domingo, 19 de noviembre de 2023

Los jueves un café 2.0


I

      No. No me interesa conocer a nadie. Me cargan esos sitios de citas y no, para estar con tipos indefinidos, que no saben lo que quieren, que a veces sí que a veces no, chao. Tengo temas más importantes que resolver.

      Claro, pero a veces la vida trascurre sin sobresaltos, con una rutina rígida, muy predecible y de pronto sucede algo distinto. Hay personas a las que le pasan esas cosas, eso dicen, pero tienes razón, si por alguna cosa rara me diera por conocer a alguien, me gustaría un tipo jugado, uno que tuviera claras sus cosas. Y de esos, a estas alturas, ya no quedan.

      Sí, abundan los Ashley Wilkes y escasean los Rhett Butler[1].

      ¿Te acuerdas del profe de estadísticas? Ese que nos decía “lo más probable es que suceda lo más probable”.

      ¡Uff, insoportable!

      En todo caso, ¿no sería lindo que la vida te trajera un regalo impensado? Una especie de cambio de ruta completa, un desvío que implicara volver a querer y confiar.

      Un desafío a las probabilidades dices.

      Claro, como la fórmula de las comedias románticas.

      Clichés no más.

II

Estaba tratando de comenzar de nuevo. No tienes idea de qué ha pasado conmigo todos estos años. No me atrevo a contártelo. Cuando nos despedimos tenía tantos planes, las cosas me salían bien. Siempre fui disciplinada, obsesiva, decían mis amigas. Cualquiera hubiera dicho de mí que mi futuro era prometedor. No sé cómo pasó que di con malas decisiones, casarme fue una de ellas. Un fracaso que llevó a otros. He recomenzado tantas veces que no sé si hay una salida. Ahora empezaba a verla. Quizás era y es mi determinación de que ahora no me queda otra que hacer las cosas bien y asegurar en algo mi vejez y la vida de mi hijo. Vienes, casi como caído de otro planeta y te atreves a revolucionar todo. Apenas soporto tu amabilidad, dulzura y la intensidad que resurgió después de un millón de años. Éramos jóvenes cuando nos enamoramos, como se supone que tiene que ser, pero te fuiste a Alemania porque no tenías alternativa. Me dolió, sufrí, pero la vida siguió, siempre sigue. Cuando nos vimos allá, y Daniel, mi hijo, tenía 3 años, conocí a Viveka, tu esposa y a tus hijos. Me dio gusto verte feliz. Fue como esas imágenes en donde todo se ve bien y real. Tú y ella se veían hechos el uno para el otro. Que a veces me miraras con algo de nostalgia supuse que era lo normal. Algunas emociones resurgen sin que impliquen nada más que la conexión inicial con alguien. Me gustó ver que habías hecho lo que estaba bien hacer. Yo también lo intenté, quería lo mismo, pero no obtuve el mismo resultado, muchos puntos ciegos, muchas dificultades para decir lo que me pasaba. No sé, después de la batalla somos todos generales. En ese entonces era una mujer joven asustada.

III

Es que no sé cómo es que estoy metida en esto. Ritter me ubicó a través de mi hermano que vive en Suecia. Llevaba meses tratando de encontrarme, Ya sabes, no aparezco en ningún sitio de la web. No uso ninguna red social, en fin. Se dedicó a buscarme y resulta que ahora viene a Chile, quiere verme y no tengo idea ni siquiera de dónde llevarlo.

      No sé qué es lo que te complica. Llévalo a pasear al barrio Italia, hay terrazas, bares, restaurantes, caminan y ven qué les tinca.

      ¿Y si quiere acostarse conmigo? Ha estado demasiado cariñoso por teléfono y por WhatsApp.

      ¡Ay!, qué terrible ¿no? deja que la piel te hable.

No lo puedo creer. Estamos tanto más viejos y no puedo entender tanta chispa, tanta intensidad, tanto magnetismo entre tú y yo. ¿Serán los años que llevo sola?, ¿será que he embellecido tu recuerdo todos estos años? ¿te veo mejor de lo que eres? ¿me ves tú a mi como la jovencita que se enamoró de ti a los veinte años? No ves a la mujer que ha tenido que dar batallas muy duras. No tienes idea del punto en que me perdí y que, en lugar de cumplir todos mis planes, uno a uno se fueron desmoronando. No tengo explicación para saber qué fue lo que me pasó. Mi amiga, con la que tomo café los jueves, me lo dijo, a veces las cosas pasan cuando no esperas nada Es que parece maldición. Estoy complicada, cada día que ha estado aquí y nos vemos es mayor el peligro de caer, de hacer algo incorrecto. No por pechoña, por miedo a sufrir de nuevo. Mi perspectiva ha cambiado con los años. Ya no tengo claro qué está bien y lo que no, no al menos a estas alturas de la vida.

