lunes, 18 de junio de 2018

Oración



Estimado/a lector/a: luego de cada frase numerada, usted responde “Tú tranquila, estoy acá”



¿Cuál es el sentido después de todo?, ¿Para qué?, ¿Para quién?
Tal vez no todo debe tener algún sentido, la vida está llena de absurdos y actos inútiles. Escribir puede ser uno más y no hará sino dar cuenta de ese fenómeno. Viéndolo así, también tengo el derecho al absurdo, como cualquiera.

       1.  Que sea bienvenido el derecho al absurdo.
Tú tranquila, estoy acá


Recuerdo como partió, era una niña solitaria, llena de preguntas, creciendo en un mundo de adultos en relación compleja. Como regalo de cumpleaños clásico de la época, a los 7 años recibí un diario de vida. Completé 8, cada cuaderno más grande que el anterior y sin candados. Los guardaba en rincones o, a veces, en lugares evidentes que, por ser tales, nunca eran registrados.
Me acostumbré a escribir lo que no podía decir. Las veces que he leído esos cuadernos compruebo esa tesis. La historia detrás de eso no viene al caso, pero ha de entenderse que los mecanismos de adaptación son muy ubicuos y el mío fue ese. Sostener un diálogo interno fue el modo de lidiar con las emociones y sentimientos sin cauce de expresión.

2. Que permanezca el mecanismo de sobrevivencia
                Tú tranquila, estoy acá

A estas alturas, sigue siendo igual. Acostumbro a escribir cartas, que rara vez, casi nunca más bien, entrego. Mando correos o felicitaciones en donde puedo decir a las personas cuanto me importan, cuando así es, por cierto.
¿Para qué escribir entonces? Por la expresión, por poder decir.

3. Que sea posible decir
Tú tranquila, estoy acá

¿Escribir qué? Fantasías, recorridos por la inevitabilidad del cierre estructural, las decisiones vitales hechas sobre la base de suposiciones e hipótesis de lo que otros pueden estar decidiendo. Esos juegos interminables de confusiones comunicacionales, errores de sincronías y mundos interiores construidos quizás sin base. No he logrado hasta el momento, ni de cerca, llegar a eso.

4. Que la neurosis sea expresada hasta el hartazgo
Tú tranquila, estoy acá

Creo que aún escribo por no poder decir. La mayor parte de lo que he escrito es lo que no dije.
Supongo, deseo más bien, lograr escribir fuera de mí, sacarme el traje de racionalidad y de lo que se espera que alguien como yo escriba. Salir de mí, inventar otros mundos, otras vidas. Lograrlo sería como vivir más que la propia existencia. Quisiera entonces abrir el cerebro, el mío, a otras posibilidades. Salir del traje de gruesa tela que parece rodearme, que me impide vencer el pudor y me hace escribir tan crípticamente, que las emociones terminan en un escondite en extremo recóndito. Tanto que casi quedan sin espacio.

5. Que la anhelada ficción me sea revelada.
 Tú tranquila, estoy acá

Al mismo tiempo pienso que mostrar el propio mundo es un acto narcisista y exhibicionista, pero ¿es acaso posible escribir si no es a partir de una misma?  No se puede invadir otras mentes, ni siquiera escudriñarlas en sus algoritmos más básicos, si así fuera, el comportamiento podría predecirse y la vida sería una fomedad.

6. Que me sea tolerable el narcisismo y el exhibicionismo.
Tú tranquila, estoy acá

He intentado con cuentos de varias capas de significación, algunos tan rebuscados que creo difícil que tengan el efecto que los inspiró. Otros son tan simplones que se adivinan en el primer párrafo, eso creo. Me sale fácil escribir anécdotas, escritos irónicos y relatos cómicos, pero cuando más necesito escribir, me domina la melancolía y la desorientación. Un sarcasmo en sí mismo. 

7    7. Que me sea posible pasear por diferentes emociones y poder escribirlas.

