El lanzamiento del libro Caleidoscopio y otros cuentos se hizo ayer 2 de
junio. Estuvo concurrido y el cariño de los amigos flotaba en el aire.
Van algunas fotos y los textos que prepararon quienes comentaron el libro.
El primer comentario estuvo a cargo de la Médica Familiar, Dra. Sandra
Oller. Una ávida lectora de clásicos y novedades en la literatura.
“¡Al menos traté!”
Es el epitafio que
elige una mujer que acaba de morir.
Momentos antes, en el
delirio en una sala de cuidados intensivos, se da cuenta que hasta la muerte
tiene burocracia, le piden un epitafio en las instrucciones de su funeral.
Inventa varios:
-
“Para la otra, quiero ser negra: con la
facha de Rihanna, el verso de Michelle Obama y la voz de Whitney Houston, eso
no más”.
-
“Vine,
viví, no vencí y bailé”.
-
“Sueño cumplido, al fin seré flaca”.
Un relato ingenioso, divertido, profundo: Burocracia y Epitafios es un
cuento donde el humor y el poema Elegía de Miguel Hernández acompaña la
reflexión sobre la muerte, un recorrido intimo por las experiencias y los
recuerdos en el momento final.
Música: Juan Manuel
Serrat: Elegía, poema de Miguel Hernández
Otro cuento:
“¿En qué piensa Usted corazoncito mío antes de dormir? ¿En qué piensa?
Porque muchas noches yo me acuerdo de usted, lo veo por ahí en el universo que
solo existe en las cosas que no se dicen. A veces se me aparece en sueños y me
da por creer que Borges tenía razón, que otra existencia se teje y se desteje
en los sueños, ahí donde los contenidos se mandan solos, donde se entrelazan
personas en tiempos y situaciones imposibles.
Corazoncito, Ud. no sabe que existo, lo elegí para inventar un mundo, el
mundo de los pensamientos y las palabras no dichas”.
Las reglas de lo implícito es la historia de un amor fantástico, un
mundo inventado por una bibliotecaria para depositar el amor que la desborda.
Un relato conmovedor,
entrañable que una siente como propio.
Música: Sexta Sinfonía,
Beethoven, Pastoral, segundo movimiento.
Y otro más:
“Le gustaba jugar con las palabras, como cuando dicen murió en su ley,
en Suley.
Un lugar llamado Suley. Mucha gente moría allí, en Suley: delincuentes,
alcohólicos, adictos, deportistas extremos.
Era un lugar peligroso ese pueblo.
Un día a la vez, dice el protagonista y se convierte en su lema.
Zulema, su amor, por la que seguía sintiendo lo mismo, por la que se
rindió, por la que perdió todas las batallas. Zulema que vivía en Suley”.
Zulema en Suley es una historia de pérdidas, una mirada honesta a las
limitaciones de la vida. En este relato, Ximena despliega magistralmente su talento
en el juego de palabras, se convierten en un protagonista, le dan curso a la
acción.
Música: Find de waterfall, this will bring you luck.
En Caleidoscopio y otros cuentos, Ximena reúne 32 relatos cortos, son
historias de estos tiempos, de personas comunes y corrientes, un poco extraños
en este mundo moderno, son los distintos, los que no encajan, los que se
arriesgan y pierden. Ximena construye sus relatos desde su campo de dominio,
son personajes psicológicos, habitan mundos internos, siguen un curso de
pensamiento, desbordan emociones, en esos mundos interiores se dan todas las
batallas.
En cada uno de los relatos Ximena nos regala un fondo musical ad hoc,
desde la balada a la música clásica, nos invita a conocer su universo musical,
nos crea la playlist perfecta para leerla.
El segundo comentario estuvo a cargo de Paula Ríos, madre, psicóloga, laboral, MBA y lectora consumada.
Lo primero que quisiera aclarar es que mi comentario nace desde la perspectiva de una simple lectora a la que los libros y las lecturas le gustan o no le gustan por las emociones que le evocan. Esto implica, en un acto de gran autorreferencia, que yo soy el instrumento de medición.
