domingo, 17 de diciembre de 2023

Un hombre moderno o el jardinero negligente

 


Foto de Artem Makarov: https://www.pexels.com/es-es/foto/resfriado-naturaleza-bosque-musgo-14972534/



Cuando Daniel estaba lejos dormía bien y es curioso como algo tan evidente le generaba extrañeza. Estaba lejos, solo y en un espacio reducido; lejos del campo en el que había ido a parar de pura suerte y que si bien, por temporadas lograba dominar, luego, cual jardinero negligente, dejaba espacio para que la maleza destruyera lo que le había tomado tanto tiempo conservar. No se consideraba un tipo flojo, pero hacía un tiempo que sentía que la vida se le iba en trabajar, ordenar, reparar y encima había caído en la trampa del hágalo usted mismo, porque no confiaba en las habilidades de otros o por razones aún más ridículas como no tener tiempo para supervisar la labor de otras personas. Decía que le habían visto las canillas muchas veces y prefería dejar algo así, sin funcionamiento, con ruidos raros o afirmadas con un alambre para algún día mirar un tutorial y asumir la tarea completa en vez de seguir pagando por reparaciones hechas a medias o que dejaban los objetos, como el portón, las llaves de agua y máquinas en peor estado que previo a la visita de los técnicos.

Ese día, el de la reparación, no llegaría, lo sabía bien. Iría como hasta ahora, arreglando, parchando y siendo testigo de como varios artefactos iban deteriorándose. La noche anterior tuvo una pesadilla: el techo se venía abajo y caía sobre la camioneta, también defectuosa a estas alturas y no podía salir porque la puerta se había trabado con escombros. Esa pesadilla le recordó a otra muy antigua en la que se quedaba atrapado en un refugio en la montaña con su caballo y los perros.

Cuando estaba lejos estaba tranquilo, podía tenderse por horas sin hacer nada o caminar por horas o sentarse por horas frente al mar y escuchar unos audios de filosofía que le revolvían la cabeza peor que esos juegos de los parques a los que alguna vez se subió solo para hacerse el hombrecito, pero que le daban terror.

A veces, allá lejos, extrañaba el jardín, ese que le permitía tener fe en los ciclos de la naturaleza, lo volvía humilde y, en caso de ser necesario, lo aterrizaba de modo concreto y tangible. Menos mal que de las siembras y la producción se encargaban el capataz y sus chiquillos. Don Miguel le decía que tenía que prepararse, que él se podía despachar en cualquier momento y él no se daba el tiempo de mirar los libros y de conocer a los trabajadores. Los conocía a todos porque había jugado a la pelota con ellos, le habían enseñado a andar a caballo, lo habían tirado al barro de los chiqueros, lo habían empujado encima de la Sarita y a punta de chistes y de fingir que estaba borracho se safó de una iniciación sexual violenta y desagradable. Sarita sonreía nerviosa y se hacía la chora, como si quisiera pasar luego por ese ritual, saber lo que era y ser dueña de sí misma, de un modo poco comprensible a una lógica masculina. Decía que como no lo quería, se sentía segura con él, pero a Daniel no le gustó esa confesión.

Qué será de Sarita a estas alturas, ella vino el verano en que Daniel cumplió dieciséis, ella en un par de meses cumpliría dieciocho. Alguna vez la buscó por las redes sociales, pero no sabía su apellido y el interés no era tanto como para emprender una búsqueda que tomaría un par de clics más.

A los treintaicinco Daniel se encontró con más tareas y suerte de las que podía manejar. Así definía él ese momento de su vida. No logró dar con una carrera técnica o profesional que le gustara. Su tío viudo y sin hijos le pidió que lo ayudara en el campo porque estaba harto de oír a su hermana quejarse de lo inútil que era. −Pobre cabro, lo sobreprotegieron toda la vida y ahora quieren que sepa vivir −. Hasta desayuno a la cama le llevaba la nana de la casa cuando iba a clases a la universidad - cuando se dignaba a ir - decía su madre.

Ahora lo tenían para la patá y el combo.

No, Daniel tenía claro de que sus padres y sus hermanos pensaban que así era, pero no. Tenía cara de desvalido y eso lo salvaba de las tareas duras, hacía como que enterraba el chuzo y venía algún trabajador y le quitaba la herramienta. − ¡A ver! Pasa pa´ acá mejor, vamos a estar todo el día aquí si este se pone a picar .

Pura suerte.

Como fuera, con suerte y todo, se sentía cansado y abrumado por todas las cosas pendientes de solucionar que tenía frente a sí. Una vez se propuso hacer una lista y se abrumó más. Tenía una prima que hacía checklist por todo y cada vez que la veía le preguntaba si había cumplido con sus pendientes. Y ella cumplía, de puro neura, de puro disciplinada y matea decía el padre de Daniel. Como la vida es azarosa, a esa prima le dio por ir a ver al tío al campo. Ella transmitía con que se dedicaría a investigar el árbol genealógico familiar y que sería la curadora de fotos, recuerdos y de lo que fuera necesario para conservar la historia del clan. Daniel apostaba a que no daría con información significativa, era mucho trabajo llegar a saber quienes eran los de tres generaciones anteriores.

