domingo, 29 de enero de 2023

Bossa Nova

 


Fue al mismo lugar de siempre, consideró un crimen artístico que tuvieran como música de bar -café- after office ese bossa nova infinito que convertía cualquier canción en una melodía uniforme y plana. Las voces solistas y del coro, entre soñolientas y dulzonas, intensificaban el dolo.

Lo bueno del verano, todos lo saben, es que hay mesa en casi cualquier lugar al que se quiera ir, el ritmo de las caminatas de los trabajadores disminuye y hasta el volumen de las conversaciones parece más suave y amistoso.

Como en el viejo chiste, aquel del cliente que quería ser reconocido y que alguna vez en la vida le preguntaran − ¿lo de siempre? – al fin cumplió su deseo, el encargado de supervisar la atención de los meseros lo reconoció y de inmediato le avisó que se había acabado la cerveza que pedía habitualmente. Quería comer un trozo de torta de chocolate tanto como un adicto con craving de una dosis.

No tenía apuro, no había personas esperando la mesa tampoco. Varias veces se había sorprendido comiendo rápido como si solo tuviera cinco minutos, como el novio de Amanda, el de la canción, pensaba que había otros con más hambre que él, más apurados o con más ganas de compartir ese momento con alguien. Tampoco es que disfrutara almorzar o ir por su cerveza de la tarde solo, pero se había acostumbrado. Esa tarde estaba tranquilo, si el karma existía, lo había pagado y se sentía como un deudor que acababa de saldar la última cuota a sus acreedores. Debiera estar feliz, pero la sensación de haber sido sometido a intereses usureros no le permitía una celebración en plenitud.

Estaba bien, se sentía casi extraño al decir eso, como si admitirlo fuera a desatar otra tormenta en los cielos y un rayo fuera a caer directo sobre su cabeza. La cerveza y el chocolate podía ser una combinación igual de extraña que su sensación. No pudo con el trozo completo, el pastel estaba demasiado dulce para su gusto y la cerveza stout, amarga como el natre, no lograba compensar tanta azúcar.

Esta vez los pensamientos estaban ordenados, lentos, normales. Sin correr a mil o a diez mil. ¿Cuál era la velocidad normal de los pensamientos? ¿habría una medida de la dispersión también o del exceso de foco? Algo que no fuera el propio relato por supuesto. Estaba medio obsesionado con que estaba pegado a la superficie no porque el planeta lo atrajera sino porque el espacio lo empujaba. Era la presión, opresión tal vez y no la atracción. El efecto era el mismo, no poder elevarse sin apoyo de motores extra. Qué ridiculez, daba lo mismo, el efecto era igual, pero el concepto era diferente, ser atraído suena mejor que ser empujado o aplastado por el espacio. Y entonces lo que parece nada, no lo es, puede ser más pesado que lo que parece ser algo.

Divagaciones escolares.

¿Qué pasaba entonces con las ondas que desciframos como música? El sonido también era empujado y podía ser una fuente de placer o de intenso dolor o desagrado. El silencio y las pausas o las notas alargadas podían ser tranquilizadores o generar expectación y sorpresa. Desde el accidente ya no podía escuchar el silencio, un tinnitus lo acompañaba sin cesar transformándose en ocasiones en un pito agudo y desagradable como la voz de una compañera de trabajo. La voz más horrible que le había correspondido soportar en la vida, hasta ahora. Nunca se sabe.

El bossa nova infinito continuaba, pero todo estímulo uniforme pasa a ser fondo y no forma. Ya debía hacer un esfuerzo para percibirlo y de esfuerzos estaba harto, en especial para un sonido monocorde y repetitivo.

Solo quedaba en el café una pareja que alargaba las horas para estar juntos. Eso creía él. Levantó la mirada y antes de pedir la cuenta se la trajeron con la prisa de quien quiere llegar pronto al hogar. A él también le gustaba llegar a casa y realizar todos esos pequeños actos que hacen de la vida un hecho compartido y que por lo tanto cobran sentido. Como si en un lugar las piezas del rompecabezas al fin calzaran y el esfuerzo tuviera recompensa.

El agotamiento le producía tranquilidad y evitaba que su mente se fuera a esos pensamientos inútiles y sin vinculación con su quehacer.

