martes, 21 de mayo de 2024

Los mismos padres

 


I

Daniela tenía un libro a punto de terminar, pero como quien no quiere abrir un correo con una deuda por pagar, se daba mil vueltas para no devorar las últimas páginas y quedarse con la sensación de no haberlo degustado como era debido. ¿Se recuerdan los sabores? No con exactitud, pero la evocación es el componente principal. Se hallaba en esas reflexiones o inutilidades como decía Mariana, su hermana, cuando entró a su dormitorio inquieta y apurada.

−Ya sé lo que te pasa. Hablas con mala redacción.

− ¿llegaste a esa conclusión por alguna serie o algo que estabas viendo en tus redes?

Mariana se fue tan rápido como entró de ese dormitorio, estrecho y un poco asfixiante, lleno de repisas improvisadas, para volver al propio dominado por aparatos electrónicos de toda clase. Resultaba difícil hablar con Mariana, se distraía con facilidad, − mal de estos tiempos – diría la madre, pero de modo inexplicable, recordaba lo que oía.

Daniela se quedó en la misma posición en la cama, sentada ordenando documentos en una carpeta. Una conocida maniobra dilatoria para no ir la final del libro. Sí, sonaba razonable eso de que hablaba con mala redacción. En los momentos claves parecía no poder armar un argumento, las palabras salían desordenadas y sin lógica alguna, en especial con las personas que más le importaban, incluida su hermana. Tal vez por eso le gustaba leer o admiraba a los músicos que, teniendo una melodía en su mente, luego hacían calzar palabras, historias y notas musicales. Una genialidad que solo las personas limitadas en su capacidad de expresión como ella podían valorar en su justa medida.

El libro transcurría en invierno uno especialmente frío y cruel y tal como le ocurrió con la película Siete años en el Tibet que había visto en el canal de películas viejas en verano, tiritaba de frío a pesar de los treinta grados de aquella tarde. Ahora era lo mismo, estaba soleado y tibio, pero sus pies y manos decían otra cosa, no había forma de templarlos.

−No sé que va a ser de esta chiquilla− decía el padre, − tan influenciable y atarantada, ya tiene veinte años y no se ve que haya madurado algo.

−Tranquilízate hombre, ya verás como se abrirá camino igual, las cosas ahora son diferentes, no tiene por qué ser igual que cuando nosotros tuvimos veinte.

−Dios te oiga

Con esa frase, proviniendo de un hombre ateo y orgulloso de serlo, terminaban las discusiones con la madre, dotada de un buen sentido común y una paciencia a prueba de casi cualquier cosa.

¿Cómo sería el final? ¿Acaso uno correcto y lógico, como la vida de la mayoría, en la calma y la paz de los años, justo premio a la experiencia y claridad para tomar decisiones? o tal vez fuera un final sorprendente e improbable, lleno de fantasía y juegos imposibles entre distintas capas de la realidad.

− ¿Sabías que hay comunidades en Puno, Perú, ajenos a la tecnología y en el que la gente vive más años con actividades simples y rutinarias?

− ¿y para qué querría una vivir una vida así y tan larga?

− Es que no conocen otra forma

− Nosotras tampoco   

Mariana, a sus diecisiete años, conocía datos de muchas cosas, datos random decía ella, que al parecer le servían para interrumpir a cualquiera en sus quehaceres y dejar a sus casuales interlocutores con preguntas que a ella no le concernían puesto que ya estaba en otra cosa.

Las hermanas no podían ser más diferentes según ellas mismas; los demás las encontraban muy parecidas, no solo en el aspecto sino también en los gestos y la forma huidiza de relacionarse con los otros. Una madre correcta y sermoneadora como casi todas las enfermeras y un padre siempre ocupado o que se esforzaba por parecerlo brindaban una buena fachada. Les tomaban muchas fotos y cada cierto tiempo les preguntaban cómo estaban para que no dijeran que no se preocupaban por ellas. Así las cosas, el refugio afectivo estaba entre las hermanas, en ningún otro lugar. Aun sabiéndolo, ambas se esforzaban por demostrar cuan molesta era la otra y solían decir que los días serían más fáciles y cortos si la hermana no estuviera viviendo en la casa familiar.

Daniela era la silenciosa y Mariana, dentro de la quietud y aparente calma de esa casa, era la bulliciosa y a quien, por lo tanto, iban dirigidos los reclamos por el escándalo de su andar y los saltos en la escalera. La madre necesitaba descansar y el padre concentrarse. Mariana decía que prefería la distancia del padre que la eterna e implacable corrección de la madre, ese tono conciliador y dulzón, le parecía una muestra del esfuerzo que significaba para ella cumplir su rol en la familia.

− ¡Nada que ver! Te gusta andar haciendo problemas e inventar dramas donde no hay.

− y a ti te gusta no ver lo evidente.