Justo el día de su llegada se cruzaron en el camino que llevaba a la casa del campo, ella andaba en un city car y Daniel en la camioneta del tío. La vio estacionada en el camino dando golpes al volante del auto. Lloraba de pena y de rabia, Daniel temió un accidente o un asalto. Estacionó unos metros más adelante y se volvió corriendo a verla. Ella era incapaz de dejar de sollozar, pero no había sido un accidente, era su culpa decía o al menos eso parecía. Reclamaba que no era justo, que a ella se le había desarmado todo, la vida entera, y que él, un tipo al que no nombraba, se la había llevado pelá. Ninguna consecuencia, nada, que continuó sus días como si nada y ella tuvo que enfrentar sola todos los lastres.

Daniel no entendía nada y, la verdad, no le interesaba. Había escuchado que su prima era extraña y dramática. Sabía que había congelado su carrera en la universidad. A lo mejor era eso, pero no era para tanto como para llorar así. Se quedó callado al lado y esperó a que se recuperara para continuar su camino. No supo qué le pasaba, cuando volvió en la tarde ambos actuaron como si se vieran por primera vez y, en un acuerdo tácito, el tema del llanto y la furia no se tocaron más.

El impacto de esos sollozos y esa rabia lo hicieron pensar que nunca había sentido tanta pena o ira, parecía que su rango emocional era estrecho o andaba de anestesiado por la vida o había aprendido de la cara de metro de su padre por la que su madre tanto reclamaba, aunque ella también tenía cara de moai todo el tiempo. Ni de los chistes de reía mucho. La última polola se había quejado y cuando lo pateó le dijo un montón de insultos raros: bloqueado emocional, bolas tristes, inconsistente, adolescente eterno y ya no se acordaba qué más. Seguro eran cosas que había leído en Instagram al pasar porque ella no usaba esas palabras. Con eso se consoló. No le gritaba a él sino a un personaje que ella se construyó en su cabeza. Además, no podía entender cómo era que se había enamorado de él.

Enamorarse, qué cuestión tan rara. A él le parecía una cuestión biológica e ineludible, biológica, sobre todo.

Lejos dormía bien, nadie lo conocía, no lo culpaban de nada, tampoco recibía órdenes o sugerencias. No se enteraba de las noticias y si en algún momento se aburría siempre podía meterse en algún juego en línea del que se saldría sin dar explicaciones.

Lo más raro en él era el gusto por el jardín, había llegado a la conclusión de que era lo único humano y trascendente que tenía su vida.


·       Fredéric Chopin soothing music, Joie de Vivre https://youtu.be/JRFPT7cnnYE?si=yA3ZNTgrZ0Kgh-7k

miércoles, 13 de diciembre de 2023

bit

 

Foto de Anni Roenkae: https://www.pexels.com/es-es/foto/arte-oscuro-purpura-textura-4793467/

Tenía sus teorías particulares acerca de los estragos que intensificó la pandemia en los jóvenes. También en los adultos, pero a los que conocía era a los jóvenes. Hacía el ramo, la cátedra decían sus colegas, de introducción al método científico de modo que sus alumnos eran adolescentes desde diecisiete hasta veinteañeros desorientados en su vocación que iban a dar ahí para probar otra carrera. Años más tarde veía de nuevo a algunos para los seminarios de título.

Igual que sus colegas se quejaba de la mala redacción y peor ortografía de los jóvenes, de la desidia por aprender, de la escasez de la curiosidad y de las mismas cosas de las que se quejaba Platón, Wilde y tantos otros en cualquier época.

Había terminado la pesadilla de las clases on line y la lucha posterior con algunos que querían seguir ocultando su rostro, no por miedo al contagio sino por la vergüenza de mostrar su cara, como si estuviera fallada o deformada. Eran los mismos que no tenían foto de perfil para conectarse y ponían un nickname en lugar de su nombre, inconscientes de que el seudónimo escogido decía más de ellos que si hubieran recurrido a su identidad legal.

A algunos nunca los vio sonreír, le parecía estar viendo una película de fantasmas adolescentes flacuchentos, debiluchos, con ropa ancha que acentuaba esa imagen de seres que podía llevárselos el viento o gordos de puro sedentarismo y encierro, mirando de reojo o hacia abajo evitando todo lo posible ser observados.

No hablaban con quienes se sentaban al lado si no pertenecían a su grupo formado quién sabe cómo y desde cuándo. Más tarde se enteraría que algunos se conocían por los juegos en línea en donde había una escala social, con diferencias de estatus y poder basados en las habilidades y experiencia para pasar de una fase a otra. Otros se ubicaban desde el colegio y también ponían fronteras de silencio a quienes no conocían. Quienes no estaban ahí, en los juegos o en otras instancias previas no eran considerados confiables y no sabían de qué o cómo hablarse entre sí. Este comportamiento era transversal a las diferentes identidades de género y ahora había tantas que desconocía la mayoría de las denominaciones.

Para la vieja de método, así la llamaban desde los veintisiete años, cuando comenzó a hacer clases, había surgido una especie diferente de alumnos y no sabía muy bien como tratarlos: sensibles, quejones e inseguros, hábiles para buscar información, pero sin poder relacionarla o construir un marco lógico de análisis. No recordaba haber escuchado tantas veces – no sé – como respuesta sin la sensación de vergüenza concomitante incluso para cuestiones de opinión o imaginación. Por supuesto, habían surgido también los dogmáticos, esos que repetían slogans, que estaban atentos a cualquier concepto que les pareciera discriminatorio, ofensivo o atentatorio contra algún objeto de sus afectos: las minorías, los animales, la naturaleza, el tipo de alimentación. Vio como surgían identidades a partir de casi cualquier aspecto y la confusión pasó a niveles preocupantes.