Tú tranquila, estoy acá

Publico los cuentos o borradores en un blog, para vencer el pudor, para acostumbrarme a la exposición. Lo mismo que este encargo. Quiero decir lo que tengo que decir sin tener que cuidar demasiado las formas ni temer que alguien se sienta tratado sin justicia. El exceso de empatía no es buen compañero de un cuento logrado.
Sin embargo, no dejo de pensar aún en el hipotético lector de mis cuentos.
¿Para quién escribo? Las más de las veces para quienes no pude decir lo que quería, las menos para una audiencia anónima que tal vez se conecte con las mismas temáticas.

      8. Que me dé lo mismo el lector en tanto personas identificables.

Tú tranquila, estoy acá

En un clivaje de estas reflexiones, apareció otra idea. Si aprendo a decir tal vez no podré escribir. Si aprendo a escribir ¿estaré aprendiendo a decir?

     9.  Que pueda escribir y decir. Decir y escribir.

Tú tranquila, estoy acá





martes, 15 de mayo de 2018

Contacto




- ¿Qué podría decirle hoy para acercarme? - Aquí estoy, en la biblioteca del colegio, mirándola. La sala tiene 20 mesas con cuatro puestos cada una. El techo alto y los muros, de escasos adornos, no la hacen especialmente acogedora. Los libros están custodiados por la bibliotecaria más antipática del mundo. Uno tiene que saber exacto lo que quiere para pedir un título, ni hablar de pedir sugerencias y menos decir “quiero algo para pasar el rato”

– Aquí no se viene a pasar el rato, se viene a leer –, dice la vieja, remarcando la palabra leer como si tuviera ocho sílabas. Su mayor ocupación es hacer callar a los que leen o trabajan en la sala. No me queda más alternativa que pedir el mismo libro que la última vez.


Hoy hace frío. Marisol está muy abrigada y tiene las manos debajo de sus piernas para calentarlas. Tiene puesto un chaquetón azul y el pelo largo cae por los lados de la cara abrigando sus orejas. No puedo verla muy bien desde donde estoy. Esconde sus pies y parece que estuviera en un precario equilibrio, casi a punto de caer de frente. Siempre lee así.

- ¿Qué hago para acercarme? –, si fuera como Alex, sabría qué hacer. Apuesto a que entraría canchero, la tomaría por los hombros, la saludaría sin más, y comenzaría alguna conversación estúpida pero efectiva. Y uno aquí, como tarado, sin encontrar la forma de decirle algo, pensando que me va a encontrar ridículo o raro o que se dará cuenta que me gusta hace tiempo.



¡Que estúpido eres! La tienes incluida en todas las plataformas, le das me gusta a todas sus publicaciones y fotos, le mandas memes por WhatsApp, te ríes de sus respuestas y no eres capaz de hablarle. Hasta canciones le has mandado y ella te ha respondido con otras ¿Qué más necesitas? ¿Acaso esperas que ella se acerque? ¿A ti?, ¿Al que pasa piola en todas partes?, ¿Por qué habría de hacerlo?, ¿Por lindo, por inteligente? Eres tan nada que ni a ti se te ocurre por qué Marisol habría de interesarse. Por último, mírala, haz que se entere de que estás cerca. Saca tu Ipod y cambia los audífonos, algún ruido que la haga levantar la vista, después le sonríes o haces una mueca como saludo. Va a pensar que eres un freak, un remedo de Stalker, porque ni para perseguirla te da.

Marisol, no sé por qué motivo, levanta su cabeza y me mira directo. Yo, como idiota, miro para atrás por si hay alguien a mis espaldas. Marisol sonríe y con un gesto de su mano me dice  "ven a sentarte aquí", disimulo todo lo que puedo mi alegría, pero siento que el corazón suena como un riff de bajos que se escucha en toda la biblioteca. ¡pum, pum, pum! Al menos esta vez no se me cayó todo lo que tengo sobre la mesa. Me paro y voy directo hacia ella. Los cuatro pasos que nos separan me parecen eternos, sobre todo porque no deja de mirarme y sonreír.



