Foto de Tima Miroshnichenko
Cada vez que mi madre se encuentra con
alguien dice con orgullo que soy su hijo lumbrera. El mejor de los cuatro. Se
le nota en el brillo de sus ojos lo orgullosa que está de mí y de lo rápido que
me recibí. Puede sonar mal, pero la universidad no fue difícil y no voy a negar
que se me da estudiar casi cualquier cosa. Tampoco es que crea que me voy a
ganar un premio Nobel o algo así. Creo que me falta la pasión por algo, a lo
mejor si me hubiera costado más le hubiera puesto un poco más de color o si
pensara que lo que hiciera pudiera significar algo sustantivo para alguien,
pero aprendí rápido que el valor, eso que dicen que uno tiene que agregar a lo
que sea que haga en una empresa, se refería a algún diferenciador de la
competencia del rubro de manera que aumente el capital de los accionistas.
Innovación, creatividad, felicidad, incentivos, todo al servicio de lo mismo.
Ya sé, me van a venir con los
discursitos de – deberías estar agradecido, cualquiera quisiera estar en tu
posición− y lo sé, lo que no sé es cómo se puede hacer una distribución
equitativa de la inteligencia que es al final la característica que me puso aquí.
¿Sabe dónde estoy? En mi dormitorio, en pijama, acostado, trabajando en datos y
gráficos que no tiene sentido que se los describa, digamos que soy uno de los
que hace posible que usted justo encuentre en la web algo que recién estuvo
pensando que necesitaba o que tome su celular para escribirle a alguien y se
distraiga en noticias, videos divertidos y gatitos y luego ya no recuerde lo
que iba a hacer. Soy capo en el back end, pero súper deep y
súper capo. Mis colegas dicen que debiera cobrar más, porque soy muy rápido, no
me alcanzan a hacer una consulta y mi mente ya tiene el esqueleto de cómo lo
voy a resolver. No sé, a lo mejor pida otro aumento, para puro juntar plata. Mi
papá me aconseja con eso o trata de hacerlo. Tengo amigos, es una forma de
decir, que me mandan datos para invertir y ya tengo más de lo que puedo gastar
en algunos años. Ya sé, está pensando que soy un nuevo tipo de joven exitoso,
zorrón, winner y sin conciencia social. Se equivoca, usted es
presa del prejuicio, soy un producto de la presión de mi casa, buen cerebro,
una frustrante incapacidad de meterme en problemas y una elevada conciencia de
mis privilegios.
Mi hermana quedó embarazada a los
dieciséis y fue tal el descalabro en mi familia, que no sé cómo no abortó de
tanta lesera que le dijeron. Yo tenía catorce, el menor. Supongo que cargué con
ser el salvador de la familia. Ninguno de mis hermanos mayores atinó rápido en
la universidad, hicieron gastar plata a mis papás en carreras abandonadas,
congeladas o todo lo que terminara en ada. Que la nena de la familia se hubiera
embarazado en tercero medio fue la hecatombe. Mi papá, que andaba en algo,
parecía alma en pena. Nadie me saca de la cabeza que se quería ir, pero lo de
mi hermana fue como una cadena que lo ató a la casa para siempre. En fin, esa
historia la contaré en otro momento.
Mis padres son muy trabajadores y
responsables, nunca fueron muy estrictos con nosotros, no del modo tradicional
quiero decir. Creo que esos discursos manipuladores que abundan en otras
familias, en la mía no existían, eso de −nos sacamos la mugre por ustedes
y miren como responden – como si no fuese parte de la tarea de los padres en un
país como el nuestro hacerse cargo de la educación de los hijos. Creo que la
manipulación es más indirecta, discursos sobre la verdad, la responsabilidad,
la trascendencia y la felicidad, ¿raro? Para nada, ser feliz es también una
obligación para los que somos privilegiados por haber tenido acceso a la salud,
educación, sin mencionar lo de una familia bien constituida y educada. Mis
padres no son religiosos, aunque creo que serían menos rígidos si lo fueran.
