I
− No. No me
interesa conocer a nadie. Me cargan esos sitios de citas y no, para estar con
tipos indefinidos, que no saben lo que quieren, que a veces sí que a veces no,
chao. Tengo temas más importantes que resolver.
− Claro, pero a veces la vida
trascurre sin sobresaltos, con una rutina rígida, muy predecible y de pronto
sucede algo distinto. Hay personas a las que le pasan esas cosas, eso dicen, pero tienes
razón, si por alguna cosa rara me diera por conocer a alguien, me gustaría un
tipo jugado, uno que tuviera claras sus cosas. Y de esos, a estas alturas, ya
no quedan.
− Sí, abundan los Ashley Wilkes y
escasean los Rhett Butler[1].
− ¿Te acuerdas del profe de
estadísticas? Ese que nos decía “lo más probable es que suceda lo más
probable”.
− ¡Uff, insoportable!
− En todo caso, ¿no sería lindo que
la vida te trajera un regalo impensado? Una especie de cambio de ruta completa,
un desvío que implicara volver a querer y confiar.
− Un desafío a las probabilidades
dices.
− Claro, como la fórmula de las
comedias románticas.
− Clichés no más.
II
Estaba tratando de comenzar de nuevo. No tienes
idea de qué ha pasado conmigo todos estos años. No me atrevo a contártelo.
Cuando nos despedimos tenía tantos planes, las cosas me salían bien. Siempre
fui disciplinada, obsesiva, decían mis amigas. Cualquiera hubiera dicho de mí
que mi futuro era prometedor. No sé cómo pasó que di con malas decisiones,
casarme fue una de ellas. Un fracaso que llevó a otros. He recomenzado tantas
veces que no sé si hay una salida. Ahora empezaba a verla. Quizás era y es mi
determinación de que ahora no me queda otra que hacer las cosas bien y asegurar
en algo mi vejez y la vida de mi hijo. Vienes, casi como caído de otro planeta
y te atreves a revolucionar todo. Apenas soporto tu amabilidad, dulzura y la
intensidad que resurgió después de un millón de años. Éramos jóvenes cuando nos
enamoramos, como se supone que tiene que ser, pero te fuiste a Alemania porque
no tenías alternativa. Me dolió, sufrí, pero la vida siguió, siempre sigue. Cuando
nos vimos allá, y Daniel, mi hijo, tenía 3 años, conocí a Viveka, tu esposa y a
tus hijos. Me dio gusto verte feliz. Fue como esas imágenes en donde todo se ve
bien y real. Tú y ella se veían hechos el uno para el otro. Que a veces me
miraras con algo de nostalgia supuse que era lo normal. Algunas emociones
resurgen sin que impliquen nada más que la conexión inicial con alguien. Me
gustó ver que habías hecho lo que estaba bien hacer. Yo también lo intenté,
quería lo mismo, pero no obtuve el mismo resultado, muchos puntos ciegos,
muchas dificultades para decir lo que me pasaba. No sé, después de la batalla
somos todos generales. En ese entonces era una mujer joven asustada.
III
Es que no sé cómo es que estoy metida en esto.
Ritter me ubicó a través de mi hermano que vive en Suecia. Llevaba meses
tratando de encontrarme, Ya sabes, no aparezco en ningún sitio de la web. No
uso ninguna red social, en fin. Se dedicó a buscarme y resulta que ahora viene
a Chile, quiere verme y no tengo idea ni siquiera de dónde llevarlo.
− No sé qué es lo que te complica.
Llévalo a pasear al barrio Italia, hay terrazas, bares, restaurantes, caminan y
ven qué les tinca.
− ¿Y si quiere acostarse conmigo?
Ha estado demasiado cariñoso por teléfono y por WhatsApp.
− ¡Ay!, qué terrible ¿no? deja que
la piel te hable.
No lo puedo creer. Estamos tanto más viejos y no
puedo entender tanta chispa, tanta intensidad, tanto magnetismo entre tú y yo.