Apesadumbrado entonces era sentir que el espacio pesa más sobre los hombros. Nada como llegar a la casa y comentar el día. Abatido, esa palabra era evocadora de imágenes de aplastamiento y ¿al revés? Recibir abrazos. Ladridos y lengüetazos. La alegría, la felicidad, era sentirse liviano, la sensación de vuelto sobre las nubes, de flotar sobre el agua tranquila, la vivacidad de los colores. Una expansión de la propia superficie que, en lugar de sentirse limitado por el espacio, hacía propio ese lugar y muchos otros.

Sí, le gustaba llegar a su casa y sentirse conectado. Dejar de lado a esas divagaciones inconducentes y hablar y descansar y abrazar y no pensar en nada y dormir. Se había sacado un peso de encima. Una buena expresión, física y mental a la vez. El karma era un denso empujón entonces y, de paso, una buena analogía.

El mesero ya impaciente llevó la cuenta a la pareja sin que se la pidieran. Él miró la hora, ella se rio. A él le permitían quedarse hasta el final a pesar de haber pagado. Solo debía soportar el ruido del traslado de mesas y sillas adentro del local. Alguna vez pasó cuando estaba cerrado. Antes solo ponían una cadena y un candado, ahora había tres cadenas, paneles de fierro, más candados, una reja con protecciones y más paneles de OSB como si quisieran sujetar esa cafetería al planeta. De seguro si desprotegían la cafetería, ese bossa nova miserable y aburrido, la cerveza, los sándwiches, las paneras, con pan y todo saldrían disparados por los aires y pasarían a ser parte de un lugar olvidado por intrascendente. La culpa era del bossa nova, estaba seguro. Todo lo mata el bossa nova. Todo lo aplasta y tanto lo presiona que lo libera.

      Hora de volver a casa

Esa era la frase clave del supervisor, advertía del momento final, de cuando era hora de terminar el último cigarrillo, incorporarse y emprender el camino de vuelta.

 

 

 

 

Frank Sinatra. In the wee small hours, https://youtu.be/MiPUv4kXzvw

Sting y Chris Biotti, In the wee small hours, https://youtu.be/2RIk3arfQtg

 


martes, 17 de enero de 2023

Es tentador creer en el destino

 


Cuando fue al terminal de buses a dejar al tío Humberto iba acompañada de su marido. Era una escena que se repetía casi todos los años al final del verano. Había ido muchas veces, pero sabía que en la siguiente oportunidad ya nada sería igual. Parece que una parte de la conciencia presiente o sabe o hace lo que hay que hacer para que el destino ocurra. Su marido no iría nunca más con ella al terminal. Podría haberlo jurado en ese momento y faltaba todavía un año para que se separan y nunca más hablaran. En lugar de abrazarlo, se aferró al tío Humberto y en la tradicional foto de fin de temporada quedó plasmada la sonrisa forzada y la mirada a ninguna parte. La ciudad es chica, pero hay mucha gente y la casualidad nunca los reunió. Una vez creyó verlo o se lo imaginó. Se quedó paralizada y agradeció que él no la hubiera visto.

Es tentador creer en el destino.

Será la tendencia a encontrar patrones, la necesidad de buscar algo que ordene lo que ocurre afuera. ¿Es acaso tan angustiante ese afuera? La incertidumbre se asocia al peligro y el riesgo a cualquier cosa, incluso la estabilidad.

No habría vuelta atrás. Desde allí comenzaba un camino hacia lo desconocido, cuando terminara su cometido o pasara algo que no estaba en su control, se iría a alguna otra parte y quedaría por allá, lejos, lejísimos. Vería las alternativas cuando fuera el momento, en el intertanto avanzó sin mirar el final del camino. Era lo único cierto, esa circunstancia tenía una duración definida, esta vez no solo por las circunstancias externas sino por su incapacidad de tolerar contradicciones flagrantes entre sus convicciones

¿Era el destino? Las condiciones internas también pueden detonar el fin de algo, era ella la que no tenía lugar en esa trayectoria, el espacio que ocupó por un lapso puede haber sido un error permitido por un juego extraño de variables, esos momentos en que las piezas aún no alcanzan un orden luego de un movimiento inesperado. Una vez retomada la homeostasis, las piezas que desestabilizan la estructura deben ser expulsadas.

II

Se largó a llorar luego de ver una escena de una película que había visto al menos unas cinco veces, una película gringa, de argumento repetido. Se fue a la ducha para cambiar la emoción y pensar en otra cosa. Mientras el agua caía sobre ella y realizaba los movimientos automáticos se acordó de la despedida del tío Humberto en el terminal. Esa vez también había llorado sin razón aparente. ¿Habría alguna similitud entre esa escena y la actual? Algo iba a cambiar, eso era lo único cierto y predecible. Para asentar la circunstancia o para debilitarla más, si es que se podía más. La evidencia personal era que se volvía cada vez más cabrona.