En ese contexto, les comentaré las “cositas” que me provocan los cuentos de Ximena.
Lo primero que quisiera destacar es el sentido del humor. Muchos de sus personajes se ríen de sí mismos. Los que conocemos a Ximena, sabemos que también ella lo hace de sí misma. Varias veces me pillé esbozando sonrisas o carcajadas cuando leía. Debieron pensar que estaba media destemplada, como varios de los personajes de los cuentos de Caleidoscopio.
Lo otro que me sorprende de los cuentos de Ximena es el sentimiento general de soledad. Sus personajes viven en ciudades grandes, trabajan y participan en grupos, pero en última instancia, están solos en sus diálogos internos. Se tienen solo a si mismos, como si esa fuera la verdad final: nos tenemos solo a nosotros mismos y nadie nos acompaña en ese eterno devenir de guiones imaginarios con nuestros fantasmas.
Lo tercero que me provoca es sorpresa. Los finales me sorprenden, en pocas líneas logra asombrarme con un hecho inesperado, con un vuelco creativo, con algo que no se me había ocurrido. Incluso a veces, cuando espero que pase algo, me sorprende y el cuento termina en que no pasa nada y el final es abierto... Pero la gracia está en hacer esto en tan poco espacio, con tanta economía de palabras, en lo que demoras en esperar tu turno en la Isapre o en la vacuna.
Pero ahora les trataré de explicar, en mis burdas palabras, lo más relevante para mí. Los personajes de Ximena son como tú o como yo. Son como mi hermano o mi mamá. Trabajan, son profesionales, toman micro por Grecia, escuchan música, ponen la mesa y preparan comida, se enamoran y se separan. Es muy fácil imaginarse como ellos, porque son gente común y corriente. Pero lo interesante es la disección que hace Ximena de sus sentimientos, de sus momentos, que lo lleva a uno a identificarse con momentos parecidos porque los ha vivido.
Ximena tiene la capacidad de describir ese momento muy trivial que está viviendo el personaje, que es muy parecido al que tu podrías tener, ese diálogo interno que de tanto tenerlo a uno le pasa desapercibido. Ximena releva pequeños gestos y situaciones, que no nos damos cuenta de cuánto nos han marcado, que nos quedan dando vuelta, les hace una cuidadosa autopsia y nos hace conscientes de ese momento.
Esto hace que las historias de las personas comunes y corrientes sean grandes historias y por consiguiente, nos deja la sensación de que la vida propia es una vida de cuento.
El tercer y último comentario estuvo a cargo
de Fernando de Laire, sociólogo de la Universidad de Chile y
Doctor en sociología por la Universidad Católica de Lovaina. Es autor de los
libros "Imagen del Norte, mirada y palabra del Sur" (junto al
fotógrafo Hugo José Suárez), "La trama invisible o los claroscuros de la
flexibilidad" y "El éxtasis y la lágrima. Un sociólogo en la
encrucijada cubana".
Comentar un libro es un ejercicio de alteridad, es
decir, enfrentarse a un otro; más bien, ponerse cara a cara con un otro. ¿Pero
entonces, a quién enfrentarme en este comentario? ¿A la autora? ¿Al libro? La
ortodoxia dice que hay que abordar el texto, prescindiendo de las
circunstancias del autor. Me temo que, en este caso, aplicar dicha regla es
imposible y voy a argumentar por qué.
Ximena, no obstante que esta es su segunda obra literaria, no es una escritora
con una trayectoria clásica. No viene de las escuelas de literatura o de
escritura creativa; no integra los cenáculos que se dan cita en la Librería
Metales Pesados ni otros similares. No integra la corte de Gonzalo Contreras ni
creció en el taller de José Donoso.
Entonces, dejémoslo establecido: Ximena es una psicóloga que se proyecta –y lo hace bastante bien– hacia la literatura. Pero, además, no reniega de esa condición. Eso le da una cualidad única; para ponerlo en los términos de mi colega Pierre Bourdieu, se sitúa o llega al campo literario desde una posición excéntrica. Y, desde esa perspectiva, goza de una riqueza y a la vez enfrenta un límite.
