sábado, 10 de diciembre de 2022

Susurros florales

 


Las verdades se cuelan por los intersticios de los argumentos falaces, eso pensaba desde siempre doña Hortensia, había visto su nombre mal escrito tantas veces, que llegaba a dudar, ahora, a sus 75 años, de si se escribía con c o con s.

¿Desde siempre? Exageraciones no más, no se puede saber desde el cero, aunque algunas teorías de la creación, esas que hablan del alfa y el omega, así lo promulgan. Ya todo está nombrado, todo dicho y por lo tanto determinado. − ¿Cómo va a ser cierto eso?

Culpaba a su hermana muerta hacía no poco tiempo de lo que le había ocurrido y ahora tenía una leve esperanza de que pudiera referirse a ese tiempo en pasado, con formas verbales taxativas y ominosas. Ya pasó, ya fue como decía la señora Rosa que la cuidaba o como decía el hijo menor de ella ¡ah ya chao! Cuando quería decir que cambiaran de tema o que no valía la pena esperar, esforzarse o siquiera pensar en algún tema o acontecimiento.

-       ¿Qué culpa puede tener su hermana Clavelina Sra. Hortensia? No está bien hablar mal de los muertos, imagínese lo que dirán de una después.

-       Imagínese intentar vivir simulando la vida al gusto de los otros No me importó la opinión de los demás cuando estaba viva y me va a importar ahora.

-       Oiga, ¡pero si todavía no se ha muerto!

-       ¿Está segura?

Los diálogos con la Rosa eran siempre así, cada una hablaba por separado con frases que parecían hilarse, pero no tenían nada que ver unas con otras. Tiempos verbales ominosos, sonaba bien pero no aplicaba ese calificativo exagerado; más bien aplicaba para el período post pasado y antes del presente. Ese tiempo en que estuvo renegando de sí misma y sintiendo que muchos acontecimientos eran injustos y más injusto aún era que siguieran ocurriendo y no estuviera bajo su control mejorar la situación. Como por ejemplo que se muriera la Clavelina antes que ella.

-       Ay, es que me sigue mandando besitos en las noches el fresco de Lirio.

-       ¿Y por eso cree que está muerta usted?

No le iba a decir a Rosa que se había despertado con la sensación de besitos soplados en su hombro y en su cara. En un momento se incorporó y creyó que había entrado un gato por la ventana y estaba despertándola con su aliento y besos de gatos. Se sentó y no había gato, perro ni nada.

La imaginación, la conciencia confundida de una vieja, en especial una que se pasea en este mundo y el otro. Esa era su explicación- Desde siempre supo que había que tener cuidado con lo que se lee y con las canciones que se escuchan, incluso sin querer, porque parece que una parte del cerebro guarda canciones en la conciencia hasta que se aprende a hablar el idioma en que están escritas para descifrarlas y volverlas a escuchar en distintos momentos. Operan igual que la banda sonora de las películas, aparecen para intensificar la emoción o para explicarlas.

-       ¿Será que una se programa para vivir las situaciones descritas en las canciones o en los libros que leyó?

-       Ya empezó a hablar sola Sra. Hortensia, me carga cuando hace eso porque intento decirle algo y usted sigue como si no escuchara.

-       Rosa, una siempre habla sola. Las palabras son tramposas. Cada uno entiende lo que quiere.

-       ¿Se acuerda cuando la acompañé a ver las esculturas en movimiento?

-       Quedaste impactada con esa donde había una esfera de palabras que flotaban.

-       Letras

-       ¿No hubiera sido mejor que fueran palabras? Palabras que nos dirigen la vida sin que sepamos.

-       Ya va empezar con sus cosas raras, voy a buscar los remedios de la tarde mejor.

