domingo, 20 de agosto de 2023

Cambio de look

 


Foto de Cotombro Studio

Aquí, y en todos los lugares como estos, ocurre algo extraño. Parece que las personas tienen una especie de botón por ahí escondido en alguna parte del cuero cabelludo que las hace hablar más de la cuenta. Al menos así ocurre con la mayoría de las clientas que vienen. Hay un par que preguntan y simulan estar más interesadas en nuestras vidas que ponernos al día de las suyas, son las raras y las que me dan más curiosidad, pero mi necesidad de clientas puede más que las ganas de saber qué es lo que ocultan. Alguien que viene a la peluquería y no quiere hablar debe tener algo interesante en qué pensar durante tanto rato.

Mire, esa señora que viene entrando ahí, vive con su hija y no sé cómo la aguanta la pobre, tiene un carácter horrible, se la pasa criticando a todo el mundo, se hace el mismo peinado desde que la conozco. Entró aquí porque en la peluquería del lado no la quisieron atender más. Se aprovecha de su carácter y ahora de sus años con esa idea de que los viejos merecen respeto solo por haber acumulado tiempo de juego. La hija me paga casi el doble por cada vez que viene por soportarla. Yo soy toda dulzura con la vieja bruja, jamás me ha pillado poniéndole mala cara ni nada, pero me duele el estómago cada vez que su hija llama para pedir una cita. Es una señora déspota, buena para humillar donde más les duele a las personas y se ufana de su forma de ser, como si la franqueza sin empatía, fuera una virtud y no una agresión.

Hay chiquillas jóvenes que van derechito a convertirse en ese tipo de vieja, amargadas como ellas solas, buscándole a una la caída en el lenguaje para acusar de sexismo, xenofobia, homofobia, gordofobia, apropiación cultural y cuanta cosa se pone de moda. A ellas se las agendo a las peluqueras más jóvenes, no tengo paciencia para hablar con tanto cuidado y menos para escuchar a quién van a funar pronto porque las siguieron en Instagram y les dijeron que eran bonitas. Cómo se nota que no han vivido nada, que no les duele nada y no tienen idea de lo complicado que es todo más allá o más acá de los personajes de las redes sociales.

A veces llegan clientas complicadas en serio, muchas veces me he quedado preocupada por lo que van a hacer después de salir de aquí, en especial esas que vienen a hacerse un cambio de look total. Una de ellas me dejó marcada, tenía más de cincuenta años y supo que su marido tenía a otra mujer hacía un montón de tiempo, años me parece. La clienta bajó de peso, por la depre primero y luego por vanidad, se gastó no sé cuánta plata en botox, hilos tensores, plasma, ropa. Se ve estupenda, regia e igual de cincuentona. Ahora caminaba derechita con unos tacones inmensos, se veía hasta más alta. Suponía que la otra era más joven y linda que ella. Le hice lo que me pidió, le dejé el pelo cortísimo, con mechas rubias, se hizo las cejas de nuevo, pero no había caso, algo en ella había envejecido para siempre. Tanto esfuerzo por nada. Se perdió por varios meses, por una amiga suya supe que estaba de nuevo muy mal. No quería levantarse, ni comer, hasta iban a darle la comida a su casa porque no tenía fuerzas para levantar la cuchara y no quería vivir. El marido se fue al final y la otra era mayor y nada de regia. Ahí no había consuelo que sirviera. Cuando por fin volvió era ella de nuevo, llena de canas, había recuperado unos kilos, usaba de nuevo esa ropa suelta de antes y de algún modo había recuperado la serenidad que la caracterizaba. Me dijo que había sido una pesadilla, que no entendía nada y que solo recién había recuperado un sentido de sí misma que antes no tenía. Las amigas la habían invitado a Yoga, a verse el tarot, a talleres de arteterapia y no sé cuántas cosas más. Le sirvió al principio, cuando aceptó que no se iba a morir por esto, pero luego se aburrió y seguía con una sensación rara de estar haciendo tiempo. Le hice un masaje, recorté las puntas para darle alguna forma; traté de hacer algo con el color de su pelo, pero se negó diciendo que estaba en transición y que más adelante decidiría. Podría definir cada una de las etapas por las que pasó solo mirando fotos de su pelo en todo ese tiempo.

