jueves, 24 de marzo de 2022

La Mezquita Azul

 


La mezquita azul

 

 

Llevaba 30 años siendo profesor de arte en el mismo colegio. Estaba cansado de hacer clases a niños, cada vez más mimados en un nivel y cada vez más abandonados en otros. Cansado de padres que enarbolaban banderas de lucha por una nota, según ellos, injusta para sus hijos, pero incapaces de bañarlos, cortarles las uñas o de enseñarles a comer con servicios y con la boca cerrada. Esos mismos padres que poblaban sus perfiles de redes sociales con fotos de sí mismos con sus hijos y encendidas declaraciones de amor por ellos. Esos querendones padres que veían al colegio como si fuese un servicio al cliente y que revivían sus propios conflictos adolescentes en el contacto con los profesores.

 

No había perdido la pasión por el arte, ni por la pedagogía. Aún había tres o cuatro niños por año que renovaban su entusiasmo por enseñar y maravillar a través del arte. No dejaba de impresionarse cuando un niño descubría la rosa cromática y era capaz de combinar colores para tener la sensación de descubrir otros. La sonrisa de satisfacción y la búsqueda de su mirada de aprobación eran alicientes para soportar a los otros malcriados e insolentes que lo veían como un prestador de servicios.

 

Estaba solo hace un buen tiempo ya. Su exesposa había formado otra familia y él lo había intentado sin resultados. El dinero fue siempre un obstáculo. Su timidez, o como decían ahora, su falta de habilidades sociales, también eran barreras siempre presentes. Había conocido a mujeres con las que podía conversar y dejarse llevar en una atmósfera parecida al romance. Solo parecida porque después del sexo sentía que no tenía nada que ofrecer. Había una que quiso quedarse con él, pero fue incapaz de superar su sensación de insignificancia. Se sentía anónimo. Sentía que pasaba por la vida cumpliendo las órdenes sociales sin falta: ver a sus hijas, ya adultas, cuidar de sus padres, mantener su departamento en orden, pagar las cuentas sin retraso, comer saludable para no llegar a ser un viejo dependiente o al menos postergar esa etapa. ¿Qué vida le iba a ofrecer a Magnolia? Sí, se llamaba Magnolia, como la flor, como la película y así le parecía, una flor imponente, rara, de grandes pétalos y fragancia que impregna el ambiente. Magnolia lo había querido. Lo había abrazado casi con desesperación y él solo miró hacia abajo. – Le evité el dolor, la decepción de aburrirse conmigo- se decía a sí mismo. Cuando otros le preguntaban por ella, sólo se encogía de hombros. Magnolia era una mujer imposible de ignorar y a su lado él la hubiera contagiado con su opacidad. Así se explicaba su decisión de terminar la relación cuando ella quiso vivir con él.

 

Con Magnolia, mientras estuvieron juntos y compartían una botella de vino, solían imaginar viajes. Primer destino: Viena, ahí estaban las obras de Klimt, Schiele y Kokoschka y todo el influjo de Freud; segundo destino Paris, lógico, el Louvre y Orsay, tercer destino: Florencia y la presencia de Rafael y Leonardo. Eran los viajes imprescindibles y básicos de todos en realidad, pero para ellos era un sueño inalcanzable en esos años. Con el sueldo de profesores e hijos que mantener, era solo una fantasía. Los destinos más exóticos que imaginaban eran Abu Dabi, Irán y Malasia, Kuala Lumpur, solo por el Templo del Sol.

 

Coleccionaban fotos de mezquitas, se fascinaban con el diseño intrincado de formas geométricas y la utilización de ángulos y curvas en construcciones casi imposibles. El colorido era el elemento mágico, había algunas con colores vibrantes y variados, otras con infinitas variaciones de azul y algunas de blanco inmaculado con destellos dorados por aquí y por allá. Suponían que al adentrarse en ellas experimentaría la sensación de sobrecogimiento de los fieles, de los que creían en un dios y habían diseñado esas magníficas construcciones.  Esos hombres y mujeres de fe habrán esperado sentir sobrecogimiento, temor, orgullo y tal vez una conexión divina, un agradecimiento de su dios por haber sido objeto de tamaño homenaje.

 

Pensaban en los obreros y artesanos que crearon las infinitas cerámicas incluidas en esos mosaicos. Había quienes eran capaces de ver cada pieza en su belleza particular y otros, que podían ver en la unión de millones de ellas un diseño armónico y bello. Imaginaban los bocetos del diseño original, llenos de líneas y cálculos que permitieran convivir a la armonía con la creatividad y la factibilidad de edificar tanto amor y fe.

 

Recordaba todo esto mientras caminaba hacia el metro. El viaje se le hizo insoportable. Había olvidado sus audífonos que le permitían aislarse de los innumerables cantantes que invadían todo con sus parlantes en cada vagón. Se bajó de dos trenes por si tenía la suerte de encontrar algún vagón sin estridencias. No lo logró.

 

Vio su reflejo en una ventana y por algún efecto de las luces y sombras, se vio en tres edades, la adolescencia, la madurez y siendo un anciano. Siempre en el metro. Sintió que se iba a morir en el metro. Apretado, incómodo, invadido por sonidos desagradables y olores de desconocidos. El peor olor de todos no era el sudor, era el olor de la grasa del pelo. Ese olor penetrante y hasta visible.

 

Hizo un esfuerzo y se cambió de posición, quedó mirando hacia otros pasajeros, los que estaban en el pasillo del medio. Imposible no notar una pareja de dos adultos maduros que reían como chiquillos. Se miraban como si no pudieran contener sus ganas de abrazarse y, como si no hubiera público, se besaban. De vez en cuando él, de vez en cuando ella, miraban alrededor para confirmar que no los estuvieran viendo. Esfuerzo inútil. ¿Cómo no notar a dos que no se comportan como debieran? Esa idea quedó rondando en su cabeza ¿cómo fue que decidieron estos dos hacer algo impropio?

 

Primero consideró un insulto su presencia, mostrar felicidad con tan poco pudor, eso no se hace. Simplemente no se hace. Sentía rabia en realidad. Se sentía atropellado en su tranquilidad. Algo ardía en su interior, pero no iba a bajarse de nuevo. Ya se hacía tarde y había cada vez más gente. Tendría que soportarlos en su disfrute. Los cuerpos de ambos luchaban para no acercarse. Se hablaban al oído y reían. No parecían enterarse del mundo alrededor. - Patético espectáculo- se dijo.

 

Se bajaron al fin. Un alivio.

 

Siguió molesto. Llegó a su estación y en uno de los anuncios del metro vio una fotografía de la mezquita Sultán Ahmed en Turquía. Se detuvo a mirarla. Su corazón comenzó a latir más rápido -otra vez la angustia- pensó. Respiró hondo, tres veces, algo se calmó.

 

En cuanto llegó a su departamento, tomó su notebook y buscó imágenes en Google, había muchas, muchísimas. Antes la había visto en enciclopedias y libros de arquitectura, ahora podía verla desde todos los ángulos, a distintas horas del día, en diferentes estaciones del año. Aparecían además las ofertas de viajes. Tenía dinero ahorrado para cuando fuera más viejo y tuviera que solventar las enfermedades y la mala pensión que recibiría. Cerró el notebook con fuerza. Se tumbó en el sofá, cerró los ojos. No había encendido la radio como era su costumbre. Se escuchaba el ruido de la ciudad, bocinazos, sirenas, gritos, risas. Dormitó un rato.

 

Cuando despertó notó que no se había quitado la chaqueta y rezongó. Recogió los lentes y se ordenó como pudo el pelo.

 

Había tenido una discusión con el director del colegio ese día. Quería llevar a un grupo de alumnos a una exposición y no lo autorizó. Como pocas veces en la vida se había encolerizado, pero fue incapaz de decir algo. El director le había dicho que el arte y la belleza podían apreciarse en libros, en Youtube, en los museos con tours virtuales tal como él que, como profesor, lo había hecho así y muy bien hasta el día de hoy.

 

Nunca había visto los originales de las obras que admiraba. ¿No lo convertía eso en un imbécil?, ¿acaso no era el arte lo único que le quedaba de satisfactorio?

 

Abrió de nuevo el notebook. Revisó su cuenta bancaria, los fondos mutuos para su vejez. Vio las ofertas y recordó a la pareja del metro que se sentía con derecho a incomodar a los otros con su risa y coqueteo. No sintió rabia. Entendió la opción.

 

Compró su pasaje a Turquía. Visitaría la mezquita azul, se quedaría dentro de ella todo lo que quisiera, aunque fuera lo único que hiciera allá. Recorrería cada centímetro por dentro y por fuera y guardaría en su mente ese registro. Qué importaba lo que viniera después.

 

 

 

II Teorías de ti misma

¿Con qué podría retenerte?

Te ofrezco esbeltas calles, puestas de sol desesperadas, la luna de suburbios mal cortados.

Te ofrezco la amargura de un hombre que ha mirado largamente la luna solitaria.

