Foto de Olha Ruskikh
Llevaba
meses evadiendo una conversación cuyas frases sabía de memoria a pesar de que
aún no la había sostenido. Como conocía el resultado de tal trámite decidió no tomar
la iniciativa y asumir que no pasaba nada, de hecho, no pasaba nada, los instantes
se sucedían unos tras otros con las variaciones esperadas, es decir dentro de
los rangos predefinidos para cada posición.
Como
en otras ocasiones similares, había optado por escribir algo parecido a una
despedida, con frases formales, reconociendo sus errores y deseando toda clase
de parabienes al destinatario de su renuncia. Algo como: agradezco la oportunidad
de haber sido parte de un proyecto tan significativo. Me sentí honrado por la
consideración, la cálida acogida y que me hicieran casi sentir integrante de un
equipo con gran talento y valores y reconocido a nivel nacional. Fue una
sorpresa, sin duda una excelente sorpresa.
Era
un borrador, tendría que sacar esa expresión a nivel, había mejores frases
en español para decir lo mismo, también tenía que arreglárselas para seguir
siendo honesto y no usar ese casi. Y reforzar lo de la excelente sorpresa
quedaba como una especie de sarcasmo o la forma en que se cuela el
inconsciente.
Casi
casi
Casi
honesto, una persona educada no puede ser veraz por completo decía su abuela. Razón
tenía la señora. Lo más sincero en esta renuncia era no enviar la carta formal y
correcta, de esas que se escriben para salir por la puerta ancha, por si un día
se arrepentía y le daban ganas de volver ¿a qué? a repetir la secuencia por supuesto.
Todavía no lograba descubrir qué argumento podría ser suficiente como para
hacerlo volver y estaba convencido que por mucho que alguien valorara su aporte,
cuestión ya inverosímil, tampoco lo llamarían. Además, esa empresa no tenía
nada que ofrecerle, de hecho, lo habían incorporado para un puesto que ya
estaba ocupado. Una especie de sombra del titular que tiene la ventaja de jugar
de local. Tampoco podía reclamar porque las condiciones eran conocidas de
antemano, tal como cuando se le saca el jugo a un estudiante en práctica ofreciéndole
un trabajo con imposiciones y todo, como si fuera algo excepcional y de gran
valor. Un ofrecimiento a medias que nadie tiene intenciones de formalizar y que
más bien se trata de un mito que se cumple en casos excepcionales para que el
mito siga sobreviviendo. A algunos les pasa.
¡Ah,
pero tampoco es para tanto! No pues, si él sabía y no era ningún estudiante en
práctica ingenuo a la espera de hacer carrera. Una sonrisa se dibujó en su rostro
cuando lo pensó y se vio a sí mismo joven y soberbio dibujando con precisión
cada paso que daría y cómo conseguiría llegar a estar tranquilo de nuevo. La
sonrisa se convirtió en mueca cuando advirtió que los dibujos de su vida lo
llevaban a recorrer distintos lugares, puestos de trabajo y proyectos, que conducían
desde la estación de la tranquilidad infantil a la última estación de la calma
anodina en la que ahora se encontraba.
¿Qué
sentido tenía escribir su carta de renuncia?
Espero
que los KPI y otros índices continúen tan bien o mejores que hasta ahora y que,
por supuesto, el equipo siga fiel al core del negocio porque eso es lo que
mantiene la identidad del sistema.
¿Eso
iba a decir? ¿lo obvio de lo obvio?
Ese
párrafo era como regalar chocolates, una fórmula repetida, fácil y segura de
salir del paso de un cumpleaños, o cualquier celebración de alguien a quien no
se conoce mucho o por razones todavía más prosaicas.
Y
sin embargo seguía escribiendo la carta de renuncia en su cabeza. Como si fuese
obligación ser amable con una entelequia, considerando la empresa, esa en particular, dotada de algo parecido al alma. Como si las buenas maneras no fuesen también un intercambio de chocolates
de la vida social, incluso si, a diferencia de los modales, al menos alguien se come los bombones,
por algo son tan socorridos. No ocurre algo similar con los gestos de
consideración, parecen innecesarios y hasta excesivos. A veces él mismo se compraba
bombones. Volvió a sonreír, porque mientras más viejo, más le gustaban
los chocolates y las buenas maneras.
En
todo caso quería, de verdad, que a esa empresa le fuera bien. Es raro ponerse a
querer a una institución o a un concepto tras o bajo el que se ubican personas
casi a la altura de los seres sintientes de los grupos de WhatsApp, pero como dirían
los nuevos gurús, los afectos son lo único humano que va quedando, así es que su
escaso respeto por los vínculos que había formado allí hablaba más de sí que de
los seres sintientes de los equipos con los que trabajó.
Podía
escribir una carta de renuncia explicativa y no enviarla, tal vez así su
inquieto ser correcto quedaría satisfecho y completaría la Gestalt. Ahí podría
incluir que entendía la situación actual, producto del contexto sociopolítico
internacional y nacional que, de manera indefectible, afectaba la economía local y es en
ese sentido que daba un paso al costado y así dejaría espacio a nuevas ideas.
Bla
bla bla
ob
la dí, ob la dá
de
du du dú, de da da dá,
cha
la la lá.
Se
vio reflejado en el vidrio del café donde se encontraba y casi no se reconoció,
había envejecido más rápido en esos tres últimos años que en los diez
anteriores; o era la forma de mirarse tal vez. Algo había desaparecido, la
soberbia quizás. Había pospuesto muchas cosas esperando a que fuera el momento
oportuno y al mirarse ahí, en ese vidrio con letras negras, sintió que el
momento había llegado porque los criterios de oportunidad no existían.
Muchos
daban por descontado que seguiría en esa empresa hasta la edad tope, como casi la
totalidad de sus colegas, solo faltaba un poco más, dos o tres años, cuatro con
suerte y paciencia, pero se agotó, sacó las cuentas y terminó la carta de
renuncia.
Borró
las formalidades y su habitual diplomacia para explicitar temas difíciles, en
este caso, no para su empleador, sino para él; se apuró a teclear – Yo, fulano
de tal, con fecha dd/m/aa comunico mi renuncia voluntaria a la empresa XY por
razones personales y en virtud del artículo 159, número n°2.
Se
apuró para cliquear sobre el recuadro de enviar porque si no lo hacía, a pesar
de las muchas razones que tenía, no lo haría en ese momento y en ningún otro y no
tendría más alternativa que reconocer que solo quería quedarse.