Te fuiste unos días a pasear al norte, a ver a otros amigos. Quizás despejes tu mente. No dejaste de escribirme. Seguiste alimentando esta cosa que me pasa en todo el cuerpo. No sé qué hacer. Si hablo siento que te empujo a hacer algo que puedes lamentar. Si no hablo, siento que me traiciono yo.

      No me imagino su cabeza después de estar conmigo. Cuando vuelva a Alemania y salude a su mujer y a sus hijos y yo sea como esa borrachera que quiere olvidar

      O un recuerdo de lo que era el amor. De lo que era sentir la piel despertando de nuevo, la risa que inunda la vida por nada, el tiempo que se detiene o que pasa como un abrir y cerrar de ojos. La conexión con otra alma sin decir una palabra.

      Eso es lo que me pasa con él

IV

Volví. Saludé a Viveka y a los hijos. Los abracé mucho. Un abrazo extraño. Ni yo era el mismo que abrazaba ni ellos parecían pertenecerme como antes de ver a Liliana. De algún modo sentí que ya no estaba en esa casa. Recorría una a una las habitaciones, lo di todo para que las cosas funcionaran bien para todos. Era mi responsabilidad. Viveka ha hecho todo y más también. Cómo quisiera poder quererla como alguna vez. Cómo quisiera poder hacerla feliz sin sentir que me niego a mí mismo. Cómo quisiera protegerla de mí, de esto que me pasa. Poder tomarla de la mano, besarla sin acordarme de Liliana y de cómo se sentía tenerla cerca. Por ternura puedo seguir. Tal vez un año, dos o más. O para siempre. ¿Acaso me puedo permitir hacer sufrir a todos por un recuerdo?, ¿acaso alguien a estas alturas tiene derecho a decidir la vida en función de sí mismo? No. Creo que no. No soporto la idea de ver llorar otra vez a Viveka, de sentir el juicio de mis hijos sobre mí. Esa sola idea me sobrepasa. Sé que Liliana sufre. Sufre porque me quiere a su lado y porque considera la posibilidad de dejar a Viveka como la peor bajeza de la puedo ser capaz. Tal vez me las arregle pensando en que no existe, que murió, que vive en Corea del Norte y no puede salir ni yo entrar. Es que a veces no siento que esté tan viejo, con Liliana me sentí, a ratos, capaz de correr una maratón, de empezar de nuevo junto a ella, por el tiempo que sea. Por lo que nos quede por vivir. Dice que no quiere ser culpable de la tristeza de Viveka, que yo se lo recriminaría cuando tuviésemos algún disgusto, que la culpa me haría juzgarla a cada instante, que extrañaría a Viveka en las comidas, en los códigos aprendidos por años. Tal vez tenga razón. Viveka y yo somos como uno solo en muchos aspectos.

Pero cuando la toco ya no es lo mismo. El instinto a veces opera, a veces no. El sabor. No sé qué es. Pasa el tiempo y no puedo recuperar lo que alguna vez fue. Traté, de verdad traté. No resultó. Me apagué. No pude volver a ser el mismo. Me volví un cuadro opaco y oscuro. Como esas pinturas que requieren con urgencia una restauración. Hice como que todo estaba igual por un tiempo. Todo este tiempo. Viajamos, celebramos, hicimos lo de siempre. A ratos pensé que podía. Que todo volvía a la normalidad. Dejé de comunicarme con Liliana por si servía de algo.

V

Cuando Ritter se fue a Alemania hice como que no había ocurrido nada. Continué con mis planes. Siguió escribiéndome, luego los mensajes fueron distanciándose hasta que no llegaron más. Lo entendí. Así tenía que ser. Él y Viveka tenían que seguir juntos. Yo no era más que una breve desviación en su trayectoria. Siempre lo supe. Me encerré de nuevo y no espero nada más. Quiero paz y calma para disfrutar mis libros, la música y ver madurar a mi hijo. Tengo que pensar en los recursos, en algún negocio que sea rentable. Algo tengo que hacer.

Sabiendo que los jueves tomaba un café con su amiga en el Drugstore, Ritter la esperó. La vio sentarse y sacar los audífonos de sus oídos. En poco rato llegó una mujer a sentarse a la misma mesa.

      Hace rato que un tipo está mirando hacia acá. Da la vuelta disimuladamente y mira quién es.

Liliana se paró de la mesa y fue a su encuentro. Se abrazaron como si fueran el último flotador en un naufragio. Los dos reían y lloraban al mismo tiempo. La amiga supo que tomaría su café sola esta vez y que ya no habría más jueves de conversaciones. Tal vez podría visitar a Liliana en Alemania en un tiempo más.