Te ofrezco mis ancestros, mis muertos, los fantasmas que los vivos han honrado con bronce: al padre de mi padre que murió en la frontera de Buenos Aires con dos balas que atravesaron sus pulmones, barbado y muerto, a quien amortajaron sus soldados con una piel de vaca; a ese bisabuelo, de la línea materna, que comandó, con veinticuatro años, una ofensiva de trescientos hombres en el Perú, ahora sólo fantasmas sobre monturas desleídas.

Te ofrezco, sea cual fuere, la sapiencia que contengan mis libros, y la hombría y el humor que contenga mi vida.

Te ofrezco la lealtad de un hombre que jamás ha sido leal.

Te ofrezco el núcleo duro de mí mismo que he guardado, de algún modo; el corazón central que no comercia con palabras, no trafica con sueños, y no tocan el tiempo ni el placer ni las adversidades.

Te ofrezco la memoria de una rosa amarilla vista al atardecer algunos años antes de que nacieras.

Te ofrezco explicaciones de vos misma, teorías de vos misma, auténticas y sorprendentes noticias de vos misma.

Te puedo dar mi soledad, mi oscuridad, el hambre de mi corazón; intento sobornarte con incertidumbre, con peligro, con derrota.

Two English poems

 

 

Hacía poco había afirmado con tanta seguridad que ese texto pertenecía a Gonzalo Rojas que su colega había quedado convencido de que así era. Ninguno de los dos recurrió a la internet para cerciorarse, al llegar a su casa tarde, disfrutando de conducir en el tráfico fluido por la hora olvidó la conversación y su habitual postura de ninja frente a casi cualquier discusión. Se apasionaba por estupideces, como si fuera a perder algo si no tenía razón. Mientras preparaba para sí un tazón enorme de té y un pan con cualquier cosa, escuchaba a Sting y la repetida frase what would a man not do, not say. Puso el trozo del poema en el buscador del PC y resultó que su colega tenía razón, era de Borges. Un hombre solo, aburrido de las noticias de las redes y la Tv, que cumplió su deber en el día y no tiene nada urgente que resolver, suele pensar leseras, generar hipótesis acerca de sí mismo y de encontrar asociaciones que solo existen en una mente evitativa como la suya. Paja mental, inútil. Después de la autocrítica venía la libertad, primero el castigo, luego el consuelo. Una pauta, que, sumada a otras, se iba convirtiendo en un patrón. Un pasatiempo neurótico, rígido, divertido.

¿Cómo se pudo confundir tanto y por un período tan largo? debía haber pasado mucho tiempo huyendo de Rojas y Borges como para llegar a fusionarlos. Y como era tarde, la ducha nocturna, apenas tibia y el ventilador habían refrescado hasta su cerebro, se dejó llevar, recordó a Lacan y su famosa frase “amar es dar lo que no se tiene”, tenía el cartón completo. Solo debía recordar la profecía de la esotérica del grupo de profesores - a ti te toca dar amor no más, nada más, dedícate a eso -. ¡Premio, premio! Un tarro de piña y hasta uno de duraznos en conserva hubiera ganado si esa asociación hubiera sido parte de alguna rifa escolar. Si se dejaba llevar, encontraba más y más versos de canciones y poemas diciendo lo mismo dar, casi como ofrenda religiosa, una virtud que no se tiene: valentía, lealtad, amplitud de la mirada, paciencia y tanto más. Al otro día lo primero que haría al ver a su colega sería disculparse, no tanto por el error, sino por la forma en que había defendido su posición. No era aficionado a culpar a otros de sus errores, en este, tan garrafal para un profe de lenguaje, no tenía cómo, pero ese colega lo irritaba más de lo normal. Lo veía y le daba rabia, desde que volvió de su viaje, saludaba con las manos como Gandhi y decía Namasté en vez de hola, chao, hasta luego. No podía decir que lo prefería como antes, gris, aburrido, mimetizado con el ambiente. A veces le preguntaban si lo había visto y no podía recordarlo – oye, pero si estuvo en la reunión de los martes y presentó unos trabajos de los cabros de primero medio – ahí recordó el momento, de hecho, ese día en particular, se acordaba más de las piernas de la profe reemplazante de química que de lo que expuso su colega. Eso de ser hombre y las piernas de ella, al descubierto con una mini al útero, se le hizo difícil no mirar, si insistía lo iban a acusar de acoso, así es que se esforzaba para concentrarse en el piso de la sala de profesores, con el parquet del año de la pera a mal traer; y peor barrido, lleno de migas de las galletas de la reunión.

Sí, desde que volvió de su viaje, el que antes era opaco, brillaba. Ahora sacaba la voz, opinaba, criticaba, proponía cosas y los alumnos hasta lo encontraban interesante. Ya no andaba con esa chaqueta horrorosa que merecía ascender a calidad de trapero desde su posición de harapo. Ahora usaba unas camisas con cuello Mao, por lo general blancas. Se notaba que las lavaba. ¿de cuándo acá se fijaba en la ropa de la gente? ¿se estaría volviendo gay? Hacía rato que no se sentía excitado por nadie, claro, miraba las piernas de la jovencita de la mini, pero no, era el hábito. Debía ser la edad, la andropausia había escuchado por ahí. Qué tanto, para lo que le servía ser funcional, cada historia un fracaso, mejor que se durmiera el pajarillo, antes su aliado, ahora, un amigo con sueño.

Eso pensaba del Namasté antes del viaje, que era un gallo que vegetaba, que estaba vivo por las deudas que tenía no más, por las obligaciones, en cambio él andaba de galán y le resultaba. Parecía que hubiera pasado un siglo, un milenio.

¿Cómo lo había hecho para pagarse el tremendo viaje? A lo mejor pagó después con los retiros, alcanzó a viajar justo antes de la pandemia. La rajita. Ni que hubiera adivinado lo que se venía después, ese no tiempo, esa parálisis interna que cambió el destino de tantas cosas o lo aceleró o lo enlenteció. El Namasté corre después de las clases, dice que hace talleres de acuarela, sus alumnas son casi todas mujeres, cuarentonas, cincuentonas, en busca de la exploración de sus talentos, eso decía él. Sentía curiosidad por verlo rodeado de personas, antes era un solitario. Una vez lo vio con Magnolia, no podía entender cómo una mujer como ella podía estar con él. Parecía una mariposa atraída por un cardo. Esa relación terminó, seguro fue ella la que se dio cuenta de que las espinas del cardo estaban poco disimuladas, que todos las veían menos ella.

Dejándose llevar, entendía por qué sentía rabia cuando veía a su colega. Releyó el poema de Borges y se reencontró con ese que leía, con el que se fascinó tanto con la poesía, con los libros, buscó el libro El Relámpago de Rojas,

Retrato de mujer

Siempre estará la noche, mujer, para mirarte cara a cara,
sola en tu espejo, libre de marido, desnuda
con la exacta y terrible realidad del gran vértigo
que te destruye. Siempre vas a tener tu noche y tu cuchillo,
y el frívolo teléfono para escuchar mi adiós de un solo tajo.

Te juré no escribirte; por eso estoy llamándote en el aire
para decirte nada, como dice el vacío: nada, nada,
sino lo mismo y siempre lo mismo de lo mismo
que nunca me oyes, eso que nunca me entiendes nunca,
aunque las venas te arden de eso que estoy diciendo.

Ponte el vestido rojo que le viene a tu boca y a tu sangre,
y quémame en el último cigarrillo del miedo
al gran amor, y vete descalza por el aire que viniste
con la herida visible de tu belleza. Lástima
de la que llora y llora en la tormenta.

No te me mueras. Voy a pintarte tu rostro en un relámpago
tal como eres: dos ojos para ver lo visible y lo invisible,
una nariz de arcángel y una boca de animal, y una sonrisa
que me perdona, y algo sagrado y sin edad que vuela en tu frente,
mujer, y me estremece, porque tu rostro es rostro del Espíritu.

Vienes y vas, y adoras al mar que te arrebata con su espuma,
y te quedas como inmóvil, oyendo que te llamo en el abismo
de la noche, y me besas lo mismo que una ola.
Enigma fuiste. Enigma serás. No volarás
conmigo. Aquí mujer, te dejo tu figura.

Vértigo.

En la página que abriera encontraba palabras que lo habían obsesionado. ¿Qué había sido de ese tipo, su yo de alguna vez? Rojas tan corporal, Borges tan abstracto. Rojas y las putas, Borges y los dioses. La rabia con el Namasté se convertía en algo más asible, envidia, admiración. El tipo se había atrevido a romper con su trayecto más probable, se arriesgó y se quedó. Se disculparía por discutir tonterías, lo felicitaría por su nueva vida llena de nuevas posibilidades, omitiría la humillación de decir que lo envidiaba, admitirlo era asumir su derrota, la sentía, hasta imaginaba que Namasté lo suponía. Para qué despejar la duda. Dejarse llevar, perseverar en sus propias obsesiones, sin oprimirlas, podía ser por ahora su espacio de libertad interna. Tal vez dejase de soñar, la voluntad y disciplina no resultaron. Buscaría otros caminos.