¿Serán los años que llevo sola?, ¿será que he embellecido tu recuerdo todos
estos años? ¿te veo mejor de lo que eres? ¿me ves tú a mi como la jovencita que
se enamoró de ti a los veinte años? No ves a la mujer que ha tenido que dar
batallas muy duras. No tienes idea del punto en que me perdí y que, en lugar de
cumplir todos mis planes, uno a uno se fueron desmoronando. No tengo
explicación para saber qué fue lo que me pasó. Mi amiga, con la que tomo café
los jueves, me lo dijo, a veces las cosas pasan cuando no esperas nada Es que
parece maldición. Estoy complicada, cada día que ha estado aquí y nos vemos es
mayor el peligro de caer, de hacer algo incorrecto. No por pechoña, por miedo a
sufrir de nuevo. Mi perspectiva ha cambiado con los años. Ya no tengo claro qué
está bien y lo que no, no al menos a estas alturas de la vida.
Te fuiste unos días a pasear al norte, a ver a
otros amigos. Quizás despejes tu mente. No dejaste de escribirme. Seguiste
alimentando esta cosa que me pasa en todo el cuerpo. No sé qué hacer. Si hablo
siento que te empujo a hacer algo que puedes lamentar. Si no hablo, siento que
me traiciono yo.
− No me imagino su cabeza después
de estar conmigo. Cuando vuelva a Alemania y salude a su mujer y a sus hijos y
yo sea como esa borrachera que quiere olvidar
− O un recuerdo de lo que era el
amor. De lo que era sentir la piel despertando de nuevo, la risa que inunda la
vida por nada, el tiempo que se detiene o que pasa como un abrir y cerrar de
ojos. La conexión con otra alma sin decir una palabra.
− Eso es lo que me pasa con él
IV
Volví. Saludé a Viveka y a los hijos. Los abracé
mucho. Un abrazo extraño. Ni yo era el mismo que abrazaba ni ellos parecían
pertenecerme como antes de ver a Liliana. De algún modo sentí que ya no estaba
en esa casa. Recorría una a una las habitaciones, lo di todo para que las cosas
funcionaran bien para todos. Era mi responsabilidad. Viveka ha hecho todo y más
también. Cómo quisiera poder quererla como alguna vez. Cómo quisiera poder
hacerla feliz sin sentir que me niego a mí mismo. Cómo quisiera protegerla de
mí, de esto que me pasa. Poder tomarla de la mano, besarla sin acordarme de
Liliana y de cómo se sentía tenerla cerca. Por ternura puedo seguir. Tal vez un
año, dos o más. O para siempre. ¿Acaso me puedo permitir hacer sufrir a todos
por un recuerdo?, ¿acaso alguien a estas alturas tiene derecho a decidir la
vida en función de sí mismo? No. Creo que no. No soporto la idea de ver llorar
otra vez a Viveka, de sentir el juicio de mis hijos sobre mí. Esa sola idea me
sobrepasa. Sé que Liliana sufre. Sufre porque me quiere a su lado y porque
considera la posibilidad de dejar a Viveka como la peor bajeza de la puedo ser
capaz. Tal vez me las arregle pensando en que no existe, que murió, que vive en
Corea del Norte y no puede salir ni yo entrar. Es que a veces no siento que
esté tan viejo, con Liliana me sentí, a ratos, capaz de correr una maratón, de
empezar de nuevo junto a ella, por el tiempo que sea. Por lo que nos quede por
vivir. Dice que no quiere ser culpable de la tristeza de Viveka, que yo se lo
recriminaría cuando tuviésemos algún disgusto, que la culpa me haría juzgarla a
cada instante, que extrañaría a Viveka en las comidas, en los códigos
aprendidos por años. Tal vez tenga razón. Viveka y yo somos como uno solo en
muchos aspectos.
