Foto de Cotombro Studio
Aquí,
y en todos los lugares como estos, ocurre algo extraño. Parece que las personas
tienen una especie de botón por ahí escondido en alguna parte del cuero
cabelludo que las hace hablar más de la cuenta. Al menos así ocurre con la
mayoría de las clientas que vienen. Hay un par que preguntan y simulan estar
más interesadas en nuestras vidas que ponernos al día de las suyas, son las
raras y las que me dan más curiosidad, pero mi necesidad de clientas puede más
que las ganas de saber qué es lo que ocultan. Alguien que viene a la peluquería
y no quiere hablar debe tener algo interesante en qué pensar durante tanto
rato.
Mire,
esa señora que viene entrando ahí, vive con su hija y no sé cómo la aguanta la
pobre, tiene un carácter horrible, se la pasa criticando a todo el mundo, se
hace el mismo peinado desde que la conozco. Entró aquí porque en la peluquería
del lado no la quisieron atender más. Se aprovecha de su carácter y ahora de
sus años con esa idea de que los viejos merecen respeto solo por haber
acumulado tiempo de juego. La hija me paga casi el doble por cada vez que viene
por soportarla. Yo soy toda dulzura con la vieja bruja, jamás me ha pillado
poniéndole mala cara ni nada, pero me duele el estómago cada vez que su hija
llama para pedir una cita. Es una señora déspota, buena para humillar donde más
les duele a las personas y se ufana de su forma de ser, como si la franqueza
sin empatía, fuera una virtud y no una agresión.
Hay
chiquillas jóvenes que van derechito a convertirse en ese tipo de vieja,
amargadas como ellas solas, buscándole a una la caída en el lenguaje para acusar
de sexismo, xenofobia, homofobia, gordofobia, apropiación cultural y cuanta
cosa se pone de moda. A ellas se las agendo a las peluqueras más jóvenes, no
tengo paciencia para hablar con tanto cuidado y menos para escuchar a quién van
a funar pronto porque las siguieron en Instagram y les dijeron que eran
bonitas. Cómo se nota que no han vivido nada, que no les duele nada y no tienen
idea de lo complicado que es todo más allá o más acá de los personajes de las
redes sociales.
A
veces llegan clientas complicadas en serio, muchas veces me he quedado
preocupada por lo que van a hacer después de salir de aquí, en especial esas
que vienen a hacerse un cambio de look total. Una de ellas me dejó
marcada, tenía más de cincuenta años y supo que su marido tenía a otra mujer
hacía un montón de tiempo, años me parece. La clienta bajó de peso, por la
depre primero y luego por vanidad, se gastó no sé cuánta plata en botox, hilos
tensores, plasma, ropa. Se ve estupenda, regia e igual de cincuentona. Ahora
caminaba derechita con unos tacones inmensos, se veía hasta más alta. Suponía
que la otra era más joven y linda que ella. Le hice lo que me pidió, le dejé el
pelo cortísimo, con mechas rubias, se hizo las cejas de nuevo, pero no había
caso, algo en ella había envejecido para siempre. Tanto esfuerzo por nada. Se
perdió por varios meses, por una amiga suya supe que estaba de nuevo muy mal.
No quería levantarse, ni comer, hasta iban a darle la comida a su casa porque
no tenía fuerzas para levantar la cuchara y no quería vivir. El marido se fue al
final y la otra era mayor y nada de regia. Ahí no había consuelo que sirviera.
Cuando por fin volvió era ella de nuevo, llena de canas, había recuperado unos
kilos, usaba de nuevo esa ropa suelta de antes y de algún modo había recuperado
la serenidad que la caracterizaba. Me dijo que había sido una pesadilla, que no
entendía nada y que solo recién había recuperado un sentido de sí misma que antes
no tenía. Las amigas la habían invitado a Yoga, a verse el tarot, a talleres de
arteterapia y no sé cuántas cosas más. Le sirvió al principio, cuando aceptó que
no se iba a morir por esto, pero luego se aburrió y seguía con una sensación
rara de estar haciendo tiempo. Le hice un masaje, recorté las puntas para darle
alguna forma; traté de hacer algo con el color de su pelo, pero se negó
diciendo que estaba en transición y que más adelante decidiría. Podría definir
cada una de las etapas por las que pasó solo mirando fotos de su pelo en todo
ese tiempo.