La Vieja de método, sintió que el cambio cultural que había comenzado hacía varias décadas, posmodernismo incluido, se había acelerado con la pandemia, el encierro, el miedo y la incertidumbre que había provocado en cada persona la idea de la muerte como algo tangible y posible. Eso y tanto más.

Algunos de sus colegas habían caído en teorías conspirativas que explicaban todo como un intento de dominación de los chinos o de los gringos, o de los chinos y los gringos, algo parecido a una de las famosas frases de Nicanor Parra −chinos y gringos unidos jamás serán vencidos −. Era, es, interesante escucharlos porque unen datos seleccionados a su antojo para probar su hipótesis paranoica: Elon Musk a la cabeza de la dominación mundial con toda la legión de poseedores de smartphones para propagar millones de bits de datos, pedazos de noticias, fotos trucadas, memes, bots y una débil sensación de globalidad en el lenguaje que hace parecer que los habitantes del planeta comparten una visión común de algo.

Una colega brillante en su área, historia de Europa central, decidió renunciar, confesó que no estaba dispuesta a ser interrumpida cada minuto de la clase para que precisara conceptos y formas de referirse a las personas. Le pedían que tuviera una visión crítica de la historia enjuiciando a los personajes según los cánones morales actuales. Al negarse argumentó que no iba a falsear frases ni hacer juicios porque no era parte de los objetivos del curso y aunque su respuesta fue vaga y amplia se generó tal batahola que no pudo reponerse del impacto emocional de ser tildada de reaccionaria, racista, misógina, hegemonista, colonizada y otras palabras cuyo significado desconocía. Ahora, tres años después, era capaz de reírse de ese período, pero la Vieja de método no podía olvidar la expresión extraviada y al mismo tiempo de terror indisimulable de la colega en lo peor de su crisis.

Para tratar de conocer un poco más de lo que estaba pasando se hizo cuentas en casi todas las plataformas que conocía: Facebook, Instagram, Twitter o X, Tik Tok, Snapchat y Linkedln. Se había resistido por un tiempo, porque si le ocurría que, con las series, hasta las malas y pésimas se quedaba viéndolas hasta el final, sabía que podía ser presa de las adicciones al smartphone que había visto descritas por algún lugar. A veces no podía distinguir en qué plataforma estaba. Dado el éxito de Tik Tok, las demás comenzaron a incluir videos cortos, shorts, reels, stories, denominaciones distintas para lo mismo y había noches en que podía pasar más de una hora viendo y riéndose de estupideces recopiladas, trucadas o inventadas.

Los algoritmos dieron con contenido específico para ella y se encontró pronto con cuestionamientos acerca del tiempo, el sentido de la propia existencia, alimentación apropiada para su edad; ejercicios físicos para no perder masa muscular y prolongar la autovalencia, recetas saludables, manualidades, chistes de viejas, frases, millones de frases de autoayuda tan vacías como los rostros sonrientes y agradables de los emisores. Algunos hablaban de lo execrable que eran las decisiones basadas en el ego, es malo, malísimo operar desde el ego, tanto como ser narcisista o complaciente, aunque el primero sea temido y en su opinión era menos malo eso que ser humillada, pero claro debía estar pensando desde el ego. Trabajar mucho está mal porque no permite el ocio y solo en el ocio se puede ser creativa y estar consciente de sí misma, meditar, practicar yoga y llegar a ser esbelta y grácil, aunque no hay que criticar el cuerpo que a una le tocó y amarse, sobre todo amarse, gorda o flaca, chica o alta, pero nunca está demás cuidar la salud, y ser flaca, flaquísima y musculosa, pero sin ego. Y soltar, soltar todo, menos los músculos de los brazos y el rostro porque hay hilos tensores y toda clase de tratamientos para que surja la belleza interior de la juventud perdida de la mano del colágeno y morisquetas que sirven para que la cara no parezca helado derretido. Bella, joven, flaca, activa, independiente, pero sin ego, el ego es malo. Cabrona, mandona, bossy como Beyoncé, Jennifer López o Madonna, (una vieja que se queja de edadismo, la discriminación a los viejos, tratando inútilmente de parecer más joven). Hay que empoderarse y no presumir, no cuente que va de viaje porque es poco elegante, sea pudorosa con las emociones, aunque las emociones no se puedan evitar, agradezca todo, sobre todo las desgracias y crisis que le han servido para ser quien es, infeliz y todo, tiene que agradecer y ser cabrona, pero sin ego. No presuma tampoco del ocio porque es un lujo, no diga nada, vincúlese que es lo único que le asegura una vida entre humanos, aun si los humanos son lo peor que le pasó al planeta. Aprenda a cultivar sus propios vegetales, porque desde el surgimiento de la agricultura ya no hay vuelta atrás y, si bien todas las desgracias partieron cuando la humanidad dejó de ser cazadora y recolectora, ya no queda otra que jugar el juego y ganarse la vida no solo para sobrevivir sino para disfrutar de esta existencia y este planeta ahora. Ahora porque se puede acabar. Ahora porque no hay ningún después al alcance de la mano. Comprométase y honre su palabra, pero, sobre todo, sea feliz, es un imperativo casi moral. Trabaje para ser feliz, pero conserve tiempo para el ocio y cuidar de su salud y meditar y leer y ver películas y disfrutar con la pareja, con los hijos humanos, hijos perros, hijos gatos, hijos chanchos, hijos loros, hijos terneros, hijos-adolescentes-eternos. Hágalos felices y dirija su vida mientras no crezcan, hasta que ellos se sientan preparados, tal vez a los cuarenta, siempre hay esperanza. Trabaje más, para mantenerlos hasta siempre porque están en un mundo difícil y son todos índigo, sensibles. No saben cortar un pollo para cocinarlo y comer proteína. Ellos nacieron pensando que el por el hecho de existir tienen derechos inalienables como ser felices, disfrutar del ocio y trabajar lo menos posible, como si se tratase de los ciudadanos franceses de los ochenta y los noventa. ¿Recuerda el estado de bienestar que ahora no pueden financiar? seguro una es culpable de eso también.