VI

Las amigas desaparecen cuando están muy mal o cuando están felices. Liliana desapareció de felicidad esta vez. No sin dificultades Ritter y Liliana organizaron su vida en Alemania, soportaron las vicisitudes burocráticas del divorcio de él y los documentos de inmigración de ella; las barreras culturales expresadas en la vida cotidiana, la delicada telaraña que había que construir para mantener los lazos con los hijos y soportar la desilusión de Viveka y su infinita rabia y tristeza.

Tanto más. A veces parecía imposible subir una montaña tan alta de problemas si no fuera por la sensación de que estar juntos era lo correcto y si no lo era, al menos era lo único que podían hacer con absoluta convicción.

La amiga del café siguió con su hábito con otras amigas, tenía una buena habilidad para incorporarse a grupos y explorar las historias de las personas que iba conociendo. Decía que tenía una vida muy intensa a través de las conversaciones con otros.

Un día recibió un video de Liliana y Ritter, informaban por esa vía que se habían casado y de sus voces y rostros se desprendía tal felicidad que no le cupo duda de que a veces la fórmula de películas y novelas puede ser real y ser disfrutadas por quienes la descubren.

 

 

 

Comentario de la autora:

Este cuento es el relato bastante apegado a una historia real, sus protagonistas me autorizaron a escribirla. Si bien ellos se sintieron representados, a mí me parece que quitándole los diálogos tipo libro de autoayuda, queda un poco más apegado a lo que escribo, o escribía, de forma regular. No es fácil para mí escribir no ficción y cuentearla. Debe ser por eso que cuando me dicen que podría escribir un cuento sobre una historia que ha surgido en la conversación, casi siempre pienso que no, que no podría. A lo mejor una escritora profesional, de verdad, sí tendría el oficio. Las admiro mucho.

¡Liliana y Ritter se casaron! me gustaría poder regalarles un mejor texto, pero creo que la historia de ellos es mejor que cualquier cosa que pudiera escribir.

 


[1] Referencia a Lo que el Viento se Llevó de Margaret Mitchell.

 


miércoles, 15 de noviembre de 2023

Conversaciones


 Foto de Cottombro studio

      Me tiene chata mi mamá, parecía que estaba bien, pero creo que no. O sea, estoy segura de que no. La escucho cuando manda audios a las amigas, porque ahora no ve las letras del celular y dice que le sale más rápido hablar,

      Oye sí, y las viejas andan por toda la casa con el celular a todo chancho, uno se entera, aunque no quiera de todas sus leseras.

      Y yo que creía que los adultos hablaban de sus cosas, las aclaraban, igual que en las películas en donde la gente se dice lo que les pasa.

      ¡pfff!, sí, son más pendejos que nosotros: que me llamó, que no me llamó, que me dejó en visto, que no avisó, que me puso un me gusta y con eso terminó la conversación ¿así es tú mamá?

      Sí, y las amigas también. Igual es divertido ¿has escuchado los consejos que se dan? ¡Me da cringe!

      Y cada vez que se ven, gritan y se dicen que están regias para, cinco minutos después, empezar a quejarse de lo que les cuesta bajar de peso y se dan consejos de cosas que vieron en las redes. Pobres, tan preocupadas de su facha y con tan baja autoestima, esa generación sí que era sufrida.

      Mmm, no sé, ahora pensamos lo mismo, pero nos quedamos callados, el Body positive y toda esa mierda es pa los demás, amiga, ¡te pasai quejando de cómo te ves!

      Ya sí, pero a lo mejor es rollo mío, yo cacho que antes era generalizado. Al menos en las mujeres, porque esa cuestión de valorar a alguien por la apariencia es más pesada para las mujeres.

      No sé, hasta mi papá anda quejándose de que ya no está tan joven y que le duele aquí y allá. La polola lo pateó y se puso más achacoso. No es tan viejo, o sea, no sé, pero esa hueá de andar quejándose por la vida no le va a servir para conseguir polola nueva. Eso le digo, pero me manda a la cresta al tiro. Viejo hueón, yo le digo de buena onda no más y me responde mal – ¿cuántas pololas has tenido tú? – y ahí me caga, porque me va igual o peor que a él con las mujeres.

      Jajajajajajaja, sí, la dura. Yo tampoco cacho qué hacer o qué decirle a mi vieja, dice que ella es el sueño del pibe para cualquier weón, de repente se manda unos discursos de vieja empoderá que cualquiera se los creería, pero luego se ríe a carcajadas y no sé si hablaba en serio o no. A veces creo que se trata de convencer a sí misma de que no hay nadie a su altura y empieza a hacer chistes con que la libertad es lo mejor que le ha pasado en la vida y tanta incoherencia junta que no logro entenderla.

      Oye, estos viejos de mierda nos van a cagar la psiquis, a mí ya me cuesta el tema, como que me da miedo sufrir y estar a los veintiuno todo amargado como ellos, así es que ni pienso en que pueda llegar a acercarme a la chica que me gusta.