Sting, For her love

https://youtu.be/vtBtNV1ktGE

 

Jorge Luis Borges, Two English poems

https://borgestodoelanio.blogspot.com/2014/08/jorge-luis-borges-two-english-poems.html

 

III Magnolia

Dicen que ahora se parece más al hombre que yo veía en él, un tipo culto, interesante, con cuento. Me enteré de la discusión que tuvo con el director del colegio donde trabajaba. Nunca lo oyeron reclamar, solo el portazo al salir de la oficina del jefe.

Cuando me pidió un tiempo porque decía que no tenía nada para ofrecerme, renuncié a todo, al trabajo primero. No fue capaz de decirme que esa pausa, ese tiempo del que hablaba era para siempre, me bastó una mirada de menos de un segundo para saber que me estaba dejando. No iba a soportar verlo y no hablarle, me hubiera sido más difícil recuperar el equilibrio, luego dejé de hacer clases y ahora me dedico al corretaje de propiedades, una pega apropiada para alguien de mi edad, casi cincuenta y con características de buena vendedora.  Gano más que como profe, he conocido gente con la que podría viajar, solo que ya no quiero ir a ningún lado. También renuncié a eso, a los viajes y a las fantasías que implican. La pandemia ayudó.

Nada que ofrecer, como si yo le hubiera pedido algo, solo quería estar con él. Se imaginó que me quiso, me siguió el juego de una vida fantasiosa juntos, pero se resignó rápido a lo que estaba acostumbrado y lo hacía feliz o cómodo o lo que fuera mejor que hacer lo necesario para estar conmigo. Era mucho esfuerzo pasar buenos momentos conmigo, mucha imaginación la mía, mucha intensidad. Dicen que ser intensa está mal, es sinónimo de locura, de mujer tóxica. Puede ser, qué importa.

Mientras yo trataba de parecer entera y responder al estereotipo de mujer moderna, fuerte, experimentada, resiliente, capaz de todo, supe que fue a los lugares que imaginábamos recorrer juntos. Ahora me parece que solo lo imaginé yo, él se pensaba a sí mismo, sin mí. En mi obsesión, me daba por creer que se acordaba de mí en esos lugares, que quería que estuviera allá. Tan ridícula que puede llegar a ser una cuando quiere. Y claro que lo quise, no tiene idea de cuanto lo quise. En la escala de Mercalli, el terremoto fue de magnitud 9, pero muy subterráneo, en la superficie seguí siendo la Magnolia que todos conocen, no sé para qué, puede ser porque no sé aparecer de otra forma en el mundo. ¿No dejamos todos a nuestra sombra sumergirse en los sueños y al despertar nos metemos en el personaje que hemos construido y que creemos ser?

Dicen que el viaje lo cambió y que a la vuelta tuvo que trabajar tanto para pagar su excentricidad que no se veía triste ni de cerca. Al revés, parecía estar aliviado, nadie entendía, yo sí. Estaba aturdido, como quien despierta de una pesadilla, como quien sale del hospital. Me decía que yo le provocaba angustia. Como me he especializado en falta de coordinación con la vida, y todo ocurre en la mente de una, yo sentía que él me calmaba, que su pecho era mi refugio, mi hogar.

Hasta que me dijo que cerrara por fuera y volví a mi eje habitual. No tan de inmediato, pero así parecía. Y lo que parece es lo que es, si la imagen lo es todo o dice más que mil palabras, debo ser eso, lo que los demás ven.

Me he vuelto más silenciosa, todo lo que puedo. Y dicen que menos soberbia, más compasiva, una de las palabras de moda de las mujeres que conozco, junto con proceso, elaboración, perspectiva, distancia, vínculo. Al fin ya no hablan de decretos, visualizaciones o resoluciones. Cada vez más disfruto de los momentos de soledad absoluta. Supongo que algo de cierto tiene el impacto del encuentro con otro, ese otro. La estructura interna se modifica, aunque en mi caso haya significado la profundización de un descreimiento frente a casi todo.

Hace poco supe de él, está bien, sigue trabajando en el mismo colegio donde nos conocimos, el director ahora lo deja hacer clases de arte de un modo menos convencional, se lleva a los chiquillos al aire libre y les muestra conceptos como armonía, composición, color, espacio público. Les prepara visitas a museos famoso de Europa escogiendo los links interactivos que circulaban como cadenas por los WhatsApp en lo peor de la pandemia. Por lo general no me libro de sus noticias porque la gente es así, les gusta ver las reacciones de los ex para tener algo de qué hablar, por si la conversación se pone más sabrosa.

Debo quererlo mucho aun porque me alegré de que al fin se atreviera a ser quien es y a ser feliz, aunque ese estado no me incluyera en ningún aspecto. ¿A cuánto puede llegar la intensidad? Hasta la estupidez pues.

¿Qué le dirán de mí? Puedo adivinarlo, tampoco se libra de que le pregunten. Los más osados se atreven a interrogarme sobre si tengo pareja, les respondo con otra pregunta.

-       ¿Qué crees tú, alguien como yo puede estar sola?

Por lo general recibo sonrisas cómplices de vuelta, hasta carcajadas, en donde dan por hecho de que estoy con alguien.

-       Obvio que no, ¡jajaja!

-       ¡Obvio que no! respondo yo riéndome de nuevo.

Para mis adentros me encojo de hombros y los dejo con sus prejuicios.

Vengo llegando de mostrar un departamento del barrio Parque Forestal, lo han bajado tres veces de precio y no pasa nada. Un ventanal que antes ofrecía una vista panorámica al parque y al museo ahora tiene en frente decadencia y basurales. –  La historia nos alcanza – escuché decir a un potencial comprador, – pero no quiero que me pille tan rápido agregó. Me agradeció la muestra y se fue junto a su esposa que no dejaba de mirar todo con expresión de asco matinal. Si logro vender ese departamento me convenceré de que soy buena en lo que hago.

Mis hijas no están, ya no dependen de mí salen y entran cuando quieren y pueden, solo que no dejan de enjuiciarme y créame, no hay peores e implacables jueces que los hijos. Esa es otra historia.

Cuando voy a mostrar el departamento del parque, una vez a la semana al menos, aprovecho de revisar las ofertas de otros por el centro, a veces simulo que soy una potencial clienta para estudiar las estrategias de otros que se dedican a lo mismo que yo, tomo metro o una micro y me acuerdo de un señor que se dedicó a escuchar una conversación telefónica mía. Lo vi de nuevo en la tarde, el patudo me preguntó – ¿lo extraña?

Podría haberme quedado callada, responder una grosería o con un elegante silencio o nada, pero no me contuve y desde el fondo de mi pecho, respondí con un sí casi gutural, denso, ahogado. Me subí a la micro de vuelta, encontré un asiento junto a la ventana y cuando el sentimentalismo comenzaba a tomar su habitual lugar lo suprimí revisando Twitter, nada mejor para reemplazar cualquier emoción blandengue con la risa y la rabia que provoca esa red social, brújula y oráculo de cualquier figura de poder ficticio o real por estos días.

Mahler, Adaggieto Symphony

https://youtu.be/Les39aIKbzE

 

 

III La dirección

 

Al director no le hizo ninguna gracia que Magnolia renunciara a su cargo de profesora de historia en el colegio, era buena profesora, los chiquillos la querían y la respetaban, además ocupaba toda clase de estrategias para entretener a la cabrería y hacer la competencia a los teléfonos y pantallas de distinto tamaño. Y que hubiera renunciado para no estar cerca del profesor de arte era el colmo de los colmos. Maldecía la hora en que los puso a trabajar juntos en la revisión de períodos históricos integrados en todos los ramos, fue idea de ella por supuesto. Quién iba a decir que era para estar al lado de ese tipo. Formaron un grupo con el profesor de lenguaje y la encargada de UTP que se devanó los sesos para coordinar los programas de cada asignatura. Claro, las cosas andaban bien en el período previo al romance y al inicio.

¿Hay alguien que no saque lo mejor de sí mismo cuando se siente atraído por otra persona?

Los apoderados estaban felices con la idea, hasta ellos aprendieron de historia universal, lograban relacionar lo que estaba pasando en Asia, Europa, África y América del Sur, el desarrollo de la literatura, el tipo de pinturas y esculturas de los pueblos originarios, las construcciones y hasta los profesores de ciencias pelearon por meterse ahí y trabajar ángulos, mecánica de fluidos por los canales romanos y los regadíos de los mayas y los incas.

Hacía tiempo que no veía al personal tan entusiasmado con el trabajo, parecían adolescentes entretenidos en un juego y toda la comunidad escolar hervía de entusiasmo, surgían muchas ideas para aprovechar todas las oportunidades para aprender. La semana del aniversario del colegio coincidió con el renacimiento y la idea era que cada curso se vestiría y reflejaría la época desde lo que estaba ocurriendo en una cultura particular.