¿Era una cita? − Juntémonos a conversar un vinito −. Se imaginó los besos y hasta las caricias.

Por si acaso se depiló, por si le tocaba las piernas, por si la veía más allá de lo que dejaba ver la falda, por si se entusiasmaban y terminaban en un motel. ¿Qué hay que usar en una cita pragmática?

La amiga se rio unos instantes, pero entendió el concepto, no se trataba de una cita romántica o ridícula, adjetivos intercambiables en la mayoría de los casos.

      Una mini, medias negras, una blusa con botones, pelo suelto. Nada complicado, es cuestión de actitud.

Es cuestión de actitud, eso era lo que no se podía disimular o actuar.

Era la primera vez que alguien la iba a buscar en auto al trabajo, la primera que iba a un bar bonito con una gran vista sobre Santiago, la primera que probó el Cosmopolitan, el trago de moda de una serie muy vieja: Sex & The City, optó por ese trago en vez de un vino. Él y ella bebieron rápido. A ella hasta le pareció amargo el Cosmo. Debió pedir un pisco sour, pero pensó que delataría su falta de experiencia en casi todo.

Estaba intrigada acerca de las conversaciones de las parejas camino a un motel. ¿Eran conversaciones calentonas, románticas, prácticas? − ¿tomas anticonceptivos?, ¿andas con condones? − Coordinaciones básicas, mínimas.

Eso le dijo, por hablar de algo, acerca de la curiosidad por ese estado previo a llegar a un motel. En las películas de ese tiempo, después de un beso la pareja aparecía en la cama, en las de ahora, después de un beso, los genitales se toman el protagonismo. Sin palabras. Él se rio y, como si fuera un tipo experimentado, respondió que eran conversaciones normales, como la que estaban teniendo en ese momento. Puso la mano en su muslo, ella se felicitó por su buena decisión de depilarse y que su piel se sintiera suave. No pudo decir nada más hasta mucho rato después.

Su mente se debatía entre la calma del Cosmo y la ansiedad de estar entrando a un motel con él. Entraron a uno que ya no existe. La decoración de la pieza se parecía demasiado a una matrimonial. Como si fuera parte de una casa: paredes de color neutro, una mesita para escribir, una silla, veladores con lámparas de pantallas blancas y un televisor. Era elegante y sobrio. Esperaba encontrarse con elementos más exóticos.

No debía estar ahí.

En realidad, sentía que debía estar allí más que cualquier otra cosa en la vida en ese momento. Qué importaba si estaba bien o no. Así es como se justifican los impulsos a posteriori, subrayó ese pensamiento porque sabía que le sería útil para cuando empezara una y otra vez a sobre pensar acerca de ese momento en particular.

Mientras los cuerpos conversaban alegres y a tropezones, por su cabeza pasaban muchas ideas. Estaba con él a ratos, en otros, pensaba en cómo iba a enfrentar el día siguiente, cuando cada uno continuara con lo que tenían que hacer y ella siguiera aquí con el guion tan claro sobre lo que sería su vida.

Esa habitación sin sorpresas le impedía estar allí entera, sin dividirse entre el disfrute multicolor y brillante de una fantasía cumplida y el miedo opaco y gris a lo que vendría. Si hubiese habido sedas, matices en las paredes, lámparas con vidrios que dibujaran siluetas o cuadros con parejas desnudas, algo que dijera que ese era un lugar para cumplir deseos, para jugar y salirse del lado convencional de las cosas, tal vez hubiera podido conectarse con él y olvidarse del después. A él debió pasarle igual, pidió unos tragos, más Cosmos para ella. Llegaron por una especie de ventana oculta en un sistema de paneles corredizos para no ver a nadie y no ser vistos.

Un poco más de alcohol sirvió al objetivo. Un poco de anormalidad y de conciencia alterada decoraría su mente del modo en que le faltaba a esa habitación. Pudo jugar a que era el primero de muchos encuentros, pudo creer lo que estaba diciendo y responder a todo –yo también– y reírse de los intentos de él por acercarse de los que no se dio cuenta. No confesó los de ella. Pudo evitar cualquier forma verbal que aludiera al futuro y hundirse en sus ojos sin ver la melancolía que ya se instalaba en ellos y, de seguro, también en los propios.