No creo en dios ni nada parecido, pero necesito ayuda con desesperación, usted, sí usted que está ahí leyendo, ¿Me podría decir qué debo hacer? ¿Podría sugerirme alguna acción que me permita ser otro y decirle lo que siento? No, ¡no!, ¡eso no! Algo más básico, lo mínimo para que no se me note lo estúpido. No me venga con eso de “actúa natural”, lo natural en mí es quedarme mudo y paralizado. ¿No se le ocurre nada?, ¿Cómo lo hizo cuando era adolescente? ¡Que decepción! Apenas se acuerda, ¿no? ¿O está pensando justo en los momentos en que lo hizo mal y se sentía tan inseguro como yo? Linda ayuda me busqué. ¡Ya pues! bucee, escarbe, recuerde algo por favor. Dígame algo. Ya voy llegando al lado de Marisol y estoy en blanco. Casi puedo verme desde arriba, desgarbado, aburrido, sin ninguna gracia.


El tiempo no se detiene y las escenas transcurren sin que uno pueda decir ¡corte! como cuando se filma una película, Marisol me sonríe hasta que me siento a su lado. Me besa en la mejilla, me pregunta cómo estoy y si tengo frío. Solo atino a decir que sí, ella me toma la mano.

Así estamos desde entonces, tomados de la mano, escuchando la misma música, leyendo los mismos libros, viendo las mismas series y queriéndonos como si fuese lo más fácil del mundo. De seguro el lector de ella sí le dio alguna indicación, no como usted que se quedó en silencio buscando recuerdos.



domingo, 8 de abril de 2018

Paseo


- Los humanos no saben que podemos ser felices.

- ¿No lo notan en el movimiento de la cola ni en la lengua colgando o en la agitación de los movimientos?

- No, creen que todo lo que hacemos gira en torno a ellos y a la comida.

- Ya, apúrate sal por aquí. Yo te levanto la reja, pasa rápido. Después paso yo.

- ¡Salimos!,¡Solo nos queda atravesar 3 patios más y a pasear!

- ¡Mira, hay agua ahí!

- ¡Jajajajajajajajaja! Quedaste con el hocico todo embarrado.

- Allá están los amigos encerrados, tampoco los dejan salir. Vamos a verlos.

- ¡Vamos!

Corrían libres por el barrio, las orejas al viento, el pelo largo agitándose hasta antes de pasar por charcos de agua, luego serían un puñado de motas embarradas y apelmazadas. A veces uno corría en una dirección y el otro en otra, luego ladraban y volvían a encontrarse. Exploraban árboles, jardines, caminos nuevos. Marcaban el territorio como si no fuese a haber otra oportunidad.

- ¡Corre, corre! Ahí andan en auto buscándonos y llamándonos. ¿viste que nos quieren?

- ¡Escóndete, ahí, detrás de ese auto! Seamos libres un rato más. Después nos vamos a la casa.

- ¡Ya!

Se largaron de nuevo en una gran carrera, correr rápido, sentir el corazón agitarse, el aire en la nariz, diferentes olores. Era un verdadero festival de libertad.

Pasearon por horas, no respondieron a los llamados de sus humanos, pero estaban contentos de ser buscados.

- Esto es la felicidad entonces.

- Sí, pero también soy feliz en nuestro patio, en los rincones nuestros. Molestando a los humanos, comiendo esa comida segura en la mañana y en la tarde, persiguiendo pájaros. Llevando los ratones muertos cerca de la ventana y escuchar el grito de asco de la humana mayor.

- ¡Jajajajajajajaja! verdad y echarse de espaldas para que nos acaricien el vientre. Eso también es ser feliz.

- Eso es lo que no entienden. La felicidad tiene matices, a veces se parece a un relámpago seguido de un trueno estremecedor…

- Esos que te dan pánico.

- Sí, esos.

- y otras veces es como una tarde de verano bajo un árbol que da gran sombra.

- Pero conozco a muchos que se la pasan tratando de morder los relámpagos lo mismo que neumáticos de los autos.

- No se puede, pero es emocionante intentarlo y cuando salimos así, cuando nos escapamos, es eso, morder el relámpago.

- ¿Aunque venga el trueno?

- Aunque venga el trueno y comience a tiritar entero.

- Cierto, la gama de sensaciones es el registro de la vida.

