falte una expresión para saludar cuando no es todavía de madrugada y tampoco la hora permite decir que se trata de la noche?

- Buen insomnio podría ser.

- Concuerdo, ¡buen insomnio entonces!

Estaba por cerrar la garita cuando llegó este pasajero a comprar el último pasaje en bus hacia Mulchén. Andaba tan abrigado que parecía decidido a pasar las cuatro horas que faltaban para el siguiente bus, ahí mismo en el terminal. No era recomendable para un señor de su edad, estos sureños son engañadores en todo caso, el pelo blanco y su postura de derrotado lo hacían parecer de unos sesenta y cinco años. Tal vez recién andaba por los cincuenta y la vida pesada del campo lo habían deteriorado.

-A Mulchén los pasajes ¡la ciudad de la amistad!

Me miró con cara de - por favor deje de repetir el mismo chiste - mi mueca, en lugar de sonrisa, hizo las veces de disculpa y entendí que debía quedarme callado, pero faltaba mucho para que llegara mi compañero a sacarme del turno y a veces me daban ganas de hablar para pasar el rato. Hablar, no conversar, eso es un arte más sofisticado, pocas veces he alcanzado ese nivel. Cuando no había pasajeros en el terminal, cerraba la garita y me pegaba un pestañazo con la radio y la luz prendida. Si no tenía tantas ganas de dormir, me hacía un té y unas tostadas con mantequilla, ojalá de marraqueta, las de hallullas rara vez quedan buenas, menos con ese pan recalentado que venden por ahí ahora.

Mi compañía inesperada, me recordaba lo solo que estaba. O peor, que estuviera ahí, sentado al frío, con esa expresión imperturbable en su cara, la soledad se convertía además en falta de libertad. Leseras de uno, seguro el pasajero esperaba pasar un rato tranquilo y no quería nada de mí, pero ya sabe, la crianza lo formatea a uno. No pude conmigo mismo y le ofrecí la bendita y tan chilena taza de té, mi pancito no, eso sí que no. Hace tiempo me lo prohibieron por el colesterol, pero no hay caso. No hay tonto malo pa´l pan decía mi abuelo y es una verdad revelada.

- No, gracias. No se moleste.

- No es molestia.

Puedo jurar que dije eso último como un automatismo, no quería insistir, pero uno, por educado, siempre hace una demás, igual que los gambeteros en el fútbol. El solitario pasajero se hundió en su parka verde y el gorro de lana, tomó con fuerza el bolso que había dejado en el suelo y luego pareció tomar vuelo para levantarse.

- No vuelva a dirigirme la palabra, supongo que también puedo perder la cabeza con usted.

Se puso de pie y se fue a sentar en el banco de más allá, donde no estaba la protección del muro de la estación. Por si no me quedaba clara la idea, agregó.

- O peor, usted la puede perder conmigo. La cabeza.

Hizo un gesto, señalando la propia, como pegándose un tiro. Me recorrió un escalofrío por toda la espalda. Miré su bolso, pensé lo peor.

Me encerré y puse mi cartel en cartulina blanca.

Tengo frío.

Estoy adentro. Si necesita atención,

con un aló entenderé y le abriré.

Gracias por su comprensión

Cuando lo escribí, me pareció buena idea, no contaba con que la gente no iba a entender: recibía golpes en la ventanilla, gritos, chiflidos, hasta patadas en la puerta, dependiendo de lo primitivo del pasajero. También hay gente tímida, que no se atreve a nada, por ellos es que, cada cierto rato miraba por si había alguien esperando atención.

En una de esas confirmaciones, salí, miré al pasajero del gorro chilote y lo vi acariciando algo en su bolso, imaginé un cachorro de perro o de gato, se supone que deben declararlo antes de viajar. Lo informaría más tarde al chofer del bus.

Volví a entrar. En mi espacio de vendedor de pasajes tengo de todo. Le digo la cápsula espacial. ¿Ha entrado alguna vez a un kiosco? Así aprendí a organizar mi lugar de trabajo. Muchas veces he pensado que sería mejor para mí tener uno de esos, leería de todo, sabría muchas cosas, podría hablar de casi cualquier cosa. Aquí no puedo leer, tengo un mini Tv y ahí me entero de lo que pasa.