Pudo hacerlo callar cuando comenzó a hablar de lo huevón que había sido, pudo evitar que imaginara lo que hubiera podido ser.

Sintió que eran un bordado colorido, prehispánico, en un escenario de película gringa de los años cincuenta. Algo que no encajaba en ese orden tan definido.

 

III

Es tentador creer en el destino.

¿Cuánto tiempo es demasiado tiempo? ¿cómo supo Penélope, la de Serrat, que debía dejar de ir a la estación a sentarse esperando a alguien imaginario?

Una tarde leyó a Homero y el mito que originó su nombre, “¡Ay, ay, ¡cómo culpan los mortales a los dioses!, pues de nosotros, dicen, proceden los males. Pero también ellos por su estupidez soportan dolores más allá de lo que les corresponde”.

-Homero-

Seguro se rio de sí misma y tomó un tren hacia otra parte como debió hacerlo antes, mucho antes porque ¿cuánto tiempo es demasiado tiempo? es probable que esa sensación la tuviera Penélope cuando advirtió que no podía vivir como si la vida fuera eterna.

Es tentador creer en el destino, con todo, es tentador, 


Dire Straits, On every Street, https://youtu.be/_atRLSxfg_0



domingo, 8 de enero de 2023

La Chinita Reclamona

 


En un jardín pequeño, pero bien cuidado vivían una serie de habitantes pequeñitos, chanchitos de tierra, lombrices, las antipáticas tijeretas y para incomodar a todos, una chinita reclamona e inconformista. De visita llegaban mariposas de distintos colores y rara vez, algunas extravagantes libélulas y palotes. La libélula era fascinante no solo por su transparencia y tamaño, sino porque se habían convertido en símbolo de buena suerte, sería porque se veían rara vez por los jardines de la ciudad.

      Mi prima me dijo que en el campo hay muchas, son las de aquí las que se creen la muerte.

      Ay, Chinita, siempre desconfiando, debe ser porque son esas alas transparentes pueden recorrer grandes distancias sin inmutarse, se ven elegantes y además hacen un ruidito divertido.

      Bah, los tábanos también, pero a nadie le hacen gracia pues Chanchito.

      ¡Ah! Es que son tan cargantes y peludos esos bichos, ¿has escuchado lo que decía la Niña?

      Ja ja ja ja ja ja Sí, que llegó a rodar por el suelo por andar espantando a unos que la perseguían, pensaba que iban a venir millones y se la iban a comer. Las tonterías que se imagina esa cachorra.

      No es cachorra, es una niña, una humana pequeña.

      ¡Cachorra pues!

      ¡Aaaagh! ¿por qué andas tan antipática hoy Chinita? Cada vez que un humano te ve se acerca para ver qué haces y a dónde vas.

      Es que soy muy pequeña y me dan ganas de volar y conocer otros lugares, como las mariposas o los colibrís. ¿Has visto esos pajaritos graciosos que vienen a libar donde el señor abutilón? Siempre cuentan historias de otras partes, de flores distintas.

      ¿No nos quieres, no nos encuentras lindas? Todos admiran nuestra belleza y aroma. ¡Me ofende tu comentario Chinita!

      Oiga que es sentida usted doña Rosa Rosales, también la encuentro linda y carne de perro, además, usted resiste bien el calor, el frío, la falta de riego, es una súper heroína de cualquier jardín.

      No le pongas color tampoco Chinita, bastaba con pedir disculpas.

      Es que no tengo por qué disculparme con nadie. Quiero conocer jardines donde haya tulipanes, claveles, dalias, liliums y muchas flores más.

      ¿Aunque ya conozcas a la más bella?

      Oiga Doña Rosa presumida, hay belleza en muchas partes, en las manzanillas, los dientes de león con sus semillas volátiles, los diamelos y sus flores de dos colores, en el caparazón de Don Chanchito

      ¿En serio Chinita? ¿es verdad que encuentra lindo mi traje?

      Oiga, yo quisiera tener un traje tan útil, tan fino y bien diseñado, imagínese, a usted le da susto, se vuelve bolita y rueda para que no lo alcancen ¡genial!

      Chinita, su traje es uno de los más lindos que hay, negro con puntos rojos, muy top.

      Gracias Rosita besitos, es un gran halago viniendo de usted que es tan linda.

      ¿Qué es eso de que se quiere ir Chinita? Qué injusto me parece su reclamo, ¿está aburrida de nosotros acaso? Yo solo florezco una vez al año y con suerte; no puedo moverme, pero estoy feliz con mi color y mi ubicación en el jardín.