- No quiero esa vida mimada, llena de comodidades y seguridad comprada.

- ¿Cómo esos que usan chalecos, adornos y hasta zapatos? ¡Ah, no! Máxima humillación. También prefiero honrar a la antigua manada, alguna vez fuimos salvajes y no me quiero parecer a los humanos.

- En todo caso, nosotros somos bien privilegiados te diré.

- Lo tengo claro: comida segura, cariño y pertenencia ¿qué más se puede pedir?

- ¡Esto pues! Nuestro paseo por el lado salvaje, como dice la canción de Lou Reed Walking on the wild side.

- Algunos no salen por miedo y no me refiero al miedo de perder la seguridad, sino a la angustia del paseo, al miedo a lo inesperado, a lo desconocido a querer quedarse afuera también.

- Así es, he visto eso. Que triste, se les pasa la vida solo imaginando como sería pasear.

- ¡Corre, corre! ¡Viene ese grandote a buscar camorra!

Huyeron despavoridos por el pequeño bosque cercano y lograron despistar al grandote. El corazón les latía a mil, la lengua se alargaba y los músculos estaban un poco flojos.

- No olvidaré este paseo.

- ¡No! Corramos un poco más, mientras aún se puede. Aunque nos dé miedo, aunque sepamos que un día no habrá más paseos.


Corrieron hasta agotarse, cuando la sed de agua limpia y el hambre se hicieron muy intensas, volvieron a la casa. Muy exhaustos como para regresar por su escape secreto, se dedicaron a ladrar en la puerta de la casa.

La humana les abrió, los miró detenidamente: cansados, sedientos, sucios y mojados. La escucharon decir – si no fueran perros, juraría que son felices.

Lou Reed, Walk on the wild side


jueves, 15 de marzo de 2018

Tardes de Jardín



Se atavió como corresponde: jeans viejos, camisa de manga larga, sombrero, zapatillas y guantes de trabajo. Comenzaba siempre igual, primero había que cortar el pasto, tarea que requiere precisión y fuerza: no debían notarse líneas sobre el césped y los bordes deben ser repasados con orilladora. Después, la tarea obsesiva de cortar setos, deben quedar parejos y limpios. Más tarde, cortar con tijeras las ramas secas, flores marchitas y cuidar que una planta no invada a la otra.

Se entregaba a diferentes mundos cuando jardineaba, recordaba libros, canciones y se inventaba analogías. Las plantas son como las personas decía, tienen identidad y una función particular que cumplir.

Para Cristián, jardinear es un profundo acto de fe. Creer en que los ciclos se repetirán, sin variación, uno tras otros. Confiar en que unos pocos actos, aprendidos por azar, por lógica o por manuales, serán una ayuda a lo que la naturaleza hace por sí sola.

Para él, jardinear incluye arrancar malezas del mismo modo que se hace con las personas y experiencias, sacar las que solo estorban el diseño del paisaje imaginado y cuidar aquellas flores y plantas que contribuyen al panorama general o al deleite pequeño en un espacio reducido. Está esa maleza compuesta por pastos silvestres, que pecaron de optimistas en el verano y que creen que pueden invadir todo el césped, como si fuera su derecho. Es fácil deshacerse de ellas. Un tirón y listo. Pueden parecer robustas en la superficie, pero son débiles y poco consistentes. Está esa maleza persistente, que avanza rastrera, pegada a la superficie. A esas hay que perseguirlas, prestar atención y observar si reaparecen. Como los malos recuerdos, sin advertencia, pueden estrangular los nuevos brotes de esperanzas y emociones. Se camuflan, parecen reverdecer el terreno, pero son muy peligrosas. Si uno no está alerta pueden apoderarse de terrenos reservados para otros fines. Amontonaba entonces a los enemigos de su jardín en sendos sacos, para botarlos luego.

Están árboles y setos que son el soporte y la estructura. Esos se dan por sentado, estarán ahí por siempre, pero  requieren cuidados y atención. Hasta los árboles más robustos sucumben a pestes si no se les presta atención. El jardín desaparece sin ellos. Así es que, en consecuencia, cavó las tazas y observó con atención el estado de troncos y ramas.