Simpática la Rosa, se hacía la de las chacras, pero entendía más de lo que se atrevía a confesar, temía contagiarse con la forma de razonar o de perder la razón de la Sra. Hortensia. Tenía ya suficiente con sus propios monstruos y fantasmas traídos del país en dónde creció y que su familia se vio obligada a dejar. No quería pensar en ese tiempo. Fueron años de adaptación, de prejuicios y maltrato. Sospechaba que la Sra. Hortensia tenía más historias de las que confesaba, historias de toda clase, pero no estaba segura de querer conocerlas ¿y si era cierto eso de que las palabras y las canciones la predicen a una? Ya se había pillado poniendo atención a las que escuchaba ella y no eran nada de felices, pura nostalgia, puras despedidas.

-       ¡Ay mujer! Tampoco es tan mecánico, son algunos versos, algunas ideas que después se puede abandonar para agarrarse de otras.

-       Quiero saber de cuáles me estoy afirmando ahora.

-       Agárrate de lo quieras, de lo que te haga mejor no más. Total, una reafirma lo que ya sabe.

-       ¿y cómo sabe una que ya sabe?

-       La libertad es difícil Rosa.

Así Rosa sabía que Doña Hortensia no quería seguir hablando, decía cosas para ella misma.

Doña Hortensia no quería contagiar a Rosa con sus conceptos, que los descubriera solita, con costalazos a su medida, aunque, aunque le dijera mil cosas al minuto los costalazos son siempre a la medida de lo que cada uno puede soportar ¿no? Recordó sus tiempos de encierro en el pozo. Cuando leyó a Murakami pudo nombrar así esos períodos de ensimismamiento y de pasividad extrema. Esos tiempos de oscuridad y silencio internos en donde, al principio, esperaba que los acontecimientos se ordenaran solos, pero que luego descubrió correspondían a un retiro de todo para recuperar las fuerzas y hacer lo que debía, lo que se debía a sí misma. En el pozo aparecían sombras que corren más rápido que la mirada, más versos y sensaciones sin nombre que en un momento específico, determinado por quién sabe qué fuerzas, le susurraban que ya era tiempo de salir.

-       Hay que dejar tranquilas a las personas que están en el pozo, no hay que apurarlas. No tienen respuestas, ni opciones, están atrapadas en sus jaulas imaginarias. Solo ven los peligros de la acción.

-       Me asusta cuando habla del pozo.

-       ¿Qué te asusta? ¿encontrar otras posibilidades? En el pozo me di cuenta del significado del antónimo del miedo.

Rosa pensaba que era otro concepto rebuscado de Doña Hortensia, pero, cuando estuvo en su propio pozo advirtió que era de una simpleza casi absurda.

-       A ver Doña Hortensia ¿después del último período en el pozo decidió que quería vivir aquí?

-       Rosa la pillina. Así fue, la muerte de la Clavelina fue la culpable.

-       ¡Ya salió Doña Clavelina al baile!

Hortensia sentía que Clavelina la había empujado, que ella le había susurrado en el pozo que saliera de una vez hacia el agua y nadara aunque sintiera que se ahogaría y que nadie la rescataría. Eso hizo y no le importó que nada se hubiera ordenado o que las canciones dieran vueltas y vueltas en la misma dirección y ella quisiera ir en la opuesta.

Se fue de a poco, por días, semanas hasta que se sintió en su lugar. Oía susurros diferentes, algunos ininteligibles o sería el tinnitus de los viejos. Lo que fuera se parecía a lo que quería oír. Como siempre, como los sueños, como los besos de Lirio en su hombro.


David Bowie, Absolute begginers, https://youtu.be/o_cHvtPB2dY


sábado, 3 de diciembre de 2022

Los ojos de Mo Farah

 


Pasados seis meses en que usted no logra autocontrolarse después de su pérdida, cualquiera haya sido esta, es necesario consultar con un especialista para que evalúe.