Y todo porque Magnolia se encaprichó con el profesor de arte. Ella decía que se le había ocurrido hacía tiempo, pero pensó que nadie más se iba a motivar. Todos los días las conversaciones giraban en torno a las quejas acerca del sistema, de los cabros de ahora, de lo pencas que son los apoderados, el país se estaba yendo al carajo e innumerables miradas apocalípticas de las capacidades de los demás, nunca de sí mismos. Le parecía demasiado naïve plantear ideas que implicarían más trabajo y mucha coordinación entre todos, pero un día coincidió en un café con el profe de arte, el más callado y calmado del grupo, pero según ella, con los ojos más expresivos y profundos que recordaba. Eso decía Eugenia, la UTP, que llevaba y traía chismes al director.

-       ¿En serio, dijo que le gustaban sus ojos?

-       Y mucho más, su cara de guerrero cansado, de tipo dulce y sensible que se disfrazaba de indiferente ante los demás. Ahí va a pasar algo, espérese no más.

Cuando Eugenia salió de la oficina experimentó una rabia que superaba con creces lo sabroso de la copucha. Al mismo tiempo intuyó que detrás de los colores de Magnolia había una clase de sombra que ella desconocía por completo. Se puso de pie para mirar hacia el patio del colegio a través del ventanal de su oficina. Le quedaban tres años para el retiro y solo quería que ese período transcurriera en paz. Ahí estaba la explicación de su rabia, Magnolia y el profesor de arte serían un problema. Miró su reloj, porque él usaba reloj y no el teléfono para ver la hora y se dio cuenta que estaba atrasado para la inspección de las dependencias del establecimiento.

Se rio de sí mismo porque usaba la jerga de su labor para casi todo, era parte de su identidad a esas alturas. Cómo no si llevaba toda la vida dentro de un colegio.

No podía dejar de pensar en la absurda atracción de Magnolia por el profesor de arte. ¿Qué le verá? Ese cuento de los ojos, - ¡andá-. Caminó casi sin percibir ese instante entre los pasillos, mirando hacia las salas por si había más desorden que el de costumbre, se paseaba con las manos tomadas detrás de su espalda para conservar una postura de autoridad y a propósito fruncía el ceño con el mismo fin. Se daba cuenta de que solo los más chicos ponía expresión de miedo al verlo, los de media a lo más bajaban un poco el volumen de los gritos y en cuanto pasaba, sabía que se burlaban de él. Una vez cometió el error de voltearse y mirar lo que hacían, quedó descolocado y no supo como reaccionar frente a las burlas infantiles de los alumnos. Sonrió algo nervioso y siguió su camino, en otros tiempos los hubiera subido y bajado, hubiera llamado a los apoderados, los hubiera sermoneado por no saber disciplinar a sus hijos y hubiera hecho gala de su lenguaje insultante – pusilánimes, intrigantes, conformistas - y mucho más para luego terminar con sus palabras preferidas - ¡mediocres, manga de mediocres ganapanes! Jamás se desgastó enfrentándose a los alumnos, iba directo a la solución, los padres, hasta que advirtió que de solución pasaron a ser el problema. Venir a burlarse de su leve cojera caminando como orangutanes, descerebrados, son un insulto a la especie estos pendejos de mierda, pero debía callarse, ahora lo demandarían, subirían algún video a las redes y su tragedia sería un meme para hacer reír a otros monos como ellos.

Cuando se vio impotente frente a los padres, cuando estos dejaron de encontrarle razón y comenzaron a defender a sus hijos no importaba la barbaridad cometida se dio cuenta de que no quería seguir ahí, pero no podía irse antes de la edad oficial para el retiro. Todavía estaba pagando la universidad del menor de sus hijos que, siguiendo los consejos de su madre, estaba cursando un magíster. Se parecía a Condorito en la cárcel rayando el calendario para ir en la cuenta regresiva de su retiro.

Sí, el programa integrado de historia y todas las demás asignaturas había sido un éxito, pero la parejita estrella duró poco. El director no podía creer cuando Magnolia llegó con su carta de renuncia firmada ante notario. Recurrió a todo para convencerla de quedarse y nada. Había estado vaciando su estante de a poco, ya tenía otro trabajo y no cambió la expresión de su cara ni por un segundo. No recordaba haberla visto así.

En cambio, el profesor de arte seguía allí, como siempre, inescrutable. Todos parecían extrañar a Magnolia, menos él. Siguió como si nada. Cuando la mencionaban guardaba religioso silencio y solo sus alumnos más cercanos lo seguían estimando. Eugenia no tenía explicación ni sospechas acerca de lo que había pasado y eso era mucho decir. Comenzaron a llegar correos de reclamos por la ausencia de la profesora de historia y el exitoso programa del semestre anterior. Hasta tuvo que mostrar el documento de renuncia al centro de padres para que le creyeran que no la había despedido él.

Lo único que quería era un último tiempo en el colegio olvidable, pero no. Sabía que tenía que soportar un par de meses y Magnolia sería un recuerdo lejano en la mente de los adolescentes. El tiempo es una dimensión inexistente para los jóvenes o al menos de una extensión casi infinita, para los viejos es la constatación de la propia fragilidad y de la pronta fecha de expiración.

Acababa de leer otro correo responsabilizándolo por la renuncia de Magnolia, por la falta de incentivos para los buenos profesores en el colegio. Cerró con fuerza un cajón de su escritorio después de encontrar su pelota para el estrés. En ese instante pide autorización para entrar el profesor de arte, el asunto a tratar era la solicitud de apoyo para salir con los alumnos fuera del colegio con el objetivo de aprender a observar y describir el espacio público.

Ahora que lo pensaba, se dejó llevar por el enojo y no apoyó la idea, aprovechó de denostar las capacidades de profesor, en ningún momento mencionó a Magnolia, peor, ambos sabían que se trataba de ella, de su ausencia más bien y al mismo tiempo, que mencionarla solo traería más problemas.

Como siempre, el profesor no se defendió, lo único que hizo fue dar un portazo como nunca antes y se fue directo al metro.

 

El profesor de arte

Yo soy el protagonista de esta historia y me revelo a un final porque la vida sigue hasta el último latido. Si quiere, usted imagine lo que quiera, piense en un final feliz, con moraleja y todo, agarre las citas que más recuerde de sus autores favoritos y piense que ahora estoy más preparado para estar con la magnífica Magnolia, que ahora soy un tipo con variados temas de conversación, que entiende su sensibilidad y sus gustos disímiles. Recree en su mente a una mujer que renunció a todo lo que le recordara a mí, se rodeó de promesas hechas a sí misma, anclada en su orgullo y aparente fortaleza, para luego estar dispuesta a encontrarse conmigo y perdonar mis torpezas con ella. Despeje el contexto, ponga escenas en donde yo hago un par de pases mágicos y pronuncio las palabras exactas que operan para ella como esos oráculos de las puertas mágicas. Yo crezco para ella y ella flexibiliza sus exigencias conmigo, llegamos a un acuerdo y podemos ser felices en modos que nos acomodan a los dos. Puede situar la escena en el colegio: el director la va a buscar porque las cosas eran mejores con su energía casi desesperante, ella acepta ir a una entrevista con él. Ambos me ven cuando caminan por el pasillo que va desde la entrada principal a la oficina de ese sujeto, Magnolia me ve, yo levanto la mirada y tal como me lo había dicho en mis ratos de máxima soledad y nostalgia, si veía un leve brillo en sus ojos me la jugaría toda por ella, intento sonreír, pero no me sale, entonces el director dice.

-       Mire profesor, tenemos una agradable visita por aquí.

Ella me tendería la mano para un saludo formal y yo la acaricio y le digo

-       Nada me da más gusto que verte Magnolia.

En lugar de mirarme con la furia que creo siente por mí, me sonríe con benevolencia y un dejo de tristeza que solo yo puedo percibir. La espero a la salida de su reunión con el director, ella acepta mi invitación a un largo café, conversamos hasta el anochecer y le digo que ahora sí creo que puedo estar con ella porque soy libre de mis jaulas internas. Ella entendería ese código, me abrazaría y me diría que está dispuesta a intentarlo de nuevo.

Mi colega de lenguaje aparecería en escena secundaria esperando a alguien en el mismo café, en plan de seducción con una mujer estupenda que conoció en un sitio de citas por internet, se le ve risueño y encima de la mesa tiene el libro Del Relámpago de Gonzalo Rojas, con algunos marcalibros entre las hojas. El director puede aparecer en la escena final, junto a Eugenia, satisfecho de haber propiciado un encuentro y con la tranquilidad de que podría esperar su retiro en paz.

Bden Mazué y Pomme, J´attends

https://youtu.be/Jz6GoGKyQVM

 

Si le parece demasiado parecida a una película navideña gringa en donde todo se ordena a más tardar en la mañana del 25 de diciembre, puede imaginar un final pesimista o realista diría la autora de mi historia.

Un final en donde la vida siguió tal como era obvio que siguiera, cada uno por su lado, cada cual, Magnolia y yo, con muchas preguntas que ninguno formulará y cuya respuesta parecería obvia a cualquier persona mayor de 25 años. Tal vez mi colega de lenguaje intentaría algo con ella, siempre le tuvo ganas y ella, liviana y vengativa, lo aceptaría solo para hacerme enojar. Objetivo logrado diría el director, viejo de mierda, siempre me culpó porque no pudo seguir con el programa de historia integrada que diseñó Magnolia. Mil veces me pasé el rollo de que sentía por ella algo más que respeto profesional, solo que no se atrevía ni a pensarlo y menos a confesarlo porque era demasiado para él.