Hágase cargo y aprenda a soltar, a dejar de lado lo que no suma, porque se trata de más y no de menos, más vida, más belleza, más juventud, más años, más salud, más de todo y al mismo tiempo más minimalismo, más ascetismo y esto se logra con menos: menos fotos, menos viajes, menos ropa, menos muebles y cosas, menos espacio, menos huella de carbono. No exagere, conserve los recuerdos, atesore los objetos con significado. Suelte, suelte de una vez, pero conserve los rituales sociales porque ¿qué es la comunidad y la sociedad sin rituales?

Cuando salió de ese mar de información sin sentido y vio a esos jóvenes pudo entenderlos algo más. Cada uno metido en su propio algoritmo sin poder encontrarse con otros.

La Vieja de Método iba a decir Cuando salió de las redes, el mundo todavía estaba ahí[1], pero no estaba segura de eso.

 

Pet Shop Boys, It´s all right https://youtu.be/9r0pISqCDRw?si=vKRuOavixNQqkfrB

The Police, Too Much Information https://youtu.be/yeZNfo1zvdU?si=dOJwvFi4YDlgbw4_


[1] Cuando despertó, el dinosaurio aún estaba ahí. Augusto Monterroso.



martes, 21 de noviembre de 2023

Ellas bailan

 

Foto de Ксения Юрова: https://www.pexels.com/es-es/foto/gente-mujer-bailando-bailarines-11254977/


El profe dice que la cara también baila y Lalita se acuerda entonces de sonreír. Al principio no podía, parecía que estaba estudiando matemáticas con esa expresión de concentrada y con el ceño fruncido. Después de varios meses es capaz de hacerlo casi sin perder el paso, no siempre al menos.

Las más jóvenes aprenden con facilidad las secuencias y parecen dominar mejor algunos segmentos del cuerpo que a Lalita se le escapan del control, se resisten, no se mueven no más. No por ahora. El cuerpo es más sabio que una pensaba Delia y, aunque a veces era difícil levantarse, se había prometido cumplir con un compromiso hecho consigo misma. El día se arregla con música, movimiento y buena compañía. No había faltado más que por razones muy justificadas. Si no iba, el día se desenvolvía lento y monótono, el cuerpo le reclamaba.

      ¡Levante la cara, baje los hombros!

Clara era feliz bailando y se le notaba. No podía evitar sonreír y la gracia natural le salía como luz del cuerpo según la bruja Amelia que decía que veía el aura. A Oriana le brotaba la gracia cuando se imaginaba que Darío la estaba mirando, igual que cuando bailaba en la cocina o barriendo las hojas del jardín. Se reía sola cuando pensaba que le hubiera gustado bailar con él y mostrarle que ahora era diferente, pero ya no estaba para verla. A veces se imaginaba que la iba a ir a ver y la invitaría a bailar, por tontear, por fantasear leseras no más.

      ¡Las manos con actitud, complete el movimiento, use el espejo!

Nadia no se miraba, se ocultaba detrás de otras para no verse, alguna vez le gustó mirarse, ahora le era difícil, en eso coincidía con las más jóvenes: no se critica el cuerpo de nadie excepto el propio. Su desafío era soportar una canción entera mirándose. Podría ser el merengue de Turizo, la coreografía que mejor le salía.

La mayoría llegó porque era necesario hacer algo de actividad física, moverse, salir del sedentarismo y el letargo. Las que se quedaron fueron las niñas, las que querían seguir jugando cómplices en un mundo propio, sin complicaciones ni otra pretensión que disfrutar de la música con todos los sentidos. El profe también se divierte jugando con ellas y sus ilusiones de bailarinas, alienta los avances y corrige porque los juegos son de lo más serio que ocurre en la vida.

Dile a la mañana que mi sueño se acerca, que lo que se espera con paciencia se logra. De esa canción se acordaba Sussy cuando se equivocaba de paso y partía para el lado contrario[1].

A veces se puede ver colores entre las bailarinas: la coordinación es calipso, las sonrisas son fucsias, la actitud es naranja, los deseos de seguir son verde menta y cuando aprenden una nueva canción el lila se apodera de todo el salón. En los momentos en que se han superado los motivos particulares para bailar y ya los pasos aprendidos son amigos, hay luces y colores intermitentes por el solo gusto de estar ahí.