      Pucha, sí, cada cierto tiempo mi mamá se da cuenta de que transmite mucho con las desilusiones de la vida, que las encuestas de salud dicen que las mujeres son más felices solas y me empieza a contar la de desgracias que han pasado sus amigas por los pasteles que se han conseguido de maridos o pololos y no sé qué cara pongo yo, que luego cambia el discurso y me dice que no le haga caso, que el amor es lo mejor que le puede pasar a las personas, que cuando el amor es bonito, saca a la superficie lo perfecto de cada persona y que ojalá me atreva y me arriesgue. La última vez que empezó con eso, le pedí a la X por WhatsApp que me llamara porque tenía rabia de tanta tontera junta y tampoco me gusta pelear con ella. Me cansa.

      ¡Aaaaagh! Eso es lo peor, tener que escucharlos para que no se sientan solos. Mi papá, cuando está en la fase misógina, dice que las mujeres solo necesitan a los hombres para reproducirse, arreglar la cueva o su equivalente, la casa, y protegerlas de sus miedos atávicos, de la especie, me dijo que significaba eso. Después empieza con que la cultura cambió para peor, que si bien, no necesitan todas que las provean, una vez que las crías están crecidas, quieren divertirse, explorar y ya no quieren escuchar de nada que se relacione con el cuidado. Así es que a uno lo usan como mano de obra y que cuando se aburren lo abandonan. Me da risa el viejo, le digo que se divierta como ellas también entonces y dice, todo cagao, que ya no sabe cómo.

      ¡No te creo! Mi mamá tiene otra teoría, pero ahora que lo pienso tal vez sean complementarias, dice que los hombres se divierten en el período en que las crías estaban chicas, mientras ellas estaban cien por ciento dedicadas al nido y que después de finalizada esa labor ellos se ufanan de la familia, y pronuncia esa palabra con los ojos blancos, y lo justo es que ellas quisieran pasarlo bien después. Calza ¿no?

      ¡Jajajajajaja! No sé si aplica para todos, pero creo que se buscan explicaciones de toda clase, mi papá, otras veces dice que las mujeres son unas manipuladoras, que usan el sexo y las atenciones como moneda de cambio y que mi mamá lo dejó por un tipo que le ofrecía más.

      Oye ¡se pasó! ¿no te da rabia eso?

      Obvio que me da rabia, pasé meses sin hablarle por cómo se refería a mi mamá, pero cacho que hablaba como bestia herida. Mi mamá sigue sola y creo que hasta lo extraña, pero dice que mi papá la humilló y no puede arriesgarse a lo mismo de nuevo. Nunca me ha contado y yo ya no pregunto, ni siquiera para entender, pero cada cierto tiempo me pregunta por él. – Es para tranquilizar su conciencia− comenta mi papá.

      ¡Qué heavy! Esa es la cuestión, una queda al medio, sin poder hacer nada. A veces me da pena mi mamá y me imagino que lo va a pasar mal cuando mi hermana y yo nos vayamos de la casa. En ocasiones creo que de verdad es el sueño del pibe para cualquier viejo que ande por ahí y que por probabilidades va a quedarse sola; en otras creo que se lo merece por neurótica, por mecha corta, por pesada.

      Es injusta esta cuestión, se supone que los padres deben orientarlo a uno y na´ que ver que nosotros andemos aconsejándolos con su vida amorosa. Lo único que quiero es que mi papá se empareje luego pa´ quedarme tranquilo ¡cáchate! Mi mamá me preocupa menos, no sé, actúa como viuda resignada y creo que me convenció su actitud.

      Debiéramos hacer un movimiento social, que los viejos se dejen de huevear, que resuelvan sus cosas como en las películas, que hablen y se apoyen entre ellos y dejen que nos decepcionemos por nosotros mismos.

      ¿Por qué no presentamos a tu mamá con mi papá?

      ¡Nooooooo!

      Jajajajajajaja en un nano segundo reaccioné y también me sumo al ¡nooooooo!


miércoles, 8 de noviembre de 2023

Yal


Alguien que entró al blog leyó dos textos: “Cerezos en Flor” y “Susurros Florales”, el segundo es un cuento y el primero solo palabras amontonadas con algo de redacción. En realidad, puede que sean distintos lectores, no hay cómo saber, pero ambas entradas, para ser más descriptiva y fenomenológica, me hicieron relacionar ese montículo de palabras. Conclusión, me resulta inevitable la repetición de temas y relacionar las flores con los afectos y la jardinería como una labor de conexión con ellos y un inútil intento de control.