La tristeza nos abandonaría como a todos, de a poco, a mí me duraría más porque soy así, opaco. Ella se recuperaría antes y tendría un nuevo amante en un plazo menor. Yo, una vez que lograra ordenar mis cuentas podría entretenerme con alguna de las alumnas del taller de exploración de talentos. No a pocas mujeres les vuelve ese deseo adolescente de seducir a su profesor y ahí estaré yo, disponible para aventuras sin importancia, pero distractoras. La intensidad de Magnolia me resultaba agotadora, como un perfume que solo se puede disfrutar a cierta distancia porque de cerca puede llegar a ser abrumador y provocar jaqueca.

Un final lógico y por lo mismo, desilusionante, no tanto como el de Lost o Juego de Tronos, porque para una decepción de tal magnitud la historia debería generar grandes expectativas y este no es el caso.

 

Phil Collins, Why can´t we wait till the morning

https://youtu.be/OP_h_lZqd-Q

 

O usted, más perspicaz tal vez, podría centrar el final en ella, en su huida después de advertir que solo ella vivía un romance y yo permanecía en mi vida cómoda, pacífica y no quería seguirle los pasos como ella se imaginó. Que haya viajado donde ella quería ir conmigo, fue porque me enojé con ese viejo del director, sé que le exaspera, más que a mi colega de lenguaje, que ahora vea la vida con más amplitud y que no haya hecho nada por recuperar a Magnolia. La conozco, no es la que todos ven, ni de cerca.

El viaje, claro que recuerdo el viaje y cómo mi desesperación en el metro, la discusión con el director y algo más me tenían mal. Quería escapar, salir, irme, ser otro. Magnolia no tuvo nada que ver, ella es más pragmática y calculadora de lo que parece. Está bien, era cosa de tiempo que ella en vez de mí terminara con ese juego insano entre el eterno loser y la diva.

El viaje me hizo bien, y si tiene curiosidad, sí, me acordaba de ella mientras miraba esos otros planetas, quería saber que estaba bien, que no me iba a provocar problemas. Me tranquilicé cuando supe que había renunciado. Fue lo mejor para los dos.

 

Philip AAberg , Diva, Sentimental walk

https://youtu.be/usKZctf735Q


miércoles, 23 de marzo de 2022

Canciones, hechizos, profecías

 



Una canción

Una canción

Una canción

Una canción

 

Inventaba palabras en donde Silvio Rodríguez vocaliza sílabas sin significado. Para él esos sonidos, podían transformar en unas frases. Si las miraba bien, tampoco es que explicaran mucho más, pero era tal su fascinación con la melodía que buscaba que tuviera más lecturas que los versos ya bien construidos.

Los sonidos del piano y la guitarra, las notas sostenidas y la cadencia del ritmo lo hacían moverse como quien bailara con alguien. Se imaginaba que acariciaba el pelo de ella como Borges a su gato. Ella se dejaba hacer, pero no era posible saber si se quedaría. Más bien sabe, como Borges, que el gato se irá, que no podrá contemplar su sombra por la calle del frente, tampoco por los techos vecinos.

La escuchaba otra vez, y otra vez más porque le parecía que era eso, una caricia que no espera retorno ¿no era eso el amor? Entregar algo sin esperar nada a cambio. Así dice un salmo y muchas otras canciones. No es cierto, pero ¿por qué no creer un rato? Al menos mientras dura una canción esta noche.

Una canción yo le hubiera dado y hubiera dudado y lo habría hecho igual.

Una canción que se mueve fuera del odio, el miedo, el quizás.

Alguna vez lo sospechó, fallas de la matrix dicen por ahí quienes quieren referirse a lo mismo. Hechos fuera de lo esperado, superposiciones de tiempos y espacios o de otras dimensiones más difíciles de asir para quienes no están familiarizados con vórtices y quién sabe qué otros artefactos conceptuales utilizados para describir acontecimientos desconcertantes.

Así le ocurría con las letras de canciones, citas que había guardado, pedazos de sueños o escritos anteriores. Parecían profecías de sí mismo, cartas a sí mismo desde un tiempo no vivido. Todavía.

Entonces ¿la vida era una trampa de creencias, de circunstancias y probabilidades? Un cierre estructural de comportamientos imaginados y luego ejecutados con sorprendente precisión. Por ahora, sumido en el silencio y ostracismo autoimpuesto, solo interrumpido por el trabajo y las actividades inevitables, hurgueteaba en sus propios archivos para saber si había algo en su biblioteca que le adelantara lo que venía, por más obvio que fuera para sus congéneres y coetáneos.

Ya había estado en la misma circunstancia.

Conocía las trayectorias posibles, solo tenía que sumergirse en lo profundo y ver qué había pensado, dicho, escrito para este momento. Tendría que revisar los signos y los aciertos, los intervalos y márgenes de error. Como una prueba estadística de variables continuas, algo recordaba su cerebro de aquello.

El tiempo es lineal solo en la biología. En la conciencia es diferente, es una especie de manto redondo que cubre todas las direcciones y profundidades. Una presencia va más allá de un antes o un después o de las vicisitudes, de esos hechos que marcan las páginas, el estadillo, la pandemia, la renuncia, el encierro antes externo, ahora interno.

El olvido es otro manto, ese que va silenciando todo lo que cae bajo su sombra, pero en su interior no habita el silencio. Hay música, palabras e imágenes cargadas de pálpitos y sensaciones. Se la pasa hilvanando hechos y palabras, vaticinios y su opuesto. Discursos sincrónicos, proyecciones, identificaciones. ¡Qué todo esté hecho de uno mismo! Esa era la sensación, nada afuera.

-Quién sabe por qué estás aquí, lo sospecho y me alegro, lo sospecho y me entristezco. La misma razón para sentir diferente. Equipotencialidad, así aprendí que se llamaba eso- decía eso al aire, por si operaba como conjuro y entonces pudiera deshacer esa sensación de haber estado en un error de interpretación de señales por toda la eternidad.

Se lo advirtió, terminarían más lejos de lo que nunca estuvieron, porque la cercanía puede ser explosiva, expansiva, y terminar con una estrella, una supernova. Tanta luz para luego desaparecer.

Es una buena imagen, a veces a se lo parecía, cuando se dejaba llevar por la imaginación y viajaba entre uno y otro lado de la membrana, cuando percibía que algunas personas siguen orbitando en torno al mismo eje y otras son lanzadas a años luz de distancia, como si la muerte los hubiera visitado. 

Reconocía que cuando era quien era, se manejaba en las dimensiones de los siempre, nunca, jamás y en la lógica y los hechos indesmentibles y concretos. Y podía jugar a las visitas, a trabajar, a que existen los otros y comportarse según los usos sociales y ser siempre correcto, controlado, comedido, comprensivo, cascarrabias, corrosivo, civilizado, corporizado. Si fuera mejor actor sería además simpático, generoso, divertido.

¿Por qué estás aquí hoy?

 

L Van Beethoven, Séptima sinfonía, II Allegretto

https://youtu.be/1XulsAz4bVA


Silvio Rodríguez

https://youtu.be/huYYYkUnQR8



martes, 22 de marzo de 2022

Google Street

 



*Con este cuento me dijeron siga participando. No fue seleccionado. I knew it!


Nos veíamos por los pasillos del trabajo o más bien yo lo veía a él. Nos saludábamos con un hola casi sin pronunciar y una levantada de cejas. Me carga saludar así, pero como no soy buena para ubicarme en sociedad, eso dice mi madre, desde la adolescencia opté por imitar el trato de los otros hacia mí. Si son efusivos, indiferentes, formales, entonces yo también. Se trata de mutualismo, así me queda bien en mi lógica.

Nico trabajaba en marketing, todos los de ese departamento son cool, mezcla de hípster y bibliotecarios a la moda. Son ruidosos, hablan fuerte, se ríen como si no hubiera nadie más y, cómo no, hablan en spanglish. Al principio, cuando llegué a la empresa, apenas les entendía, después me acostumbré. La Angelita, mi vecina de módulo, me fue explicando. Nosotras trabajamos en el departamento de ventas on line. No me gusta la pega, pero la necesito para pagarme mis estudios, me atrasé y mis papás no me pudieron seguir pagando.

- ¡Ah, sí! El mejor invierno en mucho tiempo y no pude ir ni una sola vez a los cerros. Solo pude ver la cordillera nevada de lejos y cuando llovió, con suerte, alcancé a caminar un par de cuadras.

- y se acabó, ya hace calor a ratos. Se viene la primavera. Sí si me gusta, obvio, ya sí, ¡claro que sí!

- Ya, voy a averiguar en la página, a lo mejor alcanzamos a ir.

Cuando colgué, Nico estaba cerca y escuchaba sin mucho disimulo. Nos casi saludamos como siempre.

