sábado, 21 de octubre de 2023

Protocolo

 


Hay días en los que una no quiere hablar y no es que pase algo particular o no pase lo que debía ocurrir por lógica. La lógica personal por supuesto, la de los demás es una cuestión difícil de precisar. Me pasé el día dando informaciones ya disponibles en todas partes y eso debiera bastar para entender por qué me quiero quedar callada. Sería tan bueno poder hablar en automático y pensar en otra cosa, a estas alturas de la evolución debiera ser posible esa función, pero no, para que el servicio de atención al cliente sea bien evaluado y el equipo obtenga el bono de fin de año, no solo hay que saludar, sonreír y mirar a los que preguntan las mismas cosas a cada rato o tratan de resolver algún problema que no corresponde al departamento, además hay que tratar de enchufarles una encuesta de satisfacción usuaria al final y es imposible pensar en otra cosa entre tanto recordatorio del protocolo de atención.

Con todo eso una es incapaz de concentrarse en otra cosa mientras sigue los pasos uno a uno y, si bien, el equipo ha conseguido la mejor evaluación del servicio durante un tiempo récord, todavía no consigo automatizar mis respuestas. Si llego a ese estado podrán reemplazarme por un tótem de autoservicio y no tendría nada que hacer, y si bien, quiero no tener nada que hacer, después no soporto la idea.

Ahora que he recuperado algo de concentración, sí, porque con tantos robos de celulares que me ha tocado ver en el metro y en la micro y las molestias que implica después lidiar hasta con chantajistas, ya no me dedico a pasar por millones de imágenes en el trayecto de ida y de la casa al trabajo y viceversa. Algo me pasó en el cerebro porque he recuperado la capacidad de quedarme en un tema más allá de un segundo y medio.

Lo que más me sorprende esa invasión de calma que hacía mucho tiempo no experimentaba, ¿habrá sido esa sobre exposición de imágenes? O tal vez el abandono de la idea de irme a otra parte. Está fuera de mis posibilidades y después de todo no es tan malo vivir en el barrio del club hípico, las casas son viejas, no sé por qué, pero me gusta ese aire señorial venido a menos, como esas señoras que no dejan de arreglarse para salir, combinan colores y aunque el labial se les escurra por las arrugas de los labios, se ven coquetas y entusiastas por la vida. Vivo con una tía y su marido dice ella. Mi mamá se encarga de repetirme que no es su marido, que nunca se casaron y ya me dejé de pelear con ella por eso o por cualquier cosa. Me río de sus tonterías de vieja pechoña. Mi tía me cobra barato por el arriendo de un dormitorio, en realidad me lo descuenta de lo que me debe y su marido es muy amable, casi siempre me deja agua caliente en el termo, una taza puesta y una marraqueta con lo que haya en el refri para cuando vuelvo del trabajo. A esa hora ellos ven las teleseries turcas y mi tía se enoja a cada rato porque el caballero no se acuerda de la historia. Las noticias las vemos juntos y yo les comento si supe algo durante el día, como ahora uso poco el celular casi no me entero de nada.

No todos los días son iguales, la mayoría sí, pero no todos.

Se suponía que iba a estar en esa casa un par de años, mientras ahorraba para dar el pie de un departamento e irme a vivir, casada, con mi pololo de entonces, pero todo se fue a las pailas. Más que todo y más que muchas pailas, pero no quiero contar de eso. Es una historia simple y repetida. Quedé sin pololo, sin ahorros y deudas que no esperaba. Puse en la cuenta compartida todos mis retiros del diez por ciento, en fin.

Este invierno llovió y hubo que reparar el techo de la casa de mi tía, vuelta a pedir otro crédito porque la caja de compensación del par de viejos les dijo que ya tenían el máximo de deuda y no les podían pasar más plata. ¿Qué iba a hacer? Pedir yo otro crédito que refundía los anteriores.