Cuando comencé a leer su libro, le comenté esta idea y me respondió: “Sí, no me puedo escindir. Creo que soy una psicóloga que intenta escribir”. Y tiempo después, me comentaría: “Es un problema para mí superar el síndrome del impostor”. En respuesta, yo le digo: no. Usted no es una impostora. Usted se está construyendo a pulso un camino literario. Y uno de los personajes le manda un mensaje a su creadora: “En definitiva uno es su historia y lo que lo confirma, ¿no?”.
Pasando
a otra arista, este conjunto de cuentos puede leerse como la crónica de una
ciudad descentrada. “Esta ciudad está por completo rara –se lee en uno de ellos–, es como si los parámetros se
hubieran corrido”. Y entonces, podemos preguntarnos. ¿De qué centro nos corrimos?
¿Qué parámetros abandonamos?
Me atrevo a decir que la respuesta, que completará cada lector desde luego,
ofrece un camino de dislocaciones, de desplazamientos de sentido. Diseminadas
entre las páginas, existen pistas: una de ellas remite claramente al estallido
social, cuyos efectos no terminan de cuajar (y no es casual que estemos acá, en
calle Vicuña Mackenna, un día jueves y no un día viernes). Jugando con las
palabras, es curioso que el primer desplazamiento de sentido se adentre en el
mayor giro de significantes desde la recuperación de la democracia: de Plaza
Italia a Plaza Dignidad, con todas las connotaciones que ello trae consigo; del
pacto de la transición al pacto que no termina de parir y, como todo indica, no
terminará de parir por mucho tiempo. Venimos de una sociedad fracturada que
restañó sus heridas “en la medida de lo posible” y vamos a una sociedad
fracturada post plebiscito, cualquiera sea su resultado. ¿Alguien tiene alguna
duda? De cierta manera, algo de ello planea sobre este texto.
Pero
existe otro plano desde el cual pensar el desplazamiento de parámetros del que
habla Ximena: es la pérdida de un equilibrio existencial, que tiene que ver con
el sistema económico imperante, pero, incluyendo esos efectos, se introduce en
aguas más profundas. Me explico: en estas historias podemos ver con toda
nitidez las huellas del neoliberalismo en los sujetos, huellas que podrían
salmodiarse con los títulos de los libros del filósofo coreano Byung-Chul
Han: Sociedad del cansancio, Agonía del eros, Psicopolítica:
neoliberalismo y nuevas técnicas de poder.
Sobre ese telón de fondo asoma lo otro: el ventarrón
existencial, frente al cual –al ir leyendo– uno puede aproximarse por los
caminos de la empatía, el asombro, a ratos el espanto. Cualquiera sea el orden
en que se lean los cuentos, tenemos, en algún momento, el nítido vislumbre de
un desierto. El desierto existencial que nos roza.
¿Cuál es la clave de ese páramo? Una condición que se resume
en una palabra: desamparo. Palabra bonita, palabra triste. De algún modo todos,
aquí, comen la ostia del desamparo.
Hay, para mí, un momento bisagra del libro donde dos mujeres
se sincronizan en lo que la autora denomina “la misma queja universal”. No se
ofrece una definición, sólo esa expresión rotunda sin continuidad en la
enunciación, sólo ese significante abierto en medio de un final abierto. Se
trata del cuento “Golpes al volante”.
Como esa una de las riquezas de la literatura, mi
interpretación fue que esa queja universal era el desamor. Ahí vi una de las
claves mayores de todo el volumen. Pero Ximena me comentó que no. Para ella,
ese lamento se vinculaba al peso social y biológico del desamparo. Y ello, en
clave feminista, o de empatía femenina al menos. En sus palabras, el peso de
“resolver sola todo o casi todo, cuando se prepara a las mujeres para sentirse
protegidas o en relaciones de colaboración”. Sin duda, ese plano sobresale en
el texto, aunque también hay hombres que sufren a su modo.