Todos sus argumentos liberales se fueron a la mierda con lo de mi hermana. No
sé cómo aguantó. Fracasada fue lo menos que le dijeron y eso que creo que se
mordieron la lengua para no tratarla de estúpida, patiabierta o cualquier
adjetivo vulgar poco digno de una casa de familia en ascenso social como la
mía. Mis hermanos mayores guardaron un silencio que pareció cómplice con mis
padres. Mi hermana parecía petrificada, no lloraba, no respondía, no tenía
ninguna expresión en la cara. Asumió el maltrato como si se lo mereciera, ni
siquiera agachaba la cabeza. Su dormitorio quedaba al lado del mío y escuché
por semanas a mi madre ir cada noche a lanzarle su monserga esperando que dijera
algo.
- ¿No te hemos tratado bien acaso?
¿Tienes rabia conmigo, con tu papá? ¿Por qué nos hiciste esto? Te hubiera
llevado al ginecólogo, ¿no se te ocurrió pedir plata para comprar
anticonceptivos, la píldora del día después, condones? ¿Algo? Mírame a la
cara, ¡dime algo al menos!
- Déjame dormir por favor, una
embarazada necesita dormir.
Con algunas variaciones el monólogo
quejumbroso y autorreferente de mi madre se repitió noche tras noche. Mi padre
casi no le hablaba. No sé qué les pasó, es como si ese embarazo les hubiera
arruinado su vida. Ahora pienso que todos nos buscamos una razón para
justificar nuestra propia mediocridad o falta de sueños o lo que sea. A lo
mejor el discurso de la felicidad me formateó también el cerebro. Como fuera,
ahora todo se volvía cuesta arriba por culpa de mi hermana, su irracionalidad y
su egoísmo por no pensar en la familia. Creo que en ese momento de la historia
familiar me volví invisible y también me sentía mediocre porque fui incapaz de
decirle a mi hermana que no me parecía tan grave, su pololo me caía bien porque
me convidaba una piteadita de vez en cuando y siempre que me lo encontraba me
saludaba con una alegría que no veía en otros. No me atreví a decirle que no
les hiciera caso, que eran unos viejos amargados que buscaban un chivo
expiatorio para no enfrentar sus propios rollos. Solo pensarlo era una
especie de blasfemia atea, peor que una religiosa.
Como dije antes, me volví invisible y
traidor, dejé sola a mi hermana y tomé la decisión de ser de una especie rara.
Alguien irreprochable. De mí no tendrían nada que decir, no me culparían de
ninguna frustración ni tendrían derecho a decirme qué hacer. Ser irreprochable
requiere de muchos sacrificios: hablar poco, salir de la casa menos, no
contactar gente por la web, en especial para fines sexuales. Emborracharse de
vez en cuando está permitido, así como gastar plata en consolas y juegos porque
de otro modo ¿cómo podría soportar el paso de los días? Es evidente que las
reglas me las pongo yo, esas y muchas más.
Gano mi plata hace rato, me vine a
vivir solo antes de que mis hermanos mayores lo hicieran. Son un par de
huevones inseguros e hijitos de mamá, pero no es mi problema, tampoco mi culpa.
Mi hermana se fue a vivir con el pololo y mi sobrino. A mi cuñado no le alcanza
la plata, mis papás los ayudan y todos nos enteramos de eso. Para pagar mi
culpa de traición por silencio con mi hermana, me prometí cuidar de mi sobrino
y le abrí una cuenta apenas pude, una cuenta de ahorro en UF, a estas alturas
bastante cuantiosa, para lo que sea que necesite cuando quiera escapar. De su
casa, de la familia, de lo que sea. Nadie sabe, porque no soporto esa sacada en
cara evidente de mis padres con la familia de mi hermana.
