I
Daniela tenía un libro a punto de
terminar, pero como quien no quiere abrir un correo con una deuda por pagar, se
daba mil vueltas para no devorar las últimas páginas y quedarse con la
sensación de no haberlo degustado como era debido. ¿Se recuerdan los sabores? No
con exactitud, pero la evocación es el componente principal. Se hallaba en esas
reflexiones o inutilidades como decía Mariana, su hermana, cuando entró a su
dormitorio inquieta y apurada.
−Ya sé lo que te pasa. Hablas con
mala redacción.
− ¿llegaste a esa conclusión por
alguna serie o algo que estabas viendo en tus redes?
Mariana se fue tan rápido como
entró de ese dormitorio, estrecho y un poco asfixiante, lleno de repisas
improvisadas, para volver al propio dominado por aparatos electrónicos de toda
clase. Resultaba difícil hablar con Mariana, se distraía con facilidad, − mal
de estos tiempos – diría la madre, pero de modo inexplicable, recordaba lo que
oía.
Daniela se quedó en la misma
posición en la cama, sentada ordenando documentos en una carpeta. Una conocida
maniobra dilatoria para no ir la final del libro. Sí, sonaba razonable eso de
que hablaba con mala redacción. En los momentos claves parecía no poder armar
un argumento, las palabras salían desordenadas y sin lógica alguna, en especial
con las personas que más le importaban, incluida su hermana. Tal vez por eso le
gustaba leer o admiraba a los músicos que, teniendo una melodía en su mente,
luego hacían calzar palabras, historias y notas musicales. Una genialidad que
solo las personas limitadas en su capacidad de expresión como ella podían
valorar en su justa medida.
El libro transcurría en invierno
uno especialmente frío y cruel y tal como le ocurrió con la película Siete años
en el Tibet que había visto en el canal de películas viejas en verano, tiritaba
de frío a pesar de los treinta grados de aquella tarde. Ahora era lo mismo, estaba
soleado y tibio, pero sus pies y manos decían otra cosa, no había forma de
templarlos.
−No sé que va a ser de esta
chiquilla− decía el padre, − tan influenciable y atarantada, ya tiene veinte
años y no se ve que haya madurado algo.
−Tranquilízate hombre, ya verás
como se abrirá camino igual, las cosas ahora son diferentes, no tiene por qué
ser igual que cuando nosotros tuvimos veinte.
−Dios te oiga
Con esa frase, proviniendo de un hombre
ateo y orgulloso de serlo, terminaban las discusiones con la madre, dotada de
un buen sentido común y una paciencia a prueba de casi cualquier cosa.
¿Cómo sería el final? ¿Acaso uno
correcto y lógico, como la vida de la mayoría, en la calma y la paz de los años,
justo premio a la experiencia y claridad para tomar decisiones? o tal vez fuera
un final sorprendente e improbable, lleno de fantasía y juegos imposibles entre
distintas capas de la realidad.
− ¿Sabías que hay comunidades en
Puno, Perú, ajenos a la tecnología y en el que la gente vive más años con
actividades simples y rutinarias?
− ¿y para qué querría una vivir una
vida así y tan larga?
− Es que no conocen otra forma
− Nosotras tampoco
Mariana, a sus diecisiete años, conocía
datos de muchas cosas, datos random decía ella, que al parecer le servían
para interrumpir a cualquiera en sus quehaceres y dejar a sus casuales
interlocutores con preguntas que a ella no le concernían puesto que ya estaba
en otra cosa.
Las hermanas no podían ser más
diferentes según ellas mismas; los demás las encontraban muy parecidas, no solo
en el aspecto sino también en los gestos y la forma huidiza de relacionarse con
los otros. Una madre correcta y sermoneadora como casi todas las enfermeras y
un padre siempre ocupado o que se esforzaba por parecerlo brindaban una buena
fachada. Les tomaban muchas fotos y cada cierto tiempo les preguntaban cómo
estaban para que no dijeran que no se preocupaban por ellas. Así las cosas, el
refugio afectivo estaba entre las hermanas, en ningún otro lugar. Aun
sabiéndolo, ambas se esforzaban por demostrar cuan molesta era la otra y solían
decir que los días serían más fáciles y cortos si la hermana no estuviera
viviendo en la casa familiar.