Supe que mi ex pololo se había casado y que la novia tenía varios meses de embarazo, se compró casa cerca de donde vive mi mamá y mi hermana. Me enteré hace tiempo y, no sé, supongo que antes de saber estaba dispuesta a perdonarlo porque actuaba como si un día fuera a volver, como si no fuera cierto todo lo que pasó. No podía dormir pensando una y otra forma de resolver, de entender. Cuando dormía soñaba con él y despertaba con una sensación horrible, cada vez que estaba a punto de alcanzarlo él me miraba con esos ojitos dulces y sufridos y me decía que no podía quedarse conmigo o veía a su mujer embarazada y como a cinco niños detrás. Mi mamá se encargó de que me diera cuenta de que no había nada más que hacer, no fue muy amable ni simpática su estrategia, pero sin duda efectiva. Dejé de esperar a punta de chismes de barrio, de fotos en Facebook y de Instagram

Y un día, me cayó de sorpresa esta capa de tranquilidad. Supongo que mi cerebro alcanzó un estado de saturación con el tema. Estoy endeudada por cincuenta y dos cuotas más, no me puedo mover de aquí y me alegran cosas como la taza de la once esperándome en la cocina o la idea de que mi tía acepte que adopte una mascota, un perro simpático que no peleche y no tenga mal olor. Eso me dijo. Su marido me está ayudando a buscarlo. En lo único que me parezco a mi tía es lo mucho que me molestan los malos olores y no puedo soportar a la gente que no se da cuenta que huele a rancio.

Mi mamá dice que repetí su historia, que mi papá se fue con otra y que a lo mejor tengo hermanos que no conozco. Al principio reaccionaba y le respondía a punta de pachotadas, portazos y llanto, ahora casi no me reconozco, como le dijo Velasco a Orrego en un programa de debate de política hace años. Ya me da lo mismo lo que diga, sé que se maltrata ella sola cuando me dice cosas horribles, debiera ser instructora de budismo zen a estas alturas dice mi tía.

Tengo un secreto para soportar las visitas que hago a mi madre.

1.     Sonría

2.     Salude y luego con una cara complaciente y que parezca honesta, pregunte

3.     ¿Cómo está mamá?

4.     Aguántese las quejas contra todo lo que usted no pueda resolver y atienda solo al foco, al meollo del problema. Haga a un lado lo accesorio, vaya a lo importante.

5.     Lo importante es lo que usted puede resolver, el resto conviértalo en problema de otro, de la vecina, de la tía que no se casó, del Facebook, del matinal

6.     Conserve la calma.

7.     Sonría.

8.     Realice las operaciones pertinentes de lo que usted puede hacer para mejorar la experiencia de la madre, aunque esta las considere espurias e insuficientes: ponga la mesa, vaya a comprar el pan para la once, diga que lo que cocinó le quedó rico.

9.     En último caso ofrezca comprar algo que la madre tiene muy pocas probabilidades de usar.

10.  Ofrezca lo anterior solo en caso de emergencia.

11.  ¿Hay algo más en que pueda ayudarle? (ruegue porque no sea así y esté satisfecha, enojada, con cara de pasajera del metro, pero ¡váyase!)

12.  Sonría y

13.  Despídase son una sonrisa amplia y más complaciente que la de bienvenida.

El secreto incluye otro acápite, antes de ir, escucho una y otra vez la música favorita de mi papá y que mi mamá odia. Pongo a Piazzola desde que me levanto y llego a la casa de mi madre como quien sabe que se ha portado mal. A veces la muteo y escucho la música en mi cabeza, en especial cuando empieza a hablar del vecindario.

De vuelta lo mismo. Creo que entiendo más cosas cuando escucho a Piazzola y la tranquilidad me invade de nuevo.

 

 

Astor Piazzola, Milonga For Three Quinteto Piazzola, https://youtu.be/iPYBeqdo724?si=gsruxN9KODf1JAMA

Astor Piazzola, Tango Apasionado (finale),

https://youtu.be/gdCg_-ixkWI?si=xpZjetBMo8tZ9gxM


jueves, 5 de octubre de 2023

Irónico

 



¿Cómo era la frase? Si usted hace lo mismo cada vez no espere obtener resultados diferentes.

Simplifique, simplifique.