Pa' bailar contigo (pa' bailar),

Se me alegra la nota

Quiero cantar contigo (quiero)

 



[1] Juan Luis Guerra Bachata en Fukuoka https://youtu.be/_4NBD3SqBwg?si=XsBjHhyH5ofs5Yu0

 

domingo, 19 de noviembre de 2023

Los jueves un café 2.0


I

      No. No me interesa conocer a nadie. Me cargan esos sitios de citas y no, para estar con tipos indefinidos, que no saben lo que quieren, que a veces sí que a veces no, chao. Tengo temas más importantes que resolver.

      Claro, pero a veces la vida trascurre sin sobresaltos, con una rutina rígida, muy predecible y de pronto sucede algo distinto. Hay personas a las que le pasan esas cosas, eso dicen, pero tienes razón, si por alguna cosa rara me diera por conocer a alguien, me gustaría un tipo jugado, uno que tuviera claras sus cosas. Y de esos, a estas alturas, ya no quedan.

      Sí, abundan los Ashley Wilkes y escasean los Rhett Butler[1].

      ¿Te acuerdas del profe de estadísticas? Ese que nos decía “lo más probable es que suceda lo más probable”.

      ¡Uff, insoportable!

      En todo caso, ¿no sería lindo que la vida te trajera un regalo impensado? Una especie de cambio de ruta completa, un desvío que implicara volver a querer y confiar.

      Un desafío a las probabilidades dices.

      Claro, como la fórmula de las comedias románticas.

      Clichés no más.

II

Estaba tratando de comenzar de nuevo. No tienes idea de qué ha pasado conmigo todos estos años. No me atrevo a contártelo. Cuando nos despedimos tenía tantos planes, las cosas me salían bien. Siempre fui disciplinada, obsesiva, decían mis amigas. Cualquiera hubiera dicho de mí que mi futuro era prometedor. No sé cómo pasó que di con malas decisiones, casarme fue una de ellas. Un fracaso que llevó a otros. He recomenzado tantas veces que no sé si hay una salida. Ahora empezaba a verla. Quizás era y es mi determinación de que ahora no me queda otra que hacer las cosas bien y asegurar en algo mi vejez y la vida de mi hijo. Vienes, casi como caído de otro planeta y te atreves a revolucionar todo. Apenas soporto tu amabilidad, dulzura y la intensidad que resurgió después de un millón de años. Éramos jóvenes cuando nos enamoramos, como se supone que tiene que ser, pero te fuiste a Alemania porque no tenías alternativa. Me dolió, sufrí, pero la vida siguió, siempre sigue. Cuando nos vimos allá, y Daniel, mi hijo, tenía 3 años, conocí a Viveka, tu esposa y a tus hijos. Me dio gusto verte feliz. Fue como esas imágenes en donde todo se ve bien y real. Tú y ella se veían hechos el uno para el otro. Que a veces me miraras con algo de nostalgia supuse que era lo normal. Algunas emociones resurgen sin que impliquen nada más que la conexión inicial con alguien. Me gustó ver que habías hecho lo que estaba bien hacer. Yo también lo intenté, quería lo mismo, pero no obtuve el mismo resultado, muchos puntos ciegos, muchas dificultades para decir lo que me pasaba. No sé, después de la batalla somos todos generales. En ese entonces era una mujer joven asustada.

III

Es que no sé cómo es que estoy metida en esto. Ritter me ubicó a través de mi hermano que vive en Suecia. Llevaba meses tratando de encontrarme, Ya sabes, no aparezco en ningún sitio de la web. No uso ninguna red social, en fin. Se dedicó a buscarme y resulta que ahora viene a Chile, quiere verme y no tengo idea ni siquiera de dónde llevarlo.

      No sé qué es lo que te complica. Llévalo a pasear al barrio Italia, hay terrazas, bares, restaurantes, caminan y ven qué les tinca.

      ¿Y si quiere acostarse conmigo? Ha estado demasiado cariñoso por teléfono y por WhatsApp.

      ¡Ay!, qué terrible ¿no? deja que la piel te hable.

No lo puedo creer. Estamos tanto más viejos y no puedo entender tanta chispa, tanta intensidad, tanto magnetismo entre tú y yo. ¿Serán los años que llevo sola?, ¿será que he embellecido tu recuerdo todos estos años? ¿te veo mejor de lo que eres? ¿me ves tú a mi como la jovencita que se enamoró de ti a los veinte años? No ves a la mujer que ha tenido que dar batallas muy duras. No tienes idea del punto en que me perdí y que, en lugar de cumplir todos mis planes, uno a uno se fueron desmoronando. No tengo explicación para saber qué fue lo que me pasó. Mi amiga, con la que tomo café los jueves, me lo dijo, a veces las cosas pasan cuando no esperas nada Es que parece maldición. Estoy complicada, cada día que ha estado aquí y nos vemos es mayor el peligro de caer, de hacer algo incorrecto. No por pechoña, por miedo a sufrir de nuevo. Mi perspectiva ha cambiado con los años. Ya no tengo claro qué está bien y lo que no, no al menos a estas alturas de la vida.

Te fuiste unos días a pasear al norte, a ver a otros amigos. Quizás despejes tu mente. No dejaste de escribirme. Seguiste alimentando esta cosa que me pasa en todo el cuerpo. No sé qué hacer. Si hablo siento que te empujo a hacer algo que puedes lamentar. Si no hablo, siento que me traiciono yo.

