martes, 16 de mayo de 2023

Artículo 159 n°2

 

Foto de Olha Ruskikh


 

Llevaba meses evadiendo una conversación cuyas frases sabía de memoria a pesar de que aún no la había sostenido. Como conocía el resultado de tal trámite decidió no tomar la iniciativa y asumir que no pasaba nada, de hecho, no pasaba nada, los instantes se sucedían unos tras otros con las variaciones esperadas, es decir dentro de los rangos predefinidos para cada posición.

Como en otras ocasiones similares, había optado por escribir algo parecido a una despedida, con frases formales, reconociendo sus errores y deseando toda clase de parabienes al destinatario de su renuncia. Algo como: agradezco la oportunidad de haber sido parte de un proyecto tan significativo. Me sentí honrado por la consideración, la cálida acogida y que me hicieran casi sentir integrante de un equipo con gran talento y valores y reconocido a nivel nacional. Fue una sorpresa, sin duda una excelente sorpresa.

Era un borrador, tendría que sacar esa expresión a nivel, había mejores frases en español para decir lo mismo, también tenía que arreglárselas para seguir siendo honesto y no usar ese casi. Y reforzar lo de la excelente sorpresa quedaba como una especie de sarcasmo o la forma en que se cuela el inconsciente.

Casi casi

Casi honesto, una persona educada no puede ser veraz por completo decía su abuela. Razón tenía la señora. Lo más sincero en esta renuncia era no enviar la carta formal y correcta, de esas que se escriben para salir por la puerta ancha, por si un día se arrepentía y le daban ganas de volver ¿a qué? a repetir la secuencia por supuesto. Todavía no lograba descubrir qué argumento podría ser suficiente como para hacerlo volver y estaba convencido que por mucho que alguien valorara su aporte, cuestión ya inverosímil, tampoco lo llamarían. Además, esa empresa no tenía nada que ofrecerle, de hecho, lo habían incorporado para un puesto que ya estaba ocupado. Una especie de sombra del titular que tiene la ventaja de jugar de local. Tampoco podía reclamar porque las condiciones eran conocidas de antemano, tal como cuando se le saca el jugo a un estudiante en práctica ofreciéndole un trabajo con imposiciones y todo, como si fuera algo excepcional y de gran valor. Un ofrecimiento a medias que nadie tiene intenciones de formalizar y que más bien se trata de un mito que se cumple en casos excepcionales para que el mito siga sobreviviendo. A algunos les pasa.

¡Ah, pero tampoco es para tanto! No pues, si él sabía y no era ningún estudiante en práctica ingenuo a la espera de hacer carrera. Una sonrisa se dibujó en su rostro cuando lo pensó y se vio a sí mismo joven y soberbio dibujando con precisión cada paso que daría y cómo conseguiría llegar a estar tranquilo de nuevo. La sonrisa se convirtió en mueca cuando advirtió que los dibujos de su vida lo llevaban a recorrer distintos lugares, puestos de trabajo y proyectos, que conducían desde la estación de la tranquilidad infantil a la última estación de la calma anodina en la que ahora se encontraba.

¿Qué sentido tenía escribir su carta de renuncia?

Espero que los KPI y otros índices continúen tan bien o mejores que hasta ahora y que, por supuesto, el equipo siga fiel al core del negocio porque eso es lo que mantiene la identidad del sistema.

¿Eso iba a decir? ¿lo obvio de lo obvio?

Ese párrafo era como regalar chocolates, una fórmula repetida, fácil y segura de salir del paso de un cumpleaños, o cualquier celebración de alguien a quien no se conoce mucho o por razones todavía más prosaicas.

Y sin embargo seguía escribiendo la carta de renuncia en su cabeza. Como si fuese obligación ser amable con una entelequia, considerando la empresa, esa en particular, dotada de algo parecido al alma. Como si las buenas maneras no fuesen también un intercambio de chocolates de la vida social, incluso si, a diferencia de los modales, al menos alguien se come los bombones, por algo son tan socorridos. No ocurre algo similar con los gestos de consideración, parecen innecesarios y hasta excesivos. A veces él mismo se compraba bombones. Volvió a sonreír, porque mientras más viejo, más le gustaban los chocolates y las buenas maneras.

En todo caso quería, de verdad, que a esa empresa le fuera bien. Es raro ponerse a querer a una institución o a un concepto tras o bajo el que se ubican personas casi a la altura de los seres sintientes de los grupos de WhatsApp, pero como dirían los nuevos gurús, los afectos son lo único humano que va quedando, así es que su escaso respeto por los vínculos que había formado allí hablaba más de sí que de los seres sintientes de los equipos con los que trabajó.

Podía escribir una carta de renuncia explicativa y no enviarla, tal vez así su inquieto ser correcto quedaría satisfecho y completaría la Gestalt. Ahí podría incluir que entendía la situación actual, producto del contexto sociopolítico internacional y nacional que, de manera indefectible, afectaba la economía local y es en ese sentido que daba un paso al costado y así dejaría espacio a nuevas ideas.

Bla bla bla

ob la dí, ob la dá

de du du dú, de da da dá,

cha la la lá.

 

Se vio reflejado en el vidrio del café donde se encontraba y casi no se reconoció, había envejecido más rápido en esos tres últimos años que en los diez anteriores; o era la forma de mirarse tal vez. Algo había desaparecido, la soberbia quizás. Había pospuesto muchas cosas esperando a que fuera el momento oportuno y al mirarse ahí, en ese vidrio con letras negras, sintió que el momento había llegado porque los criterios de oportunidad no existían.

Muchos daban por descontado que seguiría en esa empresa hasta la edad tope, como casi la totalidad de sus colegas, solo faltaba un poco más, dos o tres años, cuatro con suerte y paciencia, pero se agotó, sacó las cuentas y terminó la carta de renuncia.

Borró las formalidades y su habitual diplomacia para explicitar temas difíciles, en este caso, no para su empleador, sino para él; se apuró a teclear – Yo, fulano de tal, con fecha dd/m/aa comunico mi renuncia voluntaria a la empresa XY por razones personales y en virtud del artículo 159, número n°2.

Se apuró para cliquear sobre el recuadro de enviar porque si no lo hacía, a pesar de las muchas razones que tenía, no lo haría en ese momento y en ningún otro y no tendría más alternativa que reconocer que solo quería quedarse.

La cortaron verde

  Luego del portazo producido por el viento de ese verano, se quedó a cargo del cuidado de la chacra. Era pequeña, pero para quien solo sabí...