Aplaudió a rabiar a la conferencista de las obviedades. Si bien se podía oler la estrategia de la psicología inversa, a veces le daban ganas de ser concreto y muy literal, −los insultos favoritos de su esposa −. Hacer como que no se entiende el subtexto de una discusión que no lleva a ninguna parte es todo un arte y su esposa no era aficionada a nada figurativo, excepto, quizás, los cuadros que se había dedicado a pintar como hobbie y que cada vez se demoraba menos en terminar porque se trataba de manchas de colores que combinaban con algún mueble o jarrón o cualquier cosa del living de la casa. Al principio le pedía su opinión y él trataba de ser amable. Un día de esos en que hubiera sido mejor ser un maniquí en una vitrina que nadie se detiene a mirar, cometió el error de reírse, el título del cuadro era tan pretencioso como ridículo y no pudo evitar ser sarcástico.

      Supongo que con este completas la serie para la exposición en el Bellas Artes.

Ella se puso a llorar como una niña, con sollozos y espasmos y cuando pudo hablar le confesó que ya no soportaba su tonito irónico, su agresividad reprimida y su aire de superioridad. Estaba harta de estar pendiente del tono y el rictus de sus labios para saber si hablaba en serio o se trataba de una forma cobarde de ser directo. Se sentía exhausta de estar en guardia en su propia casa y de tener que soportar las risitas o reconvenciones suyas o de los hijos por no haber captado la sutil diferencia de una frase burlesca que ella podía haber tomado como un halago.

Se quedó pensando en esa confesión y al fin pudo poner palabras al modo en que se sentía de niño en la casa familiar. De ahí en adelante se propuso cuidar más a quien había sido dulce y generosa con él. Se reservaba los sarcasmos para los cafés con los compañeros del trabajo o los practicantes mano-de-obra-barata que llegaban de tanto en tanto a la oficina. Se divertía con ellos en su el rol del tipo macuco, mala onda a veces, original y divertido de vez en cuando.

Ingenioso. Ese concepto le parecía más justo. A veces, con un poco de trago en el cuerpo o un estado de éxtasis venido de alguna buena decisión o un acierto en cualquier cosa, podía hacer llorar de risa a su equipo de trabajo, incluso o en especial a los recién llegados. Su jefe se relacionaba con él de forma extraña, más bien inconsistente, en ocasiones lo consideraba un tipo brillante por sus buenas ideas y en otras temía a los comentarios mordaces dichos de tal modo que podían ser un chiste o una observación de muy mal gusto. Tendía a tenerlo en la mira en las reuniones, cuidaba sus palabras y en esta ocasión, como en casi ninguna otra le pidió que repitiera en voz alta lo que murmuraba a quien estaba a su lado

      El sr. Valverde, abogado, velará por ustedes en caso de tener problemas con algún cliente.

      Seguro, le importamos tanto que nos calculará el finiquito en menos de cinco minutos

      ¿Qué dijo?

Esta vez había escuchado la frase y pretendió aleccionarlo delante de todos porque Valverde era un tipo leal y comprometido con el equipo y no se merecía ese menosprecio.

      No dije nada jefe ¿cómo podría? Sé de su aprecio por el señor abogado.

Todos se rieron, había hasta rumores de romance entre Valverde y el jefe y este no era capaz de enfrentar el comentario en ese contexto.

      Me pareció que dijo algo, pero veo que me equivoqué.

Mil goles para el ingenioso, cero para el jefe quien comprobaba una vez más que se trataba de un tipo poco confiable y cagón, pero hábil. Terminó como pudo esa reunión, trató de no cambiar el tono o su expresión, sin mucho éxito.

Era divertido ver al ingenioso cuando se encontraba con alguien casi tan rápido como él para los duelos verbales, un verdadero espectáculo de dimes y diretes que se asemejaba a un ring de box en el que los dichos de uno pretendían noquear al otro. Por lo general el desafiante perdía, pero el héroe de esta historia sabía reconocer el talento ajeno y acusaba el golpe de una o dos frases que no respondió a la altura. Se iba pensando de vuelta a la casa, en el largo camino diario a casa que incluía micro, metro y colectivo. Paseaban por su mente las líneas que podría haber dicho y se lamentaba de su error, también preparaba respuestas para los posibles encuentros de los días siguientes. A veces se obsesionaba y no podía parar de inventar situaciones en las que aplicaría sus habilidades con el lenguaje. Ensayaba en su mente el tono, la oportunidad y la velocidad en que pronunciaría determinado tema o palabra. Cuando la situación ameritaba máxima concentración, decía sus líneas frente al espejo del baño, buscaba la mirada apropiada y la sonrisa amplia con la que coronaría el momento.