Quisiera
volver ahora a mi punto de partida, a ese ser bifronte: la escritora psicóloga
o la psicóloga escritora. Decía Armando Uribe que, si alguien le pedía un
consejo sobre cómo devenir escritor, él le sugería ejercer su profesión u
oficio, cualquiera este fuera, observar, retener, masticar la realidad
alrededor… Y si tenía pasta de escritor o escritora, si tenía voluntad, tal vez
emergiera eso que estaba buscando expresar. No es la única fórmula, pero es una
que puede ser eficaz.
En ese sentido, en estos cuentos se intuye a la psicóloga en
su consulta, escrutando, anotando, ejerciendo la escucha psicoanalítica o sus
derivadas. Uno ve correr el flujo de una experiencia. El flujo -por qué no- de
nuestros traumas, nuestras ansiedades y angustias. Uno se ve. Uno nos ve. Aquí,
en esta sala. Queriendo o temiendo verse reflejados en estas páginas.
Vampirizados.
La metáfora del escritor como vampiro tiene un extenso
linaje. En la tradición, suele asociarse a beber la sangre de los referentes,
los maestros; plagiándolos o construyendo un crisol de influencias del cual
emerge un estilo propio y una obra. Pero existe esta otra forma de
vampirización, que puede ser paradojal también, ya que, a ratos, la escritora
agarra del pelo a la psicóloga, a pesar de sí misma, y la mete al libro sin que
ella se dé cuenta. Lo sé. Algo de eso hemos conversado. Hay cosas que un lector
atento percibe y que la escritora psicóloga no ve, atrapada en el
flujo.
Uso esa palabra a propósito. Una de mis autoras favoritas,
Marguerite Duras, lo plantea así: “La escritura es eso. Es el flujo de la escritura
que pasa por el cuerpo. Lo atraviesa. Es desde ahí que partimos para hablar de
emociones que son difíciles de decir, tan extrañas y que, entretanto, de súbito
se apoderan de nosotros”. Lo no consciente como clave de la creación, junto a
una voluntad imperiosa de expresar. No de corregir. No de pulir. Ese engranaje
gira bien aceitado en esta compilación de relatos.
Finalmente,
quiero concentrarme en la figura del caleidoscopio. Ximena titula así uno de
sus cuentos y este adquiere un significado especial al darle el nombre al
conjunto o, al menos, al ponerlo en un lugar preeminente: “Caleidoscopio y
otros cuentos”. Lo primero que hay que decir es que, en nota al pie de página,
ella remite a una entrevista que le hizo el periodista Marcelo Longobardi a
María Kodama, la escritora, traductora y, hacia el final de sus días, esposa de
Jorge Luis Borges. Según Kodama, este último habría escrito “El Aleph”
inspirado en la figura del caleidoscopio.
El Aleph es la primera letra del alfabeto hebreo y en la
narración de Borges es “el lugar donde están, sin confundirse, todos los
lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos” o también “el punto donde
convergen todos los puntos” y hace además referencia a “un espejo cuyo cristal
reflejaba el universo entero”.
Sin dar pie a una
eventual megalomanía de la autora, creo que la figura del caleidoscopio, como
referencia a una totalidad construida por espejos que convergen, es bastante
consistente. Hay en estos cuentos un sentido de unidad. La percepción o la
intuición de un país y una época en los que nos reconocemos. Y no diré
donde encajamos, porque este libro está lleno de personajes
desencajados.
Palabras. Me gustan
las palabras. Me gusta jugar con las palabras. Vivo de las palabras, de las
mías y de los otros. Sobre todo, de las otras.
Pero,
pongámonos serios: Desencajados. Aproximaciones semánticas: desajustados,
desarticulados, dislocados, separados, descolocados, aturdidos, descompuestos.
Demudados.
Para decir que nadie
anda como sus antónimos: serenos, calmos, sosegados.
Hay, entonces –y lo refuerzo– un sentido de unidad y un efecto de
realidad, y eso no es mérito de una profesión voyerista, vampirizante, fisgona.
Es mérito de una pluma distinta, certera en su concisión y en la redondez de
sus historias. Lúcida en mostrar las fisuras del presente, las que no se ven y
que dibujan con trazos nítidos ese desierto existencial que nos roza.
Felipe Salazar lee el cuento "La Imporancia de la Buena Ortografía"