Pero cuando la toco ya no es lo mismo. El instinto
a veces opera, a veces no. El sabor. No sé qué es. Pasa el tiempo y no puedo
recuperar lo que alguna vez fue. Traté, de verdad traté. No resultó. Me apagué.
No pude volver a ser el mismo. Me volví un cuadro opaco y oscuro. Como esas
pinturas que requieren con urgencia una restauración. Hice como que todo estaba
igual por un tiempo. Todo este tiempo. Viajamos, celebramos, hicimos lo de
siempre. A ratos pensé que podía. Que todo volvía a la normalidad. Dejé de
comunicarme con Liliana por si servía de algo.
V
Cuando Ritter se fue a Alemania hice como que no
había ocurrido nada. Continué con mis planes. Siguió escribiéndome, luego los
mensajes fueron distanciándose hasta que no llegaron más. Lo entendí. Así tenía
que ser. Él y Viveka tenían que seguir juntos. Yo no era más que una breve
desviación en su trayectoria. Siempre lo supe. Me encerré de nuevo y no espero
nada más. Quiero paz y calma para disfrutar mis libros, la música y ver madurar
a mi hijo. Tengo que pensar en los recursos, en algún negocio que sea rentable.
Algo tengo que hacer.
Sabiendo que los jueves tomaba un café con su amiga
en el Drugstore, Ritter la esperó. La vio sentarse y sacar los audífonos de sus
oídos. En poco rato llegó una mujer a sentarse a la misma mesa.
− Hace rato que un tipo está
mirando hacia acá. Da la vuelta disimuladamente y mira quién es.
Liliana se paró de la mesa y fue a su encuentro. Se
abrazaron como si fueran el último flotador en un naufragio. Los dos reían y
lloraban al mismo tiempo. La amiga supo que tomaría su café sola esta vez y que
ya no habría más jueves de conversaciones. Tal vez podría visitar a Liliana en
Alemania en un tiempo más.
VI
Las amigas desaparecen cuando están muy mal o
cuando están felices. Liliana desapareció de felicidad esta vez. No sin
dificultades Ritter y Liliana organizaron su vida en Alemania, soportaron las
vicisitudes burocráticas del divorcio de él y los documentos de inmigración de
ella; las barreras culturales expresadas en la vida cotidiana, la delicada
telaraña que había que construir para mantener los lazos con los hijos y
soportar la desilusión de Viveka y su infinita rabia y tristeza.
Tanto más. A veces parecía imposible subir una
montaña tan alta de problemas si no fuera por la sensación de que estar juntos
era lo correcto y si no lo era, al menos era lo único que podían hacer con
absoluta convicción.
La amiga del café siguió con su hábito con otras
amigas, tenía una buena habilidad para incorporarse a grupos y explorar las historias
de las personas que iba conociendo. Decía que tenía una vida muy intensa a
través de las conversaciones con otros.
Un día recibió un video de Liliana y Ritter,
informaban por esa vía que se habían casado y de sus voces y rostros se
desprendía tal felicidad que no le cupo duda de que a veces la fórmula de
películas y novelas puede ser real y ser disfrutadas por quienes la descubren.
Comentario
de la autora:
Este cuento
es el relato bastante apegado a una historia real, sus protagonistas me
autorizaron a escribirla. Si bien ellos se sintieron representados, a mí me
parece que quitándole los diálogos tipo libro de autoayuda, queda un poco más
apegado a lo que escribo, o escribía, de forma regular. No es fácil para mí
escribir no ficción y cuentearla. Debe ser por eso que cuando me dicen
que podría escribir un cuento sobre una historia que ha surgido en la
conversación, casi siempre pienso que no, que no podría. A lo mejor una
escritora profesional, de verdad, sí tendría el oficio. Las admiro mucho.
¡Liliana y
Ritter se casaron! me gustaría poder regalarles un mejor texto, pero creo que
la historia de ellos es mejor que cualquier cosa que pudiera escribir.
[1] Referencia a Lo que el
Viento se Llevó de Margaret Mitchell.