      A ver niños, un número primo no se puede dividir. Es como un huevo, no se puede cortar un huevo ¿cierto?

      ¿Y si es un huevo duro?

Ese fue su primer acierto en clases, sus compañeros se reían a rabiar y al profesor le fue muy difícil retomar el control de la clase.

      ¿Vino de chistoso hoy día usted?

      No ¿y usted?

Los niños se rieron de nuevo y pudo ver como el rostro del profesor se transformaba y se inundaba de rojo. Esa situación le provocó tal satisfacción que no podía olvidarla. Iba en quinto básico. Ese fue el comienzo del gusto por la sensación de poder. En la adolescencia casi no podía refrenarse y sus padres eran llamados con frecuencia a dar explicaciones por la insolencia sofisticada de su hijo, la impertinencia y hasta crueldad con profesores y compañeros de clases. Dejaron de llamarlos cuando el director, inspector y profesores advirtieron que era un estilo comunicacional familiar y ninguno de ellos podía moverse bien en los saltos lógicos desde lo textual y lo connotativo o viceversa con que los padres defendían a su ingenioso hijo.

Es difícil dejar un hábito, por malsano que sea este.

Eso le ocurrió al ingenioso. Rara vez podía hablar sin dobleces, sin hacer que sus interlocutores se sintieran incómodos u objetos de burla. Llegó un punto, ahora en la adultez, en que cuando intentaba ser amable o hablar desde la honestidad, se veía muy a menudo dando explicaciones o agregando al final de sus frases – lo digo en serio −, pero no lograba aun controlar esa sonrisa final que hacía dudar a casi todos de la veracidad de sus palabras.

En algunas circunstancias se lamentaba por su incapacidad para controlarse, en especial con las personas que amaba. Con ellos adoptaba un tono dulzón exagerado para reforzar una frase cariñosa – estoy muy orgulloso de ti – o un efusivo − ¡muy bien hijo! −, pero precisamente por lo exagerado del tono, la frase parecía una burla en un nivel más amplio y sonaba hasta cruel.

Entonces se enojaba y los hacía sentir ridículos − ¡cómo me voy a estar burlando! ¿no captas la diferencia entre un chiste y una observación genuina? Debes estar mal ¿tienes muchas preocupaciones acaso? uno trata de ser amable y responden puras leseras.

La casa comenzó a sentirse silenciosa, los diálogos alrededor de la mesa comenzaron a escasear y abundaban los monólogos del ingenioso seguidos de otros de su esposa que trataba de generar conversaciones en que los hijos se sintieran incluidos. A veces ellos, buenos alumnos, se unían al padre para congraciarse con él haciendo gala de su negro estilo de humor con las mismas armas del ingenioso para pesadilla de la madre y en otras, por turnos, consideraban que todo era demasiado y ya no querían hablar con ninguno de los dos. Uno se paraba de la mesa sin decir nada, otra se negaba a responder y la tercera se refugiaba en un silencio pertinaz y selectivo.

El ingenioso se propuso dejar de hablar así con la familia, tenía que salvar los afectos que le quedaban, pero le era tan difícil hablar sin burlarse que también se fue quedando callado y solo. Incluso cuando reconoció en el trabajo, en la familia y en el circulo de amigos, que se sentía prisionero de sus palabras y la forma en que las ordenaba, los demás optaron por no creerle, reírse y alabar su inagotable ingenio para divertir a los demás. Lo anterior no deja de ser irónico ¿no? más aún cuando frente a la más encendida declaración de amor que pudo pensar para su mujer a esta solo se le ocurrió decir − ¿es en serio? − y él respondió en automático − ¿eso creíste? – acompañó la pregunta con una sonrisa amplia y una ceja levantada.

Julius Popper, La innombrable https://youtu.be/-Cw48NHpWPo?si=-678y5K5X-iiwpyt

Spandau Ballet, Communication https://youtu.be/fWM6kDbxT9g?si=FUo5d5KJXnBFAO3C

 


La cortaron verde

  Luego del portazo producido por el viento de ese verano, se quedó a cargo del cuidado de la chacra. Era pequeña, pero para quien solo sabí...