domingo, 17 de diciembre de 2023

Un hombre moderno o el jardinero negligente

 


Foto de Artem Makarov: https://www.pexels.com/es-es/foto/resfriado-naturaleza-bosque-musgo-14972534/



Cuando Daniel estaba lejos dormía bien y es curioso como algo tan evidente le generaba extrañeza. Estaba lejos, solo y en un espacio reducido; lejos del campo en el que había ido a parar de pura suerte y que si bien, por temporadas lograba dominar, luego, cual jardinero negligente, dejaba espacio para que la maleza destruyera lo que le había tomado tanto tiempo conservar. No se consideraba un tipo flojo, pero hacía un tiempo que sentía que la vida se le iba en trabajar, ordenar, reparar y encima había caído en la trampa del hágalo usted mismo, porque no confiaba en las habilidades de otros o por razones aún más ridículas como no tener tiempo para supervisar la labor de otras personas. Decía que le habían visto las canillas muchas veces y prefería dejar algo así, sin funcionamiento, con ruidos raros o afirmadas con un alambre para algún día mirar un tutorial y asumir la tarea completa en vez de seguir pagando por reparaciones hechas a medias o que dejaban los objetos, como el portón, las llaves de agua y máquinas en peor estado que previo a la visita de los técnicos.

Ese día, el de la reparación, no llegaría, lo sabía bien. Iría como hasta ahora, arreglando, parchando y siendo testigo de como varios artefactos iban deteriorándose. La noche anterior tuvo una pesadilla: el techo se venía abajo y caía sobre la camioneta, también defectuosa a estas alturas y no podía salir porque la puerta se había trabado con escombros. Esa pesadilla le recordó a otra muy antigua en la que se quedaba atrapado en un refugio en la montaña con su caballo y los perros.

Cuando estaba lejos estaba tranquilo, podía tenderse por horas sin hacer nada o caminar por horas o sentarse por horas frente al mar y escuchar unos audios de filosofía que le revolvían la cabeza peor que esos juegos de los parques a los que alguna vez se subió solo para hacerse el hombrecito, pero que le daban terror.

A veces, allá lejos, extrañaba el jardín, ese que le permitía tener fe en los ciclos de la naturaleza, lo volvía humilde y, en caso de ser necesario, lo aterrizaba de modo concreto y tangible. Menos mal que de las siembras y la producción se encargaban el capataz y sus chiquillos. Don Miguel le decía que tenía que prepararse, que él se podía despachar en cualquier momento y él no se daba el tiempo de mirar los libros y de conocer a los trabajadores. Los conocía a todos porque había jugado a la pelota con ellos, le habían enseñado a andar a caballo, lo habían tirado al barro de los chiqueros, lo habían empujado encima de la Sarita y a punta de chistes y de fingir que estaba borracho se safó de una iniciación sexual violenta y desagradable. Sarita sonreía nerviosa y se hacía la chora, como si quisiera pasar luego por ese ritual, saber lo que era y ser dueña de sí misma, de un modo poco comprensible a una lógica masculina. Decía que como no lo quería, se sentía segura con él, pero a Daniel no le gustó esa confesión.

Qué será de Sarita a estas alturas, ella vino el verano en que Daniel cumplió dieciséis, ella en un par de meses cumpliría dieciocho. Alguna vez la buscó por las redes sociales, pero no sabía su apellido y el interés no era tanto como para emprender una búsqueda que tomaría un par de clics más.

A los treintaicinco Daniel se encontró con más tareas y suerte de las que podía manejar. Así definía él ese momento de su vida. No logró dar con una carrera técnica o profesional que le gustara. Su tío viudo y sin hijos le pidió que lo ayudara en el campo porque estaba harto de oír a su hermana quejarse de lo inútil que era. −Pobre cabro, lo sobreprotegieron toda la vida y ahora quieren que sepa vivir −. Hasta desayuno a la cama le llevaba la nana de la casa cuando iba a clases a la universidad - cuando se dignaba a ir - decía su madre.

Ahora lo tenían para la patá y el combo.

No, Daniel tenía claro de que sus padres y sus hermanos pensaban que así era, pero no. Tenía cara de desvalido y eso lo salvaba de las tareas duras, hacía como que enterraba el chuzo y venía algún trabajador y le quitaba la herramienta. − ¡A ver! Pasa pa´ acá mejor, vamos a estar todo el día aquí si este se pone a picar .

Pura suerte.