Acabo de ver el blog de nuevo y alguien leyó el texto “Tardes de Jardín”, será coincidencia supongo, entonces también lo leí: demasiados adjetivos diría Francisco, inolvidable primer profe de taller, pero me parece poco honesto corregirlo y enfriarlo. Además, es solo una descripción o asociación de ideas, sin trama y un final que se lee forzado. Como cuento salva poco, como sensación harto más, al menos para mí que estaba empezando con esta compulsión.

Me gusta más, Susurros Florales, hasta lo encuentro casi bueno, como si no lo hubiera escrito yo. Ya sé, la inseguridad, el síndrome del impostor, la otredad de quien puede tomar distancia de sí mismo y siente ajeno un contenido. Qué maravilla es la mente. Leer algo como si otra persona lo hubiera escrito y hasta identificarse con la emoción que describe tal cual se tratara de una historia japonesa, albanesa, islandesa no solo lejana sino perteneciente a otras vidas. En Islandia también hay jardines bellos, en Japón ni hablar, las flores son casi deidades como el período de sakura: el florecimiento de los cerezos. Todo se relaciona, las piezas calzan porque debe haber un paisaje interno tan oculto como la propia sombra. ¿Y en Albania hay jardines? Donde existan humanos habrá jardines, reales o imaginarios.

Por supuesto no es una idea original y no me voy a amargar por eso y confieso, para mayor abundamiento en mis fallas, que tengo fijación con los jardines y me hago juicios sobre las personas según si cuidan o no el suyo.

No puedo pensar en vivir en un departamento y no tener un jardín, no mientras me pueda las patas y el propio cuerpo y entonces, con casi total seguridad, puedo decir que seguirán apareciendo las flores, la tierra, los árboles y sus habitantes en futuros textos. En el último paseo a un cerro vi tres lagartijas, una tarántula cachorra y un yal, un pájaro cuyo canto había oído, pero que no había visto de cerca. Estaba parado en una rama ignorando a los humanos y posando para un montón de teléfonos. Digo futuros textos porque se transformó en un hábito y casi compulsivo, exagero obvio, insano a veces, inútil siempre y rara vez satisfactorio según criterios muy idiosincráticos.

¿Usted sabía de la existencia del yal? - Moi non plus – diría una conocida y vieja canción francesa. Aquí va el link del canto del yal[1], no de la chanson.

Habitantes del bosque y jardines invadidos por humanos.


sábado, 21 de octubre de 2023

Protocolo

 


Hay días en los que una no quiere hablar y no es que pase algo particular o no pase lo que debía ocurrir por lógica. La lógica personal por supuesto, la de los demás es una cuestión difícil de precisar. Me pasé el día dando informaciones ya disponibles en todas partes y eso debiera bastar para entender por qué me quiero quedar callada. Sería tan bueno poder hablar en automático y pensar en otra cosa, a estas alturas de la evolución debiera ser posible esa función, pero no, para que el servicio de atención al cliente sea bien evaluado y el equipo obtenga el bono de fin de año, no solo hay que saludar, sonreír y mirar a los que preguntan las mismas cosas a cada rato o tratan de resolver algún problema que no corresponde al departamento, además hay que tratar de enchufarles una encuesta de satisfacción usuaria al final y es imposible pensar en otra cosa entre tanto recordatorio del protocolo de atención.

Con todo eso una es incapaz de concentrarse en otra cosa mientras sigue los pasos uno a uno y, si bien, el equipo ha conseguido la mejor evaluación del servicio durante un tiempo récord, todavía no consigo automatizar mis respuestas. Si llego a ese estado podrán reemplazarme por un tótem de autoservicio y no tendría nada que hacer, y si bien, quiero no tener nada que hacer, después no soporto la idea.

Ahora que he recuperado algo de concentración, sí, porque con tantos robos de celulares que me ha tocado ver en el metro y en la micro y las molestias que implica después lidiar hasta con chantajistas, ya no me dedico a pasar por millones de imágenes en el trayecto de ida y de la casa al trabajo y viceversa. Algo me pasó en el cerebro porque he recuperado la capacidad de quedarme en un tema más allá de un segundo y medio.

Lo que más me sorprende esa invasión de calma que hacía mucho tiempo no experimentaba, ¿habrá sido esa sobre exposición de imágenes? O tal vez el abandono de la idea de irme a otra parte. Está fuera de mis posibilidades y después de todo no es tan malo vivir en el barrio del club hípico, las casas son viejas, no sé por qué, pero me gusta ese aire señorial venido a menos, como esas señoras que no dejan de arreglarse para salir, combinan colores y aunque el labial se les escurra por las arrugas de los labios, se ven coquetas y entusiastas por la vida. Vivo con una tía y su marido dice ella. Mi mamá se encarga de repetirme que no es su marido, que nunca se casaron y ya me dejé de pelear con ella por eso o por cualquier cosa. Me río de sus tonterías de vieja pechoña. Mi tía me cobra barato por el arriendo de un dormitorio, en realidad me lo descuenta de lo que me debe y su marido es muy amable, casi siempre me deja agua caliente en el termo, una taza puesta y una marraqueta con lo que haya en el refri para cuando vuelvo del trabajo. A esa hora ellos ven las teleseries turcas y mi tía se enoja a cada rato porque el caballero no se acuerda de la historia. Las noticias las vemos juntos y yo les comento si supe algo durante el día, como ahora uso poco el celular casi no me entero de nada.