Mención especial requieren las flores de temporada, esas que florecen solo en tiempos de sol, que dejan la tierra en que se posan inservible porque han consumido todos los nutrientes en su fulgurante protagonismo. Son como esas personas de fácil halago y contacto. Todo jardín que se precie de tal las necesita para contar con brillo y colorido y todo jardinero avezado sabe que es más conveniente ponerlas en maceteros pues de lo contrario deberá trabajar mucho luego para sacar sus superficiales raíces y dotar al suelo, de nuevo, de sus características nutritivas. Si bien sus raíces son superfluas, algunas quieren parecer profundas y luchan por permanecer otra temporada. Rara vez lo logran. Pensó en dos o tres nombres que pertenecían a esa categoría.

Era el turno ahora de los confiables rosales, para Cristián, éstos, una vez asentados, son un elemento imprescindible. Muchas floraciones por temporada y sin embargo cada rosa es distinta de otra, en color, en forma y hasta en textura. Son también los que más heridas provocan, en ocasiones rasguños sin importancia, pero también profundos surcos que con dificultad se borran en pieles delicadas. Resisten el sol, el frío y hasta el embate de malas podaduras. Son como los buenos amigos, aquellos que dicen que estarán y están. Aquellos que clavan con sus observaciones agudas y hacen ver las propias miserias y contradicciones. Si se apestan por pulgones, tijeretas o moscas blancas, aplicando los ungüentos necesarios, vuelven, con toda su majestad y generosidad, a pintar espacios con sus numerosas, densas y desbordantes flores.

Están aquellas flores que uno admira en otros jardines: hibiscos, camelias y hortensias azules. Parecen solo necesitar buena tierra y la dosis adecuada de sol, pero son caprichosos y temperamentales. Por más intentos que uno hace, no aceptan la invitación a quedarse en el jardín. Habrá uno de rendirse y conformarse con mirarlos y tenerlos de afectos temporales en macetas y no esperar que se queden. Siguen siendo hermosos y deseables, pero tal vez haya que admirarlos de lejos y ver como florecen felices en otros terrenos más apropiados. Parecen coquetear con uno desde los jardines que los tienen. Simulan acercarse, hasta que su perfume invade el espacio, hasta que el jardinero cree que esta vez sí resultará y vuelve a intentarlo con renovada confianza para, una vez más, repetir el mismo ciclo: La espera por la floración y la decepción del estancamiento del crecimiento. ¿Por qué volvían a aparecer como un deseo no cumplido?, ¿Cuál es el sentido de querer insistir?

Están también aquellas plantas que recuerdan jardines de la infancia, calas, cardenales, costillas de Adán y otras. Recuerdan a las abuelas, a escondites y pasadizos a lugares imaginarios.
Están los diseños de jardín de revistas, preciosos, pero muy parecidos unos a otros y están los otros, desordenados, inesperados, misteriosos, ocultos, que parecen construidos por el azar o por muchas manos que quisieron dejar su impronta. Estos jardines tienen carácter y solo quienes quieren la tierra saben apreciarlos. Cristián, está orgulloso de su jardín sui generis. 

La mirada del principiante se queda en las flores, la mirada del jardinero se posa en la tierra. Para conseguir la belleza y el color, había que cavar, valorar las lombrices, observar la pudrición y con las propias manos sacar bulbos y raíces que por su forma parecen contener pequeños monstruos en su interior. Es necesario levantar piedras y ver toda clase insectos corriendo desesperados por conservar su hábitat. Lo mismo que a los pensamientos molestos, hay que espantarlos, removerlos, exterminarlos.

Todo esto pensaba cuando arrancaba una vez más esa maleza rebelde. Cavaba la tierra, primero con cuidado y precisión para luego aplicar fuerza casi sin medida. Se vio a sí mismo agotado, quemado por el sol, sediento y dolorido. Se sentó en su sitio preferido, desde donde, cada vez, se repetía que faltaba tanto por hacer. Quería una pérgola con glicinias, un pequeño jardín acuático, camelias, un dasme y nuevos helechos.

