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Se
encontraba suspendido entre los anaqueles de los regalos a punto de ser
invocados. Su mayor anhelo, como el de todos los de su clase, era ser
entregado. Era su sentido. De otro modo, era solo un objeto, una cosa
intrascendente o algo útil. Nada más despreciable que ser algo útil. Existir
para algo, para servir a un propósito. ¡Horror! no, él no era tan
insignificante como para eso. Existía para ser entregado como muestra de
aprecio, con las denominaciones que los humanos decidieran darle a ese afecto.
Su categoría era muy superior a la utilidad.
Un
día fue invocado como deseo en una conversación. Rogaba porque no fuera solo
una frase cualquiera, de tantas que se dicen. ¿Cómo supo que la invocación no
había sido una frase intrascendente? Un principio básico de llegar a ser un
regalo es el sonido que se escucha en su mundo. Los humanos no lo escuchaban.
Solo los regalos tienen esa capacidad. Cada uno tiene un sonido y solo tiene
una oportunidad de reconocerlo, el suyo había sido un sonido al que los humanos
llaman piano. Sintió esa sensación que describían los invocados: un
estremecimiento interno muy agradable e intenso. Se incorporó y si hubiera
tenido pecho todos sus congéneres hubieran notado lo inflado que estaba.
La
verdad es que sus compañeros de espera sí lo notaron, pero aburridos de falsas
alarmas y de la actitud de ese regalo en particular, hicieron como si no
hubieran sentido nada. Demás está decir que los regalos no hablan entre sí.
Menos los regalos en potencia. Los que aún no son.
El
regalo en cuestión sintió el estremecimiento porque quien iba a adquirirlo lo
pensó, lo eligió entre muchos otros. El pensamiento y la acción concomitante activaba
el sonido en el mundo de los regalos. La vio tan decidida, que estaba seguro de
ser entregado.
Pasó
el tiempo y llegó el período de florecimiento de cintas, envoltorios, ofertas y
abundancia de azúcar. Muchos, pero muchos, eran adquiridos por los más diversos
motivos aun cuando se trataba de la misma festividad. Por obligación la
mayoría.
Cuando
ya se había convencido de que quien lo pensó ya lo habría olvidado, él era un
regalo pesimista y melancólico, la vio entrar decidida y sin ninguna
vacilación. Preguntó por él, lo envolvieron sin los adornos que merecía,
suspiró por eso. Hubiera querido una cinta blanca, grande, un papel de Japón
casi sin adhesivos. En vez de eso, lo pusieron en un bolso, igual a todos, con
esas cintas feas e iguales a todas. Lo peor es que era igual a todas. Un buen
regalo, como se consideraba a sí mismo, merece distinción y eso de no ser tratado
con cuidado lo hacía temer por su futuro.
Llegó
el día en que sería entregado. Ya notó algo raro cuando lo sacaron del bolso y
lo dejaron desnudo en una cartera. ¿Por qué alguien haría eso? Un regalo lleva
envoltorio. Se sintió degradado, pero poco a poco en el largo camino, se
conformaba con la idea de que él era uno de esos regalos de nobles intenciones.
Ya que no iba a ser engalanado debía haber alguna explicación, tal vez no era
de esos objetos en serie que necesitaban disfrazarse y parecer especiales y
caros. Su valor debía ser otro.
Ya
comenzaba a asfixiarse en la bolsa. Pasaba el tiempo, hizo esfuerzos por
hacerse notar. Sintió como en ocasiones era aprisionado en el breve espacio que
lo contenía ¿qué pasaba?, ¿Lo iban a entregar o no? Estaba cerca de su peor
pesadilla.
Había
una leyenda en el mundo de los regalos. Aquellos que no eran entregados, eran
olvidados para siempre y ni siquiera alcanzaban la categoría de útiles. Algunos
encima son reciclados y entregados a otro destinatario en donde se perdía la
noble intención y pasaban a ser regalos por compromiso. Lo peor en categorías
de regalos.
Se a
c a b a b a el tiempo. S e a c a b a b a e l t i e m p
o, s e a c a b a b a e l t i e m p o.
Los
humanos podían gritar, llorar o poner cara de nada. Él no podía hacer nada.
No
fue entregado.
Al
regresar se quedó junto a un montón más de regalos con destinatario, algunos de
nobles intenciones y otros de los por compromiso. El día de la festividad, tuvo
destinatario y tuvo una noble intención. Era para alguien central en la vida de
la humana que lo compró.
Fue
bien recibido, pero por cosas que luego supo -el mundo de los regalos está
lleno de mensajeros- no lo fue tanto como lo hubiera sido por su real
destinatario.
Sin
querer también se enteró de que la humana no pudo en el primer intento porque se
confundió respecto a su categoría de regalo. Estupideces
de humanos. No entienden que los regalos valen por sí mismos, más si no llevan adornos
y no son esperados.
Antonio Bertali,
Ciaccona, https://www.youtube.com/watch?v=lLmskBnexGQ