Como fuera, con suerte y todo, se sentía cansado y abrumado por todas las cosas pendientes de solucionar que tenía frente a sí. Una vez se propuso hacer una lista y se abrumó más. Tenía una prima que hacía checklist por todo y cada vez que la veía le preguntaba si había cumplido con sus pendientes. Y ella cumplía, de puro neura, de puro disciplinada y matea decía el padre de Daniel. Como la vida es azarosa, a esa prima le dio por ir a ver al tío al campo. Ella transmitía con que se dedicaría a investigar el árbol genealógico familiar y que sería la curadora de fotos, recuerdos y de lo que fuera necesario para conservar la historia del clan. Daniel apostaba a que no daría con información significativa, era mucho trabajo llegar a saber quienes eran los de tres generaciones anteriores.

Justo el día de su llegada se cruzaron en el camino que llevaba a la casa del campo, ella andaba en un city car y Daniel en la camioneta del tío. La vio estacionada en el camino dando golpes al volante del auto. Lloraba de pena y de rabia, Daniel temió un accidente o un asalto. Estacionó unos metros más adelante y se volvió corriendo a verla. Ella era incapaz de dejar de sollozar, pero no había sido un accidente, era su culpa decía o al menos eso parecía. Reclamaba que no era justo, que a ella se le había desarmado todo, la vida entera, y que él, un tipo al que no nombraba, se la había llevado pelá. Ninguna consecuencia, nada, que continuó sus días como si nada y ella tuvo que enfrentar sola todos los lastres.

Daniel no entendía nada y, la verdad, no le interesaba. Había escuchado que su prima era extraña y dramática. Sabía que había congelado su carrera en la universidad. A lo mejor era eso, pero no era para tanto como para llorar así. Se quedó callado al lado y esperó a que se recuperara para continuar su camino. No supo qué le pasaba, cuando volvió en la tarde ambos actuaron como si se vieran por primera vez y, en un acuerdo tácito, el tema del llanto y la furia no se tocaron más.

El impacto de esos sollozos y esa rabia lo hicieron pensar que nunca había sentido tanta pena o ira, parecía que su rango emocional era estrecho o andaba de anestesiado por la vida o había aprendido de la cara de metro de su padre por la que su madre tanto reclamaba, aunque ella también tenía cara de moai todo el tiempo. Ni de los chistes de reía mucho. La última polola se había quejado y cuando lo pateó le dijo un montón de insultos raros: bloqueado emocional, bolas tristes, inconsistente, adolescente eterno y ya no se acordaba qué más. Seguro eran cosas que había leído en Instagram al pasar porque ella no usaba esas palabras. Con eso se consoló. No le gritaba a él sino a un personaje que ella se construyó en su cabeza. Además, no podía entender cómo era que se había enamorado de él.

Enamorarse, qué cuestión tan rara. A él le parecía una cuestión biológica e ineludible, biológica, sobre todo.

Lejos dormía bien, nadie lo conocía, no lo culpaban de nada, tampoco recibía órdenes o sugerencias. No se enteraba de las noticias y si en algún momento se aburría siempre podía meterse en algún juego en línea del que se saldría sin dar explicaciones.

Lo más raro en él era el gusto por el jardín, había llegado a la conclusión de que era lo único humano y trascendente que tenía su vida.


·       Fredéric Chopin soothing music, Joie de Vivre https://youtu.be/JRFPT7cnnYE?si=yA3ZNTgrZ0Kgh-7k

miércoles, 13 de diciembre de 2023

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Foto de Anni Roenkae: https://www.pexels.com/es-es/foto/arte-oscuro-purpura-textura-4793467/

Tenía sus teorías particulares acerca de los estragos que intensificó la pandemia en los jóvenes. También en los adultos, pero a los que conocía era a los jóvenes. Hacía el ramo, la cátedra decían sus colegas, de introducción al método científico de modo que sus alumnos eran adolescentes desde diecisiete hasta veinteañeros desorientados en su vocación que iban a dar ahí para probar otra carrera. Años más tarde veía de nuevo a algunos para los seminarios de título.

Igual que sus colegas se quejaba de la mala redacción y peor ortografía de los jóvenes, de la desidia por aprender, de la escasez de la curiosidad y de las mismas cosas de las que se quejaba Platón, Wilde y tantos otros en cualquier época.

Había terminado la pesadilla de las clases on line y la lucha posterior con algunos que querían seguir ocultando su rostro, no por miedo al contagio sino por la vergüenza de mostrar su cara, como si estuviera fallada o deformada. Eran los mismos que no tenían foto de perfil para conectarse y ponían un nickname en lugar de su nombre, inconscientes de que el seudónimo escogido decía más de ellos que si hubieran recurrido a su identidad legal.