Se duchó y se vistió veloz. Iría al vivero de siempre y comenzaría de una vez.

Estaba mirando el enorme vivero y a lo lejos divisó a Sara. Habían hablado muchas veces de plantas, jardines y tanto más. La vio y pensó que continuaría con su jardín ahora mismo, con más ojos por testigos, con más disfrutes que tareas,

Se acercó y le preguntó - ¿quieres ser mi Camelia? – Sara lo miró sorprendida y sonriendo le dijo - Siempre que tú seas mi hibisco - .



jueves, 22 de febrero de 2018

Soy Leyenda

Domingo, levantarse temprano, vestirse con el único traje que tenía para ocasiones especiales. Ambo azul, camisa blanca, corbata de varios colores.

El pelo, el pelo era un problema. Crespo, rubio, largo. La única forma de arreglarlo era con gel, mucho gel. Se miró y aprobó lo que vio. Claro, estaba esa tremenda protuberancia: la guata. Se puso de lado frente al espejo, trató de hundirla. Nada. Suspiró. Pensó, una vez más, que podrían decirle “el gringo”, “el rucio”, “el amortiguador”, pero no. Le decían “el guatón Naveas”. El guatón Naveas pa´allá, el guatón Naveas pa  acá.

En el club, estaban el Ñato Miguel, que obviamente tenía una nariz descomunal, el Pat´e cumbia, un cojo, el Pinina, un curiche, el Flojera, el Shrek en fin. Ser el Guatón Naveas no era lo peor.

Iba al bautizo del hijo de su hermana. Además, iba a estar la Claudita, ¡Ay, la Claudita!, se hacía de rogar la Claudita, pero hoy insistiría una vez más.  Se la había tirado hasta al Angelito, ¡el hueón cero aporte ese! -¡Chih! Yo soy el terrible galán al lao de ese ahueonao -, se dijo mirando por última vez el espejo antes de salir. Tomó aire, para soportar la andanada de burlas del huacharaje, así se refería a sobrinos y pendejos varios que rondaban por su casa.

Así fue.  ¡Wena Guatón Naveas!, ¡sin la guata ni los dientes amarillos, estai igual a Farkas! ¡Chiaaaah, que le pusiste color hueon oh! ¿¡Vai a un casting!? ¡te creíh bakán ahueonao! ¡Y no te pescan ni pal hueveo!

Tomó el colectivo y partió.

Todos pasados a perfume, con la mejor pinta que encontraron, pensó. Gran parte de la familia estaba allí.

Y la Claudita.

Estaba acompañada la Claudita. Se había aprendido de memoria la escena de la película del Rumpy, en la que el amante despechado ve a Sigrid Alegría entrar a su casa con otro hombre – maraca, culiá, y varios más, hasta el mítico ¡mala persona! Masculló la sarta de groserías para sí mismo y cuando halló la mirada de Claudita le sonrió cortésmente. Ella hizo lo mismo. -Chuchesumadre- pensó

Soportó la ceremonia, la cara de fingida circunspección de todos y hasta fue capaz de no mirar la hora. Faltaba aún la celebración en la casa de su hermana.

Una hora para salir de la iglesia y llegar a la casa de su hermana. No cabían todos, había que entrar por turnos. Lo mejor de todo eran las tallas que brotaban de todos lados, se rio a carcajadas, pero quedó con hambre. Eran las 2 de la tarde y - ninguna esperanza de agarrar algo más -  concluyó. Intentó despedirse, pero era tal el nivel de ruido que partió haciendo señas a algunos.

Era temprano, alcanzaba a pasar a la cancha para ver al lote del club. Se jugaba el clásico ese día Lorenzo Varoli Fútbol club, contra el Manuel Plaza. - Los del Varoli somos torrejas, ¡pero a esos hueones no les da ni pa flaites! pensó.

Llegó a la cancha cuando se jugaba la primera adultos.

