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Tenía
sus teorías particulares acerca de los estragos que intensificó la pandemia en
los jóvenes. También en los adultos, pero a los que conocía era a los jóvenes.
Hacía el ramo, la cátedra decían sus colegas, de introducción al método
científico de modo que sus alumnos eran adolescentes desde diecisiete hasta
veinteañeros desorientados en su vocación que iban a dar ahí para probar otra
carrera. Años más tarde veía de nuevo a algunos para los seminarios de título.
Igual
que sus colegas se quejaba de la mala redacción y peor ortografía de los
jóvenes, de la desidia por aprender, de la escasez de la curiosidad y de las
mismas cosas de las que se quejaba Platón, Wilde y tantos otros en cualquier
época.
Había
terminado la pesadilla de las clases on line y la lucha posterior con
algunos que querían seguir ocultando su rostro, no por miedo al contagio sino
por la vergüenza de mostrar su cara, como si estuviera fallada o deformada. Eran
los mismos que no tenían foto de perfil para conectarse y ponían un nickname
en lugar de su nombre, inconscientes de que el seudónimo escogido decía más de
ellos que si hubieran recurrido a su identidad legal.
A
algunos nunca los vio sonreír, le parecía estar viendo una película de fantasmas
adolescentes flacuchentos, debiluchos, con ropa ancha que acentuaba esa imagen
de seres que podía llevárselos el viento o gordos de puro sedentarismo y encierro,
mirando de reojo o hacia abajo evitando todo lo posible ser observados.
No
hablaban con quienes se sentaban al lado si no pertenecían a su grupo formado
quién sabe cómo y desde cuándo. Más tarde se enteraría que algunos se conocían
por los juegos en línea en donde había una escala social, con diferencias de
estatus y poder basados en las habilidades y experiencia para pasar de una fase
a otra. Otros se ubicaban desde el colegio y también ponían fronteras de
silencio a quienes no conocían. Quienes no estaban ahí, en los juegos o en
otras instancias previas no eran considerados confiables y no sabían de qué o
cómo hablarse entre sí. Este comportamiento era transversal a las diferentes
identidades de género y ahora había tantas que desconocía la mayoría de las
denominaciones.
Para
la vieja de método, así la llamaban desde los veintisiete años, cuando
comenzó a hacer clases, había surgido una especie diferente de alumnos y no sabía
muy bien como tratarlos: sensibles, quejones e inseguros, hábiles para buscar
información, pero sin poder relacionarla o construir un marco lógico de
análisis. No recordaba haber escuchado tantas veces – no sé – como respuesta
sin la sensación de vergüenza concomitante incluso para cuestiones de opinión o
imaginación. Por supuesto, habían surgido también los dogmáticos, esos que
repetían slogans, que estaban atentos a cualquier concepto que les
pareciera discriminatorio, ofensivo o atentatorio contra algún objeto de
sus afectos: las minorías, los animales, la naturaleza, el tipo de
alimentación. Vio como surgían identidades a partir de casi cualquier aspecto y
la confusión pasó a niveles preocupantes.
La
Vieja de método, sintió que el cambio cultural que había comenzado hacía
varias décadas, posmodernismo incluido, se había acelerado con la pandemia, el
encierro, el miedo y la incertidumbre que había provocado en cada persona la
idea de la muerte como algo tangible y posible. Eso y tanto más.
Algunos
de sus colegas habían caído en teorías conspirativas que explicaban todo como
un intento de dominación de los chinos o de los gringos, o de los chinos y los
gringos, algo parecido a una de las famosas frases de Nicanor Parra −chinos y
gringos unidos jamás serán vencidos −. Era, es, interesante escucharlos porque
unen datos seleccionados a su antojo para probar su hipótesis paranoica: Elon Musk
a la cabeza de la dominación mundial con toda la legión de poseedores de smartphones
para propagar millones de bits de datos, pedazos de noticias, fotos
trucadas, memes, bots y una débil sensación de globalidad en el lenguaje
que hace parecer que los habitantes del planeta comparten una visión común de
algo.
Una
colega brillante en su área, historia de Europa central, decidió renunciar, confesó
que no estaba dispuesta a ser interrumpida cada minuto de la clase para que
precisara conceptos y formas de referirse a las personas. Le pedían que tuviera
una visión crítica de la historia enjuiciando a los personajes según los
cánones morales actuales. Al negarse argumentó que no iba a falsear frases ni hacer
juicios porque no era parte de los objetivos del curso y aunque su respuesta
fue vaga y amplia se generó tal batahola que no pudo reponerse del impacto
emocional de ser tildada de reaccionaria, racista, misógina, hegemonista,
colonizada y otras palabras cuyo significado desconocía. Ahora, tres años después,
era capaz de reírse de ese período, pero la Vieja de método no
podía olvidar la expresión extraviada y al mismo tiempo de terror indisimulable
de la colega en lo peor de su crisis.
Para
tratar de conocer un poco más de lo que estaba pasando se hizo cuentas en casi
todas las plataformas que conocía: Facebook, Instagram, Twitter o X, Tik Tok,
Snapchat y Linkedln. Se había resistido por un tiempo, porque si le ocurría
que, con las series, hasta las malas y pésimas se quedaba viéndolas hasta el
final, sabía que podía ser presa de las adicciones al smartphone que
había visto descritas por algún lugar. A veces no podía distinguir en qué
plataforma estaba. Dado el éxito de Tik Tok, las demás comenzaron a incluir
videos cortos, shorts, reels, stories, denominaciones distintas para lo
mismo y había noches en que podía pasar más de una hora viendo y riéndose de
estupideces recopiladas, trucadas o inventadas.