Hay historias divertidas también, la que depila cuenta unas cosas muy interesantes para cuando vamos a cerrar y podemos reírnos a carcajadas. A pesar de la depilación láser, la clientela no ha bajado tanto en ese rubro, las mayorcitas se obsesionan todavía con los pelos. Una de la que me acuerdo decía que tenía un tremendo problema porque a uno de sus pololos le gustaba la depilación brasileña y al otro, la frondosidad total en la zona aquella. ¿Cómo lo resolvió la depiladora? Un recorte de la fronda y un rebaje muy pronunciado en la entrepierna. Así se acercaba a las preferencias de ambos y podía decir que era su estilo el que importaba. Aquí no estamos para enjuiciar a nadie, la clienta se fue contenta y suponemos que sus pololos también.

Otra que me dio risa fue una que dijo que iba a encontrarse con un amigo, se debían una conversación para aclarar algunas cosas. Iban a reunirse en un café al día siguiente; pidió depilación de pierna completa y del rebaje. Decía que, aunque fuera para que le dieran el filo definitivo, solo por la probabilidad mínima de que no fuera así, no se iba a perder la oportunidad de una confusión más por andar peluda, aunque ella tenía muy claro que si no era en sus términos no iba a dar lugar a nada; se reía sola, tenía hasta un conjunto nuevo de ropa interior por si, de pura ambigüedad en esa relación, terminaban, una vez más en la cama y necesitasen luego otra conversación aclaratoria.

¿Cómo le fue? Pidió hora de nuevo para esta semana con la depiladora.

Otra interesante fue una chiquilla que venía con su mamá − ¡no sé por qué me hace gastar plata en depilación si no se pone nunca falda y menos short! – y en voz más baja me dice – ¡y no sale con nadie! − la hija la escuchó, bajó la cabeza y sonrió para sí misma. La niña tiene secretos, obvio.

Hubo una historia que me desconcertó. Llegó una señora con claras señas de haber llorado mucho y de andar bajo los efectos de algún tranquilizante, me contó que venía furiosa y triste y amargada y no sé qué más. Solo le toqué el hombro y se largó en un discurso largo y extraño, decía que había vivido un  guion falso por décadas, que había sido infeliz por propia decisión, por ser buena madre, por dedicarse a apoyar a los suyos y por cumplir su palabra. Lloraba y repetía que, si hubiera sido valiente a tiempo, ahora al menos, no tendría esa sensación de que ya no había tiempo, que para todo era demasiado tarde. Yo trataba de decir algo y no me dejaba interrumpirla, era la última clienta. Nos quedamos tomando un café casi una hora después del horario de cierre. Había dejado tantas cosas para el futuro y ya no habría ninguno.

Cuando cerré esa noche, me dieron ganas de quebrar todo, de lanzar con fuerza todas las cremas de masaje, las tinturas, los secadores, peinetas, cepillos, pinzas. Quería destrozar todo y largarme lejos. Yo también me había alejado de lo que más quería para protegerme, para protegerlo, y tampoco habría más tiempo ni peluqueras que quisieran consolarme con un bonito peinado.

En lugar de dejar todo como un vendaval, ordené, barrí y quedó el salón impecable para un nuevo día de trabajo. Siempre hay eventos y asuntos más rutinarias por los que las clientas vienen a pedir un profundo o leve cambio de look.


martes, 1 de agosto de 2023

Chocolate

 


Foto de María Orlova (Pexels)


Muchas cosas iban bastante bien hasta que recordó lo rico que era el pie de limón que vendían en la cafetería que quedaba al frente de la oficina. La primera vez que entró no le pareció un lugar confiable, las vitrinas contenían escuálidas cantidades de pasteles y casi nada de oferta salada, pero tenía tanta hambre como poco tiempo así es que se arriesgó con una sobrecarga de azúcar pidiendo un chocolate caliente y un pie de limón. Se hizo asidua al lugar, así evitaba caminar más allá y volver tarde al trabajo y, aunque no quería reconocerlo, también sentía que disminuía el riesgo que esos pasajes significaban para su imaginación. El 99,9% de las veces eran historias que se inventaba y que no alcanzaba a terminar porque no tenía sentido hacerlo, el trabajo en el correo exigía su presencia puntual y concentrada y no pasaba de las primeras frases de diálogos entre fantasmas. Desde la aparición de Aliexpress, el trabajo había aumentado de forma escandalosa, no había espacio siquiera para realizar los registros como corresponde. También aumentaron las encomiendas por las ventas a través de las redes sociales y con ello los reclamos. Esta era la parte de la globalización que le tocaba a ella, basura para allá, basura para acá, mucho plástico y un olor indefinible que a veces le provocaba náuseas.