A algunos nunca los vio sonreír, le parecía estar viendo una película de fantasmas adolescentes flacuchentos, debiluchos, con ropa ancha que acentuaba esa imagen de seres que podía llevárselos el viento o gordos de puro sedentarismo y encierro, mirando de reojo o hacia abajo evitando todo lo posible ser observados.

No hablaban con quienes se sentaban al lado si no pertenecían a su grupo formado quién sabe cómo y desde cuándo. Más tarde se enteraría que algunos se conocían por los juegos en línea en donde había una escala social, con diferencias de estatus y poder basados en las habilidades y experiencia para pasar de una fase a otra. Otros se ubicaban desde el colegio y también ponían fronteras de silencio a quienes no conocían. Quienes no estaban ahí, en los juegos o en otras instancias previas no eran considerados confiables y no sabían de qué o cómo hablarse entre sí. Este comportamiento era transversal a las diferentes identidades de género y ahora había tantas que desconocía la mayoría de las denominaciones.

Para la vieja de método, así la llamaban desde los veintisiete años, cuando comenzó a hacer clases, había surgido una especie diferente de alumnos y no sabía muy bien como tratarlos: sensibles, quejones e inseguros, hábiles para buscar información, pero sin poder relacionarla o construir un marco lógico de análisis. No recordaba haber escuchado tantas veces – no sé – como respuesta sin la sensación de vergüenza concomitante incluso para cuestiones de opinión o imaginación. Por supuesto, habían surgido también los dogmáticos, esos que repetían slogans, que estaban atentos a cualquier concepto que les pareciera discriminatorio, ofensivo o atentatorio contra algún objeto de sus afectos: las minorías, los animales, la naturaleza, el tipo de alimentación. Vio como surgían identidades a partir de casi cualquier aspecto y la confusión pasó a niveles preocupantes.

La Vieja de método, sintió que el cambio cultural que había comenzado hacía varias décadas, posmodernismo incluido, se había acelerado con la pandemia, el encierro, el miedo y la incertidumbre que había provocado en cada persona la idea de la muerte como algo tangible y posible. Eso y tanto más.

Algunos de sus colegas habían caído en teorías conspirativas que explicaban todo como un intento de dominación de los chinos o de los gringos, o de los chinos y los gringos, algo parecido a una de las famosas frases de Nicanor Parra −chinos y gringos unidos jamás serán vencidos −. Era, es, interesante escucharlos porque unen datos seleccionados a su antojo para probar su hipótesis paranoica: Elon Musk a la cabeza de la dominación mundial con toda la legión de poseedores de smartphones para propagar millones de bits de datos, pedazos de noticias, fotos trucadas, memes, bots y una débil sensación de globalidad en el lenguaje que hace parecer que los habitantes del planeta comparten una visión común de algo.

Una colega brillante en su área, historia de Europa central, decidió renunciar, confesó que no estaba dispuesta a ser interrumpida cada minuto de la clase para que precisara conceptos y formas de referirse a las personas. Le pedían que tuviera una visión crítica de la historia enjuiciando a los personajes según los cánones morales actuales. Al negarse argumentó que no iba a falsear frases ni hacer juicios porque no era parte de los objetivos del curso y aunque su respuesta fue vaga y amplia se generó tal batahola que no pudo reponerse del impacto emocional de ser tildada de reaccionaria, racista, misógina, hegemonista, colonizada y otras palabras cuyo significado desconocía. Ahora, tres años después, era capaz de reírse de ese período, pero la Vieja de método no podía olvidar la expresión extraviada y al mismo tiempo de terror indisimulable de la colega en lo peor de su crisis.

Para tratar de conocer un poco más de lo que estaba pasando se hizo cuentas en casi todas las plataformas que conocía: Facebook, Instagram, Twitter o X, Tik Tok, Snapchat y Linkedln. Se había resistido por un tiempo, porque si le ocurría que, con las series, hasta las malas y pésimas se quedaba viéndolas hasta el final, sabía que podía ser presa de las adicciones al smartphone que había visto descritas por algún lugar. A veces no podía distinguir en qué plataforma estaba. Dado el éxito de Tik Tok, las demás comenzaron a incluir videos cortos, shorts, reels, stories, denominaciones distintas para lo mismo y había noches en que podía pasar más de una hora viendo y riéndose de estupideces recopiladas, trucadas o inventadas.