No se confunda, los quiero a todos, los
quiero en silencio, hago lo que puedo para que la convivencia, de lejos o de
cerca sea llevadera. Cada uno es como es por algo y supongo que no todos tienen
la fuerza para ser irreprochables. Voy a los cumpleaños, los llamo para saber
cómo están. Les doy me gusta a sus publicaciones en las redes, contesto los WhatsApp
y pongo emojis de risas por memes y chistes de años atrás. Si me preguntan algo
contesto, si quiero decir algo lo digo.
Para la pandemia vivía en la casa
familiar, creo que eso me marcó el alma si es que existe tal cosa, Que suerte
que mi hermana ya no vivía ahí. En esa casa se sentía una atmósfera cargada de
algo que no puedo explicar. Los dos mayores habían empezado a trabajar y al
menos uno, el mayor, tenía la posibilidad de irse una semana fuera de Santiago
y luego volver. Se quejaba de los tests, pero no podía disimular su alivio, esa
sensación de poder salir y ver más allá del antejardín y el patio, según él, le
devolvía su sensación de ser humano. Creo que mi otro hermano se volvió una
cucaracha detrás de su computador. No salía de su dormitorio con la excusa de que
estaba trabajando, como es medio huevón, no se daba cuenta de que yo lo cachaba
perfecto, la mitad de la tarde veía porno y la otra jugaba en línea. A veces no
dormía. Lo despidieron y no lo dijo hasta que mi mamá entró a su pieza y vio su
cuenta bancaria. Había estado viviendo de su línea de crédito para pagar por
contenido y salas de juegos exclusivos, nadie le pedía que colaborara en la
casa, no había necesidad. Otra explosión familiar, otra vez alguno se llevaba
la calificación de inútil, infantil, inmaduro y todas las in que apliquen a la
situación. No decía nada excepto − perdón, perdón,
perdón− mientras lloraba y su nariz y boca se hinchaban como si le hubieran
dado el tremendo combo en el hocico. Juraría que mi padre quería dárselo, que lo
tenía harto, pero era incapaz de hacer ninguna exigencia, solo vociferaba y
salía a atender su negocio que ahora hacía distribución de compras on line.
Mi mamá le ayudó a sacar las cuentas, programó con él al lado el pago de las
deudas con la línea de crédito, casas comerciales y tarjetas. Ella asumiría los
pagos y él empezaría a buscar trabajo a partir de ese mismo instante. Instalaron
su escritorio al lado del de la mamá para que ella supervisara su actividad en
la web. Mi hermano aguantó. La mamá no lo trató como a mi hermana, fue más
benevolente porque ella con suerte le hablaba y a su nieto adorado lo veía casi
nada. Esa fue la venganza de ella y mi cuñado, dejar a su hijo casi sin
abuelos. Que idiotas, más daño le hacían a mi sobrino que a los abuelos. Mi
mamá no estaba dispuesta a distanciarse de otro hijo, pero ya lo estaba.
¡Ah, mi alma! mi alma se secó ahí
porque no aprendieron nada, ni los unos ni los otros. ¿Qué pasó que estábamos
tan solos? La pandemia empeoró todo, pero estoy seguro de que únicamente
aceleró nuestro proceso de ensimismamiento. No puedo saber de qué huía mi hermano
mayor, tampoco del encierro de mi hermano adicto a casi cualquier cosa en pantalla.
Sí, los quiero harto. Pertenezco a ese
clan, qué le voy a hacer. Además, entendieron que soy irreprochable, no tienen
que adularme ni criticarme, solo tienen que dejarme tranquilo. No tengo amigos
que no sean virtuales, tampoco tengo novia, desaparezco en mis vacaciones, los
llamo para informarles que estoy vivo y les doy un resumen de la semana ¿qué
más quieren? ¿No es eso ser un buen hijo? Dicen que quieren que sea feliz y lo
soy, solo que no quiero dañar a nadie y el amor, la confianza, la amistad
conllevan daño si son de verdad.
La vida puede dañar y yo me quiero
proteger ¿acaso está mal?