Daniela era la silenciosa y
Mariana, dentro de la quietud y aparente calma de esa casa, era la bulliciosa y
a quien, por lo tanto, iban dirigidos los reclamos por el escándalo de su andar
y los saltos en la escalera. La madre necesitaba descansar y el padre
concentrarse. Mariana decía que prefería la distancia del padre que la eterna e
implacable corrección de la madre, ese tono conciliador y dulzón, le parecía
una muestra del esfuerzo que significaba para ella cumplir su rol en la
familia.
− ¡Nada que ver! Te gusta andar haciendo
problemas e inventar dramas donde no hay.
− y a ti te gusta no ver lo
evidente.
Mariana estaba decidida a
desenmascarar a la paciente madre y demostrar que el padre era otra más de las
víctimas de su falta de honestidad, el pobre no tenía más alternativa que
meterse en su mundo y hacer como que nada le importaba. Daniela sospechaba que
había historias que ambas desconocían y que la madre, de seguro, había sufrido
las mismas decepciones y sobrecargas de las mujeres de la familia.
−Las tías y la abuela no andan con
cara de santurrona y agotamiento cada día de la vida, menos con ese tono de
falsa comprensión con todos, hasta conmigo que no me canso de criticarla y
provocarla.
− ¿A propósito? Pensé que no te
dabas cuenta de que lo hacías tanto y tan seguido. A veces me quedo esperando
un grito de vuelta de su parte o un portazo o lo que sea, pero no. Creo que esa
es su victoria, no perder el control contigo ni con nadie.
− ¿Y el papá? ¿qué le pasará que no
reacciona tampoco? ¿cómo serán las conversaciones entre ellos? Me refiero a cuando
no estamos presentes o no hay comentarios sobre las noticias o algo
extraordinario en sus respectivos trabajos. Tal vez tienen un pacto que
desconocemos.
Mariana se imaginaba a un padre
torturado por una bruja, Daniela a una mujer oprimida por un hombre frío y
distante.
II
El final del libro pertenecía al
mundo de las fantasías y capas de realidades entre la vida, las muchas vidas y
le muerte, las muchas muertes, también en capas. No podía ser de otra manera si
lo pensaba bien, las cosas no encajan tan bien como las cerraduras artesanales
japonesas.
Después de ordenar la carpeta sobre
la cama con fotos, papeles, envolturas de dulces y, a pesar de las constantes
interrupciones de Mariana, no tuvo más alternativa que terminar de leer el libro
y quedarse pensando en las piezas que a su juicio faltaban para no dejar las
historias entrelazadas a medio camino.
Mariana volvió a entrar con expresión
seria y un tono de voz que parecía tranquilo y conciliador– tus padres no son
los mismos que los míos y como sea, son las mismas personas, las mejores que
nos correspondía tener – Daniela, ensimismada en su mundo de fantasías y letras
pensó que su hermana había visto esa reflexión en algún post de los miles que
pueblan las redes sociales, llenos de clichés. Luego olvidaría esa perlita de
sabiduría, así las llamaba su madre, y volvería a ser la adolescente arisca y
provocadora de la familia.
Daniela se quejaba de los cabos
sueltos, de la falta de cierre de ciertos capítulos, de los misterios de la
relación entre sus padres, de cómo dos hermanas podían ser tan distintas
creciendo en el mismo espacio de relaciones. Empezaría entonces otro libro, a
devorar más palabras y a evocar sabores, tactos y emociones que intuía más
tarde viviría ella misma. Su hermana estaría cerca como testigo.
Mariana seguiría en la búsqueda de
información que saciara su curiosidad y ampliara su mundo, según ella pequeño y
predecible. Su hermana estaría cerca como testigo.