      No me imagino su cabeza después de estar conmigo. Cuando vuelva a Alemania y salude a su mujer y a sus hijos y yo sea como esa borrachera que quiere olvidar

      O un recuerdo de lo que era el amor. De lo que era sentir la piel despertando de nuevo, la risa que inunda la vida por nada, el tiempo que se detiene o que pasa como un abrir y cerrar de ojos. La conexión con otra alma sin decir una palabra.

      Eso es lo que me pasa con él

IV

Volví. Saludé a Viveka y a los hijos. Los abracé mucho. Un abrazo extraño. Ni yo era el mismo que abrazaba ni ellos parecían pertenecerme como antes de ver a Liliana. De algún modo sentí que ya no estaba en esa casa. Recorría una a una las habitaciones, lo di todo para que las cosas funcionaran bien para todos. Era mi responsabilidad. Viveka ha hecho todo y más también. Cómo quisiera poder quererla como alguna vez. Cómo quisiera poder hacerla feliz sin sentir que me niego a mí mismo. Cómo quisiera protegerla de mí, de esto que me pasa. Poder tomarla de la mano, besarla sin acordarme de Liliana y de cómo se sentía tenerla cerca. Por ternura puedo seguir. Tal vez un año, dos o más. O para siempre. ¿Acaso me puedo permitir hacer sufrir a todos por un recuerdo?, ¿acaso alguien a estas alturas tiene derecho a decidir la vida en función de sí mismo? No. Creo que no. No soporto la idea de ver llorar otra vez a Viveka, de sentir el juicio de mis hijos sobre mí. Esa sola idea me sobrepasa. Sé que Liliana sufre. Sufre porque me quiere a su lado y porque considera la posibilidad de dejar a Viveka como la peor bajeza de la puedo ser capaz. Tal vez me las arregle pensando en que no existe, que murió, que vive en Corea del Norte y no puede salir ni yo entrar. Es que a veces no siento que esté tan viejo, con Liliana me sentí, a ratos, capaz de correr una maratón, de empezar de nuevo junto a ella, por el tiempo que sea. Por lo que nos quede por vivir. Dice que no quiere ser culpable de la tristeza de Viveka, que yo se lo recriminaría cuando tuviésemos algún disgusto, que la culpa me haría juzgarla a cada instante, que extrañaría a Viveka en las comidas, en los códigos aprendidos por años. Tal vez tenga razón. Viveka y yo somos como uno solo en muchos aspectos.

Pero cuando la toco ya no es lo mismo. El instinto a veces opera, a veces no. El sabor. No sé qué es. Pasa el tiempo y no puedo recuperar lo que alguna vez fue. Traté, de verdad traté. No resultó. Me apagué. No pude volver a ser el mismo. Me volví un cuadro opaco y oscuro. Como esas pinturas que requieren con urgencia una restauración. Hice como que todo estaba igual por un tiempo. Todo este tiempo. Viajamos, celebramos, hicimos lo de siempre. A ratos pensé que podía. Que todo volvía a la normalidad. Dejé de comunicarme con Liliana por si servía de algo.

V

Cuando Ritter se fue a Alemania hice como que no había ocurrido nada. Continué con mis planes. Siguió escribiéndome, luego los mensajes fueron distanciándose hasta que no llegaron más. Lo entendí. Así tenía que ser. Él y Viveka tenían que seguir juntos. Yo no era más que una breve desviación en su trayectoria. Siempre lo supe. Me encerré de nuevo y no espero nada más. Quiero paz y calma para disfrutar mis libros, la música y ver madurar a mi hijo. Tengo que pensar en los recursos, en algún negocio que sea rentable. Algo tengo que hacer.

Sabiendo que los jueves tomaba un café con su amiga en el Drugstore, Ritter la esperó. La vio sentarse y sacar los audífonos de sus oídos. En poco rato llegó una mujer a sentarse a la misma mesa.

      Hace rato que un tipo está mirando hacia acá. Da la vuelta disimuladamente y mira quién es.

Liliana se paró de la mesa y fue a su encuentro. Se abrazaron como si fueran el último flotador en un naufragio. Los dos reían y lloraban al mismo tiempo. La amiga supo que tomaría su café sola esta vez y que ya no habría más jueves de conversaciones. Tal vez podría visitar a Liliana en Alemania en un tiempo más.

VI

Las amigas desaparecen cuando están muy mal o cuando están felices. Liliana desapareció de felicidad esta vez. No sin dificultades Ritter y Liliana organizaron su vida en Alemania, soportaron las vicisitudes burocráticas del divorcio de él y los documentos de inmigración de ella; las barreras culturales expresadas en la vida cotidiana, la delicada telaraña que había que construir para mantener los lazos con los hijos y soportar la desilusión de Viveka y su infinita rabia y tristeza.

Tanto más. A veces parecía imposible subir una montaña tan alta de problemas si no fuera por la sensación de que estar juntos era lo correcto y si no lo era, al menos era lo único que podían hacer con absoluta convicción.

La amiga del café siguió con su hábito con otras amigas, tenía una buena habilidad para incorporarse a grupos y explorar las historias de las personas que iba conociendo. Decía que tenía una vida muy intensa a través de las conversaciones con otros.

Un día recibió un video de Liliana y Ritter, informaban por esa vía que se habían casado y de sus voces y rostros se desprendía tal felicidad que no le cupo duda de que a veces la fórmula de películas y novelas puede ser real y ser disfrutadas por quienes la descubren.