La barra instalada en las graderías. Lo vio el Ñato José – ¡Chiaaaaaaaaah! ¡Loreen al guatón Naveas! Gritó con todas sus fuerzas y la risa fue generalizada. ¡La mansa pinta!, ¡se arrepintió la novia hueón oh! ¡veníh de un entierro! Eso le gustaba del club, las tallas, la risa. Ir a la cancha era lo mejor de la semana. Todos quedaban cansados de tanto reírse. Los jugadores eran objeto de constantes burlas también. Todas la tardes de domingo la misma escena.

Sacó la peineta del bolsillo interno del vestón e hizo como que se peinaba antes de sentarse.

El partido iba empatado. Pasó el viejo del charqui, compró 3 bolsas. Y al viejo de las cervezas también le compró.

Comía tranquilo y concentrado cuando un jugador del Manuel Plaza propinó una artera patada al Muñeco. Lo elevó y el Muñeco cayó estrepitosamente en la cancha de tierra dando un alarido de dolor. Sonó horrible, un sonido seco. Ambas barras se pusieron de pie gritando insultos a todos, a los rivales, al Muñeco tendido en el suelo gritando de dolor y al árbitro. ¡muestra la roja poh hueón! ¡saca la hueá de tarjeta poh culiao! Y miles más.

El árbitro cobró solo tiro libre.

No hizo más que dar el pitazo y ya no se veía nada más. Una polvareda impresionante rodeaba toda la escena.

Todos entraron a la cancha, a pelear, a defender, a calmar. El árbitro resistió unos segundos y luego corrió a los camarines, sintió que había recibido muchas patadas y unos cornetes maleteros. El labio inferior roto le permitiría cobrar extra por recibir agresiones. Tomó su bolso y se fue.

En la cancha seguía la trifulca. El Choro Campos, un tipo bajo, que tenía buena pega en una oficina y hablaba bien, era seco para los combos. De un certero derechazo, dejó inconsciente al más gritón del Manuel Plaza. Al Chico Campos ni los del Varoli se atrevían a decirle nada. Era malas pulgas. No aguantaba una, pero era bueno para la talla y todos se reían de sus dichos. Al inconsciente lo tendieron en una banca y un cabro joven quedó cuidándolo.

A esas alturas todos peleaban contra todos, incluido el Guatón Naveas, que gritaba como barraco y corría para todos lados, bufaba de cansancio, pegaba patadas, tiraba el pelo, tiraba combos, lo que viniera. Estaba sudando, cuando después de poner un cornete a un cuarentón, se incorpora y ve que vienen 3 a sacarle la cresta.

Se paró en seco, derecho. Parecía cowboy en duelo. Aparatosamente, con su mano derecha comienza a meter la mano derecha al bolsillo interior del vestón. Saca algo rápido y agita su mano de la manera más vistosa posible, corre decidido y directo hacia los rivales.

-¡El culiao tiene un cuchillo! ¡el culiao tiene un cuchillo!-

Sus atacantes huyeron despavoridos, los del Varoli que estaban cerca corrieron hacia él - ¡cálmate hueon! ¡Bota esa hueá! ¡van a llegar los pacos! ¡¿te queríh ir pa´entro?!, ¡Para la huea!

Los del Plaza se iban. El inconsciente seguía tirado.

La rosca se acabó. La polvareda comenzó a difuminarse.

El Guatón Naveas respiró.

Estaba lleno de tierra, revolcado, transpirado, rojo de calor, la manga izquierda de su vestón azul estaba a punto de salirse, descosida y rasgada, los bolsillos ni hablar.

Se sacó la chaqueta, empezó a sacudirla. Tarea inoficiosa.

¡Suelta la hueá de cuchillo conchetumadre! ¡te vamoh a sacar la cresta entre todos si no lo soltai aweonao!

¡Ya hueon!, ¡te cocinaste! ¡te voy a moler a patás y combos! Le gritó el Chico Campos.

El Guatón Naveas los miró a todos, serio y circunspecto. Estiró la mano como quien desenfunda un cortaplumas y comenzó a peinarse lentamente.

La risotada fue generalizada.

Se convirtió en leyenda.

Ahora le dicen el Will Smith.


La cortaron verde

  Luego del portazo producido por el viento de ese verano, se quedó a cargo del cuidado de la chacra. Era pequeña, pero para quien solo sabí...