Mariana estaba decidida a desenmascarar a la paciente madre y demostrar que el padre era otra más de las víctimas de su falta de honestidad, el pobre no tenía más alternativa que meterse en su mundo y hacer como que nada le importaba. Daniela sospechaba que había historias que ambas desconocían y que la madre, de seguro, había sufrido las mismas decepciones y sobrecargas de las mujeres de la familia.

−Las tías y la abuela no andan con cara de santurrona y agotamiento cada día de la vida, menos con ese tono de falsa comprensión con todos, hasta conmigo que no me canso de criticarla y provocarla.

− ¿A propósito? Pensé que no te dabas cuenta de que lo hacías tanto y tan seguido. A veces me quedo esperando un grito de vuelta de su parte o un portazo o lo que sea, pero no. Creo que esa es su victoria, no perder el control contigo ni con nadie.

− ¿Y el papá? ¿qué le pasará que no reacciona tampoco? ¿cómo serán las conversaciones entre ellos? Me refiero a cuando no estamos presentes o no hay comentarios sobre las noticias o algo extraordinario en sus respectivos trabajos. Tal vez tienen un pacto que desconocemos.

Mariana se imaginaba a un padre torturado por una bruja, Daniela a una mujer oprimida por un hombre frío y distante.

II

El final del libro pertenecía al mundo de las fantasías y capas de realidades entre la vida, las muchas vidas y le muerte, las muchas muertes, también en capas. No podía ser de otra manera si lo pensaba bien, las cosas no encajan tan bien como las cerraduras artesanales japonesas.

Después de ordenar la carpeta sobre la cama con fotos, papeles, envolturas de dulces y, a pesar de las constantes interrupciones de Mariana, no tuvo más alternativa que terminar de leer el libro y quedarse pensando en las piezas que a su juicio faltaban para no dejar las historias entrelazadas a medio camino.

Mariana volvió a entrar con expresión seria y un tono de voz que parecía tranquilo y conciliador– tus padres no son los mismos que los míos y como sea, son las mismas personas, las mejores que nos correspondía tener – Daniela, ensimismada en su mundo de fantasías y letras pensó que su hermana había visto esa reflexión en algún post de los miles que pueblan las redes sociales, llenos de clichés. Luego olvidaría esa perlita de sabiduría, así las llamaba su madre, y volvería a ser la adolescente arisca y provocadora de la familia.

Daniela se quejaba de los cabos sueltos, de la falta de cierre de ciertos capítulos, de los misterios de la relación entre sus padres, de cómo dos hermanas podían ser tan distintas creciendo en el mismo espacio de relaciones. Empezaría entonces otro libro, a devorar más palabras y a evocar sabores, tactos y emociones que intuía más tarde viviría ella misma. Su hermana estaría cerca como testigo.

Mariana seguiría en la búsqueda de información que saciara su curiosidad y ampliara su mundo, según ella pequeño y predecible. Su hermana estaría cerca como testigo.


lunes, 13 de mayo de 2024

Cápsulas



Foto de Andrea Piacquadio: https://www.pexels.com/es-es/foto/reloj-astronomico-de-praga-820735/


¿Y entonces?

Imposible responder, dependía hacia dónde quisiera ir y el punto en el que la historia se podía retomar. Inclusive era necesario definir los lentes con que se podría mirar el mundo creado o recreado. - Demasiada conciencia del recorrido - le habían criticado una vez. Llegó a pensar en que ya no había historia ni necesidad de ella. Todo era cuestión de interpretación o de reformulación. Y eso la ponía mal, la enfermaba casi. Cada cierto tiempo volvía esa sensación de encierro en la propia mente. Y, aunque las palabras fueran un instrumento de coordinación con otros, también lo eran de la confusión, de los vacíos y los finales abiertos. Si es que se puede hablar de finales mientras aún hay vida y experiencias.

Enseñar historia fue lo peor que se le ocurrió. En especial a adolescentes que no alcanzan, salvo muy notables excepciones, a dimensionar lo mucho que incide en la vida diaria el conocimiento, o la falta de él, hasta de la historia familiar. Alguna vez se le ocurrió ese ejercicio y quedó la grande con los del cuarto D. Algunos inventaron ser descendientes de europeos y quedó en evidencia el error aspiracional de sus padres al buscar en internet su árbol genealógico. Otros no sabían más de su familia que hasta sus abuelos y se sintieron discriminados por no tener antecedentes. Era obvia la diferencia en el tono de la voz y la postura corporal de quienes estaban ávidos por hablar sobre sus antepasados y los que no querían abrir la boca. Ese colegio, ubicado en una comuna vulnerable en la jerga actual, era diverso en cuanto a los ingresos de las familias. Es probable que sea así en la mayoría, poco se sabe si la colegiatura se paga sin esfuerzo o haciendo muchos malabares y dibujos con las cuentas del mes.

Quizás qué había en las historias familiares de los alumnos del cuarto D que los apoderados reclamaron en masa por invasión de la privacidad, discriminación, abuso de confianza de la profesora y otros conceptos similares que, desde ese episodio, el colegio se comprometió a incluir en el proyecto educativo.