No todos los días son iguales, la mayoría sí, pero no todos.

Se suponía que iba a estar en esa casa un par de años, mientras ahorraba para dar el pie de un departamento e irme a vivir, casada, con mi pololo de entonces, pero todo se fue a las pailas. Más que todo y más que muchas pailas, pero no quiero contar de eso. Es una historia simple y repetida. Quedé sin pololo, sin ahorros y deudas que no esperaba. Puse en la cuenta compartida todos mis retiros del diez por ciento, en fin.

Este invierno llovió y hubo que reparar el techo de la casa de mi tía, vuelta a pedir otro crédito porque la caja de compensación del par de viejos les dijo que ya tenían el máximo de deuda y no les podían pasar más plata. ¿Qué iba a hacer? Pedir yo otro crédito que refundía los anteriores.

Supe que mi ex pololo se había casado y que la novia tenía varios meses de embarazo, se compró casa cerca de donde vive mi mamá y mi hermana. Me enteré hace tiempo y, no sé, supongo que antes de saber estaba dispuesta a perdonarlo porque actuaba como si un día fuera a volver, como si no fuera cierto todo lo que pasó. No podía dormir pensando una y otra forma de resolver, de entender. Cuando dormía soñaba con él y despertaba con una sensación horrible, cada vez que estaba a punto de alcanzarlo él me miraba con esos ojitos dulces y sufridos y me decía que no podía quedarse conmigo o veía a su mujer embarazada y como a cinco niños detrás. Mi mamá se encargó de que me diera cuenta de que no había nada más que hacer, no fue muy amable ni simpática su estrategia, pero sin duda efectiva. Dejé de esperar a punta de chismes de barrio, de fotos en Facebook y de Instagram

Y un día, me cayó de sorpresa esta capa de tranquilidad. Supongo que mi cerebro alcanzó un estado de saturación con el tema. Estoy endeudada por cincuenta y dos cuotas más, no me puedo mover de aquí y me alegran cosas como la taza de la once esperándome en la cocina o la idea de que mi tía acepte que adopte una mascota, un perro simpático que no peleche y no tenga mal olor. Eso me dijo. Su marido me está ayudando a buscarlo. En lo único que me parezco a mi tía es lo mucho que me molestan los malos olores y no puedo soportar a la gente que no se da cuenta que huele a rancio.

Mi mamá dice que repetí su historia, que mi papá se fue con otra y que a lo mejor tengo hermanos que no conozco. Al principio reaccionaba y le respondía a punta de pachotadas, portazos y llanto, ahora casi no me reconozco, como le dijo Velasco a Orrego en un programa de debate de política hace años. Ya me da lo mismo lo que diga, sé que se maltrata ella sola cuando me dice cosas horribles, debiera ser instructora de budismo zen a estas alturas dice mi tía.

Tengo un secreto para soportar las visitas que hago a mi madre.

1.     Sonría

2.     Salude y luego con una cara complaciente y que parezca honesta, pregunte

3.     ¿Cómo está mamá?

4.     Aguántese las quejas contra todo lo que usted no pueda resolver y atienda solo al foco, al meollo del problema. Haga a un lado lo accesorio, vaya a lo importante.

5.     Lo importante es lo que usted puede resolver, el resto conviértalo en problema de otro, de la vecina, de la tía que no se casó, del Facebook, del matinal

6.     Conserve la calma.

7.     Sonría.

8.     Realice las operaciones pertinentes de lo que usted puede hacer para mejorar la experiencia de la madre, aunque esta las considere espurias e insuficientes: ponga la mesa, vaya a comprar el pan para la once, diga que lo que cocinó le quedó rico.

9.     En último caso ofrezca comprar algo que la madre tiene muy pocas probabilidades de usar.

10.  Ofrezca lo anterior solo en caso de emergencia.

11.  ¿Hay algo más en que pueda ayudarle? (ruegue porque no sea así y esté satisfecha, enojada, con cara de pasajera del metro, pero ¡váyase!)

12.  Sonría y

13.  Despídase son una sonrisa amplia y más complaciente que la de bienvenida.

El secreto incluye otro acápite, antes de ir, escucho una y otra vez la música favorita de mi papá y que mi mamá odia. Pongo a Piazzola desde que me levanto y llego a la casa de mi madre como quien sabe que se ha portado mal. A veces la muteo y escucho la música en mi cabeza, en especial cuando empieza a hablar del vecindario.