 

 

 

Comentario de la autora:

Este cuento es el relato bastante apegado a una historia real, sus protagonistas me autorizaron a escribirla. Si bien ellos se sintieron representados, a mí me parece que quitándole los diálogos tipo libro de autoayuda, queda un poco más apegado a lo que escribo, o escribía, de forma regular. No es fácil para mí escribir no ficción y cuentearla. Debe ser por eso que cuando me dicen que podría escribir un cuento sobre una historia que ha surgido en la conversación, casi siempre pienso que no, que no podría. A lo mejor una escritora profesional, de verdad, sí tendría el oficio. Las admiro mucho.

¡Liliana y Ritter se casaron! me gustaría poder regalarles un mejor texto, pero creo que la historia de ellos es mejor que cualquier cosa que pudiera escribir.

 


[1] Referencia a Lo que el Viento se Llevó de Margaret Mitchell.

 


miércoles, 15 de noviembre de 2023

Conversaciones


 Foto de Cottombro studio

      Me tiene chata mi mamá, parecía que estaba bien, pero creo que no. O sea, estoy segura de que no. La escucho cuando manda audios a las amigas, porque ahora no ve las letras del celular y dice que le sale más rápido hablar,

      Oye sí, y las viejas andan por toda la casa con el celular a todo chancho, uno se entera, aunque no quiera de todas sus leseras.

      Y yo que creía que los adultos hablaban de sus cosas, las aclaraban, igual que en las películas en donde la gente se dice lo que les pasa.

      ¡pfff!, sí, son más pendejos que nosotros: que me llamó, que no me llamó, que me dejó en visto, que no avisó, que me puso un me gusta y con eso terminó la conversación ¿así es tú mamá?

      Sí, y las amigas también. Igual es divertido ¿has escuchado los consejos que se dan? ¡Me da cringe!

      Y cada vez que se ven, gritan y se dicen que están regias para, cinco minutos después, empezar a quejarse de lo que les cuesta bajar de peso y se dan consejos de cosas que vieron en las redes. Pobres, tan preocupadas de su facha y con tan baja autoestima, esa generación sí que era sufrida.

      Mmm, no sé, ahora pensamos lo mismo, pero nos quedamos callados, el Body positive y toda esa mierda es pa los demás, amiga, ¡te pasai quejando de cómo te ves!

      Ya sí, pero a lo mejor es rollo mío, yo cacho que antes era generalizado. Al menos en las mujeres, porque esa cuestión de valorar a alguien por la apariencia es más pesada para las mujeres.

      No sé, hasta mi papá anda quejándose de que ya no está tan joven y que le duele aquí y allá. La polola lo pateó y se puso más achacoso. No es tan viejo, o sea, no sé, pero esa hueá de andar quejándose por la vida no le va a servir para conseguir polola nueva. Eso le digo, pero me manda a la cresta al tiro. Viejo hueón, yo le digo de buena onda no más y me responde mal – ¿cuántas pololas has tenido tú? – y ahí me caga, porque me va igual o peor que a él con las mujeres.

      Jajajajajajaja, sí, la dura. Yo tampoco cacho qué hacer o qué decirle a mi vieja, dice que ella es el sueño del pibe para cualquier weón, de repente se manda unos discursos de vieja empoderá que cualquiera se los creería, pero luego se ríe a carcajadas y no sé si hablaba en serio o no. A veces creo que se trata de convencer a sí misma de que no hay nadie a su altura y empieza a hacer chistes con que la libertad es lo mejor que le ha pasado en la vida y tanta incoherencia junta que no logro entenderla.

      Oye, estos viejos de mierda nos van a cagar la psiquis, a mí ya me cuesta el tema, como que me da miedo sufrir y estar a los veintiuno todo amargado como ellos, así es que ni pienso en que pueda llegar a acercarme a la chica que me gusta.

      Pucha, sí, cada cierto tiempo mi mamá se da cuenta de que transmite mucho con las desilusiones de la vida, que las encuestas de salud dicen que las mujeres son más felices solas y me empieza a contar la de desgracias que han pasado sus amigas por los pasteles que se han conseguido de maridos o pololos y no sé qué cara pongo yo, que luego cambia el discurso y me dice que no le haga caso, que el amor es lo mejor que le puede pasar a las personas, que cuando el amor es bonito, saca a la superficie lo perfecto de cada persona y que ojalá me atreva y me arriesgue. La última vez que empezó con eso, le pedí a la X por WhatsApp que me llamara porque tenía rabia de tanta tontera junta y tampoco me gusta pelear con ella. Me cansa.

      ¡Aaaaagh! Eso es lo peor, tener que escucharlos para que no se sientan solos. Mi papá, cuando está en la fase misógina, dice que las mujeres solo necesitan a los hombres para reproducirse, arreglar la cueva o su equivalente, la casa, y protegerlas de sus miedos atávicos, de la especie, me dijo que significaba eso. Después empieza con que la cultura cambió para peor, que si bien, no necesitan todas que las provean, una vez que las crías están crecidas, quieren divertirse, explorar y ya no quieren escuchar de nada que se relacione con el cuidado. Así es que a uno lo usan como mano de obra y que cuando se aburren lo abandonan. Me da risa el viejo, le digo que se divierta como ellas también entonces y dice, todo cagao, que ya no sabe cómo.