A pesar del progresismo imperante, del imperio de lo políticamente correcto, o debido a eso mismo, los padres se enredaron hasta el absurdo para referir a sus hijos la historia de su familia. De los pocos que recibió el trabajo por escrito, se podía inferir el cambio vivido por el país en dos o tres generaciones. Se podía hablar de la historia de la transición de familias rurales a urbanas; del cambio en el poder adquisitivo, en las creencias religiosas y valores priorizados en los discursos familiares. No había sido mala la idea, pero la profe Iris, sin intención ni suficiente sagacidad, había pisado muchos callos de la aristocracia local.

En otra ocasión se le había ocurrido presentar la toma de Morro de Arica desde las diferentes miradas de sus protagonistas: soldados jóvenes chilenos, adolescentes como ellos; la de los jóvenes peruanos que lo defenderían, sus superiores y los padres de cada lado. Ni hablar, nuevos reclamos. Había que contar la historia como realmente había sido y por más que se esforzó en explicar que la historia jamás ha sido ni será de una sola manera y menos aún sus consecuencias, ni tan siquiera para los vencedores, no tuvo éxito con sus argumentos.

La acusaron esta vez de antipatriota y de promover un latinoamericanismo imposible. Al menos con eso estaba de acuerdo porque los anhelos de unos no coincidían con los de los demás y había una cantidad tan inmensa de variables en la construcción de bloques territoriales, comerciales y culturales que los conflictos estarían allí casi por una eternidad, pero daba igual lo que dijera. Los apoderados, devenidos en clientes insatisfechos, son más poderosos de lo que ellos sospechan.

En ese escenario, si hubiera sido consecuente con su idea de la enseñanza de la historia, más parecida a un proceso de interpretación recurrente según se vive el presente, que a un listado de acontecimientos más o menos ordenados en una línea de tiempo, hubiera renunciado, pero no tuvo más remedio que ceñirse al programa ministerial y a los métodos tradicionales, los mismos que la dejaron a ella confundida acerca de qué estaba pasando en Sudamérica mientras los chinos inventaban el papel o los emperadores romanos se sucedían unos a otros entre intrigas, fake news y asesinatos.

Y ahora que se usa reescribir la historia, se cancelan películas y libros clásicos según la sensibilidad actual, mientras los horrores se traspasan a las noticias, la verdad es que la Profe Iris se conforma con que el programa hubiera sido abordado ya sin pensar más en si tenía o no sentido cuestionarse algo siquiera. Como muchos de su generación, había partido por deseos de Miss Chile: la paz mundial, que en el lenguaje de los profes como ella eran el desarrollo del pensamiento reflexivo y el aprendizaje del pasado, para luego de un poco de experiencia, concebir su trabajo como un medio para la vida de adulta independiente y nada más. Dentro de todo no estaba mal, en ese colegio pagaban un poco más que en otros en los que había estado y no iba a arriesgarse a perder su trabajo.

− La historia y los recuerdos son un lío interno porque están teñidos con el color del presente −. Solía pensar y decir eso muy a menudo, en especial ahora que la evidencia científica estaba disponible para afirmarlo. No es fácil recopilar la propia biografía. Menos la lógica detrás de las conductas en momentos críticos que no parecen tales.

En alguna parte había leído, o tal vez lo estuviera inventando, que había un método para encapsular vivencias de modo que los recuerdos no cambiaran de color y así mantenerlos a resguardo de las emociones del presente y del overthinking tan actual como la procrastinación. Una especie de autohipnosis intencionada para conservar en estado puro la felicidad de algunos instantes, el sonido de las risas, el aroma de un perfume, el estremecimiento de la piel y esas sensaciones inefables transmitidas por las miradas. Sin nostalgia, dolor o explicaciones rebuscadas. Algo parecido a escuchar una y otra vez una melodía, la canción favorita o la banda sonora, si había, de las experiencias escogidas para encapsular. Si para una persona era difícil escoger qué guardaría en la cápsula como recuerdo impoluto, en la mente de Iris, era casi imposible que dos o más se pusieran de acuerdo en conservar los mismos fragmentos de la vida.

Lo peor había sido elegir historia como un trabajo y una forma de vivir. Se enredaba en detalles que complicaban el llenado de su cápsula imaginaria de instantes y no podía desprenderse de las interpretaciones.

¿Cómo podría entonces seguir contando a los alumnos hechos relatados por personas que no los vivieron y que tal vez, no solo no correspondían a un cierto consenso, sino a una intencionalidad detrás, por lo general económica o de poderío de alguna clase?

Lo peor había sido elegir historia como un trabajo y una forma de vivir. Ya no creía en nada de lo que contaba.




La cortaron verde

  Luego del portazo producido por el viento de ese verano, se quedó a cargo del cuidado de la chacra. Era pequeña, pero para quien solo sabí...