De vuelta lo mismo. Creo que entiendo más cosas cuando escucho a Piazzola y la tranquilidad me invade de nuevo.

 

 

Astor Piazzola, Milonga For Three Quinteto Piazzola, https://youtu.be/iPYBeqdo724?si=gsruxN9KODf1JAMA

Astor Piazzola, Tango Apasionado (finale),

https://youtu.be/gdCg_-ixkWI?si=xpZjetBMo8tZ9gxM


jueves, 5 de octubre de 2023

Irónico

 



¿Cómo era la frase? Si usted hace lo mismo cada vez no espere obtener resultados diferentes.

Simplifique, simplifique.

Aplaudió a rabiar a la conferencista de las obviedades. Si bien se podía oler la estrategia de la psicología inversa, a veces le daban ganas de ser concreto y muy literal, −los insultos favoritos de su esposa −. Hacer como que no se entiende el subtexto de una discusión que no lleva a ninguna parte es todo un arte y su esposa no era aficionada a nada figurativo, excepto, quizás, los cuadros que se había dedicado a pintar como hobbie y que cada vez se demoraba menos en terminar porque se trataba de manchas de colores que combinaban con algún mueble o jarrón o cualquier cosa del living de la casa. Al principio le pedía su opinión y él trataba de ser amable. Un día de esos en que hubiera sido mejor ser un maniquí en una vitrina que nadie se detiene a mirar, cometió el error de reírse, el título del cuadro era tan pretencioso como ridículo y no pudo evitar ser sarcástico.

      Supongo que con este completas la serie para la exposición en el Bellas Artes.

Ella se puso a llorar como una niña, con sollozos y espasmos y cuando pudo hablar le confesó que ya no soportaba su tonito irónico, su agresividad reprimida y su aire de superioridad. Estaba harta de estar pendiente del tono y el rictus de sus labios para saber si hablaba en serio o se trataba de una forma cobarde de ser directo. Se sentía exhausta de estar en guardia en su propia casa y de tener que soportar las risitas o reconvenciones suyas o de los hijos por no haber captado la sutil diferencia de una frase burlesca que ella podía haber tomado como un halago.

Se quedó pensando en esa confesión y al fin pudo poner palabras al modo en que se sentía de niño en la casa familiar. De ahí en adelante se propuso cuidar más a quien había sido dulce y generosa con él. Se reservaba los sarcasmos para los cafés con los compañeros del trabajo o los practicantes mano-de-obra-barata que llegaban de tanto en tanto a la oficina. Se divertía con ellos en su el rol del tipo macuco, mala onda a veces, original y divertido de vez en cuando.

Ingenioso. Ese concepto le parecía más justo. A veces, con un poco de trago en el cuerpo o un estado de éxtasis venido de alguna buena decisión o un acierto en cualquier cosa, podía hacer llorar de risa a su equipo de trabajo, incluso o en especial a los recién llegados. Su jefe se relacionaba con él de forma extraña, más bien inconsistente, en ocasiones lo consideraba un tipo brillante por sus buenas ideas y en otras temía a los comentarios mordaces dichos de tal modo que podían ser un chiste o una observación de muy mal gusto. Tendía a tenerlo en la mira en las reuniones, cuidaba sus palabras y en esta ocasión, como en casi ninguna otra le pidió que repitiera en voz alta lo que murmuraba a quien estaba a su lado

      El sr. Valverde, abogado, velará por ustedes en caso de tener problemas con algún cliente.

      Seguro, le importamos tanto que nos calculará el finiquito en menos de cinco minutos

      ¿Qué dijo?

Esta vez había escuchado la frase y pretendió aleccionarlo delante de todos porque Valverde era un tipo leal y comprometido con el equipo y no se merecía ese menosprecio.

      No dije nada jefe ¿cómo podría? Sé de su aprecio por el señor abogado.

Todos se rieron, había hasta rumores de romance entre Valverde y el jefe y este no era capaz de enfrentar el comentario en ese contexto.

      Me pareció que dijo algo, pero veo que me equivoqué.

Mil goles para el ingenioso, cero para el jefe quien comprobaba una vez más que se trataba de un tipo poco confiable y cagón, pero hábil. Terminó como pudo esa reunión, trató de no cambiar el tono o su expresión, sin mucho éxito.