Eso decía el folleto que estaba en la sala de espera del dentista sobre la depresión. Debí consultar hace rato entonces, pero no es que no me controle. Al revés, nunca he perdido el maldito control. Hago todo lo que tengo que hacer y lo hago bien. Si hay que sonreír, sonrío, si hay que bailar, bailo. Si hay que bromear, bromeo. Todo el día, todos los días. Cuando duermo no, porque en sueños vuelve a aparecer. Ahora menos, pero me despierto varias veces y lo primero que veo es su cara. Un poco menos en el último mes, a veces incluso no sucede y como soy una freak, entonces extraño su imagen o lo que añoro es a mí mirándolo, sintiéndolo.

Antes, en el insomnio me entretenía imaginando que podía escribirle una carta, o inventaba diálogos ficticios, con distintos temas, en estados de ánimo diferentes. Siempre bien eso sí. En algunos inicios de cartas le decía que sus ojos eran hermosos como los de Mo Farah, grandes, profundos, oscuros y escrutadores, a veces como los de un cervatillo que mira con inocencia el bosque sin advertir al cazador, otras como un águila que escanea el campo para atrapar a su presa. Le decía que entendía todo lo que me quiso decir solo por la forma en que me miraba las últimas veces. Yo estaba tan muda como él. Él quería aferrarse a la vida, yo solo quería que estuviera tranquilo, sin dolor. Aún si eso significaba que debía dejarlo solo.

Otras veces empezaba a decirle que le había dado chocolates, canciones, poemas ajenos, conexiones inexplicables y agua. Mucha agua. En forma de lluvia, de té, de riego para las plantas, de mar para que flotara y descansara. Después no sabía cómo seguir porque me daba mucha pena y de tanto llorar me agarraba el sueño. Un llanto suavecito, sin respirar muy fuerte para que nadie se fuera a despertar. El silencio me dormía.

Ahora trato de cansarme haciendo muchas cosas, viendo mucha gente, armando proyectos que no me interesan, pero que pueden llegar a ser un refugio algún día.

Desde que se fue he hecho cosas que nunca pensé que haría. No han resultado del todo bien, algunas mejor de lo que esperaba, otras han abierto abismos que desconocía, cavernas, ¿un laberinto? Uno cuya salida aún me es esquiva.

El folleto dice que hay diferentes formas de vivir el duelo, que las pérdidas hacen reevaluar muchos ámbitos en la vida. Debe ser cierto porque a mí se me desordenó todo. La brújula habrá enloquecido sola. De pura pena. Encuentro bien poco OCDE en todo caso que una sea igual que todas las personas, que las reacciones sean similares, aunque las historias sean todas distintas. Hasta querer ser diferente es igual. Todos queremos serlo.

Lo importante es que parezco estar bien, muy bien, más que bien. A lo mejor lo estoy y esto que pasa por dentro es lo mismo que viven todas las personas normales como yo. Soy una freak, pero normalita, piola. Lo bueno de venir al dentista es que uno no puede contestar, es desagradable todo lo demás: abrir la boca tanto rato, esa manguera succionadora de saliva, los dedos enguantados del odontólogo. Lo peor es el sabor de esa masa que sirve de molde para la placa que amortigua la mordida. Claro, tengo bruxismo. A veces no puedo abrir la boca en la mañana de tan adolorida que amanezco. He despertado por el chirrido de los dientes presionándose unos a otros. Cuando vine a hacerme el presupuesto, ese que después te pasan con el cincuenta por ciento de descuento y que uno juega a que cree en tamaña ganga, lo primero que me dijeron era que si no me hacía esa protección podía perder piezas dentales y eso sería fatal. Así es que aquí estoy, en la tercera sesión en que me prueban esa cuestión. Me felicitaron por no tener caries, sonreí como una niña chica que recibe un sticker por portarse bien.

 

Me he ganado muchos stickers en la vida. Por diferentes cosas, solo sé reírme de eso. Nada me parece serio o importante. Cuando miro hacia atrás tengo la sensación de que no tenía cómo fallar. En algunos temas no lo he hecho bien, he reprobado el curso, pero ya me rendí. No pienso intentar de nuevo, nunca más. Por lo que sea que dure ese nunca más.