Sentí un golpecito en el hombro, era Nico, me sorprendí al verlo ahí. No conseguí a nadie para que me acompañara a la muestra de música y bailes celtas, él, por lo visto, tampoco. Tenía asiento en la fila de arriba, había un espacio al lado mío y se cambió. No alcanzamos a hablar antes de que empezara. En la parte de los bailes es inevitable comenzar a zapatear y tratar de seguir el ritmo. Ambos estábamos en lo mismo y nos reírnos de nuestros intentos inútiles de hacer como que podíamos bailar.

Cuando terminó el espectáculo fue medio incómodo para mí. Nunca sé qué hacer es esas situaciones, casi siempre opto por quedarme callada, la gente debe pensar que soy estúpida. Puede que sí. Él tampoco decía nada, así es que me despedí con un gesto y comencé a caminar. Un par de cuadras más allá nos cruzamos de nuevo.

- ¡Bah!, pensé que ibas a tomar el metro al frente.

- No, o sea sí, pero me gusta caminar un poco.

- ¿En serio?

Ahí, parados en la calle me contó que su pasatiempo favorito era pasear sin rumbo por las calles, a veces sentarse en alguna banca o entrar a una cafetería y observar a la gente, escuchar sus conversaciones. Decía que eso lo conectaba con algo, como si pudiese ser parte de una especie.

Mientras hablaba, lo iba encontrando bonito, me gustó cómo sonreía y la forma en que sus labios se movían. No sé por qué, pero podía imaginarlo cómo era de niño.

- Así es que te gusta el invierno.

Caminamos juntos y cuando pasamos al frente de un local abierto, me levantó la ceja y entramos. De a poco me acostumbré a que ese gesto significaba muchas cosas dependiendo del ángulo.

- ¡Ah, sí! Fernando Cornejo, sí lo cacho, el gerente progre.

- ¡Ese mismo! Súper progre, tiene su maletín de cuero natural envejecido, usa sombrero y en su auto del año tiene de adorno una zampoña colgando.

- En la cena de fin de año, nos roteó a todos, que no sabíamos de vinos, que se nos notaba la pluma.

- ¿Eso dijo?

- Pff sí, estaba medio pasado de copas.

- Mmmm, ¿lo has visto en las reuniones con recursos humanos? Todo el rato tratando de mantener los sueldos bajos, que el mercado, que el margen, que si quieren más plata que busquen en otro lado.

- y los viernes a sacarse fotos en las marchas. ¿Cuánto gana él? ¿sigue usando rol privado para que no se sepa?

Salimos de ahí cuando estaban por cerrar, nos acordamos del concierto y nos pusimos a zapatear en la calle. No puedo evitar sonreír cuando me acuerdo.

Creo que eso fue lo que me enamoró, que le gustara caminar, que se acordara de lo que me escuchó hablar, que fuera tímido, que le gustara la música celta. Esa expresión infantil debajo de esa barba tan perfilada, que coincidiéramos en el pelambre del gerente progre. Es difícil saber por qué se quiere a alguien, a lo mejor las explicaciones que me doy no son las correctas, puede que le haya inventado características o me bastó que fuera considerado. Ahora que lo pienso, no sé qué fue lo que a él lo hizo quererme. Las pocas veces que le pregunté no supo responder. Tampoco es que me hubiera querido tanto.

Decidimos que no le diríamos a nadie de la oficina, mejor protegernos de los comentarios y ser libres para acercarnos o alejarnos sin dar explicaciones a nadie. Nico vivía solo, ganaba más plata que yo.

No nos veíamos mucho, mis clases después del trabajo me dejaban poco tiempo. Fueron solo unos meses de eso que teníamos, un tipo de relación sin nombre. Nico es bueno en su área, pronto consiguió otra pega, en una empresa más grande con filiales en varios países, Brasil, Argentina, España. Comenzó a viajar y no pasó mucho tiempo para que le pidieran quedarse afuera.

El siguiente invierno casi no llovió.

El verano fue un infierno de calor y nostalgia. Me acordé del invierno pasado.

Según los compases de la música sonando en círculos, puedo agradecer una noche de sueño sin interrupciones, imaginar que algo pasa y que entonces un día amaneceré en Puerto Octay o Frutillar, en una casa desde donde se pueda ver el lago y el volcán. Enormes, porque desde arriba se ven más grandes. Cuando deje de llover, el sol descubrirá el paisaje para presumir. Solo para presumir.

He reducido los deseos. Solo quedan unas chispas de inquietud, cuando irrumpen en la conciencia algunos impulsos, cuando algo de energía parece empujarme hacia algún lado. La mayoría de las veces estoy tranquila, sumida en la aceptación de las circunstancias. ¿No es ese el estado deseado? No querer nada, aceptar y agradecer la propia deriva. No querer moverse y si algo exige el movimiento, hacerlo con gracia y eficiencia. Con gusto también, por la variación del estado. Claro, se dice que el equilibrio requiere muchos esfuerzos internos, el agua estancada se pudre, debe haber corrientes, arrastre, algo que libere las toxinas y posibilite la pureza de la apariencia.

Terminé mis estudios, estoy buscando trabajo. No tengo apuro.

Cuando Nico se fue, algo en mí cambió. Me sentí como un sarcófago en el que no había ninguna momia adentro.

A veces me escribe, cada vez los mensajes son más espaciados. Me contó que el verano en Madrid sería insoportable para mí. Me recomienda ir en mayo si algún día voy. Me pasa algo raro, cuando recibo un mensaje vuelvo a sentirme equilibrada, es una forma de decir, una cursilería en realidad, pero eso es. Una especie de alivio. Cuando no sé de él, empiezo a sentir una desazón que me molesta, como cuando se tiene algo pendiente y no se sabe bien qué es. A veces es una sensación intensa, casi un dolor inespecífico, una nube densa y envolvente. Es bueno saber que está por ahí, en alguna clase de órbita que lo liga a mi vida. Debe estar caminando, a veces recorro calles de esa ciudad con el Google Street, pongo música celta y creo que puedo acompañarlo hasta llegar al Parque del Retiro, entrar y sentarnos debajo de algún árbol mirando el palacio de cristal. Alguna vez se irá a disolver la nube.

Cada vez que veo a Fernando Cornejo, con su pose de Che Guevara que cuando puede se caga a los trabajadores, pienso que podría contarle otra historia y reírnos juntos.

 

 

Gerry Rafferty, Baker Street, dance

https://youtu.be/YFkqk4jWSUA

 

Bob Seger, Mainstreet

https://youtu.be/jYn41PerLok


domingo, 20 de marzo de 2022

El Tiempo a Cuestas

 


Con el tiempo a cuestas.

Eso sugería la imagen de un niño de nueve años con un enorme reloj sobre su espalda. ¿Por qué de nueve? ¿por qué no un niño de cuarenta y nueve o de treinta y siete o cincuenta y dos? Un niño, un reloj pesado sobre su espalda, eso es lo que importa.

El tiempo a cuestas.

Frase absurda: vive como si fuera el último día de tu vida. Quizás ese niño la leyó y entendió que el tiempo se abalanzaba sobre él. Desde que se encontró con la muerte, el tiempo se volvió una carga en su espalda. En una mañana algo fría, esa era la asociación que se venía a su ya deteriorada capacidad creativa. Solo se vive pensando en la vida, no en la muerte, lo descubrió, para variar, demasiado tarde.

Eso de que los muertos la acompañan a una puede ser una mala noticia para alguien con una capacidad de sentir la culpa equivalente al peso del tiempo. ¿Hay alguien, algo, siempre observando lo que hacía? Cuando sacaba a escondidas la leche condensada o las guindas en aguardiente ¿había alguien anotando las faltas, las mentiras?

Ese niño del reloj tenía tanta conciencia de que cada segundo contaba que se portaba bien por si se moría, por si tenía que rendir cuentas, así decía el libro de las Lecturas Sagradas, había dioses, falsos por supuesto, que pedían sacrificios, por ejemplo, que quemaran niños dentro de una figura de un gigante construido de madera para salvar a la humanidad. El dios de este libro no pedía esa clase de demostraciones de fe, solo respetar una que otra regla de buen comportamiento. Así es que eso trataba de hacer, portarse bien para que no lo quemaran en la pira o su equivalente, en el infierno, como en el cuadro en que aparecía una mujer con una guagua en brazos, señalando con su índice hacia el cielo y mirando con reprobación a las personas que estaban ardiendo allá abajo. ¿Qué habían hecho para merecer arder por toda la eternidad? Mentir, robar, matar.

Ya merecía estar ahí entonces, había mentido y robado, cada vez que la abuela servía el enguindado, gritaba que alguien se estaba comiendo las guindas, que tenía que ser él porque veía televisión solo en las tardes, al lado de la vitrina. Cuando lo encaraba él ponía cara de inocente. Era un poco injusto que los pecados fueran de a dos, si uno roba las guindas y luego dice que no lo hizo, ya sonó. ¿Matar? Hormigas, moscas, cucarachas y hartos bichos más. Cuando preguntaba, la respuesta era: todas las creaturas son de dios.

