jueves, 22 de febrero de 2018

Soy Leyenda

Domingo, levantarse temprano, vestirse con el único traje que tenía para ocasiones especiales. Ambo azul, camisa blanca, corbata de varios colores.

El pelo, el pelo era un problema. Crespo, rubio, largo. La única forma de arreglarlo era con gel, mucho gel. Se miró y aprobó lo que vio. Claro, estaba esa tremenda protuberancia: la guata. Se puso de lado frente al espejo, trató de hundirla. Nada. Suspiró. Pensó, una vez más, que podrían decirle “el gringo”, “el rucio”, “el amortiguador”, pero no. Le decían “el guatón Naveas”. El guatón Naveas pa´allá, el guatón Naveas pa  acá.

En el club, estaban el Ñato Miguel, que obviamente tenía una nariz descomunal, el Pat´e cumbia, un cojo, el Pinina, un curiche, el Flojera, el Shrek en fin. Ser el Guatón Naveas no era lo peor.

Iba al bautizo del hijo de su hermana. Además, iba a estar la Claudita, ¡Ay, la Claudita!, se hacía de rogar la Claudita, pero hoy insistiría una vez más.  Se la había tirado hasta al Angelito, ¡el hueón cero aporte ese! -¡Chih! Yo soy el terrible galán al lao de ese ahueonao -, se dijo mirando por última vez el espejo antes de salir. Tomó aire, para soportar la andanada de burlas del huacharaje, así se refería a sobrinos y pendejos varios que rondaban por su casa.

Así fue.  ¡Wena Guatón Naveas!, ¡sin la guata ni los dientes amarillos, estai igual a Farkas! ¡Chiaaaah, que le pusiste color hueon oh! ¿¡Vai a un casting!? ¡te creíh bakán ahueonao! ¡Y no te pescan ni pal hueveo!

Tomó el colectivo y partió.

Todos pasados a perfume, con la mejor pinta que encontraron, pensó. Gran parte de la familia estaba allí.

Y la Claudita.

Estaba acompañada la Claudita. Se había aprendido de memoria la escena de la película del Rumpy, en la que el amante despechado ve a Sigrid Alegría entrar a su casa con otro hombre – maraca, culiá, y varios más, hasta el mítico ¡mala persona! Masculló la sarta de groserías para sí mismo y cuando halló la mirada de Claudita le sonrió cortésmente. Ella hizo lo mismo. -Chuchesumadre- pensó

Soportó la ceremonia, la cara de fingida circunspección de todos y hasta fue capaz de no mirar la hora. Faltaba aún la celebración en la casa de su hermana.

Una hora para salir de la iglesia y llegar a la casa de su hermana. No cabían todos, había que entrar por turnos. Lo mejor de todo eran las tallas que brotaban de todos lados, se rio a carcajadas, pero quedó con hambre. Eran las 2 de la tarde y - ninguna esperanza de agarrar algo más -  concluyó. Intentó despedirse, pero era tal el nivel de ruido que partió haciendo señas a algunos.

Era temprano, alcanzaba a pasar a la cancha para ver al lote del club. Se jugaba el clásico ese día Lorenzo Varoli Fútbol club, contra el Manuel Plaza. - Los del Varoli somos torrejas, ¡pero a esos hueones no les da ni pa flaites! pensó.

Llegó a la cancha cuando se jugaba la primera adultos.

La barra instalada en las graderías. Lo vio el Ñato José – ¡Chiaaaaaaaaah! ¡Loreen al guatón Naveas! Gritó con todas sus fuerzas y la risa fue generalizada. ¡La mansa pinta!, ¡se arrepintió la novia hueón oh! ¡veníh de un entierro! Eso le gustaba del club, las tallas, la risa. Ir a la cancha era lo mejor de la semana. Todos quedaban cansados de tanto reírse. Los jugadores eran objeto de constantes burlas también. Todas la tardes de domingo la misma escena.

Sacó la peineta del bolsillo interno del vestón e hizo como que se peinaba antes de sentarse.

El partido iba empatado. Pasó el viejo del charqui, compró 3 bolsas. Y al viejo de las cervezas también le compró.

Comía tranquilo y concentrado cuando un jugador del Manuel Plaza propinó una artera patada al Muñeco. Lo elevó y el Muñeco cayó estrepitosamente en la cancha de tierra dando un alarido de dolor. Sonó horrible, un sonido seco. Ambas barras se pusieron de pie gritando insultos a todos, a los rivales, al Muñeco tendido en el suelo gritando de dolor y al árbitro. ¡muestra la roja poh hueón! ¡saca la hueá de tarjeta poh culiao! Y miles más.

El árbitro cobró solo tiro libre.

No hizo más que dar el pitazo y ya no se veía nada más. Una polvareda impresionante rodeaba toda la escena.

Todos entraron a la cancha, a pelear, a defender, a calmar. El árbitro resistió unos segundos y luego corrió a los camarines, sintió que había recibido muchas patadas y unos cornetes maleteros. El labio inferior roto le permitiría cobrar extra por recibir agresiones. Tomó su bolso y se fue.

En la cancha seguía la trifulca. El Choro Campos, un tipo bajo, que tenía buena pega en una oficina y hablaba bien, era seco para los combos. De un certero derechazo, dejó inconsciente al más gritón del Manuel Plaza. Al Chico Campos ni los del Varoli se atrevían a decirle nada. Era malas pulgas. No aguantaba una, pero era bueno para la talla y todos se reían de sus dichos. Al inconsciente lo tendieron en una banca y un cabro joven quedó cuidándolo.

A esas alturas todos peleaban contra todos, incluido el Guatón Naveas, que gritaba como barraco y corría para todos lados, bufaba de cansancio, pegaba patadas, tiraba el pelo, tiraba combos, lo que viniera. Estaba sudando, cuando después de poner un cornete a un cuarentón, se incorpora y ve que vienen 3 a sacarle la cresta.

Se paró en seco, derecho. Parecía cowboy en duelo. Aparatosamente, con su mano derecha comienza a meter la mano derecha al bolsillo interior del vestón. Saca algo rápido y agita su mano de la manera más vistosa posible, corre decidido y directo hacia los rivales.

-¡El culiao tiene un cuchillo! ¡el culiao tiene un cuchillo!-

Sus atacantes huyeron despavoridos, los del Varoli que estaban cerca corrieron hacia él - ¡cálmate hueon! ¡Bota esa hueá! ¡van a llegar los pacos! ¡¿te queríh ir pa´entro?!, ¡Para la huea!

Los del Plaza se iban. El inconsciente seguía tirado.

La rosca se acabó. La polvareda comenzó a difuminarse.

El Guatón Naveas respiró.

Estaba lleno de tierra, revolcado, transpirado, rojo de calor, la manga izquierda de su vestón azul estaba a punto de salirse, descosida y rasgada, los bolsillos ni hablar.

Se sacó la chaqueta, empezó a sacudirla. Tarea inoficiosa.

¡Suelta la hueá de cuchillo conchetumadre! ¡te vamoh a sacar la cresta entre todos si no lo soltai aweonao!

¡Ya hueon!, ¡te cocinaste! ¡te voy a moler a patás y combos! Le gritó el Chico Campos.

El Guatón Naveas los miró a todos, serio y circunspecto. Estiró la mano como quien desenfunda un cortaplumas y comenzó a peinarse lentamente.

La risotada fue generalizada.

Se convirtió en leyenda.

Ahora le dicen el Will Smith.


La cortaron verde

  Luego del portazo producido por el viento de ese verano, se quedó a cargo del cuidado de la chacra. Era pequeña, pero para quien solo sabí...