      ¡No te creo! Mi mamá tiene otra teoría, pero ahora que lo pienso tal vez sean complementarias, dice que los hombres se divierten en el período en que las crías estaban chicas, mientras ellas estaban cien por ciento dedicadas al nido y que después de finalizada esa labor ellos se ufanan de la familia, y pronuncia esa palabra con los ojos blancos, y lo justo es que ellas quisieran pasarlo bien después. Calza ¿no?

      ¡Jajajajajaja! No sé si aplica para todos, pero creo que se buscan explicaciones de toda clase, mi papá, otras veces dice que las mujeres son unas manipuladoras, que usan el sexo y las atenciones como moneda de cambio y que mi mamá lo dejó por un tipo que le ofrecía más.

      Oye ¡se pasó! ¿no te da rabia eso?

      Obvio que me da rabia, pasé meses sin hablarle por cómo se refería a mi mamá, pero cacho que hablaba como bestia herida. Mi mamá sigue sola y creo que hasta lo extraña, pero dice que mi papá la humilló y no puede arriesgarse a lo mismo de nuevo. Nunca me ha contado y yo ya no pregunto, ni siquiera para entender, pero cada cierto tiempo me pregunta por él. – Es para tranquilizar su conciencia− comenta mi papá.

      ¡Qué heavy! Esa es la cuestión, una queda al medio, sin poder hacer nada. A veces me da pena mi mamá y me imagino que lo va a pasar mal cuando mi hermana y yo nos vayamos de la casa. En ocasiones creo que de verdad es el sueño del pibe para cualquier viejo que ande por ahí y que por probabilidades va a quedarse sola; en otras creo que se lo merece por neurótica, por mecha corta, por pesada.

      Es injusta esta cuestión, se supone que los padres deben orientarlo a uno y na´ que ver que nosotros andemos aconsejándolos con su vida amorosa. Lo único que quiero es que mi papá se empareje luego pa´ quedarme tranquilo ¡cáchate! Mi mamá me preocupa menos, no sé, actúa como viuda resignada y creo que me convenció su actitud.

      Debiéramos hacer un movimiento social, que los viejos se dejen de huevear, que resuelvan sus cosas como en las películas, que hablen y se apoyen entre ellos y dejen que nos decepcionemos por nosotros mismos.

      ¿Por qué no presentamos a tu mamá con mi papá?

      ¡Nooooooo!

      Jajajajajajaja en un nano segundo reaccioné y también me sumo al ¡nooooooo!


miércoles, 8 de noviembre de 2023

Yal


Alguien que entró al blog leyó dos textos: “Cerezos en Flor” y “Susurros Florales”, el segundo es un cuento y el primero solo palabras amontonadas con algo de redacción. En realidad, puede que sean distintos lectores, no hay cómo saber, pero ambas entradas, para ser más descriptiva y fenomenológica, me hicieron relacionar ese montículo de palabras. Conclusión, me resulta inevitable la repetición de temas y relacionar las flores con los afectos y la jardinería como una labor de conexión con ellos y un inútil intento de control.

Acabo de ver el blog de nuevo y alguien leyó el texto “Tardes de Jardín”, será coincidencia supongo, entonces también lo leí: demasiados adjetivos diría Francisco, inolvidable primer profe de taller, pero me parece poco honesto corregirlo y enfriarlo. Además, es solo una descripción o asociación de ideas, sin trama y un final que se lee forzado. Como cuento salva poco, como sensación harto más, al menos para mí que estaba empezando con esta compulsión.

Me gusta más, Susurros Florales, hasta lo encuentro casi bueno, como si no lo hubiera escrito yo. Ya sé, la inseguridad, el síndrome del impostor, la otredad de quien puede tomar distancia de sí mismo y siente ajeno un contenido. Qué maravilla es la mente. Leer algo como si otra persona lo hubiera escrito y hasta identificarse con la emoción que describe tal cual se tratara de una historia japonesa, albanesa, islandesa no solo lejana sino perteneciente a otras vidas. En Islandia también hay jardines bellos, en Japón ni hablar, las flores son casi deidades como el período de sakura: el florecimiento de los cerezos. Todo se relaciona, las piezas calzan porque debe haber un paisaje interno tan oculto como la propia sombra. ¿Y en Albania hay jardines? Donde existan humanos habrá jardines, reales o imaginarios.

Por supuesto no es una idea original y no me voy a amargar por eso y confieso, para mayor abundamiento en mis fallas, que tengo fijación con los jardines y me hago juicios sobre las personas según si cuidan o no el suyo.

No puedo pensar en vivir en un departamento y no tener un jardín, no mientras me pueda las patas y el propio cuerpo y entonces, con casi total seguridad, puedo decir que seguirán apareciendo las flores, la tierra, los árboles y sus habitantes en futuros textos. En el último paseo a un cerro vi tres lagartijas, una tarántula cachorra y un yal, un pájaro cuyo canto había oído, pero que no había visto de cerca. Estaba parado en una rama ignorando a los humanos y posando para un montón de teléfonos. Digo futuros textos porque se transformó en un hábito y casi compulsivo, exagero obvio, insano a veces, inútil siempre y rara vez satisfactorio según criterios muy idiosincráticos.

¿Usted sabía de la existencia del yal? - Moi non plus – diría una conocida y vieja canción francesa. Aquí va el link del canto del yal[1], no de la chanson.

Habitantes del bosque y jardines invadidos por humanos.


La cortaron verde

  Luego del portazo producido por el viento de ese verano, se quedó a cargo del cuidado de la chacra. Era pequeña, pero para quien solo sabí...