martes, 4 de febrero de 2025

Partículas y ondas

 

           

                                    foto Pexels.com

−¡Ah no sé yo! A una le toca vivir no más, con riesgos, con miedos, con suerte o sin ella.

Ya sé, me va a salir con que el cúmulo de experiencias te hace ser quien eres y todos esos clichés de redes sociales baratos y que por repetidos se creen verdaderos. Obvio que uno es su experiencia, de otro modo no se puede. Y sí, se puede enriquecer la capacidad de análisis con literatura, películas y música y escuchando a la gente. Entonces estaba de acuerdo con ella, pero no sé por qué le buscaba el contra argumento a todo lo que decía. A lo mejor porque le encontraba un tonito de superioridad que me tenía harto o tal vez una pose de gurú espiritual que me llenaba de sospechas. Como si ella no se equivocara y según yo, había tomado varias decisiones erróneas pudiendo tomar las que la harían sentir mejor. Alguna vez se lo dije y se encogió de hombros – No podía saber que las cosas iban a salir mal, me equivoqué en el análisis de la situación, pero una se recupera ¿o no? −. Obvio, obvio que uno se recupera, ese no era el punto.

No sé porqué quedaba molesto al hablar con ella y al mismo tiempo solo quería encontrármela de nuevo, para contradecirla, para hacerla sentir tontona y debilucha y verla en dificultades para explicar sus decisiones y ojalá con los ojos húmedos, a punto de llorar para luego salir del paso con dificultad y solo porque me daba lástima verla así, atribulada. Si lloraba ¿qué iba a hacer yo? Una vez no me detuve, le dije que era una ridícula, que no se daba cuenta de nada y que tampoco conocía las reglas del juego. Apenas alcanzó a preguntar de qué juego se trataba. Cuando cayó en cuenta, no pudo evitar el llanto, la abracé y sentí cómo se debatía entre empujarme y no soltarme. Se alejó. Ya sé que suena raro, pero muchas veces, a punta de suposiciones, casi escuchaba sus luchas internas y sus fórmulas para hacerme creer que no me necesitaba para nada, como si me hiciera el favor de verme, cuando en realidad me necesitaba como si se estuviera ahogando en el mar.

¿Y si todo no fuera más que un espejo? Una especie de juego en el que yo le atribuyo pensamientos, sentimientos e ideas que no genera si no yo en mi necesidad de estar con ella. Puede ser. Todo puede ser.

Ella cree en el destino, en que no hay casualidades ni accidentes, como si algo hubiera organizado un escenario ya probado en una realidad estática, con reglas matemáticas y físicas para todo. No la culpo, ¿no era eso lo que creían Einstein y Sábato? Sí, porque no se sabía nada más, pero ahora la realidad es probabilística, las leyes de la física se cumplen para la materia, la gran materia, los planetas, las galaxias, pero no para las partículas elementales que pueden estar aquí y allá o ser onda sin cuerpo o una minúscula materia con posición definida en dimensiones tan pequeñas que son inimaginables. Ya sé que me enredo entre sus pensamientos, lo que creo que ella cree y lo que yo supongo que es real y lógico. Se lo he explicado y parece entender, pero luego me dice que soñó conmigo y cree que yo también la sueño. Si de confesiones se trata, algunas veces sí, hemos coincidido en las ocasiones, pero no en el tema. Y me desilusiono como si en alguna parte de mi conciencia quisiera creer que eso que ella llama el destino, una especie de recorrido prediseñado con cierto margen de movimiento, existiera y entonces en algún punto, alguna vez, pudiéramos estar juntos sin contradecirnos como elementos químicos que se repelen.

Ella dice que hay estudios que muestran que las personas se mueven en un radio determinado de lugares y personas y que van recorriendo más o menos una trayectoria predecible con formas que se repiten como los espirales del ADN o los de las galaxias. Eso de los seis grados que separan a todas las personas del planeta ¿no era cierto acaso? No me he preocupado de buscar evidencia actual al respecto, pero a veces me gustaría que fuera cierto.

En el último café que compartimos, ella pagó el suyo y yo el mío, como corresponde a los amigos, es decir, estábamos en un mismo espacio y a la misma hora, pero sin demasiada cercanía, llegó con una convicción nueva, no sé qué leyó o escuchó para afirmar que una estrategia de paz era la convicción de que la aniquilación podía ser recíproca y que eso la convencía de alejarse de algunas personas. Traté de entender mejor el punto aplicado a las relaciones humanas, porque sonaba al equilibrio de fuerzas de mutua destrucción de la guerra fría y no sé si sea una metáfora afortunada para los individuos. Cuando le pregunté, algo que casi nunca hago porque de inmediato me lanzo a buscar la falla en el argumento, evitó responder y se metió en otro tema. − no puede ser que los humanos nos comportemos como las partículas elementales− y caí redondito en la trampa conceptual. A lo mejor como seres biológicos no, pero puede ser que las decisiones se tomen en un área micro, súper micro, que no se puede determinar aún y seguí como media hora dando la lata con esa provocación. Debe ser que yo mismo me hago trampas para hablar de todo y de nada. O ella.

Se viste con faldas largas, muy hippie, pasada de moda inclusive. Tiene el pelo largo y desordenado como si no se preocupara, pero usa aros, anillos y se adorna para darse color. Eso me confunde, se las da de gurú inmaterial, de fan de la vida austera, pero gasta en tonterías y se ríe de sus contradicciones, dice que le gusta la gente, que le cae bien la humanidad, pero odia las aglomeraciones y luego va encantada a conciertos poperos llenos de gente. Una superficial más de estos tiempos raros.

−Y ¿por qué tengo que ser consistente? no tengo que comportarme como partícula elemental siempre ¿o sí? ¿no dijiste que a veces las decisiones podrían ser ondas también?

Eso es lo odioso de ella, puede trivializar hasta los hallazgos científicos más sorprendentes. Se ve que no entiende nada. Me irrita y más me irrita cuando se calla y no dice nada y solo me mira con una expresión que no logro descifrar, porque mi cerebro hierve de posibilidades y entonces me pongo a hablar de lo que sea para que ella se ponga en la esquina contraria y empiece el juego de nuevo.

Y pensar que alguna vez y por siglos los que sabían de algo supusieron que todo estaba ordenado y perfecto, que solo faltaba conocer las leyes subyacentes, apuesto a que solo se dedicaban a mirar el cielo y no veían lo que pasaba alrededor porque las personas en relaciones afectivas son caos que empeora mientras más pequeña es la unidad de análisis.

Lo peor es que esto no tiene fin, se puede iterar hasta el infinito con vueltas y más vueltas y ella sigue ahí respondiendo o haciendo como que responde y yo tampoco me doy por vencido. La siguiente escena será similar, lo doy por sentado, porque lo más probable es que ocurra lo más probable y si ella llama a eso destino, es por la generalización de fenómenos analizados en un nivel que no corresponde. Eso le diré cuando me contradiga de nuevo. Buscaré referencias para dejarla fuera de juego.

No puedo esperar a verla de nuevo y observar su expresión de desconcierto cuando sea un jaque mate. Ojalá se ría porque si mira hacia abajo y luego levanta los ojos no sé qué haré. Tengo que pensar mejor y dejar menos posibilidades al azar.


Partículas y ondas

                                                          foto Pexels.com −¡Ah no sé yo! A una le toca vivir no más, con riesgos, con miedos...