Era divertido ver al ingenioso cuando se encontraba con alguien casi tan rápido como él para los duelos verbales, un verdadero espectáculo de dimes y diretes que se asemejaba a un ring de box en el que los dichos de uno pretendían noquear al otro. Por lo general el desafiante perdía, pero el héroe de esta historia sabía reconocer el talento ajeno y acusaba el golpe de una o dos frases que no respondió a la altura. Se iba pensando de vuelta a la casa, en el largo camino diario a casa que incluía micro, metro y colectivo. Paseaban por su mente las líneas que podría haber dicho y se lamentaba de su error, también preparaba respuestas para los posibles encuentros de los días siguientes. A veces se obsesionaba y no podía parar de inventar situaciones en las que aplicaría sus habilidades con el lenguaje. Ensayaba en su mente el tono, la oportunidad y la velocidad en que pronunciaría determinado tema o palabra. Cuando la situación ameritaba máxima concentración, decía sus líneas frente al espejo del baño, buscaba la mirada apropiada y la sonrisa amplia con la que coronaría el momento.

      A ver niños, un número primo no se puede dividir. Es como un huevo, no se puede cortar un huevo ¿cierto?

      ¿Y si es un huevo duro?

Ese fue su primer acierto en clases, sus compañeros se reían a rabiar y al profesor le fue muy difícil retomar el control de la clase.

      ¿Vino de chistoso hoy día usted?

      No ¿y usted?

Los niños se rieron de nuevo y pudo ver como el rostro del profesor se transformaba y se inundaba de rojo. Esa situación le provocó tal satisfacción que no podía olvidarla. Iba en quinto básico. Ese fue el comienzo del gusto por la sensación de poder. En la adolescencia casi no podía refrenarse y sus padres eran llamados con frecuencia a dar explicaciones por la insolencia sofisticada de su hijo, la impertinencia y hasta crueldad con profesores y compañeros de clases. Dejaron de llamarlos cuando el director, inspector y profesores advirtieron que era un estilo comunicacional familiar y ninguno de ellos podía moverse bien en los saltos lógicos desde lo textual y lo connotativo o viceversa con que los padres defendían a su ingenioso hijo.

Es difícil dejar un hábito, por malsano que sea este.

Eso le ocurrió al ingenioso. Rara vez podía hablar sin dobleces, sin hacer que sus interlocutores se sintieran incómodos u objetos de burla. Llegó un punto, ahora en la adultez, en que cuando intentaba ser amable o hablar desde la honestidad, se veía muy a menudo dando explicaciones o agregando al final de sus frases – lo digo en serio −, pero no lograba aun controlar esa sonrisa final que hacía dudar a casi todos de la veracidad de sus palabras.

En algunas circunstancias se lamentaba por su incapacidad para controlarse, en especial con las personas que amaba. Con ellos adoptaba un tono dulzón exagerado para reforzar una frase cariñosa – estoy muy orgulloso de ti – o un efusivo − ¡muy bien hijo! −, pero precisamente por lo exagerado del tono, la frase parecía una burla en un nivel más amplio y sonaba hasta cruel.

Entonces se enojaba y los hacía sentir ridículos − ¡cómo me voy a estar burlando! ¿no captas la diferencia entre un chiste y una observación genuina? Debes estar mal ¿tienes muchas preocupaciones acaso? uno trata de ser amable y responden puras leseras.

La casa comenzó a sentirse silenciosa, los diálogos alrededor de la mesa comenzaron a escasear y abundaban los monólogos del ingenioso seguidos de otros de su esposa que trataba de generar conversaciones en que los hijos se sintieran incluidos. A veces ellos, buenos alumnos, se unían al padre para congraciarse con él haciendo gala de su negro estilo de humor con las mismas armas del ingenioso para pesadilla de la madre y en otras, por turnos, consideraban que todo era demasiado y ya no querían hablar con ninguno de los dos. Uno se paraba de la mesa sin decir nada, otra se negaba a responder y la tercera se refugiaba en un silencio pertinaz y selectivo.

El ingenioso se propuso dejar de hablar así con la familia, tenía que salvar los afectos que le quedaban, pero le era tan difícil hablar sin burlarse que también se fue quedando callado y solo. Incluso cuando reconoció en el trabajo, en la familia y en el circulo de amigos, que se sentía prisionero de sus palabras y la forma en que las ordenaba, los demás optaron por no creerle, reírse y alabar su inagotable ingenio para divertir a los demás. Lo anterior no deja de ser irónico ¿no? más aún cuando frente a la más encendida declaración de amor que pudo pensar para su mujer a esta solo se le ocurrió decir − ¿es en serio? − y él respondió en automático − ¿eso creíste? – acompañó la pregunta con una sonrisa amplia y una ceja levantada.

Julius Popper, La innombrable https://youtu.be/-Cw48NHpWPo?si=-678y5K5X-iiwpyt

Spandau Ballet, Communication https://youtu.be/fWM6kDbxT9g?si=FUo5d5KJXnBFAO3C

 


La cortaron verde

  Luego del portazo producido por el viento de ese verano, se quedó a cargo del cuidado de la chacra. Era pequeña, pero para quien solo sabí...