Los algoritmos dieron con contenido específico para ella y se encontró pronto con cuestionamientos acerca del tiempo, el sentido de la propia existencia, alimentación apropiada para su edad; ejercicios físicos para no perder masa muscular y prolongar la autovalencia, recetas saludables, manualidades, chistes de viejas, frases, millones de frases de autoayuda tan vacías como los rostros sonrientes y agradables de los emisores. Algunos hablaban de lo execrable que eran las decisiones basadas en el ego, es malo, malísimo operar desde el ego, tanto como ser narcisista o complaciente, aunque el primero sea temido y en su opinión era menos malo eso que ser humillada, pero claro debía estar pensando desde el ego. Trabajar mucho está mal porque no permite el ocio y solo en el ocio se puede ser creativa y estar consciente de sí misma, meditar, practicar yoga y llegar a ser esbelta y grácil, aunque no hay que criticar el cuerpo que a una le tocó y amarse, sobre todo amarse, gorda o flaca, chica o alta, pero nunca está demás cuidar la salud, y ser flaca, flaquísima y musculosa, pero sin ego. Y soltar, soltar todo, menos los músculos de los brazos y el rostro porque hay hilos tensores y toda clase de tratamientos para que surja la belleza interior de la juventud perdida de la mano del colágeno y morisquetas que sirven para que la cara no parezca helado derretido. Bella, joven, flaca, activa, independiente, pero sin ego, el ego es malo. Cabrona, mandona, bossy como Beyoncé, Jennifer López o Madonna, (una vieja que se queja de edadismo, la discriminación a los viejos, tratando inútilmente de parecer más joven). Hay que empoderarse y no presumir, no cuente que va de viaje porque es poco elegante, sea pudorosa con las emociones, aunque las emociones no se puedan evitar, agradezca todo, sobre todo las desgracias y crisis que le han servido para ser quien es, infeliz y todo, tiene que agradecer y ser cabrona, pero sin ego. No presuma tampoco del ocio porque es un lujo, no diga nada, vincúlese que es lo único que le asegura una vida entre humanos, aun si los humanos son lo peor que le pasó al planeta. Aprenda a cultivar sus propios vegetales, porque desde el surgimiento de la agricultura ya no hay vuelta atrás y, si bien todas las desgracias partieron cuando la humanidad dejó de ser cazadora y recolectora, ya no queda otra que jugar el juego y ganarse la vida no solo para sobrevivir sino para disfrutar de esta existencia y este planeta ahora. Ahora porque se puede acabar. Ahora porque no hay ningún después al alcance de la mano. Comprométase y honre su palabra, pero, sobre todo, sea feliz, es un imperativo casi moral. Trabaje para ser feliz, pero conserve tiempo para el ocio y cuidar de su salud y meditar y leer y ver películas y disfrutar con la pareja, con los hijos humanos, hijos perros, hijos gatos, hijos chanchos, hijos loros, hijos terneros, hijos-adolescentes-eternos. Hágalos felices y dirija su vida mientras no crezcan, hasta que ellos se sientan preparados, tal vez a los cuarenta, siempre hay esperanza. Trabaje más, para mantenerlos hasta siempre porque están en un mundo difícil y son todos índigo, sensibles. No saben cortar un pollo para cocinarlo y comer proteína. Ellos nacieron pensando que el por el hecho de existir tienen derechos inalienables como ser felices, disfrutar del ocio y trabajar lo menos posible, como si se tratase de los ciudadanos franceses de los ochenta y los noventa. ¿Recuerda el estado de bienestar que ahora no pueden financiar? seguro una es culpable de eso también.

Hágase cargo y aprenda a soltar, a dejar de lado lo que no suma, porque se trata de más y no de menos, más vida, más belleza, más juventud, más años, más salud, más de todo y al mismo tiempo más minimalismo, más ascetismo y esto se logra con menos: menos fotos, menos viajes, menos ropa, menos muebles y cosas, menos espacio, menos huella de carbono. No exagere, conserve los recuerdos, atesore los objetos con significado. Suelte, suelte de una vez, pero conserve los rituales sociales porque ¿qué es la comunidad y la sociedad sin rituales?

Cuando salió de ese mar de información sin sentido y vio a esos jóvenes pudo entenderlos algo más. Cada uno metido en su propio algoritmo sin poder encontrarse con otros.

La Vieja de Método iba a decir Cuando salió de las redes, el mundo todavía estaba ahí[1], pero no estaba segura de eso.

 

Pet Shop Boys, It´s all right https://youtu.be/9r0pISqCDRw?si=vKRuOavixNQqkfrB

The Police, Too Much Information https://youtu.be/yeZNfo1zvdU?si=dOJwvFi4YDlgbw4_


[1] Cuando despertó, el dinosaurio aún estaba ahí. Augusto Monterroso.



La cortaron verde

  Luego del portazo producido por el viento de ese verano, se quedó a cargo del cuidado de la chacra. Era pequeña, pero para quien solo sabí...