Hay cosas que uno ve que no se pueden olvidar, ¿le cuento de una? Una mujer llevaba por la calle la cabeza de una niña, la sujetaba del pelo, ya no goteaba sangre, eso significaba que llevaba mucho rato caminando con ella, en la otra mano llevaba un cuchillo. Dieron esa noticia en la TV, en la sección de actualidad internacional. Parece que era en Londres o Moscú, no estoy seguro. Dijeron que la gente la veía pasar y pensaban que era una cámara escondida, un disfraz de Halloween o la filmación de alguna película. Nadie la detenía porque la escena era tan inverosímil que no daban crédito a sus ojos.

Hay un tango, Por una cabeza, de Carlitos Gardel

Por una cabeza
Si ella me olvida
Qué importa perderme
Mil veces la vida
Para qué vivir

Por eso no pude estudiar nada, porque paso de una cosa a otra, es que ese tango tampoco se puede olvidar, es lo único que asocia la canción y la cabeza de la niñita, muerta a manos de una loca sin medicamentos. Lo que no resisto es pensar en…no, no puedo comentarlo siquiera.

No entiendo por qué esta noche se me hace más eterna que otras. Pareciera que al reloj mural le duele pasar de un segundo a otro, indeciso, como si quisiera quedarse en el instante previo. El té no se enfría y ya me comí mis dos tostadas con mantequilla. La oscuridad continúa invadiendo el terminal. Tal vez sea buena idea ir por más agua y hacerme otro té, la del hervidor se me acabó. Así se enfría el que tengo servido y tengo una excusa para matar el tiempo esta noche. Puse otro cartel.

Vuelvo enseguida.

Gracias por su comprensión

Tengo varios, para distintas circunstancias. Mantener informados a los clientes es prioridad dice mi jefe.

Si hubiera tenido la oportunidad, le hubiera preguntado ¿qué hace aquí? ¿de verdad va a Mulchén?, sobre todo quería preguntarle qué llevaba en el bolso, si era un animal, tenía que avisar al conductor. Entonces hice algo de lo que me arrepentí en el mismo instante.

¿No le ha pasado a usted? Responde un mensaje de WhatsApp o peor, envía uno y mientras lo escribe ya se está arrepintiendo, pero igual continúa. Es como si uno viera el trailer posterior de la vida y a pesar de eso sigue. Sang froid, hubiera dicho Juan Verdaguer[i]. Usted puede buscar explicaciones, pero no la hay.

- ¡Amigo, última oportunidad! ¿una tacita de té p´al frío?

Solo me miró con furia, pero el destino es el destino, decía mi abuela. Uno corre para arrancar de él, ignorando que se dirige precisamente a cumplirlo.

-  Ya, oiga, cuando se suba al bus avise que lleva un cachorro en el bolso, lo divisé haciéndole cariño hace un rato ¿es un perrito, lo puedo ver?

Supongo que el agua para el hervidor le habrá servido para limpiar el piso del terminal. Ahora sentí en mi propio pescuezo lo frío y afilado de un cuchillo carnicero enorme. Dejó mi cuerpo decapitado en mi cápsula espacial. El tipo no carecía de educación, para informar a los pasajeros, dejó un cartel, escrito con mi propia sangre.

Espere a mi compañero,

He perdido la cabeza.

 

Cuento publicado en EL NARRATORIO n° 67

https://elnarratorio.blogspot.com/p/antologia-literaria-digital-nro-67.html



[i] https://www.youtube.com/watch?v=I5wpUnByCVQ&t=118s&ab_channel=gustavorafaelMaldonado, minuto 13.36.

Carlos Gardel, Por una Cabeza.

https://www.youtube.com/watch?v=hM8qB3l0Q7g&ab_channel=CarlosGardel-Topic

 

La cortaron verde

  Luego del portazo producido por el viento de ese verano, se quedó a cargo del cuidado de la chacra. Era pequeña, pero para quien solo sabí...