Años atrás, cuando aún le quedaba algo de la ingenuidad propia de la juventud, tenía una buena opinión de la globalización y casi podía ver el sueño de John Lennon hecho canción en el himno hippie por excelencia: Imagine. Las fronteras podrían desaparecer, los recursos se distribuirían de mejor forma y la paz sería para todos. Ahora el fenómeno de la hiperconexión hedía porque había acrecentado las distancias, fortalecido las identidades nacionalistas y de grupos identitarios pequeños y pequeñísimos. Siempre está el lado A, el desarrollo veloz e incomprensible de la ciencia, la tecnología y un mundo paralelo ya inimaginable para quien sabía de esas cosas por pequeños artículos que leía en el teléfono o veía en documentales superficiales para dummies o gente apurada.

Como fuera, entre la corrección de su apariencia, lo que la volvía invisible, y esa sensación poco definible de no pertenecer a ninguna categoría que le permitiera sentir compromiso o militancia con algo, comenzó a preguntarse de dónde era ella.

Se enfrascó en esa discusión inútil con una compañera de labores que alguna vez fue profesora de lenguaje y se cansó de serlo. Fue a dar a esa empresa de correos por casualidad y necesidad. Se llevaban bien y hablaban entre timbres, pesas, cintas de embalajes y cajas que se acumulaban una sobre otras y otras y otras más.

      ¿De dónde es una?

      Rara la pregunta. Bolaño dijo que su patria eran sus dos hijos[1], Elvira Sastre dice que “una es de donde llora, pero siempre querrá ir a donde ríe.”

      ¿Cómo se les ocurren esas respuestas a los escritores? La mayoría de la gente dice que una es del lugar en donde creció, en dónde puede situar su historia, pero si una no ha crecido en un solo lugar, si ha deambulado mucho por voluntad propia o por el azar o por esa bolsa de cachureos a la que se llama cosas de la vida ¿de dónde es?

      Voy a seguir el juego ¿cuándo se deja de ser una afuerina, una turista? ¿cuáles son los códigos que hay que aprender para mimetizarse con los lugareños?

      Mmm, puede ser el momento en que se instalan rutinas o se deja de sentir esa fragilidad o vaga desconfianza en el ambiente.

      O cuando la mirada ya no pasea por una línea horizontal o panorámica y ya no se busca el ángulo tipo fotografía y solo se vive ahí, sin conciencia del paisaje.

      Y los pensamientos acerca del lugar dejan su preponderancia sobre los otros, los del devenir, los de la cotidianidad y sus vicisitudes.

      Y por supuesto cuando has armado un grupo de amigos y empiezas a construir otras historias, a hacer bocetos de recuerdos y raíces.

Podrían haber seguido en esa asociación de ideas, pero llegó otra carga desde el aeropuerto y había que dejar lista la distribución de las encomiendas que estaban cerca del plazo de la garantía. La meta era que las multas no pudieran ser atribuidas a la ineficiencia de esa sucursal y tuvieran que dejar sin bono semestral a otros puntos responsables del proceso de clasificación.

De vuelta en la tarde, en la línea 104, siguió con lo mismo − una es de aquel lugar desde el que no quiere salir o al que quiere regresar desde cualquier viaje por anhelado que fuera ese destino – eso se parecía más a una definición de hogar y podría no ser un lugar, más bien un estado afectivo, de vinculación con personas y tradiciones.

Por ahora sentía una mezcla de nostalgia de lugares de los que no se consideraba parte y volvían a surgir esas ganas de chocolate caliente y masas dulces para acompañarlo. Para acompañarse.



[1] “Mi única patria son mis dos hijos, Lautaro y Alexandra. Y tal vez, pero en segundo plano, algunos instantes, algunas calles, algunos rostros o escenas o libros que están dentro de mí y que algún día olvidaré, que es lo mejor que uno puede hacer con la patria.”

Roberto Bolaño

 


La cortaron verde

  Luego del portazo producido por el viento de ese verano, se quedó a cargo del cuidado de la chacra. Era pequeña, pero para quien solo sabí...