Los
algoritmos dieron con contenido específico para ella y se encontró pronto con
cuestionamientos acerca del tiempo, el sentido de la propia existencia, alimentación
apropiada para su edad; ejercicios físicos para no perder masa muscular y
prolongar la autovalencia, recetas saludables, manualidades, chistes de viejas,
frases, millones de frases de autoayuda tan vacías como los rostros sonrientes y
agradables de los emisores. Algunos hablaban de lo execrable que eran las
decisiones basadas en el ego, es malo, malísimo operar desde el ego, tanto como
ser narcisista o complaciente, aunque el primero sea temido y en su opinión era
menos malo eso que ser humillada, pero claro debía estar pensando desde el ego.
Trabajar mucho está mal porque no permite el ocio y solo en el ocio se puede
ser creativa y estar consciente de sí misma, meditar, practicar yoga y llegar a
ser esbelta y grácil, aunque no hay que criticar el cuerpo que a una le tocó y
amarse, sobre todo amarse, gorda o flaca, chica o alta, pero nunca está demás
cuidar la salud, y ser flaca, flaquísima y musculosa, pero sin ego. Y soltar,
soltar todo, menos los músculos de los brazos y el rostro porque hay hilos
tensores y toda clase de tratamientos para que surja la belleza interior de la juventud
perdida de la mano del colágeno y morisquetas que sirven para que la cara no
parezca helado derretido. Bella, joven, flaca, activa, independiente, pero sin
ego, el ego es malo. Cabrona, mandona, bossy como Beyoncé, Jennifer
López o Madonna, (una vieja que se queja de edadismo, la discriminación
a los viejos, tratando inútilmente de parecer más joven). Hay que empoderarse y
no presumir, no cuente que va de viaje porque es poco elegante, sea pudorosa
con las emociones, aunque las emociones no se puedan evitar, agradezca todo,
sobre todo las desgracias y crisis que le han servido para ser quien es, infeliz
y todo, tiene que agradecer y ser cabrona, pero sin ego. No presuma tampoco del
ocio porque es un lujo, no diga nada, vincúlese que es lo único que le asegura una
vida entre humanos, aun si los humanos son lo peor que le pasó al planeta.
Aprenda a cultivar sus propios vegetales, porque desde el surgimiento de la
agricultura ya no hay vuelta atrás y, si bien todas las desgracias partieron
cuando la humanidad dejó de ser cazadora y recolectora, ya no queda otra que jugar
el juego y ganarse la vida no solo para sobrevivir sino para disfrutar de esta
existencia y este planeta ahora. Ahora porque se puede acabar. Ahora porque no
hay ningún después al alcance de la mano. Comprométase y honre su palabra, pero,
sobre todo, sea feliz, es un imperativo casi moral. Trabaje para ser feliz, pero
conserve tiempo para el ocio y cuidar de su salud y meditar y leer y ver películas
y disfrutar con la pareja, con los hijos humanos, hijos perros, hijos gatos,
hijos chanchos, hijos loros, hijos terneros, hijos-adolescentes-eternos. Hágalos felices y dirija su vida
mientras no crezcan, hasta que ellos se sientan preparados, tal vez a los
cuarenta, siempre hay esperanza. Trabaje más, para mantenerlos hasta siempre
porque están en un mundo difícil y son todos índigo, sensibles. No saben cortar
un pollo para cocinarlo y comer proteína. Ellos nacieron pensando que el por el
hecho de existir tienen derechos inalienables como ser felices, disfrutar del
ocio y trabajar lo menos posible, como si se tratase de los ciudadanos franceses
de los ochenta y los noventa. ¿Recuerda el estado de bienestar que ahora no
pueden financiar? seguro una es culpable de eso también.
Hágase
cargo y aprenda a soltar, a dejar de lado lo que no suma, porque se trata de
más y no de menos, más vida, más belleza, más juventud, más años, más salud,
más de todo y al mismo tiempo más minimalismo, más ascetismo y esto se logra
con menos: menos fotos, menos viajes, menos ropa, menos muebles y cosas, menos
espacio, menos huella de carbono. No exagere, conserve los recuerdos, atesore
los objetos con significado. Suelte, suelte de una vez, pero conserve los
rituales sociales porque ¿qué es la comunidad y la sociedad sin rituales?
Cuando
salió de ese mar de información sin sentido y vio a esos jóvenes pudo
entenderlos algo más. Cada uno metido en su propio algoritmo sin poder
encontrarse con otros.
La
Vieja de Método iba a decir Cuando salió de las redes, el mundo todavía
estaba ahí[1],
pero no estaba segura de eso.
Pet Shop Boys, It´s all right https://youtu.be/9r0pISqCDRw?si=vKRuOavixNQqkfrB
The Police, Too Much Information https://youtu.be/yeZNfo1zvdU?si=dOJwvFi4YDlgbw4_
[1] Cuando
despertó, el dinosaurio aún estaba ahí. Augusto Monterroso.