Hay
historias divertidas también, la que depila cuenta unas cosas muy interesantes
para cuando vamos a cerrar y podemos reírnos a carcajadas. A pesar de la
depilación láser, la clientela no ha bajado tanto en ese rubro, las mayorcitas
se obsesionan todavía con los pelos. Una de la que me acuerdo decía que tenía
un tremendo problema porque a uno de sus pololos le gustaba la depilación brasileña
y al otro, la frondosidad total en la zona aquella. ¿Cómo lo resolvió la
depiladora? Un recorte de la fronda y un rebaje muy pronunciado en la
entrepierna. Así se acercaba a las preferencias de ambos y podía decir que era
su estilo el que importaba. Aquí no estamos para enjuiciar a nadie, la clienta
se fue contenta y suponemos que sus pololos también.
Otra
que me dio risa fue una que dijo que iba a encontrarse con un amigo, se debían
una conversación para aclarar algunas cosas. Iban a reunirse en un café al día siguiente;
pidió depilación de pierna completa y del rebaje. Decía que, aunque fuera para
que le dieran el filo definitivo, solo por la probabilidad mínima de que no
fuera así, no se iba a perder la oportunidad de una confusión más por andar
peluda, aunque ella tenía muy claro que si no era en sus términos no iba a dar
lugar a nada; se reía sola, tenía hasta un conjunto nuevo de ropa interior por
si, de pura ambigüedad en esa relación, terminaban, una vez más en la cama y
necesitasen luego otra conversación aclaratoria.
¿Cómo
le fue? Pidió hora de nuevo para esta semana con la depiladora.
Otra
interesante fue una chiquilla que venía con su mamá − ¡no sé por qué me hace
gastar plata en depilación si no se pone nunca falda y menos short! – y en voz
más baja me dice – ¡y no sale con nadie! − la hija la escuchó, bajó la cabeza y
sonrió para sí misma. La niña tiene secretos, obvio.
Hubo
una historia que me desconcertó. Llegó una señora con claras señas de haber
llorado mucho y de andar bajo los efectos de algún tranquilizante, me contó que
venía furiosa y triste y amargada y no sé qué más. Solo le toqué el hombro y se
largó en un discurso largo y extraño, decía que había vivido un guion falso por
décadas, que había sido infeliz por propia decisión, por ser buena madre, por
dedicarse a apoyar a los suyos y por cumplir su palabra. Lloraba y repetía que,
si hubiera sido valiente a tiempo, ahora al menos, no tendría esa sensación de
que ya no había tiempo, que para todo era demasiado tarde. Yo trataba de decir
algo y no me dejaba interrumpirla, era la última clienta. Nos quedamos tomando
un café casi una hora después del horario de cierre. Había dejado tantas cosas
para el futuro y ya no habría ninguno.
Cuando
cerré esa noche, me dieron ganas de quebrar todo, de lanzar con fuerza todas
las cremas de masaje, las tinturas, los secadores, peinetas, cepillos, pinzas.
Quería destrozar todo y largarme lejos. Yo también me había alejado de lo que
más quería para protegerme, para protegerlo, y tampoco habría más tiempo ni
peluqueras que quisieran consolarme con un bonito peinado.
En
lugar de dejar todo como un vendaval, ordené, barrí y quedó el salón impecable para
un nuevo día de trabajo. Siempre hay eventos y asuntos más rutinarias por los
que las clientas vienen a pedir un profundo o leve cambio de look.