Stickers por portarse bien.

No me ha ido bien cuando he tratado de portarme mal. Una vez, solo una vez, me escapé del colegio. Me sentí rebelde, libre, grande, solo para descubrir, media hora más tarde, que habían dejado salir a todos más temprano ese día. Cuando mi curso se puso de acuerdo para dar la espalda a un profesor, yo no lo hice porque no lo encontraba justo. Tampoco me uní al bullying a una compañera que no tenía como defenderse ante la agresión de tantos. Tenía los trabajos de la universidad en la fecha prevista, estudiaba para la primera fecha de la prueba sin confiar en que la cambiarían. Así era, correctita, fomecita, controlada, bien portada. Debí seguir así.

Una parte de mí sigue así.

¿Será ella la que nunca pierde el control? La que no desarrolló una depresión clínica como dice el folleto de la sala de espera. ¡Otro Sticker por estoica! Y otro más por chistosa y por inteligente, tres más.

Era el orgullo de mi madre. Y era difícil de satisfacer la madre. Tan irónica para todo, a veces no sabía si me hablaba en serio o no. Aprendí pronto, no hay que confiar, hay que escuchar el tono de voz, la inflexión, esas leves inclinaciones de la voz que pueden cambiar por completo el significado de un verso.

Tengo que apurarme para ir a atender el negocio. Hay días buenos, se vende harto. Siempre supe que era una buena idea, pero me demoré mucho en convencer a alguien. ¡Que no pueda hacer nada sola! No sé de adónde me vino eso.

Éramos dos. Ahora solo soy yo. Tal vez por eso no me importa nada.

Me dijeron que adoptara un gato, que me alegraría y me acompañaría. Siempre he odiado los gatos, desde que uno se me lanzó de una pared sobre los hombros y me asustó tanto que boté todo lo que llevaba en la mano, incluidos los huevos que me habían mandado a comprar. Adopté al gato. Un fracaso, ni un nombre se me ocurrió para él. No congeniamos. Intenté acariciarlo, pero se escapaba cada vez que yo creía que ahora sí teníamos una especie de vínculo. Ni fotos le tomé, ni como recuerdo siquiera. En vez de fotos me dejó una cicatriz imborrable. No entiendo tanta veneración por ese animal. En mi departamento sería una crueldad tener a un perro, por eso no tengo uno. Los perros me gustan.

Quisiera parecerme a un gato. A veces a un tigre, otras a una pantera. Supongo que soy un hámster más bien. Corro en círculos verticales.

El dolor de él terminó. Se despidió de mí de varias formas. Intentó tranquilizarme, sé que lo hizo de buena fe, que de verdad quería que me calmara, que siguiera mi vida como siempre. ¿Acaso no es eso lo que he hecho? Seguir como siempre, mejor que siempre. Sin él. Como siempre.

Hace dos meses me dijo “esta es la última vez”, traté de retenerlo, de sujetarlo un rato más, pero era obvio que debía estar en otro sitio. Quise abrazarlo, pero solo sentí mis propios brazos, lo atravesé como a un fantasma. Recuerdo su expresión, los ojos de Mo Farah de nuevo, diciendo más de lo que las palabras pueden traducir. 

Maldito folleto, ahora me da vueltas eso de que debiera hacerme ver. ¿Y qué voy a decir? ¿Qué me quedé pegada? Que no me sirve nada de lo que me digan, que ya no hablo del tema, que nunca lo hablé más bien, pero que estoy OK. Que no pienso siquiera abandonar la posibilidad de sentir, de extrañar, de querer a quien hace tiempo es un fantasma que sonríe desde una foto. Un fantasma que me convierte en humana a través de la nostalgia. Incluso de la nostalgia de mí misma.

No. No voy a ir a ninguna parte.


La cortaron verde

  Luego del portazo producido por el viento de ese verano, se quedó a cargo del cuidado de la chacra. Era pequeña, pero para quien solo sabí...