      No sé si es injusto o no, pero dio en el clavo Don Agapanto, el punto es estar contenta con la vida que le toco ¿no es así? Usted es feliz con su flor de muchas flores, el color, el tallo que le da garbo y perspectiva para ver a sus colegas flores ¿o no?

      Qué complicada se pone usted Chinita Reclamona ¿qué pasaría si encuentra otros jardines y no es feliz allá?

      Muy buena pregunta Doña Cala, lo he pensado mucho. A veces la felicidad está en la idea de alcanzarla ¿no le parece?

      Explíquese por favor. Tenemos tiempo. Tiempo es lo que más tenemos en el jardín.

      Jajajajajaja ¡claro! Mire, a veces la felicidad, definida como conformarse con una situación, es un estado de sabiduría, porque es la aceptación de la propia inmovilidad y estar agradecida por haber florecido, echar raíces y seguir existiendo. Ser feliz con lo que te tocó ser, pero fíjese usted, algunos necesitan moverse para vivir, como los picaflores, las mariposas y ni hablar de las aves migratorias. Es posible que alguna de ellas quiera quedarse cuando está cansada o les gusta un lugar, pero no puede.

      ¿Quiere decir que la felicidad es un estado definido por cada uno?

      ¡Te noto lento Caracol!

      La lentitud es mi naturaleza Grillo mal educado.

      Creo que sí Don Lirio hay colegas mías muy felices con ayudar a librar a las flores del jardín de pulgones y otras plagas, pero no sé qué me pasa a mí que no me conformo con un solo lugar, quiero conocer más. A veces he tratado de volar con mis alas chiquititas y transparentes para ver si el viento me lleva lejos, pero no me ha resultado.

      Yo puedo ayudarla Chinita Reclamona.

Todos los habitantes del jardín quedaron impactados con el ofrecimiento de la Señorita Libélula, sobre todo por lo antipática que había sido la Chinita con ella. Casi se escuchó un largo ooooooh de sorpresa de los mismísimos catreus, por lo general pinchudos e inconmovibles.

      ¿Me está molestando Doña Libélula de la buena fortuna?

      Súbase por mi ala hasta arriba, ponga firmes sus patitas y yo la llevo donde quiera ir y mi vuelo alcance.

Así lo hizo la Chinita Reclamona, se subió, se despidió de todos y les prometió que les enviaría noticias de jardines lejanos con las mariposas y los picaflores. Las flores se giraron para verlas volar y los insectos comenzaron a extrañarla enseguida, sobre todo Chanchito que también con la pena, no solo con el susto, se hacía bolita.



jueves, 5 de enero de 2023

Visitas

 

Foto de Mark Arron Smith


- No me la voy a jugar por alguien que no lo hará por mí.

La miré desconcertado, no supe qué decir. Si decía algo, seguro sería una conversación confusa como las que solíamos tener en que, al menos yo, me quedaba pegado dando vueltas a la elección de palabras, su entonación y el orden que escogía para ellas. No podía tener claridad de lo que quería de mí, ¿qué significaba para ella que me la jugase?

Me arrepiento tanto de haberle dicho esa frase que parecía un ultimátum. Un pedido, otro más, de definiciones de lo que él sentía, de lo que quería. Su cara de sorpresa, esos segundos en que miró hacia todos lados sin saber qué decir, me bastaron para sentirme en una escena absurda. Volví a mi auto y llegué quién sabe cómo a mi departamento.

- No sé qué decir, debe ser el vino de la cena.

Por último, le hubiera dicho, ¡ándate a la mierda huevón! No pude. Esa no respuesta, otra más de sus favoritas, evasiva y al mismo tiempo cargada de la ambigüedad necesaria para no cerrar la puerta, me pareció una cachetada verbal que, mirando nuestras habituales conversaciones neuróticas, era la confirmación de lo que ya sabía.

- ¿Los viste? ¿te diste cuenta de lo que pasa entre ellos?

- ¡Es tan evidente! al que no entiendo es a ti. ¿Por qué los invitaste juntos?

- Para ponerlos en aprietos, para confirmar mi hipótesis.

- ¿Y nos hiciste jugar a las visitas por eso? ¿la presionabas para qué dijera que cuándo se casaría y cuánto esperaría para tener hijos?

- ¡Jajajajajajaja! estaba que me largaba en una carcajada en ese momento. Ella miraba al frente, tenía una respuesta correcta para todo, él se concentró en un cuadro de la pared y cambió el tema. La vi con su noviecito de siempre, la fue a buscar un día al trabajo. No había nada allí. Nada de cariño. Nada. Un día le pregunté si había ocurrido algo entre nuestro amigo y ella. Lo negó con tanta fuerza que confirmé que estaba enamorada de él. Algo en la forma melancólica de su respuesta, un gesto extraño, una mirada hacia el lado, ya sabes, esas cosas indefinidas del tono y la gestualidad. O el énfasis en negarlo, en negárselo.

- ¿Y no le preguntaste lo mismo a nuestro amigo?

- Claro que sí, ya sabes, la curiosidad.

- ¡La copucha será! ¿y qué dijo?

- ¿Qué crees?

- Nada, dio vuelta la pregunta.

- Eso. Lo conoces bien.

No puedo negar que me entretuve con ese juego malsano de mi marido, poner en aprietos a un par que niega lo que siente y creen que los demás no nos damos cuenta. Eso de sentarlos juntos a la mesa, frente a nosotros los anfitriones, pedirle a nuestro amigo que le sirviera vino a la invitada y a veces, a propósito, tratarlos como si fueran pareja, rozaba en la crueldad. Ella no es tan buena simulando, se podía ver su incomodidad, las ganas de que pasara la hora para correr a perderse.

II

¿Cuántos años pasaron desde esa cena y mi posterior peor aclaratoria? Muchos, no los suficientes. Esa parecía una respuesta que él daría, nada comprometedor, resbaladiza.

Aún puedo verme, haciendo señas para que se detuviera, bajarme del auto con mi vestidito nuevo, correr a la ventana del suyo, apoyarme en ella y lanzar mi gran frase. ¿Qué esperaba que me dijera? Había tenido suficientes oportunidades para jugársela y no lo había hecho, ¿por qué quería más señales?, ¿por qué necesité que fuera evidente la falta de reciprocidad para seguir con mi camino sin mirar atrás?

Tampoco me acuerdo cuánto tiempo pasó para verlo junto a su esposa y un hijo en sus brazos. Yo caminaba en dirección contraria, con una hija en el coche y otro corriendo alrededor al que tenía que llamar al orden cada dos minutos. Debieron ser mis gritos los que lo hicieron mirarme.

Me presentó a su esposa, un nombre italiano y un apellido que no recuerdo. Recuerdo haberla mirado y tratado de comprender por qué, como si viendo a alguien una pudiese entender, formas primitivas de resabios de celos, envidia o lo que sea que sentí al ponerle nombre e imagen a quien eligió como compañera de vida. Así me la presentó, no iba a decir algo tan común como mi señora, mujer o esposa. Compañera de vida era un mejor concepto.

Por varios años me quedé pensando en cuando corrió hacia mí y me sorprendió con su reclamo. Se lo conté a mi amigo, el anfitrión de la cena, se rio tanto que me confundí más. No recuerdo qué agregó, pero me molesté y no le hablé más. A mí ella me gustaba y ese día se veía bien con ese vestido, algo tenía, no sé definir qué. Creo que me gustaba más de lo que suponía en esa época, creo que la quería incluso, pero no soy dado a las emociones sin cálculo. Supe que se casó, algún conocido me lo contó. Lo que me sorprendió fue saber quién era su marido.

Un día la vi, su hijo mayor ya tenía unos seis o siete años, el mío recién cumplía los ocho meses. Son extrañas las mujeres, casi pude oler y escuchar la antipatía que se tuvieron cuando las presenté. Se evaluaron, se sonrieron, dirigieron comentarios tiernos a propósito de los niños, pero mi esposa, o compañera como le gusta que le diga, la vio como amenaza de inmediato. Habló maravillas de mí como padre y compañero, apoyó su cara en mi hombro, construyendo un muro a mi alrededor, marcando el territorio de su familia.

Tenía razón después de todo. Ella era una amenaza.

III

Estuvo bien el ardid, los juntó para reírse de ellos, de nosotros. Sabía que eran unos timoratos y que yo carecía de la creatividad suficiente como para imaginarme que nos dejaría fuera de juego a ambos, a su amigo y a mí. No sé qué le dijo a ella o a él. Sí sé que cuando me dijo que quería el divorcio, jamás pensé que ella ya esperaba un hijo de mi marido. Exmarido.




La cortaron verde

  Luego del portazo producido por el viento de ese verano, se quedó a cargo del cuidado de la chacra. Era pequeña, pero para quien solo sabí...