Emilio Cerón estaba esperando una buena ocasión, alguna señal clara. Suponía que serían unos pocos segundos o años, un poco más, unos seis meses, un año, tres milenios, dos tal vez, cuando se estabilice la moneda, el sistema político, cuando haga más calor o quizás cuando haga más frío. Se paseaba de un hilo de pensamiento a otro, tratando de buscar alguno al cual asirse y parecer consistente.
No hay que apurarse para llegar a ningún lado, la vida es más larga de lo que uno cree. − ¿No es cierto? – hay tardes eternas, los domingo después del almuerzo, los lunes camino al trabajo. Esos segundos un poco lerdos, aturdidos, desesperados y desesperantes que gustoso Emilio regalaría a quien estuviera de verdad vivo.
Hay edades para todo dicen, tiempos y plazos no solo para pagar las deudas sino para las tareas que exige el decoro y las expectativas de los demás . Hay escalas y estadísticas para casi cualquier hecho que ocurre en la vida de un humano. Suponía que también alguien habrá correlacionado la frecuencia de esas conductas en determinados momentos de la vida con la religión imperante, o la moral social, tan en boga por estos días, o peor aún, el puritanismo juvenil y la sensación de superioridad moral de treintones que se creen adolescentes. El determinismo individual por el deber ser social, ser como hay que ser.
¿Cuánto tiempo de luto es el adecuado? Cristina Fernández vistió un año de riguroso negro por él. Él, casi un mito, él, más allá del esposo y cómplice de hazañas políticas y delictuales, él, el que no se podía nombrar, su marido Néstor Kirschner. Buena viuda Cristina.
¿Qué estaba esperando Emilio Cerón? ¿una epifanía? ¿acerca de qué?
No se le ocurrían más estrategias para abandonarse y dejarse llevar y a la vez, sabía que era inútil, que sin un propósito o algún proyecto no resistiría más tiempo y ¿no era precisamente eso lo que buscaba? No resistir más y dejar que la vida continuara sin sobresaltos, ni pasión, nada de nada, excepto hacer tiempo para que, si existía tal cosa a la que se conoce como el destino o lo inevitable, al menos se cumpliera para otros, porque el suyo rodaba en banda.
Disciplinado Don Emilio Cerón, insoportable también.
Cada edad tiene su esclavitud solía decir a sus alumnos − ¿Qué lo esclaviza a usted profesor? – preguntó un impertinente.
Emilio Cerón se quedó en silencio un rato, le gustaba causar algún efecto en la audiencia, como si las neuronas estuvieran trabajando y chirriaran en la búsqueda de una respuesta. Cuando era más joven solía lanzar una frase irónica e inesperada y, por lo mismo, poco generosa para los jovencitos que creían en sus reflexiones.
− No lo sé joven, lo mismo que a todos supongo, el formateo de lo que debo querer, lo que a mi edad puedo permitirme hacer sin poner en riesgo la vida o lo que he logrado, a propósito, o por casualidad.
− Pero profe, usted nos ha dicho todo el rato que la vida no tiene sentido y que es por eso por lo que vale la pena vivirla en plena libertad o la que la sobrevivencia permita.
− Umh, ¿yo les dije eso?
La cabrería dijo a coro – Síííí− Emilio Cerón lanzó una risotada – entonces debo confesarles algo – pago mis impuestos, no me salto la fila, doy propina, soy casi puntual y aunque, entre ustedes tengo algunos favoritos, no les pongo mejor nota por eso. De rebelde no tengo nada, tengo mi discurso, pero temo a muchas cosas, a enfermarme, a ser considerado un mal tipo a ¡tantas cosas!
− En suma, nos ha estado vendiendo la pomá no más profe.
− ¡Al revés! Quiero que no sean cobardes como lo he sido yo. No me malentienda jovencito, estudie, trabaje, pague los impuestos porque ningún ser viviente tiene garantizada la sobrevivencia por el hecho de nacer. Hasta las plantas tienen que esforzarse por inclinarse a la luz y hundirse en la tierra para obtener la humedad que necesitan.
− ¿Y el estado de bienestar europeo? Los franceses dicen que solo por nacer francés acceden a muchos beneficios.
− ¡Ah, claro!, después de abusar de Centro y Sudamérica, de seguir extrayendo las riquezas de África los europeos tuvieron los recursos para hacerse de un estado de bienestar para ellos. Aquí replicamos lo mismo, pero fagocitándonos entre nosotros, algunos alcanzan el bienestar mientras otros solo pueden soñarlo. Además, la definición de francés ha ido restringiéndose: Padres franceses viviendo en Francia, no un inmigrante con su esposa embarazada. No nos desviemos. Asegure su supervivencia, luego sea libre y deje libres a sus padres. Otra risotada general, era buen orador el viejo Cerón.
− Y ¿por qué no puede ser libre ahora profe?
− Lo soy, lo soy, ¿qué le hace pensar que no?
Se sacaba bien los pillos con los alumnos, qué tenía que contarles sus intimidades a ellos en todo caso. Jugaba al personaje amargado y oposicionista con ellos, a veces él mismo se creía el cinismo, pero no era tan huevón como para desmentir la resignación del que se siente viejo antes de tiempo, de quien cree que ya no hay nada más que esperar o que hacer.
No entendía a esos viejos que iban a alimentar las palomas en la época en que había plazas o aquellas que organizaban su día en torno al horario de las teleseries. O los que no salían los días de lluvia o si hacía frío porque se podían morir ¿cuál era la diferencia entre estar muerto y hacer cada día lo mismo y quejarse de uno y otro achaque? ¿ir achicando el cerebro encerrado?
Por eso admiraba a ese viejo, un colega que se fue a vivir al sur, el profe Jara, del departamento de historia que, contra todos los consejos y advertencias de su familia y otros, emprendió una aventura final. Lo pasó bien, no se quedó estacionado esperando una buena racha. Y cuando le llegó la hora ¡paf! Un camión salvador de la agonía de la muerte lenta le evitó el dolor del deterioro.
Su familia cada cierto tiempo trataba de controlarlo y el viejo asentía, bajaba la cabeza, mascullaba el rosario completo de garabatos y decía que sí, que pronto volvería a Santiago a morirse frente al televisor como querían todos.
Tal vez Emilio Cerón haría lo mismo que Jara, cuando llegue el momento, tal vez en el verano, cuando le aburrieran sus alumnos, cuando se seque el sauce de la esquina, cuando el eclipse lunar coincida con el quinto número de su cartón del Loto y sea lunes en el calendario. Cuando no intente ser un mal imitador de Emil Cioran y deje de ocultar el lado apasionado y tierno de ese amargado a sus alumnos.
Tears for Fears, Famous last Words