Y tanto Tánax que había usado. Qué buen nombre para un insecticida, derivado de Thanatos, el suave toque de la muerte.

- Mijo ¿qué quiere ser cuando grande? Yo quiero que sea médico para que me cuide y no me muera.

- Pero usted me dijo que todos nos vamos a morir.

- ¡Aaaaaagh! ¡Con este chiquillo no se puede hablar!

 Casi podía escuchar las chancletas de la abuela contra el piso de parquet y los rezongos -claro, para eso tiene buena memoria, pero cuando le pido que ponga la mesa, que riegue las plantas, que haga su cama, ¡ahí se le olvida todo al cabro de moledera!

Con la muerte a cuestas se vive apurado, con la muerte a cuestas se vive al revés, porque de tanto esperarla, las alternativas se van repitiendo, los márgenes se van ampliando, sin libreto. Después, en la espera, el infierno no asusta, la vida sí. Por no haberla vivido. Ahora que era, sobre todo, un niño jardinero, veía su labor como un acto de rebeldía frente a la muerte, un homenaje a la biología y a todos los bichos. Una forma de coordinarse con las estaciones, el sol, la lluvia, la luna, el viento.

 The Sun and the Moon

The wind and the rain
Hand in hand we'll do and die
Listening to the band that made us cry
We'll have nothing to lose
We'll have nothing to gain
Just to stay this real life situation

 Con el tiempo se llega a saber que siempre hay una canción para todo.

 El niño, el tiempo y el lago. 

Con el tiempo a cuestas el niño de X – I años, se dirigía al lago, pesaba como un duelo, más si lo que veía a su alrededor era desierto o solo el gris de los edificios, reflejados en el charco de agua que acababa de pisar. Se esforzó por avanzar, faltaba solo un tercio del camino, eso decía la señalética, todavía confiaba en lo que leía. 

Llegó a la orilla, se sentó en el muelle para recuperar el aliento. Lo miraban con alguna curiosidad ¿se habrá robado ese reloj de algún negocio?, sonaron las campanas de la iglesia de la plaza, recordó el sonido del tic tac, el calendario de la cocina de la abuela desprendiéndose de sus hojas, los cumpleaños y sus canciones. Se puso de pie, cargó el reloj, llegó a la punta del muelle viejo, ese que no tenía barandas, recordó su entrenamiento deportivo, comenzó a girar sobre sí mismo con el reloj haciendo contrapeso, se asemejaba a un lanzador de bala. 

Giró tan rápido que los que lo miraban de la orilla pensaron que ocurriría lo peor, se incorporaron, los más decididos se acercaron a socorrerlo, le gritaban que parara de hacer eso, era obvio que caería al agua en cualquier segundo. Tic tac, tic tac. 

Se sentía uno con el tiempo, giraban uno contrapesando al otro ¿quién tenía el control del giro? Eran interdependientes, no había forma de detenerse. El ocho inclinado era el infinito, el ocho del cinco era el cumpleaños de alguien que ya no cumplía años. Los pensamientos giraban en su cabeza, no quería que quienes corrían a rescatarlo lo alcanzaran. 

Soltó el reloj o la cadena se rompió, ambos cayeron al lago. El niño y el tiempo. Cayeron varios metros adentro. Se escuchó un grito y un silencio del terror entre los que presenciaron la escena. 

El niño sabía nadar. Aquí nadie muere, es un relato. Palabras, intenciones. 

Salió a flote.

Como suele ocurrir, junto con los gritos de alegría porque estaba vivo, otro grupo le gritaba insultos por haberlos asustado y haber hecho que se mojaran con el frío que hacía. – ¡Cabro de mierda! 

Hasta hubo una señora gorda que lo zamarreó. 

Se rio tanto después que ni frío sentía. La sensación de vencer al enemigo más difícil no se comparaba a nada de lo que esa gente pudiera sospechar. Ya no cargaba con el  tiempo sobre su espalda. 


Tears for fear, Famous last words

https://www.youtube.com/watch?v=C5nXDPj2BIw&ab_channel=iasitu

 Wings, Venus and Mars, reprise

https://www.youtube.com/watch?v=-9K3MdQOHME&ab_channel=PaulMcCartney-Topic


miércoles, 16 de marzo de 2022

El Lalín

 Primer cuento que envié a una revista y fue publicado el año 2 N°27 De  El Narratorio

https://issuu.com/elnarratorio/docs/el_narratorio_antologia_literaria_d_1860c8a9cc6859


No recordaba muy bien de donde era, a veces decía que sus padres eran de Melipeuco y que recordaba apenas haber andado a caballo y haberse bañado en el río Allipen. También decía que tenía 4 hermanos más. Los repartieron porque los Manque eran muy pobres, habían vendido su campito y la plata no les duró nada. Se fueron pal bajo pero nada resultaba, así es que solo la menor se quedó con los padres y los otros 3 se fueron a casa de tíos.

 

Tiene un vacío, no recuerda.

 

Llegó a Santiago solo, a los 12 años, aburrido de las tundas que le daba su tío o supuesto tío.  -nunca fui muy habiloso- decía. Y se me arrancaban los animales, se me caían los sacos porque era muy flaco, pero lo peor es que no sabía contar la plata. – ¡Ahí sí que me llegaba firme! Una vez quedé sin conocimiento, sangreando de la espalda, hecho pichí, me dolía toíto el cuerpo. Eso dijo juera y me vine no mah poh! Pedí plata en la estación y monea a monea junté pal pasaje- Esa era la historia que contaba a quien lo quisiera escuchar unos minutos. Nunca supo si alguien preguntó alguna vez por él. No supo más de sus hermanos tampoco.

 

Ahora tenía 42 años más o menos. Era bajo, moreno y su piel tenía ese color rojizo que le daba a su piel un aspecto de recién insolado- No sabía explicar qué había sido de él en ese gran período de tiempo. Había trabajado en jardines, en un montón de ferias, descargando en Lo Valledor, hasta en el Club Hípico barriendo las caballerizas anduvo. Decía que tenía muchos amigos, pero no recordaba el nombre de ninguno. No pasó por la escuela – no tengo cabeza- era su explicación.

 

Pasaba sus días consiguiendo monedas para comprar algo de comer y la cañita. Se ofrecía para barrer las veredas, cargar las bolsas de la feria, descargar los camiones de las botillerías – lo que caiga- decía.

 

En el último tiempo, se quedaba a dormir en las botillerías de los alrededores. Donde lo dejaran.

La gente del barrio le decía Lalín, no se le entendía muy bien si se llamaba Edgardo o Eduardo. Lalín era más fácil para todos. Era el curaíto. Cuando andaba con algo de conciencia, tenía buen humor y hacía reír a los demás con pasos de cumbia que cantaba él mismo. Cuando andaba borracho, casi todas las tardes, perdía toda su dignidad y se le encontraba tirado en el suelo, o apoyado contra alguna pared. La caída parecía inminente siempre, pero rara vez alguien lo vio caer.

 

El barrio, una entelequia ahora inexistente, lo vestía y alimentaba en una coordinación que no requería reuniones ni acuerdos. Simplemente sucedía. ¿Cuántos años llevaba Lalín viviendo por ahí? Nadie sabía con exactitud, 5, 10, hasta 15 años decían los cálculos.

 

Había celebración en la botillería de Doña Yolita. Aparecieron mesas y sillas. El ambiente era de fiesta: risas, música, sánguches variados y trago por litros y litros.

 

Lalín, andaba por ahí, cuando escuchó los sones de cumbia, gritos y risas. Parecía una alucinación para él. Se acercó animado y feliz, comenzó a bailar y los que estaban celebrando le regalaban una cañita por cada baile divertido. Laín se meneaba lo mejor que podía, sonaba El Bodeguero, 

Bodeguero dame otra copa de champagne 
Quiero ser muy feliz 
Esta noche todo lo tengo que olvidar 
Quiero ser muy feliz

 

Todos se sumaron al baile. Lalín estaba feliz, se reía y reía. Dijo a todos que los quería, que nunca los olvidaría, todos le dijeron lo mismo a él.

 

Cayó fulminado. Todos rieron más aún. - ¡Lalín! ¡Lalín! ¡Lalín! Le gritaban y nada. Llegaron a la conclusión que estaba dormido y lo arrastraron a la bodega. La celebración siguió hasta el amanecer.

 

Cuando el hijo de Doña Yolita fue a cerrar la bodega, se encontró con Lalín pálido. Se acercó para asegurarse de que respiraba. Salió gritando hacia la botillería- ¡se murió el Lalín!, ¡Se murió el Lalín! Después de asegurarse de que la noticia era real, los que todavía estaban allí de a poco comenzaban a reaccionar hasta que alguien dijo- Hueones, ¡lo matamos! ¡le dimos trago hasta matarlo!

 

Silencio total. Don Armando, dueño del almacén de la esquina que estaba triste desde que su hijo desapareció el septiembre del setentaitrés y era la primera vez que salía de su casa a compartir, comenzó a hablar. Dijo – yo me hago cargo del funeral, el papeleo y todo. Es lo que he estado pidiendo hacer por mi hijo. Sé que está muerto, pero no me lo entregan. ¡Estos desgraciados no me lo entregan! Este pobre al menos murió feliz, aunque no le importaba a nadie. ¿Creen que alguien va a venir a preguntar de qué murió? ¡Nadie! Tantas veces lo miré pensando por qué alguien como el Lalín estaba vivo y mi hijo, mi único hijo, estaba muerto. Así es que se lo debo- Comenzó a llorar y muchos lloraron con él.

 

Don Armando cumplió. Al funeral asistieron muchos, por culpa con Lalín y por solidaridad con Don Armando. El barrio estaba allí, colaborando con flores, sillas, café, galletas, rezando, fumando.

 

Don Armando y su señora, antes vital y regañona, ahora una sombra, simbolizaron con ese funeral el de su hijo desaparecido, vestidos de riguroso negro y tristes y solemnes durante toda la ceremonia. La gente les daba el pésame como si se hubiera tratado de Omar. Un tipo de 25 años, universitario, acaso el único del barrio. Bueno para la talla y malo para vender. Fiaba todo. El 23 de septiembre de 1973 la ventana de su pieza estaba abierta, las paredes con sangre. No lo vieron más.






domingo, 13 de marzo de 2022

Pautas de Notas Paralelas




Beached de Orbital(1). Comienza suave, anticipando una subida de ritmo. Como quien se prepara para recorrer, a buena velocidad, una autopista sin rumbo definido. El ritmo invita a moverse. Es una secuencia de pocas notas, con el clásico punchi punchi de la música electrónica bailable. Pero algo tiene, la letra recitada por Di Caprio, tal vez la asociación con la película 

Escucha una y otra vez la misma canción, ya puede hacer calzar su voz con la de Di Caprio, cuando dice “Hit me”. Eso, - una experiencia que golpee - pensó. Deja fluir su imaginación y conduce, como cada día, hacia su trabajo. En un semáforo en rojo, comienza a pensar cuál sería una experiencia que la golpeara ¿cambiar de ciudad? ¿de trabajo? ¿de hábitos? No era fácil pensarlo a los 45 años. En especial cuando se ha alcanzado, punto por punto, la anhelada estabilidad descrita hasta la saciedad en checklists, por quienes dictan lo que se debe hacer en una vida correcta. La última parte de la canción no le gustaba mucho: la clásica moraleja que trae el que se ha ido de buena juerga y luego dice “no lo hagas, el cambio está en tu interior”, ¡pff!

Qué detestables le parecían esos discursos que se repiten, conversación tras conversación, en reuniones de amigos, celebraciones familiares, reuniones de apoderados. Esas leyendas de quien se fue por el mal camino y sufrió toda clase de desventuras por hacerlo. Se imaginaba una pequeña aldea en donde los habitantes se controlaban unos a otros a través del miedo.

Lago en el Cielo de Cerati (2). El solo de guitarra es, sin duda, uno de los momentos iluminados del artista. A pesar de poder ser categorizado como un tema rock, tiene algo de melancólico en su cadencia y su letra. El clímax está al final. La espera por él genera expectativas cumplidas de sobra.  

La letra un tanto críptica, tenía un par de versos que se repetía durante el día “Vamos despacio para encontrarnos, el tiempo es arena en mis manos” y más tarde otro, “sentir lo que nunca sentiste”.  Ahí estaba la fascinación por esa canción. Por lo pronto, sabía que se demoraba 3 Lagos en el cielo para llegar desde Plaza Egaña hasta Av. Colón a esa hora de la mañana. Por un tiempo, ese fue un ritual.  

“Vamos despacio para encontrarnos”, podía ser alguien o algo. Recorría su entorno o sus posibilidades y no hallaba nada que pudiera asociar con la canción. 

Como cada día, llegaba a su trabajo, recibía el saludo del guardia y de quienes habían llegado antes a sentarse en la gran sala dividida en cubículos. No le gustaba en particular ese diseño – se acabó la música – pensaba. Como sea se las arreglaba para tener de fondo algún aparato para escuchar algo en su espacio, aunque tuviera que bajar el volumen cada vez que era requerida

Rain Song de Led Zeppelin (3). Violines, guitarra. Por un buen rato una balada suave y de pronto, a los sones de batería varía la intensidad, hasta alcanzar un punto cúlmine que suma guitarra, batería y la voz de Robert Plant, justo en los versos de 

Hey, I felt the coldness of my winter
I never thought it would ever go
I cursed the gloom that set upon us, but i know that I love you so

Cuando escuchaba esta, simulaba tocar la batería. Esta canción le parecía un buen recorrido por las emociones, de eso se trataba, las estaciones como metáforas de ellas. Se sentía pegada en el verano. Tanto sol, el invariable sol. Quería que algo cambiara, unas pocas nubes, algo de viento, podría ser una lluvia intensa, aunque fuese breve.

Tenía la música indicada para ese anhelo de tormenta. Su teléfono contenía todas las canciones que necesitaba. Podría buscar más si fuera necesario.

Invierno porteño de Astor Piazzola (4), esa combinación de ritmos, velocidad, intensidad de cuerdas, piano y bandoneón. Un paseo por armonías cambiantes, a ratos de aguda presencia y otras de suave caricia al oído. 

Eso era, se parecía al paseo por las emociones que buscaba. Desde Vivaldi se asociaban, en la música, las emociones y las estaciones del año. Tal vez antes, pero eso era lo que conocía. Piazzola era lo más parecido a lo que quería que fuera su vida ahora: intensidad, cambios inesperados, ansiedad, ratos de calma, de espera y tormenta, mucha tormenta. Podía pasear por horas escuchando al maestro. Una tormenta como la que describe Murakami en Kafka en la Orilla, la que cambia de dirección persiguiéndola a una. Los violines de Piazzola suenan a suspiro, a llanto, a abrazos, a besos y a gritos en esa zona emocional inespecífica del dolor y el placer.

Según el tráfico, alcanzaba a escuchar más o menos canciones, conocía los números de sus favoritas en las playlist que se construía cada cierto tiempo.

Stop Loving you, de Toto (5), tan ochentera. Los compases simulan a ratos una cabalgata, la melodía y los agudos parecen ir aumentando en velocidad y altura. La batería sobresale por el resto de los instrumentos con una fuerza que energiza el aire por donde circula el sonido.

Hacía poco que había puesto atención a la letra, por lo general se dejaba llevar por el ritmo y esta canción casi la hacía bailar en el auto. De pronto escuchó:

Times passes quickly and chances are few,

 y otras frases sueltas

 Funny how a look can share a thousand meanings

You're never really sure what someone else is thinking
Someone's broken something new,

 another altered point of view
Just a certain someone's conscience playing

 What lives inside the wind that cries her name
Tried to catch a shooting star, 

what seems so close can't be that far
I'm living in a dream that's never ending.

Todas esas frases trasuntaban la ansiedad de quien ama y no sabe qué pasa por la cabeza del otro ¿qué siente?, ¿qué hace?, ¿estaremos juntos algún día? 

Y de pronto pensó que podría poner un rostro, un alguien a sus canciones, podía inventar un nombre, un carácter. Escuchar canciones se volvió entonces un viaje fantástico. Cada día inventaba un detalle, un episodio a la historia. Diálogos imaginarios, situaciones que resolver. “No pararé hasta que deje de amarte”, ese sería su lema, la frase del coro de esa canción.

Lover, You should´ve come over, en la versión de Jamie Culllum (6), tiene el tempo que la nostalgia requiere, la voz e interpretación de Cullum llenan de sentido la letra y la musicalización casi minimalista, dan aún más fuerza a las emociones que los versos describen. La cadencia de un blues es fortalecida por un piano respetuoso y unos platillos que hacen florecer la melodía.

Con esta canción lo llamaría, le haría saber que quería estar con él en alguna instancia de la vida, el título era sugerente y la letra no daba lugar a dudas de su deseo de estar con él:

But tonight you're on my mind so You'll never know;

Broken down and hungry for your love

With no way to feed it”

No era muy sutil, pero las letras de canciones no tienen por qué serlo. La cantaría muchas veces hasta que él escuchara.

También recurriría a Thinking About You, original de Frank Ocean, pero para su gusto, era mejor interpretada por Jamie Cullum (7) en sus sesiones de improvisación. Le diría que lo recordaba mucho, más allá de lo que estuviera haciendo.

Cuando él escuchara su llamado, al fin, después de tanto, lo estaría esperando con Llegaste de Cerati. Una melodía suave, acogedora y sin palabras. Así sería con él. Lo abrazaría y atesoraría cada sensación en los momentos en que estuvieran juntos. La melodía envolvente le haría vivir sin prisa una historia que, por improbable, debía ser breve.



Cuento Publicado en la Revista Nudo Gordiano N°2 ,


Está incluido en el libro Cafe Literario y otros cuentos,

La cortaron verde

  Luego del portazo producido por el viento de ese verano, se quedó a cargo del cuidado de la chacra